miércoles, 4 de enero de 2012

HEIDEGGER ANTIESENCIALISTA


HEIDEGGER:
 ADELANTADO DE LA ONTOLOGÍA ANTI-ESENCIALISTA POSMODERNA
Impugnación antiheideggeriana
GUSTAVO FLORES QUELOPANA
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
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La tentativa de desfundamentación de la filosofía posmoderna, encarnado en lo que llamo el deus in terris, que defiende la pura contingencia, el evento, la pluralidad y la simultaneidad tiene su origen en el marco de la tradición del pragmatismo americano, la poética heideggeriana y la tradición lúdica de origen nietzscheano. Aquí prestaremos atención sobre todo a Heidegger.

Según Richard Rorty, adalid del relativismo posmoderno, las filosofías de Dewey, Wittgenstein y Heidegger han situado la filosofía en una vía distinta de las clásicas y obsoletas formas anteriores basadas en el dogma representativista. En realidad es el propio Heidegger el que abrió camino a la investigación del ser en una supermetafísica mística poética, estética, que termina convirtiendo la filosofía en un arte, tal como quiere el antiesencialismo posmoderno que termina colocando a la filosofía al nivel de la crítica literaria o como un metarrelato lyotardiano más.

Para empezar conviene recordar que Heidegger considera que el proceso del nihilismo surge de la separación entre el ser y el ente y del consiguiente olvido del ser, que la metafísica, la ciencia y la técnica sustituyen por el problema de la dominación del ente. Incluso el aspecto que Nietzsche considera positivo del nihilismo (la transvaloración de los valores) es todavía negativo, pues planteando el problema en términos de valores no piensa el ser de las cosas, sino su valor, su ser en cuanto valor. Algo similar acontece con el deus in terris vattimiamo y rortyano, último eslabón de la metafísica nihilista occidental, porque sigue anclado en la esencia negativa del nihilismo que, olvidado del ser, pretende solamente dominar al ente hermenéutico de la interpretación.

Pero Heidegger compartiendo los prejuicios de Aristóteles tergiversó a Platón y la alegoría de la caverna al sostener que toma el ser como esencia, idea o concepto, habló de la consumación moderna de la metafísica y de su olvido nihilista. Piensa como Nietzsche que fueron Sócrates y Platón, filósofos de conceptos que sometieron el ser al yugo de la idea. Precisamente la forma posmoderna de la ontología como filosofía antiesencialista está relacionada en esta tergiversación, y viene a ser en sí misma el reemplazo de la teoría del conocimiento por la hermenéutica.

El nominalismo posmoderno de raíz neonietzscheano-heideggeriano se traduce en una descalificación global de toda la tradición metafísica filosófica de Occidente. La pregunta ¿Qué es metafísica? ni se convierte en ¿qué es el hombre?, porque tanto del ser como del sujeto ya no queda casi nada, no hay principio de realidad.
¿Cómo sucedió esto? ¿De qué forma se esfumó el ser del horizonte de la filosofía? Es cierto que la filosofía del siglo XX comenzó con una vuelta al Ser, a la metafísica y a la existencia, allí tenemos el vitalismo de Bergson, la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger, Sartre, Merleau Ponty, Berdiaev y Marcel, el ontologismo de N. Hartmann, S. Alexander, Whitehead y la metafísica clásica de la filosofía cristiana. Heidegger intentó recuperar el Ser preconizando una “demolición del Sujeto”, que implicaba una destrucción de la metafísica de las esencias, porque consideraba nominalistamente que las esencias dependían del sujeto. Incluso la nueva ontología de N. Hartmann teme que la antigua ontología se quede sin tocar la esencia por confundirla con el concepto.

Sin embargo, el hombre occidental tras las terribles experiencias nazi y comunista de la II Guerra responsabilizó de su extravío nihilista a la metafísica de los absolutos. En esa creencia de los límites de lo finito actúa la hermenéutica crítica de Gadamer, que estudió con Heidegger en Marburgo, y el “pensamiento débil” de Vattimo, filósofo Turinés que se ha centrado especialmente en la filosofía alemana moderna y contemporánea: Schleiermacher (Schleiermacher, filosofo dell´interpretazione, 1968); Heidegger (Essere, storia e linguaggio in Heidegger, 1963 y (Introduzione a Heidegger, 1971); Nietzsche (Il soggetto e la maschera, 1974 y Introduzione a Nietzsche, 1985).
Alumno y discípulo de Gadamer, Vattimo ha sido traductor al italiano de las principales obras de Heidegger. Pero, sobre todo, el horizonte de su reflexión gira en torno a las filosofías de Nietzsche y Heidegger, que para él constituyen los cimientos de toda la filosofía futura. A partir de estos autores construye lo que él llama las filosofías de la «diferencia» basadas en la fragmentación y la multiplicidad, nociones que se oponen, en todo y por todo, a la visión «dialéctica» como visión globalizadora basada en Hegel y Marx. A esto se le llama también «pensamiento débil» o «condición post-moderna» y se define como una ruptura con los ideales básicos de la modernidad: progreso, vanguardia, crítica, superación.

Para Vattimo, después de Heidegger del ser como tal ya no queda casi nada (no hay principio de realidad ni presencias permanentes, sino sólo interpretación de la interpretación). Y después de Nietzsche, del yo o del sujeto como tal, tampoco queda ya casi ninguna constancia, y es en este punto donde se unen, en un mismo significado, la crisis de valores, la postmodernidad, el pensamiento débil, la ontología hermenéutica o el nihilismo. No hay ninguna certidumbre meridiana, ni nada meta-histórico que acote el ámbito de la razón y tampoco hay ningún sujeto racional, a priori. Éste es pues, el significado último de un pensamiento que se piensa desde una débil certidumbre, y fuera de cualquier fundamento u origen,
y, por tanto, no hay ni puede haber más ontología que la diversidad de los discursos.

El giro de la filosofía hermenéutica se basa en la crítica heideggeriana a la metafísica y busca una racionalidad y subjetualidad superior a la moderna, abierta a lo otro y a la comunidad, y cree encontrarla tanto en la consumación de la historia nihilista del ser como en el respeto de las diferencias y pluralidades, en una convivencia regida no por la Verdad sino por la tolerancia.

La posmoderna ontología del límite es una variante que busca desarticular los fundamentos metafísicos del nihilismo relativista de la hipermodernidad tardía, que convierte a la sociedad en un campo de exterminio de todos contra todos con el fin de promover la afanosa competitividad por el consumo en el interior de cualquier orden. Sin embargo, al desembocar en un nihilismo pluralista termina en nombre de la liberación de cada uno nivelando a todos los individuos en medio de las potencias y fuerzas modernas dirigidas hacia la nada global. Es por esto que la hermenéutica posmoderna no supera el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la soledad del sujeto con su insistencia en oponer una hermenéutica de la diferencia frente a otra relativista, desembocando en la indiferencia metafísica y el establecimiento pragmático de la verdad como consenso, interpretación y valor.
Qué razones están detrás del giro pragmático, en gran parte, de la filosofía contemporánea. En el origen del giro pragmático de la filosofía contemporánea de posguerra está la vinculación con la distinción kantiana entre lo regulativo y lo constitutivo, y la acentuación de lo regulativo, lo cual supone que nuestro conocimiento está limitado a los fenómenos y que la conciencia desempeña un papel fundante en las formas de conocer, creer y actuar. Este ficcionalismo de lo inmanente que supone una teoría ontológica donde el presente o el hecho vigente es estrictamente lo real, supone un substrato en el que la crisis del ideal universalista de la razón se encuentra con el establecimiento de la interpretación como parámetro del pensamiento posmetafísico. En el mundo tardomoderno la hermenéutica actual intenta recuperar la racionalidad noético-práctica de la verdad ontológica interpretativa para hacer prevalecer sobre la Verdad objetiva una racionalidad ético-política.

No hay duda que la supervivencia y bienestar de grupos humanos cada vez más amplios están condicionados por el desarrollo de los medios técnicos, pero también es cierto que el mundo dominado por la máquina ha sustituido el culto de los valores del espíritu por el culto de los valores instrumentales y utilitarios. El hombre posmoderno aparece y se desarrolla en plena evolución de lo que llamo Hiperimperialismo, fase cualitativamente superior respecto del imperialismo.
Esto condiciona el hecho de que el hombre posmoderno  sea un tecnólatra-cientista.

El hombre de la era posmoderna necesita, en consecuencia, del pensamiento débil –cuya adquisición no requiere gran esfuerzo a diferencia de la razón- para hacer frente con el talante de la indiferencia a las miserias de la propia sociedad hiperimperialista, la cual necesita también de la lógica amoral del hombre posmoderno para imponer su desarrollo sin límites. El hombre de la modernidad todavía conservaba los ideales de Verdad, Justicia y Razón; pero el hombre anético de la posmodernidad tiene todo ello por metarrelatos.

Pero sobre todo, el hombre es persona por un motivo fundamental: su trascendencia. En cambio, el hombre posmoderno no oscila, pues se queda como una cuasi-cosa en la simple individualidad psicofísica. Por ello, el homo in terris es por excelencia el hombre sin Absoluto. Sin la dirección del espíritu el hombre posmoderno se despersonaliza en un ímpetu demoníaco que orilla a la humanidad en la demencia. La barbarie posmoderna de hoy sostiene que el propósito del hombre no es trascender espiritualmente hacia valores absolutos, sino vivir en función de lo práctico: alcanzar una inmanente racionalidad ético-política que sobreestima al placer, el éxito material y el dinero.

En una palabra, el hombre autónomo del extremado relativismo   sin   verdad   es   un   hecho   propio   de   la metafísica del conocimiento de la modernidad, la cual procede mediante la subjetivización de las esencias en conceptos, tal como procede Heidegger. El último hombre de la filosofía posmoderna liberado de toda fe, razón y verdad ha dejado de entretenerse en juegos lingüísticos para sostener, en nombre de la dudosa tolerancia, un abierto nihilismo. Lo cual indica que de poco sirve la solicitada “demolición” heideggeriana del Sujeto como fundamento, si ello no implica la recuperación de lo trascendente como principio del mundo.

Si bien Ch. Wolff contribuyó a  mantener  la  conexión  con  la tradición medieval, sin embargo introdujo un gravísimo error al establecer la división entre la metafísica general (ontología) y la metafísica especial (cosmología, psicología y teodicea). Con ello se estableció un malentendido en metafísica que hace sentir su nefasto influjo hasta Heidegger, cuya filosofía consagra la separación entre ontología y metafísica sobre Dios.

Al respecto, Suárez, al igual que Platón y Aristóteles, no separa el tema de Dios del tratado general del ser. No hay una ontología del ser inmanente por un lado, y una ontología del ser trascendente por el otro. Por el contrario, Dios con sus eternas esencias e ideas nunca se separa de la totalidad del ser. El análisis ontológico del ser no puede dejar de alumbrar la región teológica, cuyos objetos  trascendentes  se  alumbran  con la analogía.  La verdadera metafísica es ontología profundizada hasta la raíz, y esa raíz involucra a Dios. Pues, la ciencia natural de Dios es una parte fundamental de los principios del ser, pertenece a la ontología y como tal a la metafísica. El desacierto y extravío metafísico de Wolff es recogido por Heidegger, quien rechaza abordar el tema de Dios porque considera que la metafísica no debe convertirse en ontoteología.

Heidegger coincide con Tomás de Aquino en que el ser no es Dios ni el fundamento del mundo. Dios no es el ser, es la causa de todas las cosas y no puede ser subsumido bajo el ser categorial. Dios no es,  más bien es el principio de todos los modos de ser. Esta teoría modal de la existencia se remonta a la teoría de las ideas de Platón. Dios es impredicable, es Espíritu que sólo puede ser adorado en espíritu. Pero nos preguntamos, si Dios no es el ser sino su causa, entonces qué sentido tiene conocer primero la consecuencia antes que la causa.

Obviamente que la conquista del ser no resuelve su olvido subjetivizante, al contrario lo profundiza, porque en la raíz del olvido del ser está el olvido de Dios, como su verdadera causa y fundamento último. Y esto es lo Heidegger no admite. El extravío metafísico es en el fondo un extravío del sentido de lo divino del hombre moderno, porque la pérdida de Dios trajo consigo la pérdida del ser. El hombre antiguo es ontologista, se siente unido a las cosas, al ser; en cambio el hombre moderno es epistémico, se siente enfrentado al mundo y a las cosas; mientras que el hombre posmoderno es hermenéutico, carece de principio de realidad y de presencias permanentes, tan sólo cuenta la interpretación de la interpretación

Sin caer en la cuenta del profundo sentido de este giro cosmovisional no es posible entender el ahondamiento del voluntarismo relativista del hombre autónomo, que cualquier asunción del Absoluto le suena a fideísmo trasnochado y a totalitarismo de los fundamentos. Para el predominante relativismo escéptico de nuestro tiempo es incomprensible que Dios mismo sea ontológicamente la Causa primera del ser. Sin embargo, Dewey, Wittgenstein y Heidegger contribuyeron a este estado de cosas rechazando la epistemología y la metafísica como disciplinas posibles. Por su parte, Sellars, Davidson y Feyerabend dan pasos en el mismo sentido, porque dejan que cada ser humano se construya su propio mundo o paradigma, su propia práctica o juego lingüístico.

Como es conocido Nietzsche planteó la transmutación de todos los valores, pero para Heidegger, Nietzsche es todavía un metafísico en razón de que proclama la muerte de dios pero de hecho busca otro Dios. Heidegger pretende liberar al ser del olvido nihilista y para ello rompe con la metafísica tradicional de esencias platónico-aristotélica, buscando pensar el “ser en-sí” más allá de toda esencia, idea o concepto. El caso es que Heidegger reforzó el olvido nihilista del ser partiendo del prejuicio aristotélico respecto a la idea platónica, así no reconoce que la metafísica de las esencias se propuso pensar el ser sin conceptos mediante la negación de la negación. En Platón, Plotino, san Agustín y Eckhart no hay olvido del ser, porque buscaron el mismo autoeinai o ser en sí y supieron de la diferencia ontológica del uno, más allá de todo nombre; pues ningún nombre le es apropiado tomado en su inmediatez y los nombres que se le aplican sólo son adecuados dialécticamente por la negación de la negación.

La  metafísica de las esencias de estos filósofos considera que tanto los nombres como los conceptos son inadecuados para aprisionar al ser. Entonces, ¿cómo iban a ser los responsables de reducir el ser a la esencia, idea o concepto? El ser nunca será esencia de algo sin un ente.

Indudablemente que Heidegger está operando con el prejuicio histórico aristotélico de la idea platónica como separación de la realidad. Es cierto que tal interpretación se fortalece con Teofrasto, que censura la teología platónica del maestro, aunque la conserva en la modalidad de «forma» y hace hincapié en las aporías del sistema aristotélico. Después, será Alejandro de Afrodisia el que sellará la interpretación realista y empirista de Aristóteles para la tradición posterior. Pero, en realidad, la raíz del problema nace de la ambigüedad del propio Aristóteles. Así, por ejemplo, el concepto lógico  lingüístico  de  substancia  (aquello  de  lo  que  se puede predicar), si se prescinde de las platónicas substancias segundas, se puede entender ontológicamente como individuo o cosa concreta, pero tal prescindencia ya no es Aristóteles. De modo que la esencia de la substancia primera (individual y concreta) es la substancia segunda (universal y real). Forma y materia son principios del ser. La ciencia aristotélica es análisis del ser, de ahí su rasgo platónico, en la idea o quididad está contenida toda la realidad. Todo el sentido de la metafísica aristotélica sería elevarse de la substancia singular concreta a la substancia incondicionada del primer motor inmóvil.

La idea platónica señala siempre una relación con la realidad concreta, aunque esta relación no constituya su ser propio. Heidegger, sin decirlo, vuelve a Platón cuando en Qué es metafísica señala que «el ser nunca es esencia de algo sin un ente y que el ente nunca existe sin el ser». Con esto Heidegger es una reedición del padre de la metafísica occidental al que injustamente condena.

Por lo demás, la forma que tiene Heidegger de hablar del ser resulta casi ininteligible. Dice, por un lado, que el ser es idéntico a la nada, cosa afirmada ya por Hegel, porque está desprovista de las determinaciones concretas del ente, el mismo que no es el ser mismo, cosa afirmada ya por Platón en el Parménides. Este ser comparado con lo óntico concreto es pobre pero es a la vez lo más rico del mundo.   Por otro lado, expresa que «el ser no es Dios ni el fundamento del mundo», porque su problemática es previa al tema del teísmo y ateísmo.

Su afán es superar la metafísica óntica y lograr un pensamiento más riguroso al pensar conceptual. La última palabra del filósofo de Friburgo es no poder llegar a formular con precisión un nuevo concepto del ser, a excepción de la pobre definición que «es él mismo». Sólo le resta una filosofía como arte o mística, perspectiva que, por lo demás, ha sido ricamente explotado por los filósofos posmodernos.

¿Es posible a estas alturas pensar en una salida? Sí. Para empezar conviene recordar reconsiderar lo señalado por el propio Heidegger, a saber, que el proceso del nihilismo surge de la separación entre el ser y el ente y del consiguiente olvido del ser, pero de allí no se sigue que la metafísica junto a la ciencia y la técnica sustituya el ser por el problema de la dominación del ente. Esto sólo es cierto a partir de la tergiversación aristotélica de la metafísica de las esencias. Pues planteando el problema en términos correctos tenemos que no se piensa el ser de las cosas, sino su representación, cuando se introduce la artificial división wolffiana entre la metafísica general (ontología) y la metafísica especial (cosmología, psicología y teodicea). Con ello se introduce un malentendido metafísico que dominó a Heidegger; pues consagrando la separación entre ontología y metafísica sobre Dios se abrió la puerta al antiesencialismo posmoderno.
El paradigma crístico-humanístico es la alternativa y tiene el sentido de una cura, que puede hallarse en no sustraer lo trascendente de lo humanístico inmanente. Sólo así es posible dar el salto existencial de la razón natural, que llega a la noción de Dios, a la razón auxiliada por la Revelación, por la cual Dios nos busca para darnos la verdad. En este sentido la filosofía no es enemiga de la teología, por cuanto que ésta se basa en el reconocimiento de que la naturaleza humana finita requiere de la Revelación para llegar a Dios, al verdadero principio del ser que no admite reducción conceptual. Esto naturalmente está impedido para los comunitarismos teleológicos inmanentes deductivistas e inductivistas, las reactualizaciones habermasianas del imperativo categórico kantiano, los preconizadores del paradigma lingüístico, antirepresentivista rortyano y hermenéutico vattimiamo, porque su ruptura con la metafísica de las esencias llevó hacia olvido nihilista del ser. Todos partieron del prejuicio aristotélico respecto a la idea platónica y la responsabilizaron junto a Heidegger del olvido nihilista del ser. El caso es que la metafísica de las esencias sí se propuso pensar el ser sin conceptos mediante la negación de la negación, aquí no hay olvido del ser, porque buscaron el mismo autoeinai o ser en sí y supieron de la diferencia ontológica del uno, más allá de todo nombre.
De este modo, aunque Heidegger pretendió liberar al ser del olvido nihilista, al romper con la metafísica griega de las esencias, destroza a la vez la posibilidad de recuperación del ser mismo. El resultado fue que Heidegger reforzó el olvido nihilista del ser partiendo del prejuicio aristotélico respecto a la idea platónica, En el fondo Heidegger no llegó a liberarse del subjetivismo kantiano y de la doctrina escéptica de la impotencia de la razón.
Finalmente, el antiesencialismo heideggeriano se vincula con la metafísica voluntarista de la mística alemana. Efectivamente, el anatema de su obra contra la metafísica, que sometió el ser al yugo de la idea, resucita el “sin fondo”, lo indeterminado o “Ungrund” del filósofo-místico renacentista Jacobo Boehme, y la distinción entre la Divinidad y Dios del Meister Eckhart. Boehme intrigado por dar solución al problema del mal en el mundo concibió a Dios no como a un ser estático sino como una voluntad dinámica que se autodespliega en una serie de etapas que recuerdan a la dialéctica hegeliana. Dios correlativo a la creación surge de las profundidades de la eternidad Divina. La divinidad primera está más allá del bien y del mal, más no Dios como creador del mundo. Así, empuja el origen más allá de todo ser, en un “sin fondo”, lugar de la libertad, imposible de concebir con las categorías intelectuales de Platón y Aristóteles dentro de una ontología de esencias. Tal es la idea más profunda de la mística alemana que se repite en la principal motivación heideggeriana: hay que ver al ser en la “diferencia ontológica” sin pensarle a partir del simple ente, lo que es nihilismo, “olvido del ser”, “caída” en la mundanidad, o “razón subjetiva”.

Bibliografía

Heidegger, M. (1993) El Ser y el Tiempo, FCE, México.
Heidegger, M. (1977) Introducción a la metafísica, B. Aires, Nova.
Heidegger, M. (1986) Qué es metafísica, B. Aires, Siglo Veinte

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