viernes, 29 de marzo de 2013

LA CIVILIZACIÓN DE LA APARIENCIA

LA CIVILIZACIÓN DE LA APARIENCIA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
 


Desde la fundación del mundo, nunca como ahora la civilización de la apariencia gozó de tanta hegemonía y predominio. ¡Ay de esta civilización, cuya meta suprema es tener y acumular cosas! Nadie duda que para vivir se necesitan tener cosas, pero reducir el ser al tener es dar patente de corso a la raíz de todos los males, a saber, la apariencia y la supresión de la realidad.
Efectivamente, la civilización de la apariencia no sólo consiste en preferir las riquezas materiales al bienestar y riquezas espirituales, sino que gravita sobre todo en una degradación onto-antropológica donde todo queda transformado y subsumido en posesión.
La posesión tiene una característica fundamental que consiste en su pasividad inherente, propia de las cosas u objetos sin subjetividad, sin vida e inertes. Por el contrario al hombre y al mundo, a la vida y a la conciencia les conciernen la dinamicidad, el cambio y el devenir. Más cuando el hombre está obsedido por tener mucho en vez de ser mucho, entonces le acontece la maldición de sufrir la irrealidad de su ser.
El Bhagavad Gita enfatiza: Cuando la bondad decae, el mal aumenta. Buda enseña que la cúspide del desarrollo humano no es alcanzar posesiones. Jesucristo pone hincapié diciendo:-Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee (San Lucas 12: 15). Y es que el hombre comienza a sufrir la irrealidad de su ser cuando se deja arrastrar por la canibalización de las cosas materiales, las cuales lo vacían de la acción de su propia sustancia.
Los conceptos filosóficos del ser y del hombre son muchos y variados, pero en un esfuerzo de esquematización pueden ser expuestos en tres expresiones: el ser como devenir, el ser como inmutabilidad y el ser como nihilidad. Las exposiciones más caracterizadas de la primera son Heráclito y Hegel; del segundo Parménides, Platón y la escolástica; y del tercero Protágoras, Diógenes el cínico, Pirrón, el ateísmo postulativo de Nietzsche, N. Hartmann y Sartre, el relativismo epistémico de Kuhn y Feyerabend, el postestructuralismo y el postmodernismo. En estos últimos, o sea el ser como nihilidad, la ontología es remitida al valor y en consecuencia a la causalidad de la voluntad personal, donde el ser se diluye en medio de la hemorragia de subjetividad.
La teoría de la apariencia como una forma de ser no es admitida por todos los filósofos. Whitehead, Broad, Sartre, Dewey la rechazan. Sin embargo, hay que decir en su contra que sí tiene sentido preguntarse si una realidad es verdadera o falsa, porque la realidad de la apariencia del cambio no agota todo el ser de la apariencia y, por tanto, el ser que se da en la apariencia no sólo acontece al nivel del aparecer y no-aparecer sino que concierne a la apariencia y a la realidad.
Por eso, aquí entendemos por apariencia “ocultamiento”, lo cual no se riñe necesariamente con la propuesta de Husserl de que es indispensable una fenomenología de la apariencia (Ideas, parágrafo 152), sino que más bien es opuesto a convertir a la apariencia en la verdadera realidad. En esta lucha estuvo Kant al distinguir entre apariencia y fenómeno, y el neohegeliano inglés Bradley, el cual reconoció el carácter subsistente de la apariencia y que el ser de la apariencia es distinto al ser de la realidad.
Precisamente la distinción de Bradley del ser de la realidad (unidad entre el contenido y la existencia) y el ser de la apariencia (división entre esencia y existencia) resulta fecunda para nuestro propósito por cuanto permite precisar que la civilización de la apariencia consiste efectivamente en dividir en el ser del hombre su esencia (auténtica) y su existencia (banal). Dicha división en su ser entrega al hombre a la vida sin sentido de la posesión, el tener y la acumulación de los bienes materiales.
Esta derrota del ser como realidad va, sin embargo, acompañada de la eliminación de la experiencia subjetiva en la experiencia cotidiana, porque en la civilización de la apariencia el hombre resuelve su ser no en el desarrollo de su espíritu, sino en el fortalecimiento del tener, del poseer bienes materiales, en consecuencia, la persona niega su esencia para concebirse en lo que tiene y en lo que consume. Tanto tienes, tanto vales. Lo cual lleva al empobrecimiento interior. No es casual que el hombre malo en la prosperidad se obscurezca y el hombre bueno en la aflicción se esclarezca.
Es decir, el consumismo no sólo es la canibalización del mundo, sino, especialmente, de sí mismo, para quedarse tan sólo con la apariencia de persona. La persona es la entidad realizadora de valores, pero cuando corta su nexo con el mundo del ser, entonces el valor se torna desvarío caprichoso del para mí subjetivo.
El término ser denota la realidad de la existencia, la autenticidad de lo que es o quien es, la realidad de la verdad. Pero cuando impera el deseo de convertir todo en mi propiedad es cuando se opera la degradación onto-antropológica de la persona humana. Entonces nada es real, incluso la realidad de lo que se posee se esfuma tan rápidamente en cuanto se tiene, lanzando al consumista nuevamente a la vorágine sin término de la satisfacción de los deseos.
En un mundo convertido en apariencia incluso lo que se posee se vuelve apariencia. Por eso que es tan difícil amar en nuestro tiempo, primero, porque se confunde al amor con posesión, y segundo, porque amar requiere dar el ser, antes que pedirlo. El consumista de la civilización de la propiedad privada todo lo pide, todo lo quiere, todo lo desea, y todo cuanto tiene no lo satisface. El hedonismo radical actual no sólo se condice con un orden social enfermo, sino que denota un cambio de la fe humana: del ser al poseer, de Dios a las cosas, del bien al mal.
El hombre es una criatura racional pero también está afectado de poca razón y de poca fe. La fe, como la razón, es esencial al hombre, ambas tienen sus flaquezas y amenazas (duda, racionalismo, pecado, fanatismo) y la ausencia de fe vuelve mas grave la crisis de la razón, porque su lógica sobrenatural ayuda a atemperar los excesos de la razón. Bien reza un Proverbio Sufí: “Cuando el hombre practica maldades, acumula moho en su corazón, de modo que está ciego para los misterios divinos”.
A la civilización de la apariencia le ha llegado la hora de hacerse a un lado y permitir la reconstrucción del ser del hombre. Pero cegada como está por la avaricia y el tener no cederá su lugar sin oposición, y entonces será el momento de emprender la luchar por la salvación de la humanidad.
Lima, Salamanca 29 de marzo 2013
(En un Viernes Santo)