jueves, 28 de marzo de 2013

FRACASO DEL SUPERHOMBRE

EL FRACASO DEL INHUMANO SUPERHOMBRE
En torno a la vocación tanática de la burguesía universalizada
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 

A ti, que te crees bueno, te digo que eres parte del inhumano superhombre que pulula por el mundo lleno de egotismo, hedonismo, egoísmo y avaricia, cuya meta suprema en la vida es el placer y el poseer, idolatras el consumo ilimitado y te quedas boquiabierto por el poder de las máquinas, te siente atraído por los objetos mecánicos y sin vida, asocias la felicidad al tener, competir, engañar y explotar, abrigas en el corazón la ficción de volverte un diocesillo omnisciente y omnipotente, de riquezas y comodidades hiciste nueva religión, nunca quedas satisfecho por lo ilimitado de tus deseos, y al final del loco frenesí el superhombre se da cuenta que es un pobre hombre, infeliz, solitario, deprimido, angustiado, hostil, destructivo y sin amor.
La sociedad postindustrial y cibernética es el último capítulo del experimento social más grande que se ha hecho para demostrar que el hombre puede ser feliz anteponiendo el tener al ser. Pero el resultado fue una sociedad psicopática y anética, donde todos simulan ser éticos pero en la práctica se hace lo que el sistema manda: ser avaro, posesivo y hedonista. La pesadilla no comenzó con la revolución técnica y el invento del reloj en el siglo X, ni con el humanismo secularizado del Renacimiento, sino cuando el capitalismo, que se remonta al siglo XIII, logra en el siglo XVIII separar la economía de la ética y los valores humanos.
Desde entonces el hombre dejó de ser fin en sí mismo para convertirse en medio del sistema. La ética del kantiano imperativo categórico es el primer grito de alerta ante el comienzo acelerado de la deshumanización, luego seguirían las éticas antiutilitaristas de Marx, Scheler, N. Hartmann, Walzer y Jonas. El capitalismo del siglo XXI con la globalización del neoliberalismo y la cultura posmoderna exacerbó al máximo el hedonismo radical y el placer ilimitado y ahondó el divorcio entre economía y ética. Y lejos de hacer sentir feliz a este tipo humano de la ganancia material y económica, lo ha reducido a una tuerca más de un gigantesco engranaje burocrático, político y financiero que lo controla y manipula a su gusto con el gobierno, la industria y los medios masivos de comunicación. El sueño muy antiguo de que la felicidad consiste en la suma de los placeres gozados, y que de la aristocracia pasó a la burguesía universalizada, se quebró. El superhombre de la sociedad cibernética reculó en una inhumana y patológica cosificación que insensibilizó su alienación. Nunca como ahora ha sido más urgente la formación de un nuevo ser humano.
No hay duda de que nos encaminamos hacia una catástrofe mundial definitiva si no operamos profundos cambios en los valores y actitudes del hombre. El organismo social actual se encuentra tan carcomido, agusanado y exánime que es casi impensable que surjan revoluciones políticas y económicas radicales si antes éstas no son motivadas por un profundo cambio del espíritu religioso. La experiencia del siglo XX demostró que los meros cambios políticos no han sido capaces de darle la vuelta a las circunstancias sociales, y por el contrario la catástrofe económica, humana y ecológica se aceleró.
Por desgracia, el espíritu religioso también está sumido en una sibilina crisis. Y el rector de una de las religiones más influyentes del mundo, el Papa Francisco de la iglesia católica, ha visto con meridiana claridad que sin volverse a los pobres, limpiar el clero y subsanar la corrupción financiera que la atormenta no será posible convertirse en el faro espiritual que clama la hora actual.
El cambio de valores y actitudes para formar al nuevo hombre no tiene que ver solamente con factores políticos, económicos y sociales, sino sobre todo es una cuestión espiritual. Yo no dudo de que el cambio espiritual provoque un cambio en lo social, político, económico y cultural. De lo que dudo es que existan las energías humanas para impulsar dicho cambio espiritual. Menos mal que en este asunto lo sustancial recibe ayuda de la gracia divina.
Bien destacaba el filósofo del vitalismo Henri Bergson, a la luz de lo que veía con Gandhi en la India, que lo que se requiere con urgencia en nuestro tiempo son guías espirituales. En cambio, hoy abundan los manuales de ética y las religiones, pero son escasísimos los hombres éticos, de buena fe y que amen al prójimo. Pero como no se trata de ir por el mundo descubriendo ignominias jamás imaginadas, es bueno subrayar que todo cambio comienza por nosotros mismos. Y uno de los primeros cambios a implementar es retornar a una vida más sencilla, al lado de la plebe de Cristo, donde el hombre pueda vivir sin esplendor imperial pero en armonía con la naturaleza y con Dios.
Pero estos cambios a nivel personal no pueden prosperar si se mantiene un orden social que nos enferma. Erich Fromm ya demostró que la necesidad de un profundo cambio humano es una demanda no sólo ética y religiosa sino de nuestra salud psicológica. Por primera vez en la historia universal, la supervivencia física de la especie humana no depende de su salud corporal sino de su salud mental. El extravío de la cordura refleja que no vivimos correctamente, que el sentido de la vida se ha perdido, que el corazón humano es víctima de un sistema patógeno que lo descarría. El Evangelio reza: “Ahí donde está tu tesoro ahí está tu corazón”. El corazón del hombre podrá cambiar de valores cuando se de por terminado la primacía del tener sobre el ser.
Pero en el presente los keynesianos, liderados por el profesor de Princeton y Premio Nobel Paul Krugman, piden más estímulo económico para sacar a los Estados Unidos y a Europa de la crisis, y los seguidores de Hayek, liderados por Robert Barro, profesor de Harvard, piden más austeridad fiscal. El banco de Crédito Suizo informa que en los últimos 25 años ha crecido el abismo social, con un 1% de ricos y un 99% de pobres, y la OIT señala que el desempleo juvenil en el mundo alcanzó la tasa histórica más alta. Se habla del fin de la economía de mercado como si fuera la solución, cuando sólo el 40% de la economía mundial se rige por el libre comercio, mientras el 60% está protegido, subvencionado y es restrictivo.
Por tanto, las soluciones van más allá de lo económico. Y es que fatalmente todo esto demuestra que nuestras mejores mentes no hacen su mejor esfuerzo por imaginar otro sistema alternativo para el individuo enfermo y débil que es destrozado inmisericordemente por el inhumano orden que pone el tener sobre el ser.
Es decir, con este espíritu cuantitativo, abstracto e impersonal tan característico del capitalismo y de nuestra época, no es posible hallar una salida a la catástrofe que se cierne, porque la solución no es alimentar el sueño imposible de que todos seamos ricos y que vivamos siempre satisfechos, sino que seamos humanos y vivamos con solidaridad, justicia, amor y demás valores superiores.
No obstante, lo más dramático es que no se hagan realidad los verdaderos esfuerzos para cambiar el destino final. Y es que la avaricia y el egoísmo corporativo, que tiene las riendas de los destinos públicos en el mundo, son tan fuertes que llevan hasta el límite el instinto de conservación de la humanidad. Y la anestesia sobre las conciencias es generalizada. Si en el siglo XVIII Le Mettrie recomendaba las drogas porque al menos ofrecían ilusión de felicidad, en cambio hoy todo el sistema funciona como una inmensa droga para manipular mentes y voluntades, ofreciendo un ilusorio bienestar dentro del sueño de una omnipotente civilización tecnocientifica. Así, creer que con tecnología y ciencia se consigue desarrollo humano es otra de las ficciones de nuestro tiempo. Ello proporciona bienestar material, pero no espiritual, y dentro de las necesidades humanas lo decisivo es lo segundo sobre lo primero.
Sin embargo, lo más preocupante es el fortalecimiento de las tendencias destructivas y tanáticas a nivel social e individual de la burguesía universalizada. En otras palabras, la gente prefiere conservar su pequeña o gran comodidad en vez de optar por sacrificios para evitar la catástrofe futura. Por ejemplo, nadie ignora el caos vehicular que inundan a las megalópolis del mundo y la contaminación de ruido y monóxido de carbono que representan, no obstante, la venta de vehículos no disminuye sino aumenta mes tras mes. Las decisiones personales se dan divorciadas del juicio moral en el sistema actual. Y así, todos prefieren sólo mirar su avaricia y egoísmo desentendiéndose de la catástrofe inminente que nos amenaza. Lo cual demuestra que la vocación tanática en vez de disminuir crece inversamente proporcional a la inminencia del peligro que amenaza la supervivencia de la humanidad.
No hay duda que el soberbio superhombre del inhumano sistema de la avaricia, el egoísmo y el placer ha fracasado estrepitosamente. En su lugar, es imperioso formar un nuevo hombre, con nuevos valores y actitudes. Y este cambio radical humano requiere la creación tanto de un nuevo clima espiritual como de un modelo social enteramente nuevo, que gire en torno al hombre y no a la ganancia ni al lucro. Se requiere en el terreno social una revolución copernicana pero en sentido inverso al que realizó el capitalismo en el siglo XVIII, y el cual vuelva a subordinar lo económico a lo ético, devolviendo a las personas su capacidad de volverse a sentir atraídos por lo vivo y no por lo muerto de las máquinas.
Lima, Salamanca 28 de marzo 2013