sábado, 29 de diciembre de 2012

LA MUERTE DE SÓCRATES

POR QUÉ SOCRATES PREFIRIÓ MORIR
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 
En memoria de mi maestro y gran helenista
José Antonio Russo Delgado

INTROITO
“Ya es tiempo que nos retiremos de aquí, yo para morir, ustedes para vivir. ¿Quién lleva la mejor parte? Eso no lo sabe nadie salvo el Dios”, dice Sócrates en su tercer discurso de la Apología que corresponde a su despedida (41 d-42).

EL ENIGMA
Hasta hoy se discuten los motivos que tuvo Sócrates para aceptar la muerte antes de infringir la ley. Sócrates no accede a los ruegos de Critón para evadirse de la prisión. Considera que lo justo es respetar la ley aun cuando los hombres hayan hecho mal uso de ellas. Algo impensable en nuestro tiempo laico y secularizado, donde el orden legal positivo en un sistema democrático debe basarse en un orden moral más no en un orden religioso. Y por tanto, las leyes injustas deben ser impugnadas, corregidas y suplidas.

Por esto, un autor como Livingstone (Portrait of Socrates, being the Apology, Crito and Phaedo of Plato, Oxford, 1938) ha querido ver en Sócrates un defensor de la supremacía totalitaria del Estado sobre el individuo, la misma acusación de totalitario hace recaer Popper sobre Platón y su teoría política (La sociedad abierta y sus enemigos, 1945).

Mi ilustre maestro sanmarquino José Russo Delgado (1917-1997) ha rechazado que haya en Sócrates tal endiosamiento del Estado, pues señala que ya en otras ocasiones se opuso a éste por motivos de conciencia (Sócrates. Problema y mensaje. Editor Ignacio Prado Pastor, Lima s/f, pp. 208-210).

Para mí se tratan de motivaciones, en última instancia, de índole religiosa, antes que políticas o morales: creía en la recompensa en la otra vida por llevar una vida virtuosa. En otras palabras, Sócrates que no era antidemócrata, se negó al exilio y se sacrificó, elevando su muerte de una simple vendetta política hacia la cúspide filosófica de la inmortalidad del alma (Fedón), porque creía que el alma sobrevive a la muerte y que hay una sanción divina para justos e injustos. Soy consciente que esta interpretación mía rechaza como fuentes tanto la caricaturesca imagen de Sócrates ofrecida por Aristófanes y la bastante vulgar de Jenofonte, optando más bien por la imagen considerada más justa, aunque idealizada, de Platón.

Al respecto, ya es conocido que historiadores y especialistas como Döring y Brochard se inclinan por el Sócrates jenofóntico, mientras que Taylor y Burnet son partidarios decididos del Sócrates platónico. Otros como Antonio Tovar piensan que la verdad está entre la imagen jenofóntica y en la imagen platónica. El panorama se vuelve más confuso cuando estudiosos como K. Joël manifiestan que la imagen jenofóntica  es de origen cínica. Por mi parte considero que la fuente platónica ayuda a comprender bastante bien la parte racionalista en la doctrina y figura de Sócrates, pero la fuente jenofóntica contribuye a no desfigurar su pensamiento en un intelectualismo. Y es justamente este intelectualismo el que ha impedido comprender cabalmente la decisión de Sócrates de aceptar su propia muerte.

Es cierto que la motivación principal de Anito contra Sócrates no fue religiosa sino política, se le acusaba de haber tenido participación en la educación de los enemigos más temibles del Estado democrático ateniense: Alcibíades, Critias y Carmides. Pero Anito, uno de los líderes democráticos de la liberación de Atenas, que derrotó al feroz tirano Critias, el tío de Platón, se dispuso a sentar en el banquillo de los acusados al “maestro de la tiranía”, más no pudiendo hacerlo por razones políticas debido a una amnistía declarada poco antes, tuvo que cambiar la acusación por impiedad. Anito sólo pretendía exiliarlo y no convertirlo en un mártir.

Pero aquí hay que hacer una precisión, a saber, no estamos indagando las razones que llevaron a Sócrates ante el tribunal (las acusaciones de Anito, Melito y Licón fueron de impiedad y corromper a la juventud), sino la razones que tuvo él para aceptar respetar su sentencia de muerte. Si tuviésemos que enumerar las teorías que se han levantado en torno a los motivos que tuvo Sócrates para preferir morir tendríamos los siguientes:
·         Por totalitario (Livingstone)
·         Por obedecer a la ley (Russo)
·         Por sentirse sin ganas de luchar y vivir
·         Evadir la afrenta de un nuevo juicio que lo exiliara
·         Temía ser asesinado y denigrado por el bando democrático triunfante
·         Todo es una ficción platónica
·         Por confiar en la recompensa de ultratumba por la virtud
                                     

LA DIFICULTAD
Pienso que la principal dificultad para comprender la muerte de Sócrates es la imagen moderna que se tiene de él como un pensador que inventa la definición e inaugura el período antropológico en la filosofía griega, lo cual olvida sus vínculos con lo sobrenatural y religioso, y lo convierte en un pensador ético y epistémico por excelencia.

Nietzsche es el gran responsable de esta malinterpretación intelectualista de Sócrates. La interpretación racionalista de Platón es justa, la intelectualista de Nietzsche es distorsionadora. Nietzsche siempre estuvo fascinado por él y basado en la interpretación jenofóntica como hombre prudente y práctico, consideró al filósofo como el “sepulturero” de la gran metafísica de los presocráticos Anaximandro y Anaxágoras. Con ello convierte a Sócrates en el gran destructor del mito a favor de la razón.

Lo cual no es cierto. Ya Burnet había destacado que Sócrates, antes que Platón, quien ideó el concepto metafísico del alma. Por ello se yerra al decir que en él sólo tuvo una connotación moral, alma significaba  honestidad intelectual, inteligencia. Y fue Platón el que le dio al concepto de alma una dimensión metafísica, necesaria para su sistema y objetivo político. Por su parte, A. D. Winspear y T. Silverberg (Who was Socrates, 1938) tratan de defender un “Sócrates real y humano” no reproducido en ninguna de las fuentes clásicas pero, como señala Ferrater Mora, ello deja sin explicación su influencia sobre tipos tan diversos de hombres (platónicos, cínicos, megáricos y otras escuelas posteriores que lo reclamaron como suyo).

Es cierto que con Sócrates cambia la dirección del pensamiento. Gracias al oráculo de Delfos descubre que la sabiduría consiste en saber que no sabe nada, y en vez de dedicarse a las vanas controversias de los cosmólogos y los sofistas, declara que el sujeto humano es el centro de toda inquisición y “conocer el bien” es la cuestión capital. De ahí que su imperativo “Conócete a ti mismo” sea la línea divisoria entre el subjetivismo relativista de los sofistas y el subjetivismo ético socrático.
                                                                  
FE EN LO SOBRENATURAL
Sin embargo, ello no significa, como pretende Nietzsche, que sea el destructor del mito a favor de la razón. De lo contrario no tendría razón de ser su humanismo ético basado en la humildad del saber, según el cual, la misión del filósofo es dar a conocer a los hombres su propia ignorancia, pues el único sabio es Dios. La inteligencia completa no es humana, lo conocido por el hombre vale muy poco. Su misión es religar y educar.

Además, Sócrates tiene fe en la voz sobrenatural de su demonio que le habla, le disuade pero no le impele a hacer nada. El demonio socrático no puede ser inexistente, metafórico (Fouillé), fruto del genio (Bastide), anomalía del instinto (Nietzsche), ético (Wilamowitz), psicológico (J. Riddel) o parapsicológico (Myers), sino, que es eminentemente sobrenatural (Apuleyo, Tertuliano, Clemente de Alejandría), metafísico y espiritual (Hegel, Jean Brun, Bergson).

Pero no solamente tenemos la alusión a Dios y a la voz divina sino la confianza que para el hombre de bien no hay mal posible más allá de esta vida y que los dioses no desatienden su muerte (tercer discurso de la Apología). Es decir, está convencido que lo  mejor para él es morirse y librarse de los disgustos de esta vida. ¿De dónde proviene este convencimiento de la “oportunidad de la muerte”? La respuesta la da él mismo cuando pide a los atenienses que molesten a sus hijos como él los ha molestado si antes de preocuparse de la areté (virtud) se dedican a la riqueza o a cualquier otra cosa.

Se puede pensar que es comprensible de un hombre septuagenario decir tales cosas por el natural cansancio de vivir y por sentirse sin ganas de luchar. Pero esto no se condice con el testimonio férreo y firme de su defensa ante sus acusadores. Por cual aquí no se trata de cansancio vital, se trata de otra cosa. La iluminación a este enigma nos sobreviene cuando dice: “Ya es tiempo que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Quién lleva la mejor parte? Eso no lo sabe nadie salvo Dios”.

El “salvo Dios” o solamente Dios constituyen la explicación religiosa definitiva de la aceptación de la muerte por Sócrates, quien decide intencionadamente emprender el último viaje. Hay en Sócrates una creencia escatológica por el bien futuro en el mundo del más allá. Virtud, razón y fe no son, por tanto, contradictorios en Sócrates, sino, al contrario, son  complementarios. Es razonable creer que una vida virtuosa tenga su recompensa en la muerte. Y esto es así porque lo escatológico no sólo mira al mundo tras la muerte, sino que reconoce que en el mundo de la vida hay verdades escatológicas insertadas en él. A propósito se ha dicho que Sócrates era agnóstico, lo cual es muy poco sostenible con estas palabras: “Si los ablandara con sus súplicas los estaría haciendo violar su juramento y estarían entonces sí, tanto él como los jueces en verdad ofendiendo a los dioses. Pero no es así, creo en ellos y por eso me encomiendo a vosotros y al Dios de Delfos para que me juzguéis conforme creáis mejor para vosotros y para mí” (Apología 35 d). Sócrates era creyente y no agnóstico.

El descubrimiento de la areté insertó a Sócrates más profundamente en el mundo religioso. Con lo cual se desploma la interpretación intelectualista y antimetafísica nietzscheana de Sócrates. En otras palabras, Sócrates  prefirió morir no sólo porque creía en la inmortalidad del alma sino porque estaba convencido de la justicia divina.

De haber estado desprovisto de esta convicción se hubiese convertido en un idólatra de la ley y del Estado (solución político-totalitaria de Livingstone) o en mero dogmático de la virtud (solución ética). Pero Sócrates no es ni lo uno ni lo otro, en vez de ello suma razones de índole religiosa y ontológico-metafísica:
·         Creencia en Dios,
·         voz divina,
·         inmortalidad del alma, y
·         justicia divina.

Y con este pertrecho metafísico emprende su último viaje sin retorno bebiendo la copa mortal de la cicuta.

POST SCRIPTUM
Yo creo que la motivación religiosa que tuvo Sócrates para morir es de especial significación para nuestro tiempo descreído y nihilista. Pues, las ideas y creencias del hombre actual prefiere ver la causa de la muerte de Sócrates en la funcional motivación ético y hasta política, antes que en la substancial motivación metafísico-religiosa.

El cuestionamiento abierto de la modernidad y las exageraciones relativistas y hedonistas del posmodernismo no han hecho, sino, demostrar que la cultura de la increencia ha hundido más al hombre actual en el materialismo y pragmatismo más decadente.

El ejemplo de Sócrates es paradigmático en nuestro tiempo para recuperar lo espiritual, lo metafísico y religioso, dentro de un sano equilibrio entre razón y fe, que haga posible la reconstrucción de la cultura humana.

Lima, Salamanca 29 de Diciembre 2012

1 comentario:

  1. Profesor Gustavo,
    Lo saluda un joven ávido de introducirse en el gremio supremo de la filosofía. Cuento sólo 16 años, y llevo ya 5 años de autodidacta, empero recién hace 3 años y poco más he tenido la madurez mental y la abstracción para sumergirme en la lectura de fuentes primarias filosóficas. Quisiera haber podido aprovechar más aquellos años, pero no he tenido mentor además de mi motivación personal.
    Le escribo con el desparpajo y frescura de mi generación, si se me permite excusar mis sinvergonzonerías con mi edad y la cultura emergente que me toca vivir, para conciliar quizás y rogarle alguna asistencia en cuanto a mi eterno compromiso con el aprendizaje. Leyendo sus artículos y ensayos se reconoce sin el mínimo esfuerzo un espíritu de docencia vertido en sus palabras, apelo con todas mis fuerzas hacia aquel maestro latente en su persona para suplicar discipulado.

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