martes, 12 de agosto de 2014

LA DEIFICACIÓN CRISTIANA

LA DEIFICACIÓN CRISTIANA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
 
1.            La historia de Jesús es la principal prueba de la deificación del hombre. Su origen es una paradoja (es hijo de José y, dice ser bajado del Cielo), muestra el poder de Dios sobre la materia (parto virginal y resurrección real de la muerte), muestra el signo de Dios en la pobreza, la humildad y la compasión (nace en un pobre pesebre de Belén), lo cual marca un cambio de valores; señala que para Dios el hombre es lo más importante del universo (los Magos de Oriente y la huída de Egipto).
Es decir, el cosmos habla de Cristo y de su presencia en la historia. Cristo es el Verbo, y como tal es la única persona que obra en las dos naturalezas: humana y divina. La historia de Jesús muestra el verdadero entramado entre lo humano y lo divino como posibilidad de deificación permanente y misteriosa del hombre (el niño a los doce años crece en sabiduría). En una palabra la deificación cristiana es posible porque el Reino de Dios es Cristo que está en nosotros.
2.    El hombre se deifica por gracia, porque deificarse es unirse a la operación divina más no a su misma esencia divina que es solamente suya. Así, Isaías es tocado por un ascua de fuego en sus labios por un serafín para disponerlo a la entrega del mensaje de Dios. Con razón escribe el Aquinate que la gracia es una cualidad del alma, está en su esencia, no es una virtud, por eso lo que la gracia pone en el alma es el don concedido y el reconocimiento de dicho don (S. Th.  Cuestión 110, art. 1).
3.    La deificación humana puede ocurrir en el corazón o en la inteligencia. Así, Jeremías profetiza que el Señor escribirá su ley no sobre unas tablas de piedra sino en los mismos corazones de los hombres. Y el Deuteronomio ratifica que se amará a Dios con todo el corazón. Con toda el alma y con todo el poder.
4.    Los hombres deificados ven a Dios por los ojos puros concedidos por el Espíritu Santo. Así, Dios habla cara a cara con Abraham, Jacob y Moisés, y los principales profetas como Oseas, Isaías y Jeremías, tienen sus propias experiencias místicas deificadoras. Ezequiel menciona dos veces al Espíritu Santo que llega para asegurar la unión con Dios. Por eso deificarse es trasladarse de la carne al espíritu por el Espíritu Santo.
5.    La deificación humana exige pureza del corazón. Por eso es dudoso que los sembradores de odio como herejes y cismáticos se deifiquen, porque Cristo no puede ser disociado de su Iglesia, ni la salvación se da al margen de Cristo y su Iglesia. Por eso, Dios puede llevar la fe a los hombres que ignoran el evangelio sin culpa propia por caminos sólo conocidos por Él. Así, el Evangelio reza que los puros de corazón verán a Dios, porque la bienaventuranza humana sólo está en Dios.
6.    Dios siempre llega, incluso al malo, por eso la deificación cristiana está abierta para todos. Por eso Cristo perdonó en la cruz al buen ladrón porque fue humilde y pidió perdón.
7.    La deificación humana nunca es completa y sólo se logra la perfección en el otro mundo. Bien dice el Salmista: “La ley de Jehová es perfecta, convierte el alma” (Sal. 19: 7). Y en Daniel se afirma que también algunos de los sabios caerán para ser depurados. O cuando se habla de que Dios mediante aflicciones perfecciona a muchos de sus hijos para la gloria (Heb. 2: 10). Por eso Tomás de Kempis afirma que no es digno de Dios el que no sufre una misma pena con Dios.
8.    En esta vida la deificación cristiana del hombre transita por la imitación de Cristo, o sea predicar amor en vez de odio. Imitar a Cristo no es despreciar el mundo, como en el orientalismo, sino aferrarse a la creación que es de Dios.
9.    La deificación cristiana del hombre habla de su santidad, en  cuya naturaleza participa el propio Dios. El hombre lejos de ser una criatura pútrida y hedihonda es la criatura predilecta de Dios. Por eso dice Santo Tomás de Aquino que Dios obra en nosotros pero con nuestro consentimiento (S. Th. Cuestión 55, art. 4).
10.  El hombre espiritual no radica en el anacoreta, sino en el que reconoce y ejecuta con sus semejantes, consigo mismo y la creación, la excelencia de la naturaleza humana creada por Dios. Como lo reconocen Dionisio, San Agustín y Santo Tomás de Aquino, hay un fin último en la vida humana y de todos los seres intelectuales, el cual es Dios.
11.  En el cristianismo deificarse no es ser absorbido por Dios (como en las místicas primitivas y en la mística superior precristiana), tampoco se trata de una muerte mística (chamanismo), ni que el ser de Dios se identifique con el ser del hombre (hinduismo, budismo, neoplatonismo), sino que el hombre tiene la capacidad de alcanzar a Dios dejando intacta la personalidad individual.
12.  Si la deificación orientalista es unión por absorción, la deificación judeocristiana es unión por amor. Es decir, no se trata de un Dios totalmente separado de la tierra, sino que Dios reina fuera del tiempo y del espacio como también dentro de él. Por ello, la deificación no se logra por esfuerzo propio (mística oriental) y sí, más bien, por gracia divina. Por eso en el Evangelio se dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Jn. 3:1).
13.  En una palabra, la deificación cristiana tiene como capital piedra de toque el reconocimiento de la encarnación. Es decir, está unida íntimamente a un hecho histórico, sucedido realmente en este mundo del espacio y el tiempo. Y es precisamente por esto que la deificación cristiana implica insoslayablemente el deber de amar al prójimo.
Gustavo Flores Quelopana

Lima, Salamanca 11 de agosto 2014