viernes, 12 de septiembre de 2014

DEBATE SOBRE EL DISCURSO DE PARMÉNIDES

EL DEBATE EN TORNO
AL DISCURSO DE PARMÉNIDES
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
 
Existen dos interpretaciones sobre el Discurso de Parménides, a saber, una ontológica y otra epistemológica. La interpretación ontológica concibe el mundo físico como Ser, la Verdad como el mundo físico inmóvil y la Ilusión como el mundo físico en devenir. La interpretación epistemológica considera que por el Ser se llega a la verdad, por el mundo físico a la opinión, se opta por la separación del mundo y del ser, y sostiene que la obra se refiere no a una única realidad sino a dos realidades diferentes: el Ser y el mundo físico.

La interpretación ontológica ha sido la predominante, fue sostenida por Martín Heidegger, quien concibe la physis como ser y borra la diferencia entre el ser y el mundo físico. La interpretación epistemológica que se inclina por la separación del mundo físico y el ser ha sido defendida por Reinhardt y Riezler y luego se consolidó con Schwalb, Woodbury y Mourelatos.

En la filosofía peruana Walter Peñaloza Ramella defendió la tesis epistemológica en su libro El Discurso de Parménides (UNMSM, Ed. Ignacio Prado Pastor, Lima 1973, 350 pp.). Años más tarde David Sobrevilla repudió la interpretación de Peñaloza tildándola de incorrecta (Repensando la tradición nacional, T. II, Editorial Hipatia, Lima 1988, pp. 291-301). Peñaloza se tomó su tiempo para responder a Sobrevilla y cuando lo hace (“Una Respuesta Tardía” en Revista de Epistemología, año I, n°1, Julio 1997, pp. 55-104) dice que Sobrevilla lo censura porque cree que la tesis de Heidegger es irrefutable cuando concibe la physis como ser.

Para Peñaloza El Discurso no se refiere a un único gran objeto (el mundo físico) sino a dos realidades diferentes: el ser y el mundo físico. Reconoce que la interpretación ontológica fue la predominante y es a la que se aferra Sobrevilla. Pero afirma que la suya es conscientemente contraria. Pues, la primera parte del Discurso se ocupa del ser inmóvil y eterno, y la segunda parte describe el mundo físico en su multiplicidad de movimientos y cambios.

Agrega que el mundo del ser es el mundo de la verdad, la necesidad y la universalidad, mientras el mundo físico es de la opinión, sin necesidad ni universalidad. De manera que para Peñaloza el Discurso de Parménides no es ontológico (la verdad es el mundo físico inmóvil, el mundo físico que deviene es ilusión), sino que es de carácter epistemológico (por el ser se llega a la verdad, por el mundo físico a la opinión).

De esta forma Peñaloza coincide con Reinhardt y Riezler en esa explicación que se inclina por la separación del mundo y el ser. Por ello es absurdo, dice Peñaloza, que Sobrevilla lo tilde de anticuado,  tosco, incongruente, incoherente e insostenible a su interpretación epistemológica. Y por el contrario, devolviendo la puya, responde Peñaloza que todos esos adjetivos van al propio crítico, que hace gala de referencias bibliográficas, muestra un gusto obsceno por citar y glosar, es presuntuoso y apresurado, sabihondo y distorsionador.

En suma, para Peñaloza su interpretación epistemológica evita la tremenda contradicción de ver la primera parte como la permanencia y la inmovilidad y por tanto como pura ilusión la realidad empírica, y la segunda parte que trata de dicha ilusión. Su recomendación es no mezclar los planos epistemológico y ontológico.

De modo que para la interpretación epistemológica es importante no borrar la diferencia entre el ser y el mundo físico, porque para Parménides el mundo físico es el mundo de la opinión y el mundo del ser es el de la verdad. Mientras que la interpretación ontológica borra dicha diferencia al identificar la physis con el ser.

Finalmente se puede sostener que interpretación epistemológica tiene sentido por cuanto la metafísica griega no nace de una preocupación por dar cuenta de la existencia de Dios, sino que nace del problema del devenir, que hacía naufragar la verdad en la multiplicidad. Así se postula el ser, la esencia, la substancia, para comprender el devenir y salvar el mundo de la apariencia.

En este sentido, el filósofo peruano Mariano Iberico fue el que mejor entendió que la vocación del ser es el aparecer, ser es manifestación en la existencia, es presencia, es decir, es aparición (La Aparición, Imprenta Santa María, Lima 1950). Iberico al igual que Parménides insiste en que hay que superar la oposición metafísica entre el ser y el aparecer, porque el aparecer es una epifanía del ser. Su diferencia respecto a Parménides es que proponía una filosofía simbólica, es decir, que se sirva de conceptos-imágenes y no conceptos-representativos para dar cuenta del ser en su aparición. De modo que preconiza arribar a una filosofía iluminística.

En resumen, la metafísica griega y la de Parménides se debate en el contraste entre el Ser y el devenir, la unidad y la pluralidad. Heráclito se mantiene en el esquema de la armonía de los contrarios de la filosofía mitocrática para concebir la unidad dividida en el fuego, la guerra, el devenir y la unión de contrarios. Parménides se aleja de la filosofía mitocrática y se adentra en la filosofía logocrática donde impera el principio de identidad para concebir la unidad compacta del ser contrapuesta al devenir y a la multiplicidad. Platón emprende la síntesis entre el ser y el devenir en la idea del Bien. Aristóteles lo repite con su idea del Acto puro. Y el proceso culmina en Plotino, que consagra la unión mística con lo Uno permanente. Al final se desemboca en la desvalorización del devenir.

El desafío metafísico actual, en tiempos de nihilismo y escepticismo profundo, es recuperar los ideales del Absoluto que a pesar de su eternidad no se desvincula con la aparición de lo múltiple y temporal del aparecer.


Lima, Salamanca 12 de setiembre 2014