miércoles, 25 de julio de 2012

TOMÁS DE AQUINO Y SU PLATONISMO

TOMÁS DE AQUINO Y SU PLATONISMO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
 

En esta conferencia se sostiene la tesis de que el aristotelismo cristiano de santo Tomás es profundamente platónico. El aristotelismo tomista es la fundamentación cristiana de la metafísica de las esencias platónico-aristotélica. Y esto se esclarece tomando en cuenta que así como el aristotelismo tomístico era algo bien distinto al aristotelismo de los averroístas, del mismo modo es algo bien desigual a ese aristotelismo naturalístico del peripato antiguo de Teofrasto, que censura la teología y el platonismo de Aristóteles para acentuar su realismo y empirismo. Interpretación que se prolonga en la Edad Media con Alejandro de Afrodisia y que llega a la culminación de su deformación durante la Ilustración del siglo XVIII.

Por algo, el agustinismo platónico llamó “anticristiano” al aristotelismo tomístico al dejarse impresionar demasiado por la nueva terminología del peripato, mientras que el averroísmo latino lo tildó de “poco aristotélico” al reparar más en el fondo de sus originales posturas. La realidad, sin embargo, es que santo Tomás actuó siempre desde el terreno del platonismo cristiano, donde intervenían de modo aún más operante los elementos idealísticos del neoplatonismo y del agustinismo, y todo ello sin dejar de ser aristotélico gracias a que captó la concordancia de base con su maestro Platón.

Pero este aserto requiere de dos precisiones previas. Primero, que en la tradición metafísica platónico-aristotélica no sólo hay trascendencia, verdades inmutables y eternas sino que la “idea” o la “forma” es “esencia”, es decir que en el realismo de las ideas estas son realidades y no mero producto subjetivo de la mente humana. Las ideas son realidades y lo real no es fundamentalmente lo fáctico. Incluso todo el sentido de la metafísica aristotélica sería levantarse de la substancia singular concreta a la substancia incondicionada del Primer Motor inmóvil. Además, en Aristóteles la esencia es esencia no por ser universal, sino que es universal porque es esencia, es eidos. Es decir, que la esencia aristotélica jamás pierde el fondo platónico.

Al respecto, un profundo conocedor de la filosofía aristotélica como J. Zürcher (Aristóteles. Werk und Geist, 1952) ha llegado a afirmar, no sin cierta exageración, que lo que queda de genuino del Corpus aristotélico sería la filosofía platónica, el resto es deformación de Teofrasto. Ciertamente que desde la antigüedad estuvo presente la impugnación a la metafísica de las esencias con el relativismo heracliteano, el escepticismo sofístico y la epojé de los escépticos del helenismo, sin embargo la batuta rectora lo tuvo la metafísica de las esencias con las verdades necesarias de razón y el concepto selectivo de ser como ser verdadero, que no incluye todo lo que existe en general. Es por eso que la idea platónica de la participación está en la base de la teoría tomista de la creación y del ser junto a la idea aristotélica de la causa eficiente.

Y en segundo lugar, un abordamiento de las posiciones fundamentales del tomismo no debería hablar simplemente de aristotelismo en santo Tomás, sino, más bien aclarar qué clase de aristotelismo es el suyo. Si para nosotros el Aristóteles histórico es ya problemático, cuánto más resulta ser el aristotelismo medieval. Para A. E. Taylor el platonismo nunca fue desplazado en los puntos decisivos de la concepción del mundo medieval. E. Hoffmann consideró que el platonismo no aportó nada sistemático a la filosofía eclesiástica. Pero desde Jaeger entre platonismo y aristotelismo hay más concordancia que discordancia. De esta suerte, es posible sostener que el aquinate captó la fundamental consonancia entre Platón y Aristóteles.

En otros términos, el aristotelismo cristiano de santo Tomás es profundamente platónico. Y esto se puede demostrar reparando en sus tesis básicas: la unicidad de la forma substancial, ausencia de materia en las substancias espirituales, las puras formas separadas, individuación por la materia, distinción real de esencia y existencia en las cosas creadas, primacía del entendimiento, dependencia del conocimiento intelectual respecto de la percepción sensible y la posibilidad de una creación eterna del mundo.

Así, por ejemplo, Santo Tomás valora el saber natural pero no por eso deriva hacia un empirismo. No hay empirismo en él porque justamente admite que el conocimiento espiritual rebasa la experiencia sensible, esto es que el entendimiento agente supera a la experiencia. Su intellectus agens es un momento apriórico en su teoría del conocimiento. Pero no se trata de un a priori funcional como en Kant, sino estructural porque parte del objeto que tiene su interna verdad, sus razones eternas, las cuales se reflejan en nuestra alma.  El intellectus agens participa de la luz divina, como única verdad que contiene en sí todas las verdades y todas las esencias. Por eso su abstracción no es moderna, pues se trata de una intuición abstractiva, una intuición de esencia. Es por eso que Sto. Tomás no duda de la metafísica como Abelardo, quien duda no de lo real aunque sí de la capacidad de nuestro conocimiento para conocer la verdad, sino que vuelve a san Agustín.

No obstante, a diferencia de san Buenaventura las razones eternas no están al comienzo sino al final, pero coincide con él en que la verdad se funda en la esencia participada de las formas eternas. Además, mientras que en Aristóteles la potencia intuitiva del intellectus agens presenta rasgos de divinidad, por el contrario en Sto. Tomás Dios no sintetiza ni analiza simplemente conoce.

También se ha dicho que la veritas rei es adecuación entre el ser y el pensar, es decir, si un juicio refleja conceptos objetivos de la realidad entonces es verdadero. Pero ello no repara en que mientras la mente humana es determinada y sólo determinante en las cosas artificiales, la cosa es determinante y determinada y la mente divina es determinante y no determinada. De modo que mientras las cosas naturales determinan nuestro conocimiento, ellas a su vez son determinadas por Dios.

Del mismo modo sucede en su doctrina del ser. Si bien el ser no es sólo la forma sino también la substancia primera, esto es, la esencia que existe en la materia individual, ello no quiere decir que la metafísica deje de ser una ciencia teológica, donde las esencias, las formas, los universales y los seres participan de Dios. Para el aquinate, como para la alta escolástica, lo real y objetivo no es lo que por ello entiende el materialismo, porque las cosas no sólo son materia sino también forma pensada por Dios.

Esto es que Sto. Tomás no sólo toma el concepto aristotélico   de   “propiedad   del   ser”,   dado que también recurre a la filosofía platónica con sus conceptos de “participación”, “analogía” y “trascendencia” para fusionarlos con los nuevos conceptos cristianos de ser creado y caridad. No hay duda que está platonizando cuando sostiene que el ser propio de las cosas se encuentra primero en Dios, a lo cual los escolásticos llamaron el modelo platónico de la “forma separada” (formae separatae), aunque no precisan siempre si esta separación es absoluta, sino sólo por relación con un determinado modo de ser, a saber, in se esse.

En Platón la idea es siempre totalmente ella misma, en cambio lo que participa de ella no es plenamente el ser, sino que sólo tiene parte de ella (Felón 73e 9-10; República 508ss). La “semejanza” es el trascendental de todos los trascendentales, como hecho ontológico de primer orden que origina la filosofía de la analogía del ser. Pues bien en Tomás se pierde el matiz de la separación platónica y se desvirtúa la formae separatae tomándolo absolute y no secundum quid.

No obstante, si ponemos el concepto de participación en relación con la idea de la creación, como efectivamente lo hace en S. th. I, 44, 1, tenemos que sólo ahondando en el núcleo del ser creado se conquista la idea de su fundamento en un maxime ens en conexión con el maxime verum.  Y aun cuando  Tomás  no  sea  totalmente  platónico en la doctrina de la creación es sumamente significativo que esté implícitamente citando el Fedón (103c y 105c) cuando afirma que todo lo blanco es blanco por la blancura y todo lo cálido es caliente por lo  cálido en sí. En suma, cuando Tomás utiliza el concepto de participación en la explicación de la creación como una emanatio lo hace conduciéndonos hasta el ser máximo y la máxima verdad.  
                                             
Su doctrina teleológica tampoco no se basa en una inducción del acontecer mundano comprobadas en la experiencia sino que opera una eidología apriorística que intuye formas, fines y tendencias en el conjunto cósmico. Y es que así como Aristóteles reduce la causa eficiente a la causa formal, de modo similar Tomás adquiere del Pseudo-Dionisio que la causa es más excelente que el efecto, de modo que en la causa suprema, que es Dios, está todo contenido.

En su opúsculo De los principios de la naturaleza pone de relieve la importancia de la causa final, y más tarde destaca que las causas finales son a la vez causas ejemplares, las cuales son buscadas en las ideas y razones eternas que hay en la mente de Dios (S. th. I, 15, 1 y 2; 16, 1). En el ser divino no encontramos solamente la actualidad de todas las formas sino también el orden perfecto del ser.

Por último, la valoración del fondo platónico del aristotelismo tomístico permite también apreciar la postura que asumieron los moderni, como se autodenominaban los círculos ockhamistas del nominalismo, en oposición al realismo de las ideas de los antiqui (antiguos). Lo que vino después es cosa conocida.

El repliegue de la metafísica de las esencias platónico-aristotélico arrastró el retroceso de la filosofía cristiana agustiniana-tomista. Dicha tendencia se desplegó ampliamente en la modernidad desde el empirismo, tendencia que señala la gran ruptura con la metafísica de las esencias, convierte la idea platónica de esencia en concepto y consagra a lo fáctico como lo único válido. Y hasta llegar a la posmodernidad con su nihilismo, escepticismo y relativismo anti platónico disolvente de toda verdad fuerte.

Lima, Salamanca 25 de Julio del 2012

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