domingo, 17 de noviembre de 2013

ANETISMO Y CORRUPCIÓN


ANETISMO Y CORRUPCIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
                                         
 
La Escuela Académico Profesional de Filosofía Facultad de la Universidad Nacional Federico Villarreal me ha invitado, a través de la profesora y fraternal amiga Ruth Romero Huamaní, al Cuarto Foro de Filosofía Villarrealino a presentar algunas reflexiones sobre el grave tema de la “Ética y Corrupción”, con el fin de promover una filosofía para el desarrollo ético.

La corrupción en la sociedad posmoderna se ha institucionalizado hasta tal punto que ha sobrepasado el campo de la ética y es más bien un problema cultural-civilizacional. Lo más preocupante es que en ninguna etapa de la historia humana se han postulado tantos sistemas de ética posibles como en la actualidad. Aparte de la tradicional ética heterónoma de cariz religioso tenemos una multitud de éticas autónomas y no por ello el mundo actual es más ético, al contrario, es más anético.

Si seguimos el libro Los Lenguajes de la Ética del profesor sanmarquino Miguel Polo Santillán, podemos encontrar que tenemos las éticas analíticas (intuicionismo de Moore, lo indecible de Wittgenstein, emotivismo de Ayer, emotivismo de Stevenson, prescriptivismo de Hare), éticas axiológicas (material de los valores de Scheler, platonismo axiológico de N. Hartmann), éticas existencialistas (ontológica de Heidegger, de la libertad absoluta de Sartre), las éticas procedimentales (fundamentadora de Apel, del discurso de Habermas, de la justicia de Rawls), éticas sustancialistas (de la identidad de Taylor, de la vida buena de MacIntyre, de la justicia de Sandel y Walzer), ética de la alteridad (Levinas), ética de la responsabilidad (Jonas), ética débil (Vattimo), ética pragmática (Rorty) y, añadiríamos, la ética de la autognosis del propio Polo. Además, habría que mencionar que ya Foucault había excluido a las normas éticas universales y recordar la ética sin religión de Victoria Camps, quien sostiene que no creer en la salvación definitiva no es relativismo porque puede hallarse satisfacción en la práctica ética misma. O sea retrocede al antiguo dilema de ser bueno sin Dios, lo que lleva en la práctica a la autodivinización humana y al fortalecimiento del narcisismo moderno.

Es decir, el panorama ético contemporáneo es enorme y variado y, sin duda, ha enriquecido a la filosofía práctica, pero, a su vez, es reflejo del empobrecimiento ético-moral del hombre actual. No porque abunden más reflexiones éticas es que seamos más éticos y morales, por el contrario, abundan justamente porque somos menos éticos y más inmorales. Y el deterioro se deja sentir en el propio campo del pensamiento, el derecho, la economía, la legislación, la medicina, el diseño de las instituciones y en la vida cotidiana.

Para ilustrar lo dicho basta constatar, por ejemplo, que la actual crisis económica europea y norteamericana data del crash del 2008, esto es, de las famosas hipotecas subprime o préstamos insolventes que fueron producto de un fraude global montado por el sistema financiero internacional, hasta hoy no tiene sanción moral ni legal. Es decir, al consumismo desenfrenado le sigue la crisis ecológica y la crisis ética. La crisis ética se ha venido a sumar a la confluencia peligrosa de otras crisis decisivas (climática, familiar, energética, poblacional, alimenticia, etc.).

Lo asombroso es que la abundancia de sistemas éticos coincide con el suicidio ético de la humanidad, porque el darviniano “sálvese quien pueda” impone su dictado en medio de la extinción del trabajo y el aumento estrepitoso de la desigualdad social tras cuarenta años de neoliberalismo global. Los hombres sin Absoluto de la cultura posmoderna afrontan la crisis del mundo actual ampliando el voluntarismo permisivo, el individualismo anárquico y el hedonismo nihilista.

¿A qué obedece este deterioro de la vida moral y erosión de la vida ética? La sociedad cibernética ha creado seres egoístas, avaros y egotistas, reemplazando la gran promesa de satisfacer todos los deseos sociales de la sociedad industrial por la otra gran promesa de satisfacer todos los deseos a nivel individual. Su alternativa antropológica es crear el hombre sin capacidad crítica, consumismo extremo, sin memoria, aburrido, saturado, indiferente, evasivo y dependiente de las prótesis tecnológicas. Es decir, producir todo un contingente de cerebros descentrados cuyo alimento espiritual es andar sin rumbo esclavizado a los medios audiovisuales.

Pero si bien es cierto, que el deterioro de la vida moral y ética se expresa en una perversa estructura social, sin embargo, debemos rebasar el enfoque sociológico e ir más a la raíz para preguntarnos sobre la mentalidad que dio lugar a la sociedad presente. Hay que interrogarse sobre la forma de pensar que generó e hizo posible la actual sociedad anética. De poco servirá la agudeza de la crítica psicológica y social si no vamos hacia la mentalidad que sustenta la actual forma de vivir y sentir el mundo. Pues toda una Weltanschauung y Lebensanschauung le son propias a la sociedad del extremo individualismo de la cultura posmoderna. 

Y sin más ambages hay que decir que la nueva mentalidad que dio origen a la forma de pensar imperante en nuestro tiempo es el “empirismo”. La racionalidad científica de la actual civilización técnica es sólo su consecuencia y no su causa. Hoy el verdadero sanctasanctórum no es la verdad científica sino el empirismo, como aquel modo de pensar que inclusive acepta la existencia de las entidades inobservables siempre y cuando se den dentro de un horizonte inmanente y no trascendente. De aquí se deriva la hegemonía de la hermenéutica de lo finito. Este rechazo empirista de toda metafísica es el verdadera núcleo epistémico que rompe con la tradición mitocrático-metafórica arcaica, la tradición esencialista griega y la tradición personalista cristiana del Medioevo, y convierte lo fáctico en lo único válido negando las verdades inmutables, eternas y trascendentes.

De aquí, que el verdadero apóstol del credo empirista por el hecho concreto en la modernidad, no fue el científico sino el historiador. La ciencia misma quedó teñida de empirismo histórico. El realismo científico tomó el lugar del realismo metafísico. Pero el hecho no es una noción simple y está teñida de teoría. Esto hizo que la epistemología neopositivista de Schilck, Carnap y Neurath, tras las demoledoras críticas de Popper a la inducción, fuese superada por la epistemología histórica de Lakatos, Toulmin, Quine, Hanson, Putnam y Kuhn, hasta llegar a la crítica anti-epistemológica de la filosofía hermenéutica de Gadamer, Rorty, Ricoeur, Habermas y Apel, quienes proponen en vez de la epistemología a la misma hermenéutica, pues afirman que el método experimental no se aplica al ámbito histórico humano.  

No obstante, el problema central de la hermenéutica de la finitud no es solamente cómo mantenerse en la objetividad y eludir el relativismo admitiendo de que no hay una única interpretación válida, sino que convierte en hecho supremo al sujeto interpretante. La verdad como correspondencia es totalmente desplazada por la verdad como lenguaje. El hecho supremo es el tamiz lingüístico. En otras palabras, el lenguaje es el último dios en la hermenéutica de la finitud. No hay normas universales sólo modos de vida. El relativismo, así, es inevitable.

Nosotros somos los herederos del realismo de los hechos y los nuevos hechos son las interpretaciones, y toda interpretación es temporal, finita e histórica porque el hombre lo es. En una palabra, no se ha superado la adicción al “espíritu empírico”. La cosa es dato empírico y elaboración de sentido racional. De esta forma, las esencias se convirtieron en meros conceptos subjetivos y lo real fue lo fáctico decretado por mente del nuevo emperador: el hombre. Este deus in terris o diosecillo terrenal validó sólo los símbolos discursivos de la ciencia y la teoría e inauguró la metafísica moderna del percipi 

Pero la verdad es otra, porque todo pensar comienza viendo con los ojos del alma y no con los ojos del cuerpo. La cosa es dato del alma antes que dato empírico. Por eso el tejido de la significación de la cosa no es la ley natural y el hecho histórico, sino la ley espiritual y el hecho transhistórico. En otras palabras, sólo un pensar no objetivo, intuitivo y simbólico presentativo puede ir más allá del imperio de lo empírico.

Actualmente vivimos el divorcio profundo entre la inteligencia discursiva de la ciencia y la lógica, con la inteligencia no discursiva del arte, el mito, la religión y las humanidades.

Esto ha achatado el universo moral a dimensiones opresivas y dio rienda suelta a la crueldad del hombre. El hombre moderno carece de mito metafísico y necesita recuperar su anhelo armonioso de los absolutos (la naturaleza de los griegos, Dios del Medioevo, el Hombre de la modernidad y la Sociedad de la contemporaneidad). 

El empirismo ha empobrecido el contenido mental del hombre, lo cual lo lleva a la barbarie del anetismo. Para ser anético no se requiere ser un malvado practicante, basta asumir como ideal una libertad sin Justicia para contribuir al derrumbe moral del mundo. Y esta es la principal causa de la perturbación ética del mundo presente, convertido en un pandemónium por la indiferencia ante el deterioro de la vida mental y moral del hombre.

No hay duda que vivimos una nueva fase de salvajismo hipertecnológico, de una época finisecular sin razón, perturbada por una omnipotente razón discursiva que devora la realidad recortándola en nuestras mentes y corazones. Y como no hay retorno al pasado, es un error soñar con la vuelta a filosofías tradicionales y, más bien, hay que reconstruir la filosofía desde dentro para contrarrestar la actual orgía de pragmatismo a través de un nuevo momento dialéctico de la razón humana, donde lo discursivo vaya de la mano con lo intuitivo.

 

Lima, Salamanca 19 de Noviembre del 2013