miércoles, 5 de septiembre de 2012

CAMBIO CIVILIZATORIO

LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN TÉCNICA
 Y LA NUEVA ORIENTACIÓN ESPIRITUAL
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Los más grandes avances de la civilización son procesos que
Casi hunden a las sociedades en que se producen.
Alfred N. Whitehead

 

No hay ley histórica ineluctable, no hay fatalidad en la historia, lo que el hombre ha hecho, el hombre lo puede deshacer. Por lo cual pensar que la civilización técnica es un proceso histórico irreversible es uno de los errores más profundos de nuestro tiempo. Todo lo que se necesita es una nueva organización y tiempo, entonces una nueva vida surgirá. El progreso moderno, por imponente que parezca, es una desviación de la naturaleza, algo artificial y, en consecuencia, algo fácil de desarraigar. Esto no significa la enemiga a los antibióticos, sino hacia todo el lujo y comodidades que hacen que esta civilización se asiente humanamente en lo superfluo.

Por eso carece de sentido hablar aisladamente de las amenazas globales que vive la humanidad hoy en día sin vincularla a su origen en la civilización técnica. Junto a la amenaza de la guerra nuclear –debido a la creciente tensión entre las potencias por el asunto de la carrera atómica de Irán en Oriente Medio- el mayor espantajo que la humanidad enfrenta hoy es el desastre climático que se cierne sobre nuestras cabezas.

Mucha tinta se ha derramado para demostrar que la humanidad anda desbocada y nuestra sociedad está en una encrucijada. Se ha dicho que es necesario desarrollar una mentalidad ecuménica, nuevos conceptos y nuevos valores para enfrentar un destino común. Se ha insistido en que la pobreza y la riqueza ejercen presión sobre el medio ambiente y que ambos la destruyen. Incluso no han faltado investigaciones que subrayan que el debate actual del cambio climático está demasiado enardecido, tratando de mostrar que el clima de la tierra cambia de forma constante y el actual calentamiento hubiera ocurrido sin ayuda del hombre. Así los científicos tienen más preguntas que respuestas y están menos seguros que los políticos y defensores del clima. Para ellos las verdaderas causas de las variaciones climáticas son un enigma.

No obstante, es innegable para casi todos que el hombre y sus instituciones son un agente de cambio en los procesos naturales de la tierra. Y para no poner en entredicho la idea de “progreso” se ha dicho que éste debe continuar, pero mediante un desarrollo sostenible que no precipite el desastre climático. En esta visión basada en la idea de “progreso” de lo que se trata es de evitar: el calentamiento del planeta, la destrucción de la capa de ozono, escasez de agua, alimentos, precipitación ácida sobre lagos, bosques, edificios y monumentos, hambrunas, sequías, caos social, desaparición de bosques y animales, huracanes, lluvias torrenciales, elevación del nivel del mar y reducir la emisión de CO2.

Pues bien, las facetas dramáticas del cambio climático mundial están terminando por convencer a los escépticos académicos y a las masas en general dominadas por las ideas de progreso, tecnología y ciencia, que toda la civilización técnica y sus redentores blasfemos no se sostienen por más tiempo. Sencillamente toda esta civilización artificial se está derrumbando y es urgente un cambio anímico en el alma humana.

En estas condiciones, nada de extraño tiene que se plantee una vuelta a la simplicidad. Para ello lo único necesario que se requiere es que la humanidad emprenda el camino de la simplificación de su existencia. La profunda intuición de Spengler sobre el juego espiritual entre el dominio fáustico del mundo y la salvación del alma se está haciendo realidad.

La visión de un pasado erróneo que hay que abandonar está todavía en su preludio a pesar del presente y futuro gris que se avizora en el horizonte. Lo que crece es la conciencia del peligro y la amenaza de la destrucción. En efecto, el hombre está descubriendo que la civilización técnica que le proporcionó prosperidad, comodidad, bienestar y lujo también es responsable del mal camino de haberlo entregado a la codicia y al egoísmo, haciéndolo cada día más duro, cruel e insensible. La civilización  técnica lo ha hecho crecer descomunalmente en lo material pero al precio de entronizar en lo moral el aumento de la maldad.

El hombre de la civilización técnica es materialmente más  poderoso pero moralmente más abyecto. En el centro del estercolero de la cornucopia está el despojarse de cualidades espirituales  para vivir con engreimiento entregado a las malas pasiones. En esta civilización artificial  la fuente de la moral es la sumisión al poder absorbente y la esclavitud a lo superfluo. Hoy hay en demasía masas pero carecemos de ciudadanos, porque sin amor a la humanidad y con el crecimiento del salvajismo y la crueldad no hay ciudadanía. Las megalópolis cibernetizadas actuales han complicado la vida con necesidades artificiales que nos someten a lo superfluo y nos hacen depender de lo inhumano.

Lo que hoy llamamos civilización es el imperio de una sociedad poderosa y rica a costa del empobrecimiento moral y espiritual de muchos. Lo que está en crisis, por tanto, es el ideal mismo de sociedad materialmente rica y poderosa que nos somete irreflexivamente a lo superfluo, al frenesí de los deseos, a la codicia y al egoísmo, lo cual nos hace más duros y crueles. 

La via de la alienación del aparato existencial actual puede seguir recorriendo un trayecto aun más abyecto. La luciferinización del hombre anético no conoce límites, pero será la expansión del mismo espíritu que esconde a la conciencia la verdad de su propio mal. El hiperimperialismo         del capitalismo cibernético se constituye en  jinete apocalíptico que derrocha codicia y egoísmo en cada rincón del planeta. Lo que hoy sólo importa a la dictadura de las megacorporaciones privadas es asegurar la rentabilidad financiera del capital excedente. Las fuerzas feroces que desata sólo tratan de administrar la crisis pero sin resolverla, no sólo porque es irreal tratar de hacer funcionar el mundo como un mercado y un casino global (Soros, Beck, Furtado, Amin, Martin y Schumann), sino porque es incapaz de pensar fuera de los marcos de la civilización técnica. Es decir, no se trata solamente de que el mundo está subordinado a las transnacionales o que estemos simplemente ante una crisis de acumulación, que se resuelva con reformas monetarias y financieras, sino, que se trata de una crisis de civilización. 

Ante esto no constituye una respuesta humanista coherente el  predicar una reorganización del sistema mundial a partir de la formación de grandes regiones (China, India, Latinoamérica, países árabes y africanos) para responder el desafío de la globalización desde el mercado. Esto sería más de lo mismo, equivale a extender la llaga que nos abate y ahondar el cáncer que nos carcome.

De lo que se trata es de marchar en camino contrario a lo que se ha hecho durante la modernidad. Hay que robustecer a las pequeñas entidades sociales (la familia, la ciudad) a costa de la nación y el Estado. Hay que defender la personalidad humana en contra de su masificación, hay que buscar el hombre integral que reemplace al actual hombre parcial, impersonal, gregario y mecanizado de la civilización técnica. No es extraño, entonces, que al mundo de la codicia, el egoísmo y el lujo le falten ideales. La falta de ideales es su enfermedad y la educación filosófica es el remedio. Será una educación filosófica inspirada en la importancia del ordo amoris con la tierra, el cielo y el prójimo, alejada de todo nominalismo, relativismo y antiesencialismo y que insista en la preeminencia del medio natural sobre el artificial. Pues, ser partidario de una ética sin religión (Victoria Camps), no creer en salvación definitiva, empeñarse en ser bueno sin Dios, o hacer depender la verdad del lenguaje o la interpretación (Gadamer, Habermas, Apel, Vattimo) no es sino reproducir la autodivinización humana tan inherente a la civilización técnica. Aquí no se trata de preconizar la filosofía cínica con su desprecio total de la ciencia, ni incentivar la tecnofobia, sino de subordinarla a las ciencias humanas, con su propia metodología, y rehabilitar el mito.

En suma, el giro radical que se requiere implica no en primer lugar a las cosas, sino, sobretodo al hombre y su existencia. Lo cual no implica sólo una revolución ética, sino un completo vuelco onto-antropológico, porque no se trata de un mero encuentro entre las ciencias naturales y las ciencias del espíritu, es, más bien, una nueva jerarquización del saber basada en una nueva relación con el ser y la verdad. Ya no se trata de urbanizar una nueva provincia de la ciencia, sino, más bien, de instalarnos en el territorio del ser mismo para dejarnos participar en su epifanía y vivencia apofántica.
                       
Lo que hoy se impone es un viraje radical civilizatorio que abrace un ideal de sobriedad y ascetismo, de desapego al lujo, bienestar material y consumismo, de amor hacia el  cielo, la tierra y al prójimo. Para ello lo único indispensable es que la humanidad abrace la simplificación de su vida con el mismo frenesí que puso al complicarla. Hemos llegado a la cumbre del dominio fáustico del mundo, pero en este esfuerzo hemos perdido nuestra alma. Diríamos en lenguaje scheleriano que desarrollar el ordo rationis a expensas del ordo amoris es lo que ha dejado sin brújula al eje espiritual de nuestro tiempo. Todo esto es lo que se oculta a la conciencia de nuestro tiempo, obsedida, como está, por el bienestar material y el lujo indetenible. Este camino histórico de egoísmo y codicia no es sostenible y es autodestructivo, y es el responsable de la sensación fría y cruel que tanto nos impresiona. Menos mal que no es indefinido y una humanidad consciente de los desvaríos de la civilización técnica puede ponerle freno.

En este nuevo mundo que preconizamos ¿tiene un nuevo papel a desempeñar la ciencia y la máquina? Decir ninguno sería ir contra la historia misma de la humanidad, que desde tiempos del paleolítico ha estado construyendo instrumentos para mejorar su vida. Tampoco es posible decir que tiene el mismo papel, destructor del hombre y de la naturaleza. ¿Puede la civilización técnica ser humanista y espiritual sin dejar de ser técnica? No se trata de volver a la forma de las civilizaciones antiguas que tuvieron máquinas pero su tipo de mentalidad cualitativa y animista impidió que se convirtieran en civilizaciones técnicas. Cuál es el punto de equilibrio entre la mentalidad cualitativa y la mentalidad cuantitativa, si es que existe tal punto. De lo contrario estaríamos suponiendo que la civilización técnica es un punto sin retorno. Se habla de la necesidad de             una mentalidad más holística y ecológica para reconducir a la civilización de la máquina. De lo que no hay duda es de la necesidad de un nuevo tipo de mentalidad, que tenga en cuenta tanto lo inmanente como lo trascendente, que controle los inventos y la ciencia, desmonte el capitalismo de la usura y la especulación, y restablezca el valor delo vivo sobre la materia inerte.

Lima, Salamanca 05 de setiembre 2012