lunes, 3 de septiembre de 2012

INSENSATEZ DE CIVILIZACIÓN TÉCNICA

LA INSENSATEZ DE NUESTRA CIVILIZACIÓN TÉCNICA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
El que ríe es que aun no ha oído las terribles noticias
Bertolt Brecht
 


Nuestra civilización técnica ha arrancado a la humanidad de las formas naturales y la ha precipitado por el camino de la máxima concentración de poder político y de la torturante expansión económica, en una creciente tensión desesperada, y sin fin, que buscando más poder y prosperidad para las masas regimentadas y funcionalizadas en una esclavitud creciente, ha destruido la naturaleza, las relaciones humanas y ha hipertrofiado el encanallamiento, la obsesión económica y la insensata excitación de los deseos humanos.
El terrible mal que amenaza con la locura universal es el del triunfo de la sociedad mecanizada a través del invento del Estado nacional. Según estudiosos como Sombart (Guerra y Capitalismo), Pirenne (Historia de Europa), Naef (La idea del Estado en la Edad Moderna), Ellul (Historia de las instituciones), Scheneider (El nacimiento de los Estados nacionales) y Mumford (Técnica y civilización), Dobb (Estudios sobre el desarrollo del capitalismo), y North y Thomas (El nacimiento del mundo occidental), la revolución industrial pudo triunfar sobre la base de la aparición del Estado nacional en el siglo XIII, el cual implementó las reformas económicas y sociales que hizo posible la economía dineraria y la organización burocrática en vista del aumento de los beneficios.
Poder centralizado, economía de mercado y revolución técnica se dan la mano en la actual civilización artificial para imponer su voluntad al verdadero ser de los pueblos. La consecuencia ha sido la destrucción y ruina del hombre natural aunado a la devastación de la Naturaleza y el quebranto de las relaciones humanas.
Querer ver la civilización técnica sólo como un conjunto de máquinas es cerrarse a la comprensión de este fenómeno y, lo que es peor, reducir a su insignificancia un asunto tan trascendental. En su sentido propio encarna la voluntad de poder de los Valois, Borbón, Tudor o Habsburgo y de todos los promotores de la triunfante jornada del capitalismo a través de la historia occidental.
 
                                                           

Y cuál ha sido el resultado de tanta excitación artificial. El triunfo de las necias y vulgares ambiciones, masas enteras lanzadas a la búsqueda de la moda, lo superfluo, la frivolidad, la riqueza y el lujo. El gran pecado de fomentar las necesidades artificiales es parte inherente de la civilización técnica. Abolido el ritmo de la naturaleza se vuelve normal acostarse casi a media noche y prolongar la luz del día de modo artificial. La sociedad del espectáculo comenzó a brillar desde que la humanidad estuvo dominada por el espíritu de lucro, el mundo del ascenso social, la codicia, la obsesión económica, los hombres-máquina, y el encanallamiento de los negocios. Cuando Kaspárov perdió en 1997 la partida de ajedrez ante la máquina de la IBM Deep Blue, manifestó que fue una tragedia para la humanidad porque siempre estuvo convencido que el resultado tenía que ver con la dudosa ética de las corporaciones. Por más que dicha computadora no fue una máquina ordinaria, resultó muy dudoso que se desmantelara la máquina, obtuviera la empresa el incremento de sus acciones, el premio quedara en casa, el valor de la compañía se extendió muchísimo y sospechosamente no se hicieron más experimentos.
La civilización técnica es, en este sentido, el adiós a la verdad, la encarnación del nihilismo, la disolución de todo principio de autoridad y objetividad, la imposición de la nueva racionalidad única, la hermenéutica y violencia anómica y la radicalización del subjetivismo imperante. En su vientre repulsivo ya se gestaban todos esos pensadores posmodernos en boga con su orientación pragmática y ontología del crepúsculo. Así la Koiné cultural de la actualidad es la interpretación que se corresponde con la hipertrofia de la organización y la correlativa esclavitud del hombre.  Es natural, entonces, que se imponga la inautenticidad del hombre, el olvido del ser, el imperio de la nada y la errancia de la esencia.
La actitud ontológica de técnica tenía que ir de la mano con la desvalorización de los valores supremos porque sin cesar ha contribuido a crear más prosperidad y poder para las masas manipuladas que han abdicado de su personalidad y en vista de resultados materiales maravillosos se cree que la obra es tanto más grande cuanto mayor es la humillación. Nada extraño tiene, por consiguiente, que se debilite el principio de realidad, que los contenidos de vuelvan meras imágenes, lo virtual anula lo real (Baudrillard), la felicidad es el consumo y el espectáculo (Félix Duque), la autoconciencia es una ilusión (Rorty), los enunciados son archivos o acontecimientos (Foucault), la historia se disuelve en historias locales (Vattimo). Todo lo cual coincide con una vida económica que de productiva se vuelve especulativa. El 95% de las transacciones financieras son especulativas (Chomsky). Una vez eliminada la naturaleza y Dios se avanza hacia la eliminación del sujeto mismo (Ricoeur).

                                            

El progreso económico exige, como condición esencial, la sumisión de grandes masas a una inteligencia directriz. El Partido, el Estado, el Mercado donde “desde adentro” y “desde afuera” se impone la anulación de la certidumbre de los hechos, la liquidación total de la personalidad y el triunfo de la estupefacción mediática junto al consumo ansioso. La sociabilidad alcanza una expansión inaudita, la extraversión –nota característica en la mujer- invade al hombre, la sociedad y la cultura pierde profundidad, periclitan las esperanzas reformadoras, las calles se iluminan, el espectáculo del comercio impera por doquier, prolifera la imagen del espectáculo (Debord) y la extravagante armazón histórica de la civilización histórica encuentra su remate en el último invento que entretenga a las masas mediumnizados, babélicas e indiferenciadas.
Al triunfo de la civilización técnica le acompaña la victoria de la puerilidad. Se impone lo artificial y con ello toda clase de bagatelas que son expuestos en las vitrinas de los negocios importantes. Es más, hacer bagatelas es algo importante. Modas, adornos, preferencias, convenciones, trajes, etc., se apresuran en ser copiadas en todas las ciudades del mundo.
En una palabra toda la insensatez de nuestra civilización técnica se revela en un proceso que centraliza, burocratiza, nivela, mecaniza, racionaliza, fusiona los Estados en un Estado, engendra una comunidad de hombres esclavizados por la autoridad anónima del mercado y elimina del individuo la posibilidad de fecundar y robustecer su propia personalidad.
La civilización artificial ha hecho posible la creación del hombre parcial, su incorporación a un todo predominante, el triunfo del activismo y ha trastornado desde el fondo mismo la cultura entera.
Todo lo cual nos hace pensar que si quisiéramos reconducir a la humanidad hacia formas de vida  más “naturales”, no basta en volverse naturista, sino que viendo el asunto en serio y profundidad, ello implica tener que acabar con la torturante expansión económica, la máxima concentración de poder político y vencer la manía por los inventos técnicos y las posesiones materiales. Pues esta insensata marcha de nuestra civilización sólo fortalece la creciente esclavitud del hombre y garantiza su destrucción.

                                         

Que la civilización técnica ha potenciado la capacidad de autodestrucción de la humanidad es un hecho indiscutible. Los arsenales nucleares superan varias toneladas de trilita por habitante en el planeta, la guerra nuclear sería mutagénica y carcinógena en proporciones que amenazarían la continuidad de la especie, los usos pacíficos de la energía atómica implica un grave riesgo genético y sanitario, pues el plutonio, antes prácticamente inexistente, seguirá siendo peligroso durante un  millón de años, y otros subproductos radiactivos escapan directamente al aire y al  agua, incluso los que son arrojados al mar en contenedores acabarán por abrirse  contaminando nuestro aire, agua y alimentos, y las centrales nucleares son sólo el paroxismo de una tecnología inhumana, sin ética, cuyo éxito es la destrucción masiva de los ambientes naturales,  la contaminación química y el  exterminio de muchas especies. La explosión demográfica actual es consecuencia de la civilización técnica basada en recursos no renovables. La búsqueda de tecnologías compatibles con la propia naturaleza biológica y la reproducción responsable son utopías que se manejan en contra de la carrera con los jinetes del apocalipsis.
En todo lo demás que el lector saque la punta a la vía de salvación que aun está abierta y necesita ser revelada. Hay quienes piensan que ya no es posible asumir la noble naturalidad, la abstención de lo superfluo y la educación según naturaleza, que la humanidad consumista es una causa perdida, pero luchemos para que a estos necios y vulgares agoreros no les silencie el apocalipsis que insensatamente promueven sin saberlo. Aun estamos a tiempo para detener la perturbada locura universal de la excitación dinámica de la presente civilización artificial.
Lima, Salamanca 03 de setiembre 2012

EL AMOR EN OCCIDENTE

SENTIDO HISTÓRICO DEL AMOR
 EN OCCIDENTE 
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía


Tiempos degenerados producen sexo degenerado. El de hoy tiene una manifestación muy clara, a saber, la del consenso político que manipula a las masas decadentes y sin espíritu para que se acepte el sexo antinatural como si fuese natural. Lo cual no llama la atención, pues no hay que ser muy suspicaces para darse cuenta que hacia esto tenía que ir toda una civilización artificial y técnica que se sustenta en la locura universal del terrible mal de la exitación permanente.
Cada generación histórica forja un concepto del amor que responde a la modalidad filosófica, literaria y artística del ambiente de ese tiempo. Unas veces la renovación del impulso amoroso procede de lo intelectual otras veces de lo sensible. Y así la atracción de los sexos permanece idéntico por causas biológicas. La curva histórica del amor ha dibujado una trayectoria que va desde las cumbres del amor espiritual hasta los abismos del amor carnal. Sin embargo, en el siglo veinte se acentuaron el carácter trágico del amor al diluirlo en sexo y poderío. Pero como el amor es un fenómeno psicógeno que involucra lo anímico y lo fisiológico, su cambio parasitario ha producido más daño en lo anímico. El hombre de hoy vive con más intensidad su neurosis sexual, la cultura nihilista posmoderna con su relativización a ultranza agudizó el conflicto erótico. La inundación masiva de la pornografía por medios gráficos y cibernéticos ha borrado no sólo la frontera entre sexismo y erotismo, sino que ésta última casi ha desaparecido. El repliegue extremo del erotismo indica que hemos alcanzado una de los períodos de mayor decadencia sexual, pues sin arte, sin amor y sin los valores de la fidelidad y el matrimonio degenera el instinto de nuestra propia dignidad.

                                               

El amor en los mitos griegos, que surgen en la oscura Edad de su barbarie cuando se imponían sobre los minoicos y que se disipa en el siglo VIII a. de C., se plasma en el misterio del eterno femenino y de forma poética expresa la tragedia psíquica de los sexos. El corazón de la mujer es retratado como veleidoso y voluble. El mito de Orfeo y Eurídice representa la insatisfacción humana por la insuficiencia de lo real, la duda, la inseguridad. El mito de Atalanta encarna que no hay mujer imposible. El mito de Acis y Galatea representa la infidelidad disculpable. El mito de Céfalo y Proclis exhibe lo frágil de la fidelidad. Pero el mito más profundo de todos es el de Psiquis y Cupido, donde el amor y sabiduría sólo se fusionan en la eternidad. En amor en la filosofía griega, en plena crisis de la ciudad-estado, no desprecia a la mujer, la familia, el sexo o el matrimonio, sino que pone en primer lugar a la Virtud, el Bien, la Felicidad, el placer espiritual, la moderación, la sabiduría, y la tranquilidad interior. El homosexualismo era practicado y tolerado, pero no se les ocurrió como hoy consagrar en matrimonio la relación homosexual. Todo lo que va contra la ley natural es degenerativo. El simbolismo numérico pitagórico no incitó el desprecio a la mujer sino por el contrario inculca una moral ascética, aprehendida en Egipto y Oriente Medio, sólo reprobaba la intemperancia. El 8 es el número del amor, el 5 del matrimonio, el 2 de la mujer y el 3 del hombre. El Sócrates de Jenofonte presenta con realismo el ideal socrático de lo bello y de la tolerancia con la endemoniada maledicencia de su mujer Jantipa. En Platón el amor es afán de inmortalidad, búsqueda de fecundidad superior y de la fertilidad de las ideas. Aristóteles, en plena decadencia de las ciudades-estados y su reemplazo por las super ciudades-estados, se aboca a encontrar las soluciones prácticas del amor. No desprecia el placer aunque el verdadero placer sea el de la inteligencia. El hombre debe gobernar a la mujer, reivindica a la familia, la propiedad privada y que debe limitarse el número de hijos. La escuela cínica de Sínope con Diógenes y Antístenes, al suprimirse las soberanías de las ciudades-estados e imponerse el imperio mundial de Alejandro, sustituye el amor matrimonial por el amor libre para no perturbar el camino de la sabiduría. En la misma línea Epicuro coloca el amor espiritual por encima del amor carnal y aspira a la ataraxia o tranquilidad interior. El estoicismo de Zenón cree en la moderación y amor libre. Pero estos ya eran tiempos finiseculares del helenismo y su colapso determinaba su agotamiento espiritual. El colapso del helenismo fue de descenso del amor en los abisales de los excesos carnales.

                                                    

El amor en la vida cotidiana de los griegos era contrastado. Esparta convirtió a la mujer en cría para el Estado, pero su papel en la vida civil era mucho más preponderante que en toda la Hélade. Atenas dignificó a la mujer, el matrimonio y el amor espiritual sobre todo cuando con Pericles se impuso el imperio ateniense. El amor en la roma imperial se distinguió por su rectitud, austeridad y virtudes ciudadanas, pero con los triunfos militares de la etapa imperial se desencadenó la depravación moral. Ovidio estaba de moda. Oh tempore oh mores (oh tiempo, oh costumbres). La época de Séneca fue de diversión depravada, lo cual era combatido por el estoicismo de Epícteto y Marco Aurelio. La época de Plinio el Joven fue de retorno a la sana moral, movimiento que culmina con el triunfo del cristianismo con Constantino.
El legado del helenismo no murió sino que fue conservado por las tres civilizaciones nuevas: la islámica, la cristiana occidental y la cristiana oriental. La cuestión amorosa en el mundo visigodo, profundamente cristiano, no condenaba la belleza femenina y por el contrario la asumía como un camino para comprender la belleza espiritual. Y en sus leyes primaba un criterio moralizante sobre lo racial y social. Sus severas normas castigaban la desviación sexual, la conducta escandalosa y la codicia. En la Alta Edad Media, época de elevada espiritualidad no sólo en occidente sino en todo el mundo, el amor tuvo tres etapas. el cantar de gesta que exalta la fidelidad (s. XI-XIII), el heroico amor caballeresco (S. XIV-XV) y el poético amor trovadoresco de las cortes (s. XII-XVI). En la Baja Edad Media se presentan otras tres formas de amor: el idealismo amoroso (Dante, Petrarca), el amor cortés pastoril (Lope de Vega, Cervantes y Garcilaso de la Vega) y el amor loco (Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas y Arcipreste de Talavera). En otras palabras, en la Edad Media, que no es lo mismo que feudalismo (la cual fue sólo una solución temporal del siglo X al XIII ante la debilidad del Estado frente a las nuevas monarquías, la burguesía y las cruzadas), el amor principia con una elevada espiritualidad y termina con una ligera atenuación de sus formas, pero sin llegar a los excesos lujuriosos del fin de la Edad Antigua.
El Renacimiento es una época orientada hacia la mujer, ya no es vista como objeto de perdición sino como un regalo de Dios, que alegra la vida doméstica y social. No obstante, los moralistas como Fray Luis de león y Luis Vives ven peligrosa la reciente libertad de la mujer. Por entonces, se hace famosa la locura de celos de Juana la Loca con su mujeriego marido Felipe el Hermoso. Don Quijote idealiza el amor y Hamlet ve el amor con egoísmo personal. El siglo XVII del amor estuvo signado por la alcurnia, la moral y los proyectos personales, cuando no por la política y la religión de Estado. Era el momento del donjuanismo -interpretado por Don Gregorio Marañón como narcisismo- y la elección femenina materialista.

                                                      

Werner Sombart en su libro Lujo y capitalismo subrayó que el capitalismo nace del señorío de la mujer en la corte, la sustitución del amor santificado por el amor hedonístico, el triunfo del amor libre, impulso de lo terrenal, el lujo, lo suntuoso y el carácter exportador de la economía. El triunfo de la mujer para Sombart está así asociado no sólo a la victoria del lujo sino también del capitalismo. La lady es la que da forma al capitalismo. Ahora bien, existía el don Juan sincero y el hipócrita. Las cortesanas dominaban la vida del rey francés Luis XIV. En la corte palaciega de Felipe IV, español, predominaba la vida frívola, sin cortesanas dominantes y la presencia de múltiples bastardos. En Inglaterra el amor se mezcló infortunadamente con la política y la religión. 
Pero el siglo de la voluptuosidad fue el siglo XVIII, donde impera lo sensual sobre lo sentimental. La mujer es vista como hembra, limitada espiritualmente y sólo valorada por su hermosura y honestidad. En el periodo inmediatamente posterior a la Revolución Francesa la naciente democracia excluye a la mujer de la vida pública y ciudadana. El argumento de fondo que se debatía era si la mujer tenía una razón o era mero cuerpo y sentimiento. En la discusión intervinieron Marechal, Madame Gacon-Dufour, Madame Clement-Hémery, Condorcet, Fourier, Proudhon, Stendhal, Cabanis, Balzac, Josef de Maistre, Sade, entre otros. Para los maximalistas la mujer tiene una razón sexuada, para los minimalistas la razón no tiene sexo. Para los primeros la mujer sólo tiene razón práctica y no razón teórica; para los segundos la mujer puede llegar a ser genio. Esta discusión hasta la actualidad entre esencialistas y procesalistas sigue abierta. De 1800 a 1850 domina el idealista Romanticismo con su proclividad introvertida, sentimental y meditabunda, que hizo del tema del amor el tema fundamental de la humanidad. Goethe, Heine, Hôlderlin, Novalis y el idealismo alemán dominan la interpretación del momento. Desde 1850 surge la reacción realista que prefiere lo crudo y natural, donde se ve al amor sin cursilería ni idealismo.
El siglo veinte, conmovido por dos guerras mundiales, revoluciones científicas, culturales y sociales, tuvo un protagonista singular con la revolución sexual y la píldora. Lo que liberó a la mujer del instinto sexual reproductor y la insertó con mayor vigor en el predominio del amor libre. Pero también es la época del consumismo capitalista que se vuelve hegemónico tras colapso del comunismo y el declive de las ideologías. Su resultado es el predominio de la mujer-objeto. En esta época el amor se despoja de la venda sentimental, entonces el instinto sexual se libera del amor y existe sin él. Frente al espíritu de competencia y el afán de lucro el amor sin sentimientos se ve libre de las ataduras para ofrecer el placer sexual como una mercancía más. Y así florece la industria de la pornografía, es decir amor físico sin sentimiento ni ideal. El amor deteriorado desde su entraña se torna pornográfico. Todo se queda en apetencia biológica. Se cae en el escepticismo en el amor.

                                                 
 
El amor en Occidente queda atrapado en un neurótico instinto de poderío para fines subalternos -dinero, poder, placer-. En la cultura nihilista posmoderna que transita el siglo veintiuno el amor termina evaporándose en instinto sexual e instinto de poderío. La intensa polémica en torno al derecho de los homosexuales al matrimonio civil -aprobado ya por varios países y siempre denunciada por la Iglesia- es fiel reflejo del deterioro relativista del derecho natural. Sucumbe el amor verdadero y espiritual frente a la exaltación del amor carnal, físico y el sexismo. El hombre posmoderno vive con más intensidad su neurosis sexual, el conflicto erótico se agudizó. No obstante sería absurdo no ver que el intento de habituar al hombre a la locura universal de la excitación continua y permanente se origina en la modernidad.  El contagio reformador por innovar a diario y sentirse inquebrantablemente atraído por el ardor continuo es un invento de nuestra civilización técnica y artificial. No hay que devanarse los sesos para darse cuenta que el verse arrastrado por el afán de novedades tiene que ver con la destrucción y ruina del hombre como ser natural. Así, el sexismo obsesivo y cada día más antinatural que descaminadamente desemboca el hombre moderno es consecuencia de un proceso extraviado que ha comenzado con la civilización técnica.
Si el siglo dieciocho fue el siglo de la voluptuosidad, el siglo veintiuno es el siglo pornográfico por excelencia, de carencia de vida normativa y moral en las relaciones sentimentales, de imperio del hombre anético que cree dictar el bien y el mal, y que delinea una época crepuscular, de hundimiento y declive espiritual de la civilización occidental.
La relación de la humanidad con el amor no es adjetiva y circunstancial sino sustancial a su propio destino. Cuando el amor degeneró en relación sensible casi siempre señaló el declive de una civilización, cuando el amor se extremó en amor intelectual casi siempre indicó el comienzo de un conflicto de las energías amatorias. Un equilibrio entre lo carnal y lo intelectual sería lo deseable. Sin embargo, aquí no se trata de condenar el placer sino de advertir la relación estrecha que existe entre el  colapso civilizatorio y la decadencia del amor espiritual. Y dicho colapso esta relacionado con el triunfo de la civilización técnica y el imperio de las necesidades artificiales, que extravían y excitan de modo permanente a la pobre humanidad atrapada en la locura universal.

Lima, Salamanca 03 de setiembre del 2012