miércoles, 12 de diciembre de 2012

POSITIVISMO DE BUNGE

EL POSITIVISMO DE BUNGE
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 

En cierta ocasión Mario Bunge tildó de “ignorantes” a quienes lo calificaban de pensador “positivista”. Lamento admitirlo pero creo estar en este flamante grupo tan peyorativamente condecorado por él. Recientemente en Lima, y mostrando que en América Latina hay un enorme interés por la filosofía, a pesar de que sus obcecados políticos neoliberales hacen sus mejores esfuerzos por eliminarla de las currículas escolares, se ha abierto una ácida polémica, más específicamente en el blog del cenáculo de Filosofía y Ciencia “La Serpiente de Oro”, que lo dirige nuestro caifásico amigo Enrique Álvarez Vita, el entrañable Kiko, en torno a la recurrente cuestión de si es pertinente calificar de “positivista” la posición del reputado filósofo argentino Mario Bunge, quien ostenta dieciséis doctorados honoris causa y una ingente obra escrita. La contienda se ha dividido en dos bloques: uno que lo afirma en solitario, el pensador de lo andino pero con talante anglosajón, Luis Enrique Alvizuri; y otro que lo niega, encabezado por dos apreciados profesores sanmarquinos, epistemólogos ellos, Carlos Alvarado y Raymundo Casas, y secundados por el ilustrado politólogo Ricardo Segura.

La polémica reviste importancia porque, al margen de las anecdóticas y carentes de importancia puyas e ironías, se relaciona profundamente con lo que llamaría”la mala conciencia del positivismo” en la presente hora de calentamiento global. Actualmente no es un secreto para nadie que la utopía científica de Bacon enfrenta su más evidente fracaso en la miseria ecológica que le toca enfrentar. Se puede pensar que todo esto es una equivocada percepción del problema, porque la ciencia y tecnología hace ya posible el desarrollo sustentable, y por lo tanto la culpa no es de la ciencia, sino de las instituciones políticas implicadas –especialmente el capitalismo- en su aplicación en gran escala. Sin embargo, la verdad es que por nuestro bien desearíamos que esto último fuese cierto, pero no lo es. La cruda realidad es que en el presente las energías alternativas, como la solar, la eólica y la biomasa, no tienen la capacidad para sustituir la contaminante energía fósil que genera los 320 billones de kilovatios hora para producir los 58 trillones de dólares del PBI mundial. La energía de fusión de hidrógeno, el sueño salvador de la humanidad al borde del abismo, sigue siendo un sueño y los expertos opinan que faltan por lo menos tres décadas como mínimo para lograrlo. Mientras tanto las emisiones de CO2 siguen sin disminuir, los glaciales retroceden vertiginosamente, el cielo, el agua de los mares y de los ríos junto con las tierras de cultivo se llenan de agentes contaminantes y las Naciones Unidas advierten que para el 2025 el 70 por ciento de la población mundial será urbana y se desatará una verdadera catástrofe por el recurso hídrico, alimenticio y energético, amén que advierte que al ritmo de contaminación en que estamos embarcados para el 2050 la temperatura del planeta subirá 4 grados y las tres cuartas de la población de la tierra morirá.

Como vemos la discusión en torno al positivismo, ya sea de Bunge o no, tiene una repercusión inusitada porque en buena cuenta el positivismo siempre predicó la idea de que el método experimental es el meollo de la ciencia y ésta es el nuevo credo de nuestro tiempo. Como se conoce, la idea de que el mundo modela la mente dio origen al empirismo y al positivismo, una creía que los métodos de la ciencia podían rebasar los límites de lo sensible (Bacon, Gilbert, Berkeley, Locke)  y el otro desconfiaba de cualquier avance más allá de lo observable (Hume, positivismo lógico, Mach, Círculo de Viena, pragmatismo). No obstante el problema de la inducción y de la indeterminación de las teorías evidenció las arenas movedizas del realismo científico. Y Mario Bunge se califica así mismo como un realista científico. Para él la ciencia es falibilista (el conocimiento del mundo es provisional e incierto), pero la realidad existe y es objetiva. Además se presenta como un materialista emergentista.

En realidad la frontera entre el empirismo y el positivismo es bastante tenue, tanto así que en muchos aspectos y en determinados problemas comparten posiciones comunes. Por ejemplo, Bunge al criticar el método fenomenológico y a la filosofía existencialista lo hace basado en su preferencia expresa en el método experimental. "El método científico, aplicado a la comprobación de afirmaciones informativas, se reduce al método experimental" (Bunge, 1977, p. 52). No en vano es fundador de la Sociedad para la Filosofía Exacta, que intenta emplear únicamente conceptos exactos, definidos mediante la lógica o la matemática a fin de evitar la ambigüedad y la imprecisión características, según él, de la fenomenología y el postmodernismo.

Interesado máximamente por la lógica de la ciencia y los problemas del conocimiento científico, ha buscado edificar una filosofía científica (más precisamente, una metafísica realista) que tuviera en cuenta tanto el conocimiento de la ciencia y su método, el cual concibe como un proceso que no está sólo supeditado ni a la experiencia ni a la teoría. De ahí que hable de la miopía del positivismo: "Piénsese, por ejemplo, en una filosofía oscurantista tal como el existencialismo, enemigo de la ciencia lógica y de la ciencia... O tómese la fenomenología y la filosofía lingüística de Oxford. Oscura la primera y trivial la segunda pero igualmente desinteresadas de la ciencia y carentes del equipo lógico y metodológico necesario para analizarla: está claro que estas filosofías al ser ignorantes de la ciencia empirista, tal como el positivismo, promoverán la recolección de datos y el entusiasmo por la exactitud, facilitando así el nacimiento de la ciencia" (Bunge, 1972, Teoría y realidad. Barcelona: Ariel, p. 284).

Por su cientificismo Bunge ha sido acusado numerosas veces de positivista, y quizá uno de los factores que más contribuyó a ello es su vigoroso ataque al psicoanálisis. En el cual ha salido a relucir su naturalismo, hostilidad a toda construcción y deducción, y la reducción de la filosofía a los resultados de la ciencia. Para él los psicoanalistas transgreden el método científico porque se apoyan en hipótesis irrefutables. Por eso se trata de una pseudociencia que no pone a prueba sus ideas, carece de control empírico o no la pone a prueba por medio de datos empíricos. Sus hipótesis están formuladas de tal modo que no puede haber datos que las pongan en entredicho. Es decir, dice, no hay ningún dato imaginable que pueda refutar estas hipótesis psicoanalíticas. Ahora bien, si a esto no se le puede llamar positivismo entonces cómo llamarlo. El positivismo se opone a la metafísica e intenta seguir los métodos de las ciencias naturales y aplicarlos a las ciencias humanas. Pues esto es exactamente lo que hace Mario Bunge.

En suma, el positivismo se caracterizaría por la selección arbitraria de la experiencia o la negación sistemática de ciertos aspectos de la experiencia que no se atienen al método científico. En realidad el positivismo es una actitud que matiza la mayor parte de las tendencias filosóficas desde el siglo XIX hasta el presente, y por eso, lejos de ser una mala palabra, es síntoma de una civilización sumisa ante el conocimiento científico. Sumisión que nos está pasando la factura con el calentamiento global y la alarma de catástrofe ecológica, y que hace que la amenaza de un apocalipsis deje de pertenecer únicamente a la lógica del cine.
                                                 
Cuando en una entrevista el profesor de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Lucas Lavado, le interroga a Mario Bunge sobre si es positivista ésta responde de una manera bastante alambicada lo siguiente:

“Eso es simplemente ignorancia. Un filósofo y sociólogo idealista, George Simmel, eso lo escribí en alguna parte, que es seguidor de la hermenéutica filosófica. Uno de los trabajos principales de Simmel se titula De la importancia del número en sociología y tiene un estudio de las parejas de duplas y las triplas. Se fija en cuál es el rol de una tercera persona que viene a incorporarse a la dupla anterior. Por ejemplo, nace un chico, el chico es fuente de conflicto por un lado y por el otro, es un nuevo lazo de unión entre los esposos. Tienen un interés común pero también puede ser fuente de conflicto y sobre todo, a medida de que el chico crece, si ve algún conflicto o alguna rivalidad entre los esposos, entonces explota, el tercero explota. Lo mismo pasa con amigos si se agrega un tercero. Las tríadas son inestables cuando son de gente que tiene el mismo poder. La única manera de que una tríada pueda ser estable es cuando uno de los tres tiene un poder muy superior o bien muy inferior al poder de los otros dos. Si es muy superior, reconocen el poder, hay obediencia y si es muy inferior, entonces esa persona es una especie de esclavo del superior. Bueno, Simmel era idealista. Tiene toda una concepción muy subjetivista de la historia. Era antipositivista y, sin embargo, era un hombre inteligente, no como esos que no saben lo que es positivismo. No es lo mismo una familia con hijos que una familia sin hijos; no es lo mismo una familia nuclear que una familia extendida; no es lo mismo una familia con hijos y una familia con muchos hijos. Son moldes diferentes”.

El atrabiliario humor del ahora nonagenario filósofo de la ciencia es bastante conocido, y no deja de sentirse incómodo con la pregunta. La verdad es que, como lo admite Ferrater Mora, no es posible una concepción unívoca del positivismo sin referirla a la situación histórica de la cual ha emergido. En este sentido resulta de gran ayuda tener en cuenta que en el positivismo desde Comte (1850) se pueden distinguir seis grandes orientaciones positivistas:

(1) el positivismo clásico, de Compte y Mill;
(2) el positivismo fisicalista, vinculado con el empirismo inglés, especialmente de Hume, que proliferó en los últimos años del siglo XIX, o sea el empiriocriticismo, sensacionismo, positivismo idealista de Vaihinger, neocriticismo y neokantismo;
(3) el neopositivismo o positivismo lógico, integrado por el Círculo de Viena, convencionalismo, operacionalismo, como esfuerzo por unir la sumisión a lo puramente empírico con los recursos de la lógica formal simbólica;
(4) el positivismo historicista, que se inicia con la demoledora crítica de Popper al principio de inducción  y su exigencia de una nueva epistemología, lo siguen Feyerabend, Kuhn, Putnam, Hanson, Toulmin;
(5) el positivismo hermenéutico, propone en vez de la epistemología a la misma hermenéutica, pues sostiene que el método experimental no se aplica al ámbito histórico humano, pero se atiene fielmente al horizonte antimetafísico de la finitud e inmanencia de la realidad humana, está representada por Gadamer, Ricoeur, Apel, Habermas y Rorty); y
(6) el positivismo sistémico de Mario Bunge, el cual reivindica la validez de los métodos de las ciencias naturales para todo tipo de conocimiento humano, aunque reconoce al falibilismo de la ciencia y asume un materialismo emergentista.

La filosofía de la ciencia de Bunge es una de las últimas transformaciones del pensamiento positivista, que ha superado la estrechez del análisis lingüístico, la mera colección de datos empíricos, admite la existencia de entidades inobservables, pero que también defiende una teoría extrema del realismo científico y de la filosofía exacta. Es decir, aun cuando efectuemos restricciones en el concepto mismo de positivismo el pensamiento de Bunge luce como una de sus variantes más recientes. Por eso es posible afirmar que no hay positivismo total sino más bien positivismo esencial (atenerse al método científico y a lo dado empíricamente).

Efectivamente, el positivismo sistémico de Bunge, que no se anda con veleidosos escepticismos, consiste esencialmente en los siguientes caracteres:
(1) sumisión al dato y al método experimental,
(2) reconocimiento al principio de falibilidad científica,
(3) rechazo de toda doctrina metafísica y atención exclusiva a los datos empíricos que dan cuenta de la realidad exterior,
(4) reconocimiento de la importancia de la lógica y la matemática para lograr conceptos exactos, libres de ambigüedad e imprecisión,
(5) asunción de un materialismo científico, que sostiene que todo lo que existe es materia y energía,
(6) cientificismo, por cuanto afirma que el mejor conocimiento de la realidad es el científico,
(7) emergentismo, es decir la realidad posee una propiedad sistémica y emergente, y
(8) un hedonismo, llamado por él “agatonismo”, que significa el placer de la vida como máximo valor aunque matizada por la idea de derechos y obligaciones que lo libren del solipsismo moral.

La influencia que ha ejercido su pensamiento en América Latina es enorme, quizá por el apreciable atraso e insignificante inversión que ostenta la región en desarrollo tecnológico científico. Una de las formas de sentirse a tono con el desarrollo científico del primer mundo es asimilando su pensamiento en la subregión. Pero como siempre vamos a remolque en cuestión de ideas, y aun siendo el continente más rico en recursos naturales aquí todavía no despertamos ante del sueño cientificista y ante el peligro de la inminente catástrofe ecológica que amenaza a nuestro planeta azul.

De cualquier forma y por todas estas características señaladas la filosofía de la ciencia de Mario Bunge es un positivismo, pues si bien se opone a las otras versiones anteriores de positivismo, es en lo esencial, y para enojo de quienes no piensan así, un positivismo. Aunque, hay que reconocerlo, de un positivismo renovado al calor de las discusiones tanto con las corrientes metafísicas como con las otras formas de positivismo que le precedieron. Entonces, es comprensible que en medio del hundimiento ecológico y desprestigio del totalitarismo del método científico no falten voces que eleven su índice señalador ante un positivismo que trasciende a Bunge y que tiene que ver nada menos con la supervivencia misma de la especie humana.
Gustavo Flores Quelopana
Lima, Salamanca 12 de diciembre 2012