miércoles, 4 de enero de 2012

GARCILASO COMO FILOSOFO


EL INCA GARCILASO COMO FILÓSOFO DE LA HISTORIA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

Es bastante clara la intención de Garcilaso de hacer historia, no poesía ni filosofía. A Dn. Maximiliano de Austria, Abad Mayor de Alcalá La Real, del Consejo del Rey, su protector, le confiesa que las “dos empresas” que desea ver concluidas, y a las cuales quiere dedicarles toda la vida que le queda, son sin duda la Historia de la Florida y los Comentarios Reales. Después de criar caballos y estar entre espadas, en las guerras de los Reinos de Granada contra los moros en las Alpujarras, donde consigue el nombramiento de capitán y demuestra inequívocamente con la acción su confesión ortodoxa de fe cristiana, declara que su mayor ambición es escribir obras históricas. Pero esto no significa que se excluyese de tener una determinada perspectiva filosófica.

En 1587 ya tenía casi terminada la Historia de la Florida, que habría de publicarse en 1605 en Lisboa, y sin embargo ¿qué razones poderosas lo llevaron primero a osar a traducir un texto, como los Diálogos de Amor de León Hebreo, que era el prototipo de la literatura filosófica del Renacimiento? ¿Qué fue lo que lo decidió a traducir los famosos Dialogui, cuando ya  se había llevado a cabo antes dos traducciones en castellano, como fueron las de Guedalia Ibn Yahia en 1568 y de Carlos Montesa en 1584?

La razón que justificó este trabajo no pudo ser la necesidad de conquistar soltura en la lengua castellana. Pues, ya Garcilaso en la Florida del Inca (1,2,vi) confesaba que su lengua materna se le había olvidado, que no sabe escribirla, aunque si oyera hablar a un Inca la podría entender. En estos momentos, Garcilaso piensa, habla y escribe con suficiente estilo y soltura en castellano para que se vea obligado a ponerse a prueba en una traducción tan seria sólo con fines  de adiestrar su estética literaria.

Tampoco son plausibles las razones que expone el Inca a propósito de emprender la traducción con el fin de llenar sus horas de ocio, lo que parece más una excusa para disimular su humildad y respeto por la reina de las ciencias, y que la publicación se debió a las razones y recomendaciones de distinguidas amistades que la elogiaron y le exhortaron su impresión. Es más bien notorio un innegable recato, en esta explicación suya; para sus identificables afanes históricos le eran excesivos y presuntuosos promoverse como un metafísico. La traducción insuperable debía de hablar por sí sola de su compenetración con la filosofía neoplatónica, de su vocación y afán por resolver cuestiones de base, que sólo la filosofía unida con la teología eran capaces de dar. De otra forma, serían incomprensibles sus intensas lecturas filosóficas emprendidas a lo largo de toda una década desde 1570 en la biblioteca de su tío. De modo que, tras la letra hay que captar el espíritu de la aventura filosófica que Garcilaso iniciaba con esta traducción.

Por estas razones no se trató de una afición extrínseca a conceptos platónicos o filosóficos, al contrario, fue algo que halló en los propios Diálogos, algo que lo impactó, que servía de bisagra entre el mundo de sus ancestros y el mundo católico que lo heredaba de su padre, algo que resultaba ser el fundamento plenario de sentido para su visión histórica y en la cual veía cumplida la Voluntad divina.  Ese  algo de  la  filosofía de León Hebreo que ejerció poderosa influencia sobre el pensamiento del Inca fue: la metafísica de la luz.

Garcilaso no conoció el Renacimiento de Italia, ni aprendió el italiano en esa nación, de lo contrario, una pluma tan descriptiva como la suya lo habría contado. Resultaría contradictorio y misterioso lo prolijo que es al describir las andanzas de su tío Alonso de Vargas en su trayectoria guerrera, y guardara silencio sobre las suyas. Por lo cual, resulta inaceptable la opinión que Garcilaso conociera el italiano estando en supuestas campañas bélicas por tierras de Italia. Conocido es, en cambio, una vez concluida la etapa al servicio de la milicia de la Corona, el hecho de que sí se dedicara desde 1570 a 1587, años en que vive pobre y solo, a intensas lecturas filosóficas y a la traducción.

A los 31 años se siente fuertemente atraído por la filosofía, que por entonces todavía no perdía su sentido sacral, aprende el toscano y el latín, estudia a Nebrija y a Fray Antonio de Guevara, sus amistades son religiosos y sacerdotes, dos de los cuales, el agustino Agustín de Zárate y el jesuita el padre Pablo, lo animan a traducir los Diálogos de Amor de León Hebreo. Lo más probable es que fuesen éstos personajes los responsables de introducir a Gracilazo al mundo del neoplatonismo florentino.

Reconocibles debieron ser la inquietudes y aptitudes advertidas por los religiosos en el Inca, osadas sus preguntas, grave su espíritu, honda su reflexión, y aguda su meditación. Garcilaso era de naturaleza ensimismada y abstraída, condiciones que no dejarían de señalar los avisados clérigos, por lo que verían lo conveniente de aprovechar un temperamento como el suyo para las lecturas filosóficas y estudios profundos. No debió serles desconocida su vocación histórica, pero debieron haber visto todo lo ventajoso que resultaba para ésta el ahondar en el neoplatonismo florentino.

Las verdaderas razones que tuvieron para darle ésta orientación siempre quedarán en el misterio, pero se puede conjeturar que, al notar sus dotes literarias éstas quedarían perfeccionadas si se ponían al servicio de la revivificación de la fe. Y para ello nada mejor que la contemplación intelectual de la Suprema Luz divina que proporcionaba la escuela florentina. Los textos los encontraría en la biblioteca de su tío Alonso de Vargas, quien había recorrido los territorios de Europa al servicio del Rey y que habría tenido la oportunidad de adquirirlos en sus marchas a Italia.

El neoplatonismo como constante en la historia se presenta en el umbral del Renacimiento no sólo en la Academia platónica florentina, vinculada a la tradición transmitida por Psellos, sino también en la filosofía natural de Bruno, y el innatismo platónico-agustiniano que dio origen a la escuela de Cambridge. El neoplatonismo florentino, como de todo el Renacimiento, aun cuando repite algunas variaciones del neoplatonismo antiguo (la teoría de la emanación y el carácter absoluto de la trascendencia divina) y del neoplatonismo medieval (la idea del retorno del mundo a Dios y el carácter revelado de la verdad), concede mayor importancia al hombre y a su función en el mundo, como una forma de llegar a la unión con Dios.

En la biblioteca personal de Spinoza existía un ejemplar de los Dialoghi, en la edición de 1568 de Guedalia, y a partir de aquí, aunque de manera no conclusiva, se afirma que la concepción del amor intelectual de Dios propugnada por el spinozismo procede de León Hebreo. Este amor intelectual le permite a Spinoza diferenciarse de Pascal, pues ambos tienen como fin supremo alcanzar la salvación, pero dicho fin en él se alcanza mediante la razón y no con el corazón. Nicolás de Cusa, otro neoplatónico renacentista, tenía como fin el conocimiento de Dios como coincidentia opossitorum. En cambio, Marsilio Ficino, uno de los principales adalides de la Academia florentina, que influyó poderosamente sobre todos los pensadores de los dos siglos subsiguientes, legó a preocupación de lograr una armonía entre la razón y la fe revelada; por eso su intención principal fue encontrar la pax fidei tan buscada por el cusano, destacando que la verdad no se encuentra solamente en la revelación sagrada sino también en la “revelación” de carácter racional. Todas las ideas de Ficino sobre la doctrina de la reminiscencia y de la existencia de las formas innatas deben ser vistas particularmente desde su doctrina del amor y de la real base a un tiempo racional y mística de toda verdadera filosofía.

Son especialmente estas dos ideas las que desarrolla León Hebreo en su filosofía: la doctrina del amor y la filosofía racional y mística al mismo tiempo. El amor es el principio que domina a todos los seres, se trata primariamente del amor de Dios que irradia hacia todas las criaturas y unifica el universo. De manera que el amor no es solamente una aspiración de lo inferior a lo superior, sino también una difusión de lo superior a lo inferior. Se trata de un amor productivo y emanatista que mezcla ideas aristotélicas, avicebrónicas, judaicas y cristianas.

 Pero en León Hebreo está también la influencia  de  Pico della  Mirándola, maestro  de  la Academia florentina y destacado humanista del renacimiento italiano, famoso por su anuncio de defender 900 tesis en una disputa pública en Roma, que fue prohibida por la Curia romana. El uso que hizo del principio neoplatónico de la emanación para explicar el origen del universo lo hizo rozar el misticismo panteísta. Pero su idea más influyente, recogida por León Hebreo, fue la de concebir al hombre como la realidad suprema de la naturaleza, microcosmo que reproduce la armonía del macrocosmo, lo cual lo llena de dignidad, nobleza y del deber de esforzarse por comprender la unidad del cosmos y la unidad del principio divino. Su filosofía estuvo influída por el platonismo, el plotinismo, el aristotelismo, el misticismo y el pensamiento cabalístico; enemigo de la magia y la astrología subrayó la importancia de las fuerzas naturales y propuso mostrar la unidad de  la filosofía griega con la teología cristiana. La nobleza y dignidad del hombre se refleja en los Dialogui en que amamos a Dios con conocimiento y conocemos con amor, en nosotros se difunde la universalidad del amor divino, amor cuyo origen está en el ser de Dios mismo.

Garcilaso no trata de imitar a León Hebreo ni a los humanistas renacentistas; recoge del primero que el verdadero amor de Dios es amor intelectual, pero es la idea de Dios como Suprema Luz, y el Sol como signo visible del Cosmos, lo que posee un sentido metafísico y espiritual singular para su doctrina política de la identidad profunda entre la religión de sus antepasados y la de España. De los humanistas renacentistas recupera su pasión por lo histórico, pero sin su sentido crítico, y sí en cambio con una perspectiva utópica como Campanella y Tomás Moro, utopismo que, como se verá más adelante, supone el regreso a la quietud protectora del seno materno. De este modo, la motivación profunda de Garcilaso respecto a la obra de León Hebreo no se basa en el “entretenimiento…y mucha ociosidad” en que ha querido gastar algunos días, y menos aún en el ruego de personas estimadas que le impulsaron dar a la luz la traducción como su primera obra publicada. Tampoco se trató del reconocimiento de dosis idealistas-humanistas, civilizadoras y platónicas en su cultura aborigen, que efectivamente se dan en la superficie del razonamiento explícito, sino de algo más hondo, que servía de andamiaje filosófico a su obra histórica y de fundamento metafísico para el rescate de la cultura incaica integrándola soberanamente en la cultura cristiana española.

No fue entonces por recreación, condescendencia o revalorización que el Inca se encuentra motivado en la traducción castellana de León Hebreo, sino porque advierte, con la maduración interpretativa que le proporcionan fatigosas lecturas filosóficas, que la metafísica de la luz resulta ser el verdadero fundamento que permite descubrir la unidad profunda de lo acontecido entre el Imperio español y el Imperio del Perú. Es decir, los años solitarios de Montilla fueron decisivos porque permitieron al Inca, justo cuando decide trasladarse a Córdova, descubrir una metafísica providencialista que de sentido a su filosofía de la historia.

Por último, Garcilaso escoge a León Hebreo, aunque en realidad lo más probable es que fuese inducido hacia él por los dos sacerdotes mencionados, por esta razón metafísica esencial. Podría pensarse que su simpatía por el filósofo neoplatónico se debía a una identificación con su cambio de identidad: León Hebreo abandonó su anterior nombre, Yehúda Abarbanel, lo que lo hacía más judío y europeo a la vez. El antes de autodesignarse Garcilaso de la Vega, el Inca, también contempló afirmar su identidad abandonando el nombre de Gómez Suárez de Figueroa. Pero de aquí no puede provenir su predilección por el judío, dado que dicho cambio lo hizo antes de conocerlo. En este sentido, Garcilaso de la Vega, el Inca, se asomó a la cultura del Renacimiento con espíritu independiente, inquietudes histórico-filosóficas y motivaciones propias. Todas ellas derivadas de su condición de mestizo, es decir, dotados de una avidez incólume por encontrar una significación espiritual y sacral entre dos mundos a los que pertenecía, y que se justificarían en una dimensión trascendente.

Que Garcilaso fuera un filósofo es cosa que se afirmó rara vez, se alegó que fue un historiador, un novelista, un humanista que recibió la poderosa influencia del pensamiento sincrético de León Hebreo, se fue lentamente disipando el prejuicio de que carecía de una mente filosófica, que la formación de sus ideas no era sistemática y que era inconcebible poderlo situar dentro de la continuidad de la tradición filosófica. Desde Riva Agüero hasta Salazar y hasta nuestros contemporáneos, son numerosísimos los ensayos dirigidos a explicar en qué consiste lo esencial de Garcilaso. Las vinculaciones con el neoplatonismo hicieron más patentes sus lazos con el Renacimiento judeo-español, pero se mantenían las reservas a revalorarlo como el primer filósofo colonial peruano –otro tanto espera la figura de Guamán Poma- . Se impone en consecuencia explicar aquella metafísica de la luz, que constituye lo esencial de la mentalidad del Inca y que da unidad al investigador, al historiador y al filósofo. Su vida privada tan alejada del éxito, la publicidad, la envidia y el orgullo, fue una muestra de la rectitud, nobleza y sencillez de quien opta apartarse de las cosas mundanas. No es que no tuvo vocación para labrarse una posición en el mundo –fue al Consejo de Indias de Madrid en demanda de restitución de tierras a favor de su madre, asume el ilustre nombre de su padre, obtiene grados militares, recoge la herencia de su tío en 1587, consigue la Bula papal para trasladar a España los restos de su padre, a los 50 años intercala el apelativo “Inca” al firmar traducción, se vincula con indianos y peruleros, obtiene una mayordomía para vivir como clérigo en el Hospital de Limpia Concepción, y se entrega a su vocación de escritor- , sino que su carácter lo impelía a una visión de lo total en medio de una sociabilidad moderada.

La filosofía es algo más que pensamiento, es modo de vida, visión consciente de la misma, una unidad espiritual imbricada en la unidad con el cosmos. Y es por esta unidad que podemos también calificar a Garcilaso de filósofo, partiendo del reconocimiento de la filosofía como forma vital de existir que exige en sí mismo el conocimiento. Garcilaso se diferencia tanto de los historiadores metafísicos como de los metafísicos propiamente dichos. La forma en que desarrolló su filosofía hizo que la filosofía lo tuviera como historiógrafo y la ciencia como novelista. Pero Garcilaso fue ante todo un filósofo de la historia sostenido fuertemente en una metafísica de la luz.

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