viernes, 20 de julio de 2012

INCA GARCILASO Y RELIGION INCA

EL INCA GARCILASO DE LA VEGA
Y EL DIOS HENOTEÍSTA DEL IMPERIO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 

Los análisis ponderados y eruditos de Riva Agüero y Porras Barrenechea  respecto a la versión de Garcilaso sobre el Incario son coincidentes, esto es, fue veraz y original, a pesar de sus unilateralidades, omisiones e idealismo.

No obstante ambos llegan a decir que el Inca se empeñó en demostrar el monoteísmo incaico y la creencia entre los Incas en la idea del Dios invisible, creador y todopoderoso. Negó por esto, contradiciendo a cronistas aparentemente más imparciales y directamente informados, el politeísmo, el fetichismo y particularmente los sacrificios humanos atestiguados tanto por cronistas indios y españoles.

Este es un punto todavía vivamente discutido entre los especialistas de la religión incaica. Sobre el caso, recuerdo un Seminario desarrollado en el Instituto de Ciencia y Tecnología sobre el libro de Estermann, Filosofía Andina desde un enfoque intercultural, que organizó el desaparecido profesor universitario Gerardo Ramos en la Universidad Ricardo Palma, personalmente comprometido con la tesis de que no somos occidentales sino andinos, y que llegado el momento de la sesión final su discípulo el sociólogo José Mendívil, apoyado con la presencia del considerado filósofo sanmarquino Peña Cabrera, impugnaron fiera y decididamente contra nosotros (Luis Alvizuri, Odilón Guillén, Julio Rivera, Salomón Ruíz) y las tesis garcilasistas, mostrándose a favor de la versión de Guamán Poma y de la negación del filosofar precolombino.

En otras palabras, lo que quiero dar a entender es que a pesar del gran trabajo de exégesis y reivindicación de la obra garcilasina realizada por Riva Agüero, Porras Barrenechea, José Durand, Aurelio Miró Quesada Sosa y Ricardo González Vigil, persiste con fuerza los émulos de su impugnación repitiendo las resentidas y obcecadas acusaciones de la torcida crítica del siglo XIX (Anello Oliva, Tschudi, Ticknor, González de la Rosa y Menéndez y Pelayo, continuadores del clérigo Montesinos) que lo acusó de inventor y plagiario. Quizá la variante que presentan es su apego fanático a la versión antihispanista del cronista indio Guamán Poma de Ayala. Y es que el indigenismo a ultranza no ve a Garcilaso como un mesticista sino como un hispanista.

Salvando estas distorsiones el descubrimiento arqueológico de la momia Juanita, descubierta en el nevado de Ampato en 1995, como una ofrenda tardía de los Incas ante las calamidades que estaban padeciendo, confirma contra Garcilaso que en el Imperio sí hubo sacrificios humanos, aunque restringido a situaciones límite.

Al respecto conviene traer a colación los dos libros de René Girard. En el primero, La Violencia y lo Sagrado (1972), afirma que el sacrificio de una única víctima aseguraba la cohesión del grupo; mientras que en el segundo, Las cosas ocultas desde la fundación del mundo (1978), asegura que el evangelio puso fin a dicha lógica del sacrificio al subrayar la inocencia de la víctima propiciatoria, desde entonces el amor sustituyó a la venganza. La explicación del misterio del sacrificio a través del deseo mimético de traer el orden celeste al terrestre no se contrapone a la morigeración del sacrificio humano en los incas.

En otras palabras, los incas combatieron el sacrificio humano en las provincias del imperio y se lo reservaron para ellos sólo en circunstancias especiales. De modo que Garcilaso no mintió en lo primero, aunque omitió lo segundo. Este tipo de omisiones es recurrente en el Inca Garcilaso y lo más probable es que esté relacionado con su proyecto de país mestizo con gobierno propio que tenía entre manos.

En segundo lugar, sobre el politeísmo hay que observar la casi unanimidad de que el Imperio fue tolerante con los dioses locales siempre y cuando no colisionaran con los preceptos implícitos en el reconocimiento del único dios solar de los incas. La escuela difusionista  de la antropología sostiene que el dominio del culto solar, como personificación de la luz, el calor y la vida,  se extendió por casi todo  el mundo, desde Egipto e Inglaterra, la isla de Pascua a México y Perú.

En el incario el gran templo piramidal de Pachacamac fue construido en honor del sol. Esta forma de coexistencia de una deidad suprema entre otros muchos otros dioses fue denominado por Max Müller con el término de Henoteísmo. En este sentido el Imperio Inca no fue politeísta, sino, más exactamente, henoteísta. De modo que Garcilaso nuevamente no mintió, pues los incas creían en un solo dios, el Sol, sólo que omitió mencionar que debajo de éste admitían politeístamente otros dioses.

Ahora bien, que dicho Dios era invisible, creador y todopoderoso está en discusión. Así Garcilaso corrige al cronista Cieza la traducción del término Pachacamac, como “animador” del mundo en vez de “creador” del mundo. Esto se condice con la misma traducción que ofrece Diego González Holguín en su Diccionario Quechua (1608), el cual lo traduce como “criador”. Esta acción “ordenadora” implica una identificación entre Pachacamac y Wiracocha en los incas, lo cual haría pensar que en la élite cusqueña Pachacamac dejó de ser la deidad subterránea que sostiene María Rostworowski, para ser la deidad ordenadora. El culto a Wiracocha, como subraya Waldemar Espinoza Soriano, se remonta a los imperios Tiahuanaco y Wari. Pero por testimonio de Garcilaso la fusión con Pachacamac se daría con los incas.

Esta sutil diferencia tiene una significación de largo alcance, porque está subyacente toda una cosmogénesis de diferente estirpe. El término “criador” implica un dios ordenador que forma el mundo a partir de un material preexistente. Esto es una base metafísica dualista. Mientras que el término “creador” envuelve un dios omnipotente, propio del cristianismo, que forma el mundo a partir de la nada. Lo cual supone una base metafísica monista.

Monismo no es monoteísmo, así que los incas pudieron ser monoteístas sin ser monistas. Es más, afirmo que así fue. Además, Garcilaso escribe de estas cosas ya siendo clérigo, habiendo estudiado mucha filosofía renacentista y habiendo consultado sobre asuntos de doctrina con sus asesores los padres humanistas el jesuita Jerónimo de Prado y el agustino Fernando de Zárate. De manera que el Inca Garcilaso no yerra al corregir a Cieza y al afirmar el monoteísmo inca, aunque exagera al pretender presentarlo como todopoderoso.

Ahora bien, el monoteísmo inca ¿fue trascendente o inmanente? Si el dios sol no se limitó a “lo que se ve” sino a un “animador” de las cosas, como lo entiende Garcilaso, entonces se trata de una divinidad invisible y ya no visible. Esto supone una divinidad trascendente y ya no inmanente. Lo cual rompe el esquema panteísta tan comúnmente atribuido a los incas. Y esto lo digo a contrapelo del actual neopaganismo indigenista que trata de revivir el panteísmo andino tratando de desandar el camino trazado por la evangelización y la extirpación de idolatrías.

No negamos que el panteísmo haya estado presente de forma muy extensiva en las religiones locales, y en esto Estermann tendría razón,  pero no lo tendría en lo que concierne a los incas. Pues para ellos Pachacamac, su suprema divinidad invisible, es animador del mundo y no es precisamente el mundo, no forma parte suya. El ordenador y el caos son anteriores al mundo, sólo el orden se identifica con el mundo celeste, terrestre e inframundo. Las divinidades inferiores (pachamama, la luna, el rayo, el maíz, la lluvia, el demonio) se identificaban con el mundo, pero el dios supremo ordenador no. Por lo cual hay un primer distanciamiento respecto del panteísmo.

En suma, Garcilaso no mintió respecto a la religión inca porque su monoteísmo no es monismo sino henoteísmo, los sacrificios humanos fueron muy limitados y reservados sólo al sacerdocio oficial en casos extremos, y su dios invisible fue sólo “ordenador” y no un “creador” omnipotente.

Lima, Salamanca 19 de Julio 2012