lunes, 18 de noviembre de 2013

ESENCIA DE LA MÚSICA


ESENCIA DE LA MÚSICA
Ni revelación ni técnica de expresión
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
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La música es la expresión artística más universalmente inteligible en nuestro tiempo. No hay melómano que no haya sentido el brote de los más diversos sentimientos, hasta el de salir corriendo al escuchar una ingrata melodía musical. Por qué sucede esto. Qué es lo que nos conmueve. Qué contienen los sonidos de la música para que nos transporten. Cuál es la esencia de la música. Qué es lo bello musical. Por qué la música conoció tardíamente su etapa clásica, respecto a todas las demás artes. Las respuestas se han dividido en dos grandes frentes. ¿Existe un lenguaje musical o, por el contrario, es una semiología paralela al lenguaje mismo? ¿Es la música una expresión emotiva o más bien denotativa y connotativa? ¿Si su origen se remonta a la imitación de los sonidos de la naturaleza, entonces por qué es un arte tardío?

Enorme es el caudal de pensamiento filosófico que ha sido consagrado a la música. Así, a muchas de estas preguntas se ha dado respuesta desde dos grandes perspectivas. Por un lado, está el enfoque metafísico, que la considera como autorrevelación del Principio cósmico y que está por encima de todas las demás artes; y por el otro lado el enfoque como técnica expresiva, que identifica a la Música con sus técnicas.

Los pitagóricos estimaban a la música como una de las ciencias supremas, por medio de la cual se lograba la elevación hasta el orden divino de la armonía cósmica. Platón incluía a la música entre las ciencias propedéuticas más cercana a la dialéctica y la más filosófica. Plotino la consideró uno de los caminos para ascender a Dios. San Agustín habló del paso de la Música de la sensibilidad a la fase de la razón, donde se contempla la armonía divina. Dante también estimó altamente el carácter cósmico de la música. Schopenhauer y Hegel hablan de la esencia universal y eterna de la música y totalmente separable de los medios expresivos por los cuales se formula como fenómeno artístico. Schelling redujo lo bello a la identidad de los contrarios en el Absoluto. En Hegel lo bello es la manifestación de la Idea. En Schopenhauer se convierte en la objetivación de la Voluntad metafísica. Para Kierkegaard la música es expresión de la genialidad erótico-sensual y como tal es el arte de expresar los sentimientos. Nietzsche nunca se separó del todo del concepto romántico de la música y la consideró como la expresión del sentimiento situado más allá del bien y del mal. El pragmatista norteamericano Dewey también la considera como expresión del sentimiento. Y Croce la refuerza al estimarla junto a las demás artes como aquella que sabe escuchar la voz de lo Absoluto y que lo traduce al lenguaje sonoro del sentimiento.  

Esta conexión entre la música y el sentimiento y el misterio de una obra de arte que carece de asunto manifiesto, también fue subrayada por Bach, Beethoven Chopin, Schumann y Liszt. Bach decía: “Donde hay música devocional, la mano de Dios está siempre con su grata presencia”. Beethoven es también taxativo: “La música es una revelación mayor que toda la filosofía y sabiduría”. Liszt sostuvo: “La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor, sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso”. Mozart lo suscribe cuando afirma: “Dadme el mejor piano de Europa, pero con un auditorio que no quiere o no siente conmigo lo que ejecuto, y perderé todo el gusto por la ejecución”. El mismo Tchaikovski confiesa su dedicación a la música por una impresión emotiva: “Hasta entonces yo no conocía más que óperas italianas. Debo a “Don Juan” el haberme consagrado a la música. Esta música me sumergió en un éxtasis cuyas consecuencias fueron decisivas”. Todos estos pensadores y artistas tienen en común la separación de la Música como arte puro, de las técnicas con las cuales se realiza.
En la otra orilla se encuentran los partidarios de la segunda concepción fundamental de la música, como aquella que la identifica con sus técnicas. Esta identidad fue expresada por Aristóteles al reconocer las técnicas musicales como conjunto de técnicas expresivas (Pol., VIII, 7, 1341 b 30 ss.). Reaparece en el Renacimiento con Vincenzo Galilei que reconoce el carácter expresivo de las técnicas musicales (Dialogo della Musica antica e della moderna, 1581). Retorna en la Ilustración con el máximo exponente de la razón, Inmanuel Kant, quien la sitúa como la más baja de todas las formas artísticas y se vale de la noción de “bello juego de las sensaciones” para definir tanto la música como la pintura. Con ello expresa la moderna concepción sintáctica de la música. Además, Kant concibe la estética como la ciencia del juicio del gusto o de lo bello y lo sublime en el arte y en la naturaleza sin mediación conceptual. En realidad es Kant a quien le toca el honor de inaugurar la estética subjetiva, como producto de una vivencia, contemplación o proyección sentimental. La música si es contemplada como un bello juego de sensaciones es considerada como arte bello, o si es estimada como simple impresión sensible es considerada como arte placentero (Crítica del Juicio, parágrafo 51).

Pero fue Eduard Hanslick, Lo bello musical (1854), el que formuló más rigurosamente la concepción sintáctica de la música. Con él la interpretación subjetiva toma un sesgo sintáctico y semiótico, como estudio de los signos artísticos. Rompiendo con el concepto romántico de la música como expresión de sentimientos, sistematiza su expresión lógica. Lejos de considerar la música como una catarsis emotiva afirma ésta es una historia de formas denotativas y connotativas antes que emotivas. El objeto propio de la música no es el sentimiento, sino lo bello musical, el cual consiste únicamente en sonidos conectados artísticamente. Su elemento primario es la eufonía y su esencia es el ritmo. La teoría del sentimiento deja de lado el oír y toma en consideración solamente el sentir. Lo cual considera un error. Así, la música es técnica de realización artística de sonidos. Hanslick también diferencia el lenguaje común del lenguaje musical. Mientras en el primero, dice, el sonido es un signo, en el segundo el sonido es autónomo y tiene importancia por sí mismo. Este carácter, no obstante, no sería propio sólo de la música sino de todo lenguaje artístico (escultura, pintura, danza, arquitectura, poesía, teatro, oratoria).

Ya esta visión formal de la belleza musical había sido expresada por Ricardo Wagner: “Lo que la música expresa es eterno, infinito e ideal; no expresa la pasión….sino la pasión, el amor o el anhelo en sí mismos, y esto lo presenta en esa variedad ilimitada de móviles que es la característica exclusiva y propia de la música, ajena e inexpresable en cualquier otro lenguaje” (Gazette Musicale, n°56-58, 1841). Esto es tanto como decir que si la música tiene alguna significación, ésta es semántica y no sintomática. Así teóricos como Moritz Hauptmann (Die Natur der Harmonik und Metrik, 1853) y Moritz Carriére (Aesthetik, 1859) atribuyen a la música una significación lógica antes que emotiva, es decir no representa algo concreto pero permite captar mejor lo emotivo.

Esto dio motivo a otros teóricos como Moos, Heinrich y Gehring a exagerar el aspecto formal y a negar que la música tenga significados emotivos. Es como si rechazaran toda significación y semántica para la música. Precisamente el último intento más radical de liberar el lenguaje musical de la sintaxis tradicional es la llamada Música atonal. Esta lleva al extremo la música programática, o sea sin tema unitario. Schönberg, en su Teoría de la armonía, aplaude la emancipación de la disonancia, o sea, su equiparación con los sonidos consonantes. Si antes con Strauss, la música temática ya amenazaba con hacer oír las cucharas y tenederos, hoy con la música programática ya ni siquiera eso se oye. Se ha  llevado a tal extremo la disonancia que la tonalidad se revuelve en una serie de notas con conexiones complicadas. Alban Berg señaló que la renuncia a la tonalidad no implica la anarquía armónica, porque quedan los otros elementos esenciales de la música auténtica (Was ist Atonal, 1930). Habría que decirle a Berg que al sonido sin forma no se le puede reconocer como elemento auténtico.

La música programática en su búsqueda de liberarse de la sintaxis musical tradicional ha terminado por liberarse de la propia música, porque sus formas sintácticas ya no pueden ser reconocidas como tales. La música atonal es el mismo abstraccionismo que motiva a la pintura actual. Pero el arte no sólo es “forma significativa” sino que es eminentemente “forma bella”, y el arte sin belleza no es arte. Por tanto, la pretensión de prescindir de las formas establecidas y reconocidas como belleza de la armonía musical es en realidad expresión de una época que ha perdido sus contenidos y que se solaza en las meras formas vacías. El formalismo exagerado de las técnicas expresivas musicales en la música atonal es en realidad el agotamiento de la vía subjetiva de la interpretación de la esencia de la música. El atonalismo se refuta a sí mismo, por cuanto en su búsqueda de la emancipación de la disonancia disuelve la melodía y armonía musical. El logos de la música programática es nihilista, emerge del nominalismo y del empirismo cultural, desemboca en la desnudez de la nada y juega con los sonidos sin sentido alguno. Los defensores de la disonancia sólo hacen ruido sin sentido y sin lograr penetrar en la esencia de la música. La anarquía armónica actual es puro formalismo y funcionalismo de la significaciones auditivas, sin tener en cuenta que la autonomía del sonido despojada de la belleza sonora deja de ser música y se vuelve ruido. La música no es y nunca será la pura emancipación del sonido sin belleza armónica. Y esto nos devuelve a la ligazón de la Música con el Ser.  

Susanne Langer, Nueva clave de la filosofía (1954), también defiende la tesis de que el símbolo musical no es emocional sino lógico, y emprende una crítica lógica del lenguaje musical. Pero en muchos puntos se distancia del exagerado formalismo musical. La música sería una forma simbólica de cierta especie, en sentido estricto no es lenguaje porque carece de vocabulario, pero tiene similitud con el lenguaje. Los tonos no son palabras, la armonía no es gramática y el tema no es sintaxis. Para Langer no hay analogía entre música y lenguaje y distingue entre mensaje verbal y mensaje musical. Pues, la música carece de significado literal, a diferencia de los símbolos discursivos de la lógica, la música es un símbolo presentativo que presenta la experiencia emotiva. La música demuestra que se puede conocer algo sin nombrarlo, o lo que decía ya Kant, hay ideas sin concepto. La música comunica ideas sonoras que provocan sentimientos y que el lenguaje no puede expresar. La música es lo inexpresable para el lenguaje, es la expresión de lo inefable. A diferencia de las matemáticas, que es formal y traducible, los símbolos musicales son formales pero intraducibles. Para Langer la música es un simbolismo intraducible en conceptos, por eso no es lenguaje. No se puede apelar a la razón discursiva, sino a la razón presentativa, ella expresa lo inefable. Pues las formas del sentimiento son más congruentes con las formas musicales. Así, la música es semántica de hechos vitales. La música contiene una semántica y un significado. Y ésta refleja la forma del sentimiento. Su formalismo capta mejor lo afectivo. De ahí que el mensaje de la música no sea fijo sino variable e inagotable. La música es simbolismo, sin connotación establecida. Es una forma de connotar sin palabras, con sonidos armónicos que dan una significación abierta y libre. La música es un símbolo no consumado, de significación nunca acabada. Es forma significativa sin concepto. Justamente el poder de la música reside en su ambivalencia, en la armonía de los contrarios, sus formas significativas expresan la vida del sentimiento, condición que el lenguaje no posee. La música habita fuera de los linderos del pensamiento discursivo o conceptual. Permite concebir las cosas emotivamente antes que intelectualmente. Su significación es ley inefable de la experiencia vital. La emoción estética es el efecto y no la causa de la experiencia vital. Por último, para Langer en la música, al igual que en el mito, se mantiene unido el símbolo con lo simbolizado, y por eso constituye nuestro mito de la vida interior.

La música como la forma de contemplación de lo bello en sonidos nos remite a un manantial ontológico más integral, donde se hace necesario establecer una relación entre la música como manifestación o epifanía del ser y como técnica expresiva. Esto es, hace falta superar la desconexión tradicional entre el plano ontológico y el plano subjetivo. Por tanto, no se trata de reducir al mínimo el papel de lo metafísico ni de lo formal, lo cual en realidad recorta la esencia del fenómeno musical. De lo que se trata es de captarlo en toda su significación. Y para ello es necesario distinguir varias partes: fenomenología del proceso musical, análisis del símbolo musical, ontología regional de la musical, origen de la música, relación entre forma y contenido en el símbolo musical, estudio de la función del fenómeno musical y examen de su función en los procesos no musicales.
Debido a la enormidad de la tarea aquí sólo me limitaré a señalar que la música es testimonio que las cosas inaccesibles para la razón conceptual o discursiva, no lo son para la razón presentativa, intuitiva, o como quiera llamársele. Que mientras la razón discursiva es teórica, la razón presentativa es estética. Que en tiempos ancestrales la razón estética presentativa dio lugar a una forma de pensar que comienza viendo, no con los ojos del cuerpo sino con los ojos del alma. El arte, el rito, el mito son las formas arcaicas de un ver que inaugura lo que llamo la metafísica de la aletheia o de la visión del ser. En esta forma de pensar no predomina el concepto sino la captación del mundo a través de ideas sin concepto. Es una forma de pensar donde se conoce por intimidad, éxtasis, iniciación, metáfora, alegoría y mántica. Este modo de pensar ancestral sobrevive hasta nuestros días, y es indesarraigable. Por eso la música sigue canalizando en el presente nuestra sed de integración cósmica con el absoluto. Aun cuando las artes padecen en la actualidad de la plaga abstraccionista, todavía es el paliativo de una cotidianidad desespiritualizada y desorientada. Es la vía compensatoria hacia el anhelo místico y extático muy propio de la condición humana. Y por ello, la esencia de la música no solo tiene una significación semántica, sino también sintomática y ontológica-metafísica. La transrealidad del objeto musical hace que tenga independencia respecto a lo real. La música es una semántica del alma que va más allá del mero sentir. Y por eso su realidad avanza más allá de lo real. Tiene parentesco con el ser, porque se identifica con las fuerzas creadoras de la existencia, es expresión rítmica de la realidad que brota de una misteriosa fuente inagotable. Música es contemplación del ser a través del sonido armónico. Lleva en sí el anhelo de retorno al ser, el anhelo de absoluto, porque cierto estado del ser engendra la idea musical. Ontológicamente la música es revelación del ser en el apogeo de la armonía. En suma, es la forma analógica no conceptual más universalmente captada por el hombre.

Lima, Salamanca 18 de noviembre 2013