sábado, 13 de septiembre de 2014

LAS CATEGORÍAS KANTIANAS

QUÉ SON LAS CATEGORÍAS KANTIANAS
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
 Kant: el filósofo de la moderación... sin moderación
La Deducción Trascendental de las Categorías es la parte clave de la Crítica de la Razón Pura, que prácticamente decide el destino de la filosofía trascendental. En la estructura del libro viene después de la Estética Trascendental y forma parte de lo que Kant llama Lógica Trascendental. Pero en los Prolegómenos Kant elimina la parte más decisiva de la CRP, la Deducción trascendental. Para algunos esto se debió por su oscuridad (Vaihinger, Adickes, Arnold, Kemp Smith), para otros por el apuro de la redacción (Paton) e insatisfacción (Torreti). No vamos a dilucidar este tema, sino la asociación de las categorías con la metafísica de lo inmanente. No obstante, se puede notar que los Prolegómenos buscan popularizar su filosofía, siendo comprensible que la parte más árida y oscura sea dejada de lado. La obra no cumplió con su objetivo, pero enfatizaba que su filosofía no sirve para descubrir la verdad sino sólo para proteger a la razón de las equivocaciones.

En la Edad Moderna aumenta considerablemente el poder del hombre sobre la naturaleza y sobre el hombre mismo. Paul Hazard señaló que el empirismo y la ilustración destruyeron el orden espiritual-religioso en el siglo XVIII. Ferdinand Tönnies habló de la creciente oposición en la modernidad entre la comunidad (Gemeinschaft) y la sociedad (Gesellschaft). Sciacca destaca que tal destrucción de las estructuras metafísico-teológicas deja sin posibilidad de reconstruir una nueva civilización. Cassirer anota que en Kant se opera el reemplazo del pensamiento sustancial por el pensamiento funcional. Y Romano Guardini subraya que la disipación de los vínculos morales, la desaparición del contenido religioso, la nivelación del hombre y la disolución de las instituciones tradicionales, provienen de la funcionalidad de la técnica y la racionalización de la ciencia. En este contexto, la filosofía kantiana sería fruto del avance incontenible del dominio del poder de la razón humana sobre la naturaleza y el hombre mismo. El hombre moderno comienza a convencerse de que su voluntad determina la “objetividad” de las cosas. Así se instaura el Regnum hominis, un mesianismo laico que extravía a Dios, donde la razón humana es el fundamento de sí misma, dando pábulo a un asalto a la razón donde se marcha hacia la erosión nihilista de la sociedad postmetafisica.
El hombre de la sociedad moderna no sólo se desvincula de la comunidad y la tradición, sino de las conexiones objetivas del mundo. Será el hombre formalista el que dicta el ser a las cosas. Todo se vuelve profano, mundano, inmanente. El hombre no sólo se hace indiferente respecto a la fe, sino que termina negando las leyes naturales para forzarlas racionalmente mediante la ciencia y la técnica. A esta perversión de la naturaleza en el mundo posmoderno se le llama “transhumanismo”. Todo pierde su aspecto metafísico. El humanismo sin Dios se vuelve en un prosaico “hominismo” biológico. Las cosas pierden su misterio, el desencantamiento del mundo del que habla Max Weber, se completa en el predominio del ente calculable, medible y pronosticable. El hombre moderno es incapaz de sacrificar el mundo a Dios. Lo cual se refleja nítidamente en La ceremonia del adiós de Simone de Beauvoir. Por eso si los antiguos decían que el hombre es el ser que quiere ver a Dios, los modernos dicen que el hombre es el ser que se basta a sí mismo y no necesita de Dios. Pero no reparan en que han vuelto inmanente al Absoluto. El endiosamiento de lo finito ha sido lo característico del mundo secular.
En el mundo moderno, secularizado e inmanente –como bien señala Alfred Müller Armack- se crea el sustituto de lo trascendente en la formación de los ídolos terrenales. Su más nefasta manifestación fue la Inquisición impuesta por los Reyes, el totalitarismo del comunismo y el holocausto del fascismo. Pero también se deja ver en los ídolos de la música moderna, en el consumismo capitalista, en la extensión masiva de la adicción a las drogas. Ya Mircea Eliade había señalado que en la sociedad moderna el hombre irreligioso encuentra gran atracción por los misterios, el ocultismo, el esoterismo, como una deplorable muestra de pobreza espiritual que busca satisfacer sus necesidades religiosas inhibidas en idolatrías inmanentes. Estas últimas son un supletorio destructivo de las experiencias místicas en lo inmanente. De modo que la sed de Absoluto en el hombre es inextinguible. Su ateísmo, como señala Karl Rahner, es reflejo de un Dios que aparece en una trascendencia inabordable. Dios es un misterio absoluto, y es bueno que asi permanezca porque, como señala San Ireneo, de lo contrario no seria Dios.
La soledad del hombre moderno le resulta insoportable, porque en vez de contemplación encuentra el desierto yermo de su interior. El hombre moderno de la era antropológica es un narciso, porque en el encuentro con el prójimo sólo se interesa por sí mismo. Su neurosis procede de su propio vacio interior, donde no cabe ni el amor. En su soledad emerge su hombre interno como un desconocido que lo amenaza. Su soledad sin Dios lo desquicia y enferma. La palabra del hombre pierde peso. La modernidad, al decir de Bauman, se vuelve liquida. La historia ya no es aquello dirigido por la sabiduría, sino una simple sucesión de hechos empíricos. El hombre espiritual desaparece, en su lugar se entroniza la masa, que es dominada por el aparato administrativo del Estado. Lo humano va tocando su fin, mientras avanza la idolatría de la máquina. El pináculo inevitable de todo ese proceso es un poder universal que planifica un objetivo a la obra humana por encima de sus aspiraciones personales.
Ahora volvamos al criticismo kantiano donde el hombre se apodera de lo dado. La Estética Trascendental había demostrado que el espacio y el tiempo son formas puras de la percepción y de la sensación en general, o sea de la materia. Las sensaciones del mundo externo son caóticas pero la conciencia impone a la experiencia las formas a priori de la sensibilidad, es decir, el espacio y el tiempo. El resultado de todo ello es la formación del fenómeno u objeto del conocimiento sensible, dotado de forma espacial y temporal. De modo que el espacio es la condición formal para los fenómenos exteriores, pero el tiempo es la condición formal de todos los fenómenos en general, en tanto que es la condición general de los fenómenos interiores. El fenómeno no es apariencia porque las propiedades percibidas son atribuidas al objeto mismo en relación con los sentidos. Así, la posibilidad de un juicio sintético a priori se da por las intuiciones puras a priori, que hace posible que un juicio a priori pueda ir más allá del concepto dado.
Hasta aquí llega Kant a la conclusión de la Estética Trascendental, o sea las reglas de la sensibilidad en general. Ahora tiene que explicar las leyes del entendimiento en general, y esa es la misión de la Lógica Trascendental. Hay que explicar cómo se construyen a partir de los fenómenos inconexos de la intuición sensible los verdaderos objetos del conocimiento a través de las categorías. Esta es la finalidad de la Analítica de los Conceptos –libro primero de la Lógica Trascendental-, descomponer la facultad del conocimiento humano con el objeto de examinar la posibilidad de los conceptos a priori en el entendimiento, esperando que la experiencia fuera ocasión de su desenvolvimiento. Y a estos conceptos los va a llamar Categorías y los va a ordenar en una Tabla (de cantidad, de cualidad, de relación y de modalidad). Al respecto se ha dicho que de una manera arbitraria Kant deduce el conjunto de las categorías a partir de una división no menos arbitraria de los juicios en doce clases. Kant va a decir que lo primero que es dado a priori al conocimiento es la diversidad de elementos de la intuición pura, lo segundo es la síntesis de la esta diversidad por la imaginación y lo tercero es la unidad sintética de las categorías. Declara que la operación por excelencia de la espontaneidad de nuestro pensamiento es la síntesis.
Ahora bien, si Espacio y Tiempo son las condiciones de la posibilidad de la matemática, las Categorías son las condiciones de la posibilidad del conocimiento natural. De ahí su importancia cumbre para la explicación del conocimiento científico y humano en general. La Deducción Trascendental arriba a la conclusión de que tres son las fuentes que hacen posible la experiencia: la sensibilidad (por la sinopsis formada por el Espacio y el Tiempo), la imaginación (que crea la síntesis de lo múltiple y que cobra un papel capital en la segunda edición de 1787) y la apercepción trascendental (unidad de la síntesis). En otras palabras, la Deducción explica cómo las categorías siendo las condiciones de la posibilidad de la experiencia en general son a la vez las condiciones de la posibilidad de los objetos de la experiencia. Es decir, el conocimiento no es producto de lo dado sino el dictado que a las cosas hace la actividad apriórica del sujeto trascendental. Y con esta conclusión el universo de la filosofía que antes se partía en dos grandes bandos –platónicos y aristotélicos- ahora se partirá en tres con la filosofía trascendental, como el producto más refinado de la filosofía epistémica de la modernidad.
No hay que perder de vista que Kant considera tres facultades del conocimiento: entendimiento, discernimiento y razón. La Crítica de la Razón Pura acerca las dos primeras y separa la última por su uso hiperfísico, pero no profundiza la diferencia entre entendimiento y discernimiento. Para Kant el conocimiento tiene que ver con la facultad del entendimiento y ésta con la ciencia; el sentimiento se relaciona con la facultad de discernimiento y ésta con el arte; y el deseo con la facultad de la razón y ésta con la religión y la metafísica. No entraremos aquí a discutir su conclusión general, a saber, que para el idealismo trascendental el conocimiento racional es impotente para aprehender las cosas en sí. Por lo cual la realidad –dirá Hegel- está colocada fuera de la noción, así una noción y una realidad que no pueden acordarse entre sí son representaciones falsas. Pero la conclusión de Kant será irretractable: cuando erróneamente se toman los principios regulativos de la razón pura como principios constitutivos entonces se genera un uso ilegítimo de la razón especulativa, que crea la ilusión de acceder al conocimiento del nóumeno y de conocimientos trascendentes. Este desenlace fue rechazado por el idealismo alemán y las corrientes espiritualistas de la filosofía contemporánea, no obstante, gozó de gran predicamento entre las corrientes positivistas y antimetafísicas.
Baste hasta aquí este breve y necesario circunloquio para preguntarnos: Qué son las categorías. La Deducción Trascendental explica que el conocimiento no es producto de lo dado, contrariamente a lo que sostiene el evidentismo neopositivista y el empirismo, sino el dictado que a las cosas hace la actividad apriórica del sujeto trascendental. De manera que Kant resulta ser inferencialista porque admite que en el conocimiento humano hay enlaces metasensibles, o sea las categorías. Las categorías -como lo destacó Walter Peñaloza- serían enlaces metasensibles no observables sensorialmente., Efectivamente, en el conocimiento inferencial se admite que en el conocimiento fáctico hay enlaces metasensibles o no observables sensorialmente. Esto es el criticismo. En el conocimiento evidentista se reduce el conocimiento fáctico a lo dado sensorialmente. Esto es el empirismo y el neopositivismo. Entonces, si la Deducción Trascendental estudia el conocimiento del mundo físico, era necesario examinar si el conocimiento inferencial se aproxima a la Deducción trascendental. Esto es justamente lo que hace el filósofo Walter Peñaloza en su señero libro Conocimiento inferencial y deducción trascendental (UNMSM, Lima 1962).
El resultado es que la Deducción Trascendental es conocimiento inferencial o sea conocimiento del mundo físico. Para Peñaloza Kant es inferencialista porque la realidad sensorial es sintetizada por enlaces suprasensibles a priori del Yo trascendental. Lo sensorial es irracional hasta que es sintetizado por enlaces que proceden del entendimiento, o sea, las categorías a priori. De modo que las categorías son enlaces metasensibles del conocimiento inferencial que no proceden de la experiencia. En consecuencia, las categorías y los enlaces metasensibles se parecen. Las sensaciones pueden existir sin las categorías de causa y efecto, pero no pueden existir sin las categorías del espacio y del tiempo. Por eso las categorías no son condiciones para que las daciones aparezcan, sino para conocer los objetos de la experiencia y de la posibilidad de la experiencia misma. Las daciones no requieren de las categorías para existir, para ello bastan las formas del espacio y del tiempo, sino para ser pensadas y conocidas. En cambio, el objeto de la experiencia sí requiere de las categorías o enlaces suprasensibles. De este modo, los objetos de la intuición sensorial no son los objetos de la experiencia. Kant mismo contrapone las daciones de la intuición sensorial con los objetos de la experiencia. Los empiristas y neopositivistas –incluidos bungeanos- afirman que nada inobservado puede inferirse válidamente de lo observado. El mentís está en que el conocimiento de los conceptos de universalidad y necesidad son de facto porque no son evidentes. En suma, las categorías kantianas son enlaces metasensibles dictados por la actividad apriórica del sujeto trascendental. Ahora bien, estos enlaces metasensibles, al parecer, son reales, se dan en la lógica de un a priori de la mente. Pero su restricción a lo trascendental y a lo experiencia contribuyó a que la historia de Occidente culmine en la modernidad con la esterilidad metafísica del idealismo que subsume el ser al pensar. Lo cual se traduce en que durante la Edad Moderna el poder del hombre ha crecido desproporcionadamente. A través de la ciencia y de la técnica se ha configurado una nueva imagen del mundo basado en la voluntad de poder. La misma que se muestra amenazante, y clava sus colmillos peligrosamente en la yugular de la misma civilización tecnológica y cibernética.
Si no, veamos cómo en el corazón del lema de la filosofía posmoderna: “Todo vale”, late poderoso esta subsunción subjetivista. Así, resulta que lo que otrora era el reconocimiento de la fuerza activa del espíritu ahora desemboca en su fuerza paralizante, su decadencia y destrucción. El espíritu enferma por exceso de poder. Al desembocar la filosofía de la modernidad en una hemorragia de subjetividad, que reemplaza el ser por una multiplicidad de mónadas soberanas, lo que tenemos al final es que sólo prima la voluntad de verdad. Este triunfo del para-mí y el olvido del ser no puede significar otra cosa que la anulación de la vida concreta del espíritu. Ya lo vimos históricamente cuando el nazismo y el comunismo -y lo mismo pienso que sucederá con el capitalismo- sucumbieron por fuerzas que no vinieron de dentro sino de fuera. El espíritu se anestesió. Es decir, cuando la verdad, lo bueno, lo sagrado y el amor, son sustituidos por la violencia y la mentira por un exceso de poder, entonces se constata que el poder ideológico de la manipulación es más poderoso que las ideas verdaderas. Pues el poder cada vez mayor que surge de ello, termina dominando al hombre mismo. De manera que el orden universal y necesario del conocimiento, la moral del hombre, las verdades naturales, la verdad, la libertad y la justicia, terminan sucumbiendo por la anarquía que implica el imperio de una cultura que sólo se funda en la ciencia y en la técnica.
Cuando el orden interior del hombre ha sido destruido, lo que surge como posibilidad intrínseca es el desatado nihilismo disolvente. Entonces, luciferinamente se opera la desmalignización del mal y la malignización del bien. El espíritu existe a pesar de todo, pero de forma débil y paralizada. No era posible adivinar que la autonomía de la razón conduciría a la enfermedad del espíritu. Lo cual ya es una verdad a todas luces. La modernidad está enferma espiritualmente. Y su enfermedad se llama inmanentismo, el cual ha desembocado a dimensiones satánicas. Ebrio de poder el hombre actual prefiere olvidar lo que es verdadero, bueno y justo. Es el imperio del hombre anético de la civilización hipertecnológica. Prefiriendo la codicia, la mentira y la astucia. Kant sólo es una de sus estaciones más importantes y sistemáticas en dicho tránsito. En dicho contexto no es difícil darse cuenta de que la crisis se despliega aceleradamente. Y vamos hacia una catástrofe global porque la conciencia de la responsabilidad humana se encuentra seriamente afectada.
Para recuperar el Ser hay que romper con la metafísica inmanentista del cientismo matematizante y asumir un realismo metafísico que rompa las cadenas de la subordinación del ser al pensar. Es necesario asumir como evidencia primaria que las cosas son, que lo ontológico determina lo epistemológico, que el ser rebasa el pensar. Pero hay que hacer esto no en términos evidentistas, como lo hace el empirismo y el neopositivismo, sino reconociendo la existencia de enlaces metasensibles que no son dictados por la actividad apriórica del sujeto trascendental sino por la estructura metasensible de la realidad misma. Esa sería la vía regia de una renacida metafísica crítica dentro de una cultura renacida. De lo contrario nos encaminados sencillamente hacia una destrucción de lo humano. La Antigüedad era muy consciente de ello. Pero sin precedentes, la Modernidad echa a perder la grandeza del hombre combinando al mismo tiempo técnica, ciencia, economicismo, ventaja política y autonomía de la razón. El hombre profundamente falseado y echado a perder es el que se siente homo deus. Este asemejarse al Señor del mundo es la engañosa esclavización completa de la objetividad y de la libertad. Se trata de una temible ilusión donde se pervierte el hombre mismo. El hombre fue creado para enseñorearse sobre la creación, incluso advierte que toda la Naturaleza asciende hacia él, pero en la Modernidad al quedar solo con su libertad, ha quedado libre de las ataduras de la naturaleza. Pero aquella libertad sin su responsabilidad equivalente se vuelve en una realidad monstruosa que amenaza con aniquilarlo. Cuando el hombre moderno cree comprenderse sólo a partir de sí mismo y sin Dios, entonces su enorme libertad se vuelve en una aterradora amenaza. Pues en el hombre la Naturaleza se trasciende, pero el hombre no puede trascenderse a sí mismo sino como espíritu. Y tal cosa lo hace cuando va hacia Dios.


Bibliografía recomendada:
Alfred Müller Armack, El siglo sin Dios, FCE, Mexico, 1986.
Ernst Cassirer, La filosofía de la ilustración, F.C.E., México, 1981.
Ferdinand Tönnies, Comunidad y sociedad, Ediciones 62, Barcelona, 1979.
Karl Rhaner, Wissenchaft als Konfession en “Wort und Wahrheit”, IX, nov. 1954, pág. 811-813.
Giovanni Reale y Darío Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico, Tomo I, Editorial Herder, Barcelona, 1988.
Gustavo Flores Quelopana, “Filosofía no es ideología”, en Miseria del cientificismo, Iipcial, Lima, 2004.
Gustavo Flores Quelopana, Erosión nihilista de la sociedad postmetafisica, Iipcial, 2007.
Gustavo Flores Quelopana, El imperio postmoderno del hombre anético, Iipcial, Lima, 2005.
Gustavo Flores Quelopana, Hermenéutica posmoderna del hombre sin absolutos, Iipcial, Lima, 2007.
Michele Federico Sciacca, Estudios sobre la filosofía moderna, Editorial Luis Miracle, Barcelona, 1966.
Mircea Eliade, Iniciaciones místicas, Taurus, Madrid 1984.
Paul Hazard, El pensamiento europeo del siglo XVIII, Revista de Occidente, Madrid, 1966.
Romano Guardini, El poder, Guadarrama, Madrid 1963.
Simone de Beauvoir, La ceremonia del adiós, Edhasa, 2001.
Vincent Descombes, Lo mismo y lo otro, Cátedra, Madrid, 1988.
Walter Peñaloza, Conocimiento inferencial y deducción trascendental, UNMSM, Lima, 1962.
Yuval Noah Harari, Homo deus, Debate, 2016.