viernes, 1 de noviembre de 2013

EDUCACIÓN EN TIEMPOS INSENSIBLES


EDUCACIÓN PARA SENTIR EN TIEMPOS INSENSIBLES

Gustavo Flores Quelopana

Sociedad Peruana de Filosofía

I Seminario Internacional de Educación “Pensar, Sentir, Hacer para Ser”

UNT – 28-31 de Octubre 2013- Ciudad de Trujillo-Perú

Resumen

La “educación para sentir” es la verdadera plataforma para rescatar los verdaderos valores humanistas. Por ello, hay que poner fin a la sociedad del tener y tomar conciencia que se requiere edificar una sociedad del ser, para que surja una economía, una política y una ciencia ética.

Abstract

"Education to feel" is the real platform to rescue the true humanist values. Therefore, there must be an end to society of having and realize that is required to build a society of being, for the emergence of an economy, science policy and ethics.

 

Por invitación que me honra vivamente agradezco al Dr. Alberto Moya Obeso para tomar la palabra en el histórico claustro, fundado por el Libertador Don Simón Bolívar, de la Universidad Nacional de Trujillo, en el marco del I Seminario Internacional de Educación denominado “Pensar, Sentir y Hacer para Ser”.

Y debo empezar diciendo que carezco de la competencia técnica y de la erudición que reclaman estas arduas tareas. No obstante, debo vencer mis escrúpulos y atreverme a tratarlas ante un auditorio tan ilustrado porque existen tres razones principales que me impulsan a acometer tan delicada empresa intelectual:

1ª.- Un sentimiento de especial deferencia hacia los ilustres amigos.

2ª.- El convencimiento de que nadie puede excluirse de elevar su voz de preocupación por los derroteros decadentes de la educación actual.

3º.- Y una tercera razón más sutil es que en el desarrollo de una ciencia ya constituida resulta muchas veces útil interrogar a una disciplina ajena, en este caso a la Filosofía, para que exponga ciertas convicciones primigenias y decisivas.

Ese es el modesto servicio que atribuyo a mi contribución en esta fiesta del espíritu. Y así no espero formular ninguna tesis, sino ejercer junto a ustedes el viejo y siempre difícil oficio del pensar.

En este sentido he denominado mi disertación EDUCACIÓN PARA SENTIR EN TIEMPOS INSENSIBLES.

Y lo que voy a tratar de exponer es no sólo que vivimos en tiempos insensibles para el saber, el sentir y el hacer. Y que esta insensibilidad afecta la realización integral del ser humano. Sino que la parálisis del pensamiento crítico y del quehacer fustigador tiene que ver con razones de carácter histórico que han conducido hacia el embotamiento de los sentimientos, la esfera emocional, el horizonte de la captación del valor y del mundo axiológico.

En una palabra, la intuición más profunda que voy a tratar de exponer esta mañana es que la educación está distorsionada desde la base económica, porque está subordinada a la producción y a la economía. Y esto conlleva a que lo que en la educación actual impere sea la educación funcional sobre la educación substancial.

Entiéndase por educación substancial aquella que asume al hombre como un ser anagógico, es decir, que vive en tensión de ascenso cultural, y por educación funcional como aquella que subsume lo axiológico bajo lo científico y ve al hombre como un homo faber.

En este contexto, no resulta extraño ver que la cultura es reemplazada por la civilización, porque Cultura es tensión vital entre el humus de la naturaleza inmanente y el lumen del espíritu trascendente, mientras que Civilización es conquista material por medio de fuerzas impersonales para el mejoramiento de las condiciones materiales de vida.

En otras palabras, si no advertimos que la crisis en que se sume la educación y la cultura mundial va más allá de optar por nuevas metodologías y capacitar mejor a los docentes, se perderá de vista que el problema no es administrar la crisis educativa en la universidad y en la escuela, sino, que se trata de abordarla en su verdadera dimensión social y civilizatoria.

Ha llegado el momento crucial de pensar y exigir cambios estructurales para la civilización misma, cuyos lineamientos ahondan la alienación humana y conspiran de raíz contra todo proceso educativo.

Efectivamente, la educación funcional no requiere de una educación para pensar, hacer y sentir autónomamente y en armonía con el prójimo y con la naturaleza. Al contrario, promueve seres humanos con un pensar, un sentir y un hacer enajenados, cuando no, cosificados.

En la situación de enajenación todavía hay descontento, malestar y protesta; en cambio, en la situación de cosificación el malestar se ha introyectado a tal grado que no molesta ni perturba. Esto significa que se ha gestado una civilización cosificada, donde se pierde el sentido de la vida, cunde la anomia y se impone la irracionalidad del sistema imperante.

Menos aún la civilización del consumo necesita seres humanos sensibles, que aspiren a Ser antes que a Tener. Por el contrario, el imperativo categórico que triunfa sobre todas mentes contemporáneas es obedecer mansamente los imperativos anéticos de la sociedad darvinista.

Esto es, se promueve la generación de seres humanos egoístas, avaros, egotistas, solitarios, insolidarios, irrefrenables en la búsqueda  hedonista de la satisfacción de sus deseos. Poder, Placer y Riquezas son los nuevos dioses de la ciudad secularista del Progreso.

La experiencia cotidiana nos dice en cada esquina del mundo que el hombre actual no vive en función del “ser” sino del “tener”. Y aún más, la civilización del lucro y del poder ha distorsionado nuestro innato tener existencial en una neurótica actitud sibarita, irracionalista y de dominio.

Ya no se trata solamente de un puñado de élites especulativas transnacionales, sino del modo de ser de una época entera, que se ha configurado en torno a valores del inmediatismo utilitario, la cual implica un achatamiento del universo moral, mental y emocional. Se trata de la penumbra inmanentista propia de la modernidad y posmodernidad actual.

Este inmanentismo tiene su expresión más cruda en un estrecho economicismo, extendido como un cáncer por todo el organismo social y que contribuye decisivamente a la instauración de un mundo anético y sin trascendencia. Y por eso el problema del proceso educativo en el mundo actual debe ser visto en toda su dimensión civilizatoria, porque el economicismo imperante va devorando talento, creatividad, inteligencia y sentimientos en actividades deshumanizantes, frívolas y cosificadoras.

Actualmente en el orden político y financiero son las megacorporaciones monopolistas privadas las que se resisten a socializar los beneficios económicos a través de una teoría general de la distribución de la riqueza, y ponen obstáculos para que se expandan los socorros de la fase neotécnica de la máquina. En el terreno de la filosofía, la relativista corriente posmoderna es la expresión más genuina del predominio de la voluntad de poder sobre la voluntad de verdad. Y así en todos los órdenes de cosas vamos observando cómo la cultura humanista se diluye, la educación substancial es relegada y se van imponiendo las posibilidades perversas y ominosas de una civilización que lleva a la barbarie.

Lo que triunfa en el mundo es la barbarie civilizada, entendida como el estado mental y material que obedece a la racionalidad instrumental, relegando las necesidades espirituales a un olvidado horizonte postmetafísico.

Para refrendar todo lo dicho vamos a traer a colación la famosa muestra educativa de la Fundación Carnegie. En el año 1986, la Fundación Carnegie tituló su estudio: “The Undergradute Experience In América” que muestra, entre otras cosas,  que –en los EEUU-  sólo el 19% del total de estudiantes en Humanidades tenía un empleo al concluir sus estudios. La cifra contrastaba de manera abismal con el 90% de los estudiantes de profesiones empresariales que si tenían un empleo seguro al momento de graduarse.

En el caso de las titulaciones relacionadas con cuestiones empresariales se duplicaron en 23 años pasando en 1971 de 112,000 a 230,000 en 1984. El caso de los licenciados en Letras y Literatura Inglesa descendió en el mismo periodo pasando de 57,000 a 26,500. Si se hiciera un estudio de la diferencia porcentual de los egresados entre una y otra área el resultado sería aplastante ya que en el primer caso el número de egresados se duplicó mientras que en la otra área de Humanidades el número disminuyó en 50%.

La consecuencia fue que varias universidades eliminaron asignaturas como lenguas clásicas, geología, educación musical. Muchas redujeron drásticamente los estudios sobre filosofía, lengua, literatura e historia para favorecer cursos triviales como hotelería, cocina y administración de restaurantes. 

El estudio de la Fundación Carnegie cita muchas deficiencias de la educación universitaria norteamericana, entre otras:

- Una incapacidad generalizada entre los estudiantes para leer, escribir y pensar adecuadamente.

- Una visión limitada, ausente o confusa del saber.

- Una conformidad generalizada de los profesores a la legitimación del contenido banal de los cursos... favorecen la conformidad.

Pues bien, desde 1986 estos problemas no han decrecido ni se han corregido, sino que, por el contrario, en los siguientes treinta años y bajo el paraguas de la globalización neoliberal, se han universalizado, aumentado y se las ha adecentado denominándola “educación para la competencia”.

  
La introducción en la Ley Orgánica de Educación del término "competencias básicas" implica una completa reformulación de los métodos de enseñanza. Del "saber" al "saber hacer", de "aprender" a "aprender a aprender" son los términos que se emplean para justificar el objetivo económico de alcanzar el objetivo en que una vez cumplida la etapa de escolarización obligatoria, los jóvenes hayan alcanzado una serie de competencias que les permitan incorporarse a la vida adulta y al mercado laboral de manera satisfactoria. Es decir, el fin no es humanista, sino económico.

Ahora se entiende por qué los graduados en Humanidades no sólo son cada vez menos y las titulaciones en cuestiones empresariales son cada vez más, sino, que ahora hay algo nuevo, y es que ante la drástica reducción del empleo en el sector industrial y de servicios en el mundo, lo que las universidades optan es por capacitarlos para la autoempresa y autoempleo.

A esta estrategia de supervivencia se le ha dado un nombre decente, a saber, el de emprendorismo. Y según los últimos rankings el primer lugar mundial de emprendorismo lo tiene el Perú. Dudoso lugar para sentirse orgulloso cuando nuestro país, según la ONU, también ostenta el primer puesto de infelicidad en Sudamérica.

No es que aquí sugiera ligar emprendorismo con infelicidad, sino, más bien que un pueblo tan antiguo como el peruano percibe nítidamente que el presente no se condice en lo más mínimo con su gloria pasada. Y, en consecuencia, es para los peruanos especialmente, y en medio de una naturaleza tan pródiga en recursos, un asunto prioritario resolver el dilema de la conciliación entre la exigencia moderna de libertad y el otrora status de justicia social. 

Volviendo al estudio Carnegie hay que resaltar que aumentó la incapacidad generalizada entre los estudiantes y graduados para leer, escribir y pensar adecuadamente. Lo cual favorece el pensamiento banal y la conformidad con el saber impartido. Pero ello es poco valor para los fines economicistas de la educación para las competencias.

Mientras tanto, la neurología ha enseñado que el estudio de las letras y las humanidades demanda un mayor uso del hemisferio derecho y las cuestiones científicas y empresariales un mayor uso del hemisferio izquierdo. Entonces, lo que se deduce es que la humanidad se va volviendo menos creativa e inteligente, aunque sí más operativa y funcional.

No resulta extraño entonces que la cultura y la educación en cuanto tal estén en declive. A esta bajada del nivel cultural han contribuido la tecnificación y la masificación.

En otras palabras, no se trata solamente que la presente civilización de la prisa exige un biorritmo acelerado que aleja a las personas de la lectura y del libro, el cual demanda un biorritmo pausado. Más bien, se trata del crecimiento de fuerzas impersonales poderosas que imponen a los seres humanos un comportamiento mecánico, alejado de la espontaneidad y del libre juego de las facultades del pensar, hacer y sentir.

Pero estas fuerzas impersonales obedecen a la razón pragmático-instrumental, último fundamento de la educación funcional. Esta forma de racionalidad no bebe de las fuentes del humanismo clásico, sino de un hominismo naturalista ligado al triunfo de un racionalismo matematizante, calculador y objetivista.

Esta forma de pensar es lo que reduce a todos los entes a lo manipulable y útil y con su sesgado escalpelo recorta la realidad mutilando la dimensión no empírica, trascendente y espiritual. Por ello, con justa razón se puede afirmar que la filosofía moderna tuvo el mérito de devolverle al hombre su dignidad, pero, a su vez, tuvo el demérito de hacerle perder la trascendencia y extraviarlo en la increencia y en el nihilismo. Por su parte, el pensamiento posmoderno sorbe las últimas gotas de este malsano relativismo y escepticismo disolvente y anético.

Un título vinculado a cuestiones empresariales demanda primordialmente el funcionamiento del hemisferio izquierdo. El estudio de las Letras y las Humanidades demanda un mayor uso del hemisferio derecho ya que está vinculado al proceso de la creación. En esta perspectiva no resulta casual, como lo indica el estudio, que muchas Universidades eliminaron asignaturas como las lenguas clásicas, geología y educación musical. Otras redujeron drásticamente sus estudios sobre lengua, filosofía, literatura e historia para favorecer cursos como hotelería, administración de restaurantes, etc.

El estudio de Carnegie citaba muchas deficiencias en los graduados, una de ellas era la constatación de que encontraba “una amplia incapacidad generalizada entre los estudiantes universitarios para leer, escribir y pensar adecuadamente.”

Como podemos apreciar en la civilización  funcional no es conveniente que funcione la creatividad, ni es necesario un sentido humanístico en el pensar, hacer y sentir. Lo que se convierte en indispensable es preparar altos niveles de pensamiento técnico y práctico, haciendo a un lado el mundo moral y valorativo.

Últimamente, y a raíz del fraude global montado por el sistema financiero internacional que generó el crash del 2009, a través de las hipotecas subprime (préstamos insolventes), se ha empezado a hablar de “ética en los negocios”, porque fue inocultable que el casino global afecta a los contribuyentes como posibles rescatadores.

No obstante, y como para darle nuevamente la razón a Georg Simmel en su libro “The Philosophy of Money”, donde afirma que la esencia del dinero es la indiferencia a todo valor y permite el abandono de lo cualitativo por lo cuantitativo, hasta hoy esta falta de ética en las finanzas no es sancionada.

Por lo visto, al consumismo deshumanizador le sigue la crisis ecológica, la crisis ética y la crisis educativa.

Con la educación para las competencias la educación misma se suicida, porque dicho programa no tiene base humanista en tanto que ha sido pensada para satisfacer la demanda laboral del mercado y no para satisfacer la auto realización de la personalidad humana. El resultado es que una educación funcional carece de imaginación y sólo pide competitividad. La consecuencia es la manipulación del pensar, la represión del sentir y el anetismo en el hacer.

Decir en esta situación que estamos en la “era del conocimiento” resulta un eufemismo, porque la hegemonía de un conocimiento divorciado del mundo moral y de sentimientos humanistas tiene como resultado la robotización del hombre y la muerte de los valores. ¡Qué distante nos sentimos ya del “Dios ha muerto” de Nietzsche! Ahora, asistimos a un nivel más profundo de la muerte del hombre, asistimos a las exequias de los valores y del mundo moral por el predominio de lo práctico, útil y técnico. El “Dios ha muerto” ha desembocado a “los valores han muerto”.

En realidad, los valores mueren cuando el hombre pierde su capacidad de desarrollar virtudes. Esto es, sin virtudes no hay práctica de valores. En consecuencia, una educación obsesionada por lo técnico y lo pragmático es cómplice del suicidio de aquel estrato espiritual donde se hace posible sentir el valor y formar la virtud, esto, es, los sentimientos. Los sentimientos son el nivel ontológico donde se manifiesta el valor y se posibilita su concreción a través de la formación de las virtudes.

Por tanto, los aportes de Piaget, Vigotsky y Zubiría sobre “aprender a pensar” y “pensar-investigar” de Moya Obeso, exigen no sólo construir bien el aparato conceptual, sino sobre todo el aparato emocional, los sentimientos. Porque la sede de la percepción del valor reside en el sentimiento. Y si, como hemos dicho, hace falta revivir el mundo axiológico, entonces hay que darle todo el peso que exigen los sentimientos en el nuevo paradigma pedagógico.

No obstante, la racionalidad funcional e instrumental no ha perdido el tiempo y ha presentado su propia versión de inteligencia emocional basada en el arte de “llevarse bien con todo el mundo” y evitar conflictos. Es decir, la sociedad tecnotrónica destila desde el aparato productivo el repudio de la constitución dialéctica del mundo haciendo una lectura de la inteligencia emocional en sentido estático y represivo.

El objetivo es claro: reprimir la individualidad y reforzar la manipulación de la personalidad humana.

Cuando por el contrario, “aprender a pensar” y “pensar-investigar” exige de suyo una operación previa, a saber, “aprender a sentir” y “sentir-investigar”, con inteligencia emocional independiente y autónoma, dinámica y sensible, imaginativa y artística, como paradigma pedagógico nuclear en la formación de nuevos seres humanos.

Ante el dispendio antiecológico en el que está empeñado el modo de vida californiano es difícil dudar que haga falta formar una nueva humanidad. Pero formar una nueva humanidad exigirá oponer a la racionalidad instrumental una racionalidad estética, donde lo axiológico subordine lo científico, la virtud guíe al pensamiento, y el valor se anteponga a lo útil.

Esto es casi como afirmar que la tarea titánica que tiene que emprender un nuevo paradigma educativo significa ir a contracorriente de las principales megatendencias mundiales, las cuales son: globalización del hiperimperialismo, neoliberalismo antihumano, predominio del saber práctico y técnico y la crisis de valores.

En efecto, es un  dantesco desafío la “educación para sentir” en medio de tiempos insensibles, no sólo porque significa ir a contracorriente y no adular el gusto mediocre del ambiente, sino porque es perentorio reconocer que si hay algo que nos vuelve humanos es la ética, sin ella el humanismo se vuelve hominismo naturalista, y la ética es el verdadero camino para que el hombre se sienta vinculado a la trascendencia.

La ética es la síntesis del encuentro entre lo universal y lo particular, la relación del individuo con los principios universales. En el hombre hay algo más que el hombre, cada uno es único e irremplazable, es el buscador de Dios, y ser libres, autónomos y racionales es la vía para ingresar en la unidad de lo inmanente con lo trascedente.

Vivimos una época de obscurantismo ético, pero es posible ser optimista y atisbar una oportunidad de cambio. Pues, el núcleo duro que representa la sociedad de la avaricia, está en un extremo de la balanza y en el otro extremo están los humanistas radicales, pero en el medio está inmensa mayoría que se acopla a la estructura social imperante.

Además, el hombre nihilista de nuestro tiempo tiene menos temor al cambio debido a que está acostumbrado a amalgamar su conducta a las exigencias externas del mercado capitalista. Así, es posible plantear un nuevo paradigma pedagógico ligado a la nueva utopía de la Ciudad Humanista del Espíritu.

Para ello preciso introducir los siguientes cambios civilizatorios:

º Introducir el salario ciudadano. Lo cual aseguraría una libertad e independencia educativa real respecto a los poderes externos. La excusa capitalista de que la gente es ociosa es falsa y sólo ha servido para racionalizar la opresión sobre el prójimo. Otra ventaja sería que el estudio que se realiza ya no encontraría su impulso en el vil lucro, sino en la realización personal. Entonces, realmente la humanidad habrá pasado del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad, porque el reino de la libertad jamás podrá consistir en la alienante satisfacción de consumir sin límite. Además, el salario ciudadano será la verdadera base material para poder subordinar la producción a la educación e incrementar la conversión de la riqueza material en riqueza cultural.

º Suprimir la publicidad y todos los métodos de manipulación mental política y comercial. Lo cual eliminaría la droga embrutecedora del consumismo.

º Destrucción completa de las armas nucleares, biológicas y de destrucción masiva. Suprimiendo las máquinas de la muerte se habrá dado un paso sin retorno para que el hombre avance en dirección de ser un pastor de la educación y no un pastor de las máquinas de la muerte.

º Limitar drásticamente el derecho de los accionistas para determinar la producción y las finanzas. Ello permitiría no basar la producción en la ganancia, sino en las reales necesidades educativas de la gente. Esto conlleva que la educación dejará de estar distorsionada desde la base económica, porque en vez de subordinarse a la producción y a la economía, ahora lo hace a los conocimientos mismos. En realidad, cuando el objetivo de la actividad económica ya no sean los beneficios, entonces la educación se humanizará. Por ello, se requiere con suma urgencia una economía de las necesidades vitales, culturales y de trascendencia humanas, que sustituya a la economía adquisitiva y lucrativa del capitalismo. La explotación de las máquinas es la alternativa a la explotación del hombre.

º Robustecer la autonomía de la comunidad descentralizando el poder. Pues al madurar la vida social disminuirá el control del Estado, el poder de los monopolios y el crecimiento de la máquina. Con un cambio de ideales estos tiranos volverán a ser nuestros servidores. El paro social del Estado, los monopolios y la máquina será inversamente proporcional a la realización de los valores humanistas. En una palabra, en la medida en que madura la vida social estas megamáquinas (Estado, monopolios y tecnología) tenderán a desaparecer en su protagonismo tan señalado y serán como ríos subterráneos que existen pero que ya no estorban.

En una palabra, la “educación para sentir” es la verdadera plataforma para rescatar los verdaderos valores humanistas. Por ello, hay que poner fin a la sociedad del tener y tomar conciencia que se requiere edificar una sociedad del ser, para que surja una economía, una política y una ciencia ética.

Sólo así seremos capaces de crear las condiciones para el surgimiento de un nuevo hombre y de una nueva sociedad, donde la utopía educativa y humanista dirija a la utopía técnica y no a la inversa.  

Muchas gracias

 

ESPIRITUALISMO ONTOLOGISTA DE ANTENOR ORREGO

 
EL ESPIRITUALISMO ONTOLOGISTA
 DE ANTENOR ORREGO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
(Conferencia pronunciada el 29 de Octubre del 2013 en el Auditorio
 de la Universidad Antenor Orrego-UPAO- Trujillo)
 
Por invitación que me honra y vivamente agradecido vengo a esta alta Tribuna a pronunciar este discurso sobre EL ESPIRITUALISMO ONTOLOGISTA DE ANTENOR ORREGO en la Universidad Privada que se enaltece llevando el nombre de nuestro insigne filósofo. 
 
EL PROBLEMA
Cuando se recorren los aforismos, ensayos, artículos, prólogos y poemas de Orrego se puede pensar que su obra es la vez filosofía, literatura, política, poesía y religión. En cada página su mente poliédrica nos sobrecoge con visiones profundas, afanes enigmáticos, ideales nobles abordados admirablemente, como digno heredero del Siglo de Oro español, en un estilo elegante, inquietante y misterioso. Esta característica suya ha provocado un artificial problema en el mundillo académico acostumbrado a la aburrida monografía, considerándolo un escritor funambulesco de segundo o tercer rango, que nunca realizó una obra rigurosamente filosófica, un intruso en la república de las letras con pretensiones de literato y de filósofo, que nunca rebasó los linderos del periodismo partidista y del escarceo ensayista.
 
Pero nada más falso y descaminador, no sólo porque ninguna página suya nos defrauda sino porque su lectura nos despierta hondas y entrañables verdades, apasionamientos abisales y angustiosos junto a ideas raigales. Este fue un problema para el propio Orrego, el cual insiste en el conflicto dramático de entender la vida. Y es que para comprender la problematicidad de la obra de Antenor Orrego es necesario tener presente tres aspectos: la unidad en la diversidad de sus ideas, su angustia metafísica y la unidad entre filosofía y literatura en su pensamiento. Se trata de una tensión metafísica que presidirá como hilo conductor todo su pensamiento. Y el no prestar atención a este aspecto es la causa del encasillamiento absurdo de sus críticos.
 
En Orrego no hay sistema y sin embargo existe un cuerpo de doctrina congruente, una unidad en la diversidad. Lo cual es ya bastante admirable, teniendo en cuenta que debajo de la serenidad que aflora en sus escritos se alzan las aristas turgentes de redadas, persecuciones y prisiones vesánicas de las cuadrillas represoras. En sus dos primeras obras de juventud (Notas marginales, 1922, y Monólogo eterno, 1929) saltan a la vista sin cesar de un tema a otro los aforismos y sentencias reflejando su brillo cual piedras preciosas, y sin embargo él mismo no deja de sorprendernos cuando nos dice que en su obra juventud están las ideas germinales de su siguiente gran obra Pueblo Continente (1937).
 
Y es que el talante aforístico de su obra juvenil no responde a un improvisado fiat lux sino a la conformación orgánica y anímica de un pensador nato de ingénito poder creativo. Ni sistema, ni aforismo inconexo sino viajero del pensamiento esencial, que rompe la crisálida del itinerario eurocéntrico, que no era el nuestro. Esta es pues la unidad en la diversidad en el pensamiento de Orrego.
 
En Orrego está presente la preocupación real, personal y con gran fuerza por los problemas de la filosofía. Es decir, en él vibra una real angustia metafísica. Lo cual lo pone a cien leguas de la pedante actitud erudita y del deleite historicista, que se regodea en el afán exegético y en el alarde de opiniones ajenas. Su actitud es bien distinta al filósofo de gabinete, el cual no se cansa de papeletear al detalle todo lo que lee. Por el contrario, Orrego quintaesenciaba lo primordial de los grandes filósofos sin deleitarse luciendo citas como joyas y alhajas de familia, sin refocilarse en el gamonalismo mental.
 
Lejos de referencias y artilugios eruditas, el lector no queda enceguecido en sus obras por el resplandor de escaparate de sabiduría ajena, donde uno se da de bruces contra la atonía del vocablo yerto, la antología bibliográfica y los zarpazos acuchillantes de las citas. Al contrario, sus páginas nos acarician con la palabra tersa de un apóstol, de un autor con ideas personales, pero engarzadas con la tradición filosófica, que no necesita disimular vacuidad alguna de su alma con gestos sibilinos y ademanes doctos. Pues él está henchido de autenticidad humana y por ello no requiere del mimetismo zoológico de las máscaras sofísticas, ni la frenética zarabanda de los textos cercenados. Por eso Orrego subvirtió en América los términos del pensamiento, haciendo entender que hay dos tipos de hombres: los perjuros o seudo-maestros imitadores, y los auténticos o los que sólo se saben guiar por esa dolorosa y urticante angustia metafísica en su ser.
 
Nadie está más incapacitado para entender la obra de Orrego que el que pretende comprenderlo sólo a partir de su letra sin hacer caso de su espíritu. Pues su ansiosa fe filosófica jamás estuvo desligada de este hondo sentimiento metafísico, de un anhelo de absoluto, que a contracorriente de la actual nihilización entrópica posmoderna, para él existe una energética del ser que insufla de sentido a la naturaleza, la historia y el ser universal.
 
Es precisamente por esto, que para Orrego se peca contra la palabra no sólo cuando se la hace vehículo de la mentira y la injusticia sino también cuando se la vuelve mendaz, vana, superflua, extraviándola de sus fines vitales. Ya nos recordaba que la palabra del estilista es saco vacío cuando no se convierte en vehículo de un espíritu. Y esto se advierte en la obras orregianas cuando tras la letra literaria vibra el mensaje filosófico. Se trata de hondas visiones metafísicas valiéndose de medios aforísticos, poéticos, periodísticos, en suma literarios. Pero hay algo más. Orrego recalca que el escritor que no respeta la santidad de la palabra es un alma espúrea.
 
En suma, apreciamos cómo se unen en él literatura y filosofía en un solo proceso creativo, la palabra y el pensamiento como términos a la vez antinómicos y complementarios. Y es que la estructura misma de la vida humana habita entre lo analítico y lo narrativo, y Orrego en su acercamiento a las verdades últimas fue tan auténticamente filósofo que su pensar no encontró dificultad expresiva en el diálogo, la sentencia, el poema, el aforismo, el ensayo y el artículo.
 
EL TEMA: HUMANISMO Y RACIONALISMO DE NUEVO CUÑO
Un único tema atraviesa la obra entera de Orrego: el hombre y su trascendencia vital; primero americana, luego humanista y finalmente ontológica. Su prolegómeno juvenil sintetiza una idea estético teológico de la vida. Habla como un Pico de la Mirándola o un hombre del renacimiento cuando dice en esta etapa juvenil que su leit motiv es la coordinación de los cuatro costados del hombre con los cuatro costados del universo.
 
Paulatinamente el tema del hombre se va enriqueciendo y ensanchando con el tema de la americanidad. Ya en 1937 Orrego era un hombre curtido en prisiones y lo único que lo salva de la lóbrega y tenebrosa crisis espiritual es su nueva fe en el humanismo americano y en el hombre integral del mañana. Este giro se ahondará en su última etapa con sus Meditaciones ontológicas (1956-58).
 
Aquí el tema único del hombre es asumido con gran vuelo filosófico-metafísico a través de los espinosos problemas de la eternidad, la inmortalidad, lo absoluto, el ser, el tiempo y la nada. Pero fiel a su espíritu insubordinado y americanista, lejos de repetir a Heidegger rechaza más bien su ontología antropocéntrica, la cual juzga que no sale de la jaula cartesiana al insistir que el ser de las cosas existe solamente en tanto el hombre las percibe e incorpora al mundo del ser ahí, es una filosofía que no logra salir de la existencia humana y por ello no llega a un concepto claro del ser.
 
Movido por una angustia metafísica y convencido que la filosofía es una desgarrante ansiedad, Orrego revela que el único tema que abraza su meditación es un humanismo total, que no se unilateraliza ni en lo humanum ni en lo divinum, sino que la realidad humana exige una apertura a lo trascendente como a lo inmanente.
 
Pero el tema del hombre sólo se llega a desenvolver enteramente cuando deja sentada su posición frente a la ciencia y a la intuición. Distingue meridianamente el camino de la ciencia pura y el camino de la intuición, dos modos de saber: el científico y el vital, opone la ciencia a la vida como testimonio que la ciencia no puede monopolizar a la razón misma. La vida es creación de razones, imponiéndose la exigencia de alcanzar una más amplia idea de la razón.
 
Su racionalismo de nuevo cuño insiste que la razón no es un mero instrumento de investigación sino de realización personal y de expresión, cuya meta final es el reconocimiento de la divinidad. Su obra está condicionada por el estado de la ciencia y la discusión filosófica del momento. El forma parte de la reacción espiritualista de estirpe bergsoniana que acontecía en el Perú con Deústua e Iberico, pero nunca fue un positivista arrepentido, podemos decir que fue un espiritualista de pura cepa. Tampoco fue un anticientista aunque sí un anticientificista. Jamás depositó incienso en el altar del método científico. La teoría relativista de Einstein no lo llevó a relativizar la verdad, como ocurre con el pragmatismo, sino que valoró no perder de vista la Eternidad.
 
Para Orrego el racionalismo de nuestra edad nos ha precipitado hacia un malestar angustioso, arrojando al desván del inconsciente las fuerzas creadoras de nuestras almas. Recalcará que el hombre contemporáneo está pidiendo a gritos un nuevo reajustamiento de su razón y de su alma. Es necesario reconocer que la realidad se conoce también por la sensación, la emoción intuitiva sin deducción, inducción e inferencias racionales.  Esta idea suya que la emoción tiene alcance hacia toda la realidad lo lleva más allá de Iberico, aproximándolo a Max Scheler y a Pascal. Y cuando trata de dar cuenta de la libertad dice que su realidad es indemostrable lógicamente, inalcanzable por los meros recursos racionales, donde resulta que nuestro conocimiento es iluminación y expresión racional de nuestra fe. En consecuencia, Orrego arraiga la razón en lo irracional, la vida, lo intuitivo, la fe; razón e intuición son medios válidos del conocimiento de lo real, en la cual lo emocional interviene.
 
Pero los temas del hombre, la ciencia y la razón para ser apreciados en su verdadera dimensión tienen que ser iluminados por la idea que tenía de la realidad. Si intentáramos apresar en una fórmula lo que concebía Orrego por realidad, habría que indicar que la concibió como una actividad del espíritu humano y de la naturaleza en un dinamismo que aspira a un Dios que los trasciende.  Dios es la fuente de toda realidad, sólo por Dios y con Dios es dado el concepto de realidad, pues conciencia y naturaleza son en buena cuenta sólo vehículos de la Eternidad. En esta idea de la unión entre la naturaleza y el espíritu en Dios hallamos el influjo cristiano de San Agustín. Pero lo peculiar de esta idea de la realidad es que no se detiene en la inmutabilidad sino que, como los románticos, reconoce su dinamismo y actividad. Orrego llega a transcribir un aserto de Ortega y Gasset cuando sostiene que tenemos que des-intelectualizar lo real a fin de serle fiel.
 
“EL SENTIDO DE LO DIVINO” EN AFORÍSTICA Y PROSA
En las dos primeras obras de Orrego se trasluce el aforismo como intuición metafísica. El conjunto de sentencias sueltas y deflagrantes articulan los aforismos en filosofemas, no susceptibles de verificación empírica, postulación matemática, prueba demostrativa o formulación hipotética, sino que su esencia radica en su validación argumentativa y aserciones categóricas. Esta aforística suya está ya inserta en el problematismo filosófico. Su contenido no está dirigido a la preparación del dominio del hombre sobre la naturaleza ni sobre los demás hombres, ni hacer más feliz o menos infeliz la existencia humana, sino que tiene el propósito de proporcionar una visión de lo trascendente, una intuición de lo absoluto, lograr la generalización inductiva y la síntesis de los conocimientos universales.
 
La aforística orregiana lejos de ser un procedimiento artificial está rodeada del halo del misterio y enigma que brota de una intuición metafísica surgida de la angustia del existir. Junto a esto aflora en su aforística un pronunciado sentido de lo divino, que pasará a su prosa posteriormente. Si para Orrego lo primario no es el pensar sino el percibir, como una manera de poner coto al absolutismo de la conciencia, él no absolutiza la percepción, pero la reconoce como un medio privilegiado para que el hombre reconozca su vocación de trascendencia.
 
En realidad, Orrego dispone de poderosas herramientas para no insensibilizar el sentido de lo divino, las cuales son: la humildad y el ascetismo. Su humildad hizo posible que reconociera el fundamente del hombre y del mundo fuera de sí mismas, y por el ascetismo pone el centro en las cosas internas y se aproxima  a Dios. Orrego es proclive a reconocer las limitaciones intrínsecas de la razón y, por tanto, es inmune a caer en esa hemorragia de subjetividad tan característica de la filosofía moderna, tan hechizada por la soberbia de la razón que terminó sobrevalorando el saber científico y obliterando al hombre de hoy el sentido de lo divino.
 
Su vida pobre y sencilla, su temple moral sincero e impoluto, y su pensamiento que no pierde de vista la esencia trascendente del hombre y de la vida, describen un estado de perfección moral y espiritual que puede ser calificado de santidad, tanto en el sentido platónico de grado supremo de la virtud, o sea la justicia, o en el sentido kantiano de conformidad completa con la ley moral, como también en el sentido tomista de perfección religiosa por obra de la Gracia divina.
 
Pero con la salvedad, que en Orrego esta perfección religiosa no tiene que ver con un respeto escrupuloso de ritos sino con la convicción fundamental que la religión se justifica como racionalidad no instrumental, ontológica y trascendente de la existencia humana, como amor al prójimo, la cual tiene su epicentro no en la razón sino en la emoción ontológica, porque Dios no es un problema racional sino vital.  Antenor es un espíritu agónico como Unamuno, para quien lo trascendente se muestra y se oculta, escapando a lo conceptual pero no a lo existencial.
 
Orrego es una persona totalmente opuesta a la cultura de la increencia del hombre pragmático y utilitario de la moderna sociedad industrial y masificada. No es un alma desarraigada en la insensatez de la negación de Dios. El pertenece a la raza moral de hombres que aún cuando ven el mal, el desorden y la muerte sienten con más intensidad el llamado de Dios. Jamás negó a su pensamiento y emoción la experiencia de lo sagrado. Por eso el cuestionamiento de la modernidad objetivante brilla desde su etapa juvenil. Y como ya hemos visto, jamás compartió el punto de vista de Durkheim quien valoró la religión como una metafísica de la sociedad, ni asumió la visión funcionalista de Compte y Spencer, menos la perspectiva vulgar del marxismo de ver la religión como el opio del pueblo, ni la fenomenológica que asume la religión como creadora del sentido de la vida. Por su óptica, coincidirá más bien con Toynbee, Dawson y Spengler al considerar la religión como un verdadero fenómeno de la cultura.
 
Pero tanto su aforística como su prosa se adhieren a una antropología de lo trascendente, cuyo fundamento metafísico no es sólo una voluntad de saber sino una voluntad de amar. Orrego confiere al amor un valor ontológico personalizador, a través de la cual el hombre se vuelve creador de nuevas realidades. Sólo cuando se personaliza el hombre puede llegar tanto hasta lo infinito subjetivo y lo infinito objetivo. El hombre no puede aspirar a su máxima expresión individual si el pensamiento no sirve para mejorar y superar la vida. En realidad Orrego reacciona contra el insípido naturalismo positivista para recuperar la unidad perdida entre filosofía y teología. Con esta perspectiva él es un renovador en nuestro medio del estudio de la metafísica, comprendió el sentido profundo de la historia de la filosofía, se volvió contra el cientificismo y el racionalismo y planteó problemas radicales implicados en la teodicea.
 
LA ENSAYÍSTICA Y LA FILOSOFÍA COMO DRAMA A PERSONAL
¿Por qué Orrego optó por el ensayo para escribir sus ideas filosóficas? Veamos primero que la filosofía en los más diversos géneros literarios y el ensayo sólo se vuelve como el medio por excelencia de la filosofía a partir de Bacon, llegando a su esplendor en el siglo dieciocho.  Con la interferencia del saber científico, la vigencia cientificista y la conversión del filósofo en profesor los géneros literarios de la filosofía se verán amenazados y entonces el libro filosófico para no desentonar sucumbe a la tentación docente de escribir como si fuera una disciplina científica más. Desde entonces el libro filosófico pierde su peculiaridad, entra en crisis la tentación literaria y sólo los desclasados de la academia o discrepantes de la filosofía imperante insistirán en el ensayo, como Maine de Biran, Nietzsche, Schopenhauer y Kierkegaard; es decir justo los que no son profesores o lo eran en grado mínimo a atreven a renovar el género literario de la filosofía con aforismos, diarios íntimos y autobiografías.
 
Esta reacción fue fecunda porque le devolvió a la filosofía una moderación entre el impulso literario y la vigencia científica, como se muestra en Dilthey, James, Bergson, Heidegger, Sartre y Santayana. Todo indica que el estrecho especialismo, el privilegio académico, las prebendas burocráticas y el poder institucional que ello implica corrompen la agudeza crítica, desalientan el conocimiento teórico desinteresado y frenan los desarrollos originales del pensamiento. Basta dejar indicado que la mayor parte de los libros de filosofía de nuestro tiempo surgen de la docencia universitaria con su millardo de tesis doctorales sólidas, útiles y admirables pero poco o casi nada creadoras y originales. En contrapartida los más brillantes libros de filosofía actual son ensayos incitantes y creativos, no son textos orgánicos ni sistemáticos, pero originales y suficientes.
 
En consecuencia, Orrego optó por el ensayo por el doble motivo de ser un desclasado de la filosofía, no era profesor universitario aunque llegó a ser rector, y porque se trata de un género que se adapta bastante bien al genio, inspiración y libre voluntad de una figura extra universitaria como la suya. Con el ensayo el libro filosófico se vuelve una empresa dramática y no un frío tratado, no es un punto de partida sino un punto de llegada. Se trata de una entrega activa a una auténtica radicalidad, donde el género del ensayo se define como un drama personal. Y Orrego vivió imbricado radical y angustiosamente al problematismo de la filosofía misma.
 
ALGUNAS POSICIONES INTERPRETATIVAS
La naturaleza poliédrica del pensamiento de Antenor Orrego ha sido objeto de las más variadas interpretaciones. Un filósofo cuyas predilecciones expresivas se cristalizaban en la joyante reverberación de un estilo literario denso, metafórico y barroco capaz de revelar la magnificencia de la visión profunda y la interpretación trascendente y original no podía dejar de generar las más dispares comprensiones.
 
ESQUEMA DE LAS INTERPRETACIONES DEL PENSAMIENTO DE ORREGO
1. Idealista anticientista (comunismo criollo)
2. Filósofo del alma americana (Townsend, Revilla)
3. Culturólogo (Antero Peralta, David Sobrevilla)
4. Irracionalista (Alberto Izaguirre, A. Salazar Bondy)
5. Esteta (Luis Alberto Sánchez)
6. Materialista neomarxista (Luis Flores Caballero)
7. De metafísico vitalista a Socialista no-marxista
    (A. Salazar Bondy)
8. Ontologista de lo americano (Gustavo Flores Quelopana)
9. Víctor Samuel Rivera (hermeneuta de lo político)
 
         Como no viene al caso examinar cada una de estas tesis aquí, me limitaré a dar unas breves explicaciones de mi interpretación personal. El ontologismo, en primer lugar, no es un término desfasado y en desuso, usándose en su lugar la palabra Metafísica. Ello es desorientador y equivale a olvidar que en filosofía se da una Metafísica Teológica, que se basa en Dios, una Metafísica Ontológica, basada en el Ser, y otra Metafísica Gnoseológica, fundada en las posibilidades del conocimiento racional. Por lo que el uso del término ontologismo conserva todo su valor metafísico.
 
Orrego discrepa en sus Meditaciones Ontológicas con la metafísica gnoseológica de Heidegger, como parte integrante de la corriente fenomenológica que concibe la determinación del sentido del Ser a partir del ser del ente que plantea la pregunta. Esto le parece a Orrego una posición que no se libra del subjetivismo de la “poderosa garra cartesiana”. Antero Peralta cuenta, que haya en 1947 Orrego discutía las tesis de Heidegger, Hartmann y Jaspers, por lo que cabe pensar que tampoco admitiría la ontología de Hartmann, según la cual el objeto de la ontología no es el Ser sino el Ente, porque el ser es únicamente “lo que hay de común en todo ente”.
 
En cambio, se puede encontrar una profunda coincidencia con la metafísica ontológica de Jaspers, para quien el Ser verdadero es Trascendencia, y el intelecto sin el auxilio de la fe no puede conocer la verdad y el Ser. Lo que al parecer no admitió Antenor es la idea jasperiana de la filosofía como un aprender a morir, su punto de vista es más optimista y tiende ha acentuar más lo vital.
 
Y qué concepto del Ser implica la metafísica ontológica de Orrego? Aquí no se puede olvidar que para nuestro filósofo la cultura y la historia son encarnaciones sucesivas de los distintos aspectos de la esencia del Ser. Esto significa una coincidencia con Wolf, en tanto la metafísica ontológica debe incluir una exigencia descriptiva y empirista, que elimine el contraste entre el apriorismo deductivo de la metafísica ontológica de los escolásticos y la experiencia misma.
 
Fundándose en la misma exigencia Orrego distingue implícitamente en su obra entre una culturología empírica, en la cual se establecen a partir de la experiencia los principios que pueden dar razón de lo que puede suceder en la cultura y la historia, y una culturología ontológica, como conocimiento de todas las cosas posibles en la cultura americana. Es justamente esta distinción la que le permite hablar de un Pueblo Continente y del Humanismo Americano, como realidades esenciales, eidéticas e ideales que discurren en el hontanar de la cultura empírica.
 
Podemos decir que Orrego está centrado en la determinación de la sustancia como hombre y como cultura. Lo cual supone coincidir  con la definición aristotélica de la metafísica como la teoría de la sustancia en cuanto tal. Esto es, que toda la ciencia y conocimientos suponen la metafísica, del mismo modo que todas las determinaciones de la sustancia presuponen a la sustancia.
 
En realidad, en la obra de Aristóteles el concepto de la metafísica como teología se entrelaza con el concepto de la metafísica como ontología, o sea como ciencia del ser en cuanto ser. Este entrelazamiento está presente en las primeras obras orregianas y mucho más atenuado en sus Meditaciones Ontológicas, tan atenuado que llega a predominar el concepto de metafísica como ontología.
 
Pero esta asimilación del acervo aristotélico se llega a romper cuando incluye a la fe y al sentimiento como vehículos privilegiados en la intuición del Ser. No obstante, el sedimento aristotélico en Orrego es irrenunciable, y ello quizá condicionado por ser un intelectual realista, para quien lo práctico tuvo también un alto valor, y es justamente este aspecto lo que lo aproxima también a un Duns Scoto, para quien el Ser es común a todas las criaturas y a Dios. En cambio no lo aproxima a Santo Tomás,  para quien el ser de Dios presenta una identidad de esencia y existencia que lo distingue nítidamente del ser de las criaturas en las que esencia y existencia son separables, y por tanto la Metafísica pierde su prioridad, que pasa a la teología como ciencia en sí que deriva sus principios directamente de Dios.
 
Más próximo al escotismo que al tomismo en este  punto, pero   profundamente   coincidente  con el tomismo en cuanto al realismo metafísico que parte de las cosas empíricas y finitas para llegar al Ser, lo trascendente y a Dios infinito. Y no sólo en esto coincide con el espíritu tomista sino también en su búsqueda de una filosofía equilibrada que admita la metafísica sin rechazar la ciencia, confíe en la razón sin desconocer sus límites y subraye la responsabilidad social del hombre sin olvidar que su fin último es la vida sobrenatural y la unión con Dios.
 
Por ello, justamente, sentía Orrego una repulsa instintiva por el aspecto ateo del existencialismo sartreano y heideggeriano, así precisamente pudo mantener un espíritu incólume y sereno ante prisiones infames, cabalmente fue admirado por propios y extraños en su talante puro, humilde y de cartujo, nunca escribió con saña ni con odio en medio de la persecución implacable.
 
Orrego para contradecir “la desesperación extrema” a la que conduce el existencialismo sartreano sostendrá que “la capa trascendente y eterna plenamente iluminada” de la criatura humana constituye su ser más profundo y auténtico, y para rechazar la actitud antropocéntrica de la ontología heideggeriana afirmará que “no solamente el hombre sino todos los seres del universo pueden ser y son una ventana, una revelación hacia el Ser”; cuya realidad es una “presencia extralógica que comienza a revelarse pre-ontológicamente”. Pero sobretodo enfatiza con fuerza que pensar que, el ser de la cosas existe solamente en cuanto el hombre las percibe significa revolcarse en la jaula laberíntica de la garra cartesiana.
 
Esto nos demuestra que Antenor se sitúa en la orilla de quienes consideran de un modo exclusivo y parcial el objeto del conocimiento como el primo del cual deriva la legitimidad del conocer mismo, convirtiendo así a la ontología en la base de la gnoseología y aún de la epistemología. Por ello, a diferencia de Sartre, él sí consideraría posible un análisis del ser en sí, sin admitir la primacía de la conciencia. A esta postura se ha llamado “ontologismo”.
 
No es casual que emplee los términos “iluminación” y “revelación”, lo cual indica la existencia de una finalidad religiosa en su pensamiento, dentro del cual el concepto de realidad natural y humana se inscribe como manifestaciones de un Principio sobrenatural o divino.  El ontologismo es condenado por la Iglesia Católica, por su intento de alcanzar las verdades de la fe por la fuerza la sola razón natural.
 
Pero la concepción orregiana, en realidad, nos retrotrae al concepto de emanación divina de índole neoplatónica  porque contiene una teofanía, como proceso que Dios desciende al hombre y el hombre retorna a Dios. Este concepto reaparece también en la filosofía romántica de Fichte, Schelling y Hegel, para los cuales la revelación es manifestación y existencia de Dios. Está también presente en el segundo romanticismo de las filosofías de Maine de Biran, Rosmini, Gioberti y Mazzini, los cuales parten del principio que la conciencia es la revelación de Dios.
 
La persistencia del concepto de Revelación en filosofía se demuestra también en el pensamiento de Heidegger, según el cual la revelación del ser no es aún perfecta y exhaustiva porque “se esconde a la vez que se revela”. Por tanto, la presencia de este concepto está plenamente justificada en el pensamiento filosófico y no puede ser óbice para endilgar a Orrego un resabio anacrónico. Todo lo contrario, la idea ha sido tomada por la filosofía de la religión misma, siendo propias no sólo de aquellas que tienen finalidad religiosa porque también ha sido abordada sin tonalidad piadosa, como es el caso de Heidegger.
 
Vislumbrar las ideas eternas y universales en Dios es lo característico de los ontologistas, no sólo italianos, como Gioberti y Rosmini, sino que incluso Malebranche puede ser considerado como un ontologista al afirmar que Dios contiene el mundo inteligible y los espíritus finitos, y que éstos están en directa comunicación con aquellos.
 
El ontologismo está en la base de la filosofía orregiana, de tal modo que lo ontológico no se puede derivar de lo psicológico o gnoseológico. Pero Orrego no es un ontologista radical, porque no admite el conocimiento inmediato de Dios, rechaza el panteísmo y la no distinción real de los universales considerados objetivamente respecto a Dios.
 
El ontologismo orregiano no nos lleva hacia un significado predicativo del ser sino hacia un significado existencial, y dentro de ésta concebida no como existencia en general sino como existencia privilegiada o primaria, de la cual dependen todas las manifestaciones determinables. Aquí encontramos una coincidencia con el punto de vista de Aristóteles, el cual sostiene que el ser se menciona de muchos modos pero su significado primario y fundamental es uno solo. Ahora bien, son tres las modalidades por las cuales el ser puede ser enunciado: la necesidad, la posibilidad y la asertoridad; de lo que se trata entonces es de establecer si Orrego asume una metafísica de la necesidad o una metafísica de la posibilidad.
 
De primera impresión parecería Orrego un exponente de la interpretación del ser como necesidad, por la cual todas las cosas creadas en el ser de Dios son participación en la perfección e inmutabilidad de El. En el medioevo la concepción dominante fue la de Avicena en el siglo XI, según el cual, todo el Ser en cuanto tal es necesario. En el mundo moderno éste concepto fue reafirmado por Spinoza y Hegel, el primero vio en la necesidad el ser de Dios, y el segundo afirmó que la racionalidad de lo real es su necesidad. Más tarde, Bradley ha hecho notar que tanto lo Absoluto de los idealistas como la materia de los materialistas son Ser necesarios. El mismo ontologista Rosmini ve en la universalidad y necesidad  los caracteres primarios del Ser. La ontología de Nicolai Hartmann, que consideró la efectividad como significado primario del Ser, no logra darle a la asertoridad un significado diferente de la primacía de la necesidad.
 
Orrego identifica el Ser con la libertad, y en consecuencia la entiende como absoluta, incondicionada y causa sui, es decir, como la contingencia que puede abarcar determinaciones opuestas o contradictorias. Esto implica cierto indeterminismo en el sentido bergsoniano, en el que el acto libre es imprevisible y por tanto no se le puede aplicar la causalidad. Lo cual no hace sino volver a contraponer a Antenor con Sastre, para el cual mi libertad devora mi libertad, extingue al ser libre. Para Orrego esto equivale a llevar a límites extremos el concepto de libertad como autocausalidad.
 
Entonces, ¿es Orrego un exponente de la interpretación del Ser como necesidad o como posibilidad? En un primer momento da la impresión que se adscribe a la noción del ser como necesidad al caracterizarlo como Eternidad, y en otro lugar da la impresión contraria, al ofrecer una interpretación del Ser como posibilidad a través del concepto de libertad. ¿Es posible que no fuese consciente de esta contradicción?, ¿se trata acaso de una contradicción aparente? Al parecer sí, porque Orrego repite el planteamiento parmenídeo, platónico y plotiniano, por el cual la Eternidad es lo que no era ni será sino que solamente es. Pero añadirá una pertinente precisión que se remonta al tomismo, según la cual la Eternidad es una vida sin límites, es decir el totum simul que abarca todos los opuestos y contradicciones. Sólo en este sentido es posible entender a Orrego en el marco de una metafísica del Ser como posibilidad.
 
Sin embargo, existe algo más que caracteriza al ontologismo orregiano, y ello es el americanismo. En la hora presente, Dios desciende al Espíritu de lo americano para suscitar sobre la fusión de gérmenes culturales distintos el surgimiento de un Neohumanismo, caracterizado por la supresión de las antinomias entre el blanco europeo, el indio americano y el negro africano. América está destinada a convertirse en el epicentro de una nueva época y cultura mundial porque su proceso culturológico está condicionado por un fundamento ontologista. La misma actividad creadora del hombre americano recoge la revelación del Ente que desciende sobre su espíritu, las mismas fuerzas arquetípicas que modelan la cultura brotan del hontanar y revelación que el Ente hace de sí mismo al hombre.
 
No es que el hombre sea aquí un mero receptáculo de órdenes hipostáticas, no, todo lo contrario, el llamado del Ser exige del hombre atención, valentía y libertad, exige al Hombre Fehaciente, capaz de invocar al Ser y asumir su responsabilidad histórica y personal, pero tampoco excluye el Hombre Perjuro, cobarde, indiferente al llamado del Ser y a la asunción de su libertad.
 
Para Orrego la civilización contemporánea del hombre blanco se consagró febrilmente a la investigación científica, al desarrollo tecnológico, al desarrollo económico, a mejorar las estructuras sociales y el Estado pero olvidó lo fundamental: cómo transformar y revitalizar el ser humano. Este es el talón de Aquiles por los cuales se vienen abajo los valores europeos, y por ello cree que se convierte en un factor que acelera la unificación política y la unificación racial especialmente en América.
 
No hay que dejar pasar desapercibido que esta posición ontologista de Orrego está asociada a su predilección por la tranquilidad de la vida campesina. No hay que olvidar que nace Antenor Orrego en la tierra ubérrima y rural de la Hacienda Montán, lejos de las frívolas voces mundanales y urbanas, ubicada en el bucólico ambiente andino del departamento de Cajamarca. La vida sencilla y clara de este místico retiro florido y pastoril de sus primeros años infantiles deja una huella imborrable en su alma y le inspirará a su inteligencia esa lucidez  y profundidad ontológica metafísica que sabe aprisionar un fragmento de la eternidad. Así, con 28 años a cuestas expresará su inclinación por la vida campesina en un artículo suyo publicado en 1920 en el diario Trujillano La Reforma:
 
“Amigos míos de la ciudad: estoy harto de vuestra complejidad... vuestra civilización ha reducido la vida... si gustaseis vosotros este sabor eglógico a tierra mojada, a leche caliente y humeante... si gustaseis esta paz...” (1)
 
SIGNIFICADO DE UN  FILÓSOFO GENUINO
Concluyendo es legítimo restaurar a Orrego como un genuino filósofo de gran nivel, que adaptó la filosofía universal a la americanidad; pero no para transformar la filosofía en ideología sino para reelaborar la metafísica y convertirla en base de la praxis política. Su creatividad filosófica sintetiza el meditar sobre nuestra propia realidad y los problemas universales. Fue un filósofo afirmativo-asuntivo.  Y sin embargo es todavía entre nosotros un ilustre desconocido.
 
Es necesario revisar su pensamiento, lleno de íntimas dificultades, y gravitante  para la sustancia filosófica de los peruanos, en la tarea por recuperar las posibilidades metafísicas que encierra la masa inquietante de sus escritos. Descubrir a  nuestros valores intelectuales, a los que nunca se les apreció debidamente, equivale a comprender nuestro propio ser latinoamericano y hace posible la conquista de nuestro destino histórico.
 
Orrego fue un pensador rigurosamente personal, conformó su vida y su muerte al ideal absoluto de la divinidad, la verdad, la libertad y la justicia; y que creyó al igual que Platón en la misión política del filósofo. Lejos está el propósito de atribuirle gratuitamente la condición de filósofo que de por sí ya es suya, por el contrario, la dimensión decisiva y más innovadora de su producción constituye su talento para unir literatura y filosofía a través de esguinces verbales que convierten a las parábolas, alegorías y poesías en métodos de conocimiento.
 
Esto es, que su originalidad expresiva no fue mero vicio congénito e incurable, como algunos pretenden, y sí más bien método por el cual se le otorga a la imaginación el rol de facultad esencial, capaz de penetrar en la sustancia de las cosas. Orrego es un autor que para comprenderlo exige algo más que ficharlo, exige vivirlo, devolverle su condición de hombre pensante, transido de angustia metafísica; y las verdades de la metafísica no se estudian, se viven. Por eso, hay que permitir que el capullo de su espíritu penetre y se desarrolle, antes que acumular toneladas de papel y cientos de notas a pie de página.
 
Sin embargo, es insuficiente incentivar la mera lectura de sus libros, puesto que la situación de la filosofía ha cambiado considerablemente a lo largo de tres generaciones. Al comenzar el nuevo milenio el horizonte de la filosofía ha desembocado hacia el irracionalismo postmoderno, que ha profundizado la crisis de la filosofía misma, muy semejante en la forma pero no en el contenido a las filosofías anti-objetivistas de la primera mitad del siglo veinte, que predominaban cuando Orrego escribía sus obras.
 
Ahora bien, la intolerancia política, el anatopismo mental, el dogmatismo, la soberbia academicista, el formalismo universitario, la pregonada muerte de la metafísica y el cientificismo pertinaz, han tenido un peso considerable para que un filósofo notorio en su tiempo nos sea hoy un desconocido.
 
Pero Orrego fue el filósofo que más hondamente estuvo arraigado a los problemas concretos de su tiempo, es un ejemplo de intelectual orgánico. Fue un adelantado de la filosofía de lo americano y de la liberación, un precursor filosófico del ecumenismo religioso y de la integración latinoamericana, y el meollo de la acrisolada generación del 23. Recogió precozmente la clarinada de José Enrique Rodó contra la civilización utilitaria del imperialismo norteamericano, y en medio del brote del nacionalismo antiimperialista en América Latina crea con gran lucidez y estilo su propuesta de un gran Pueblo Continente y del Humanismo Americano.
 
No obstante a diferencia del gran arielista, Orrego advirtió que el idealismo humanista no podía crecer bajo el evangelio del positivismo y sin un espiritualismo que hundiera sus raíces  en la profundidad de la trascendencia. Por eso, su proyecto filosófico fue lanzar a los latinoamericanos a la búsqueda de lo propio sin divorciarse de una metafísica espiritualista. Pero su prédica no tuvo eco inmediato por dos motivos: el estrago mental desde los años 50 que produjo el catecumenado marxista en la juventud peruana, y la proclamada muerte de la metafísica por parte de la filosofía analítica, lo cual ocasionó una ceguera para su reconocimiento, que enlazaba lo metafísico teológico con lo concreto temporal.
 
En pocas palabras, Orrego como su coterráneo Iberico fueron los únicos espiritualistas que no provinieron de las canteras del positivismo, al contrario de Alejandro Deústua, Francisco García Calderón y Víctor Andrés Belaunde; culminó la brillante generación de la nueva conciencia americana conformada por Rodó, González Prada, Martí y Vasconcelos; pero también fue el punto de arranque de la generación revolucionaria del 23; y hoy es el inspirador de un continentalismo antiglobalizador americano y de un humanismo y racionalismo de nuevo cuño. Por ello, él representa un faro en la encrucijada de la americanidad y filosofía actual.
 
Conferencia dada en el Aula Magna de la Universidad Privada Antenor Orrego, UPAO-Trujillo, el 28 de octubre del 2013.