viernes, 10 de octubre de 2014

FILOSOFÍA DE LO CÍVICO

EN TORNO A LA FILOSOFÍA
DE LO CÍVICO
Por
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
 
Es para mí un honor comentar la obra Vigencia y Trascendencia del Símbolo Hímnico del filósofo de lo cívico Julio César Rivera Dávalos.

La presente investigación constituye una fundamentación estrictamente científica y positiva de la himnología filosófica, ampliando notablemente el dominio de las ideas aprióricas, la fenomenología  del sentimiento y  demostrando conexiones esenciales en la esfera cívica. El efecto científico que ejercerá este libro,   el puesto que le corresponde en el contexto  de los trabajos del autor, junto  a  la relación del espíritu de la obra  con el espíritu del tiempo, modificará radicalmente  y de modo extenso la notable importancia que tiene la himnología filosófica.

Esta obra  tiene una posición central en el contexto  de los trabajos que  hasta ahora ha publicado el autor, por   cuanto contiene no solo la fundamentación de lo hímnico, sino que, además de esto,  incluye una serie de los puntos esenciales  de partida de su pensamiento filosófico en general. Nos estamos refiriendo al desarrollo de una teoría complementaria acerca de las relaciones estrechas  entre religión, lo cívico y lo moral. Todo lo cual contribuye a un ahondamiento  del concepto y fundamentación del principio  de solidaridad,  como basamento  de la nueva teoría de las formas esenciales  de los grupos humanos  y de la filosofía social. Es por ello que el autor deja planteado con exactitud y agudeza la teoría de la experiencia  de esencias  de lo cívico.

El espíritu que anima la filosofía hímnica  que aquí se expone  es el de un objetivismo y un absolutismo éticos  rigurosos. Incluso puede llamarse al punto de vista  del autor intuicionismo emocional y apriorismo material de los valores.  Por fin al autor  le resulta  de tal importancia  el axioma aquí expuesto  de que en el símbolo hímnico  los valores  consuetudinarios están subordinados  a los valores éticos cívicos, que incluso tiene valor positivo para las organizaciones  y comunidades impersonales.  Para  su satisfacción,  el autor puede confirmar, que el emocionalismo cívico ético  está estrechamente ligado al absolutismo moral  y al objetivismo axiológico,  tan indispensables en la presente crisis moral  arrasada  de relativismo y de subjetivismo.

  Para el autor  lo cívico y moralmente valioso no es  solamente la persona aislada  sino sobre todo  la persona que sabe originariamente vinculada  con Dios y el prójimo  que  se siente unida solidariamente con el todo el mundo del espíritu y con la humanidad. Esto es,  que    lejos  de promover  un estrecho  y miope nacionalismo por el contrario restituye el reino axiológico de las personas   a través  del principio de solidaridad. Es  decir,  el estricto personalismo de esta obra y la teoría  acerca  de la emocionalidad  cívico ética fortalece la decisión moral individual y colectiva  de cada persona.

Es más, precisamente porque la teoría  del autor se emplaza   en el centro vivo de la persona individual reivindica  su derecho de modificar la tradición  y de rechazar  con energía  cualquier dirección del ethos  que haga depender  el valor de la persona, esencial i originariamente,   de su relación con un    mundo  de bienes, costumbres y una comunidad que existe independiente  de ella, o que bien permite  que sea absorbida  por  relaciones externas. El sentido y valor final de esta obra  se mide, en último término, exclusivamente por el puro ser (No por el rendimiento ni la utilidad) y por la bondad más perfecta  que sea posible desplegar  en la más pura belleza  y armonía íntima de las personas.

Precisamente por estar centrado en el puro ser, el absolutismo ético y el objetivismo axiológico del autor va mucho más allá  de la ética  de bienes y fines  de Aristóteles,   de la ética  de las virtudes del estoicismo, de la ética del deber ser  de Kant, de la ética  de situación  del capitalismo, sin ir  a parar  en un objetivismo y ontologismo que fosiliza el espíritu vivo en un objetivismo esencial estático de los valores. En este  sentido, la postura axiológica  del autor  no tiene reparos en asumir  que los  valores se plasman y son vigentes  en cuanto son realizados conscientemente  por los actos espirituales vivos a través  de los sentimientos. Este es el sentido de su estricto personalismo.

Se puede sostener sin dubitaciones  que esta es la obra maestra  del autor, la cual encuentra  una potente inspiración en la ética  de Max Scheler. La tesis original  con la que critica  la himnología  consuetudinaria, concibe la existencia  de la emocionalidad cívico ética como un acto del espíritu vivo  de la personalidad  humana para captar valores específicos del reino de lo cívico. Aplicando la fenomenología,  la metafísica,  la dialéctica, la  axiología,  la semiótica y la hermenéutica  al símbolo hímnico   va a descubrir el reino ontológico de lo cívico a través  de  la emoción de  valores específicos  que son objeto de una intuición inmediata.

Esta vinculación entre lo axiológico y lo ontológico  lleva  al  autor a asentar lo legal  en la ética  del deber ser, a su vez fundar la ética  del deber ser  en la teoría  de las virtudes,  la que  a su vez se  basa  en la teoría de  los valores, y finalmente  esta teoría  se asienta en la intuición primaria del ser. Esto significa  que lo axiológico está basado en una metafísica  del ser.

En realidad, el autor efectúa un análisis fenomenológico del símbolo patrio, En dicho análisis  se va revelar un  a priori o un ser ideal que no es una posición del sujeto. Se trata  de una  intuición de esencia. Las esencias  son dadas  antes  de la experiencia y por eso son a priori. El contenido de las esencias es independiente de la observación y de la experiencia.  Por eso en la experiencia fenomenológica se dan los hechos mismos y de modo inmediato, y no por medio de símbolos, signos o formulas. Esto quiere  decir que el análisis del símbolo patrio  nos retrotrae a una intuición esencial en el que se distingue la categoría  como concepto  y como contenido de intuición categorial.

Esto quiere decir  que la experiencia fenomenológica es distinta a la experiencia de la cosmovisión natural  y de  la experiencia  de la ciencia. Es decir, la experiencia fenomenológica hímnica  trasciende  la expresión simbólica  y va al hecho mismo  de la intuición esencial  del valor contenido  en la emocionalidad ético-cívica. Por eso podemos decir  que la experiencia fenomenológica en la que se basa este libro  es  asimbólica, porque  en ella no cabe la separación  de lo “mentado” y lo “dado”. Esto quiere decir que recién en la correspondencia entre lo pensado y lo dado aparece el fenómeno hímnico. Dicha experiencia fenomenológica no tiene nada que ver con el prejuicio psicologista  de la percepción “intima”. Justamente el criterio consuetudinario que se servía como basamento tradicional de la hermenéutica hímnica  era  de carácter psicologista.  En consecuencia,  la experiencia fenomenológica  es capaz  de cumplir  con todo los símbolos posibles porque ella es principalmente  asimbólica.

Cuando se señala que la nueva clave  de la simbología hímnica  es la emocionalidad  cívico-ética  se está aludiendo a intuiciones   de esencias  y no a productos de la razón. Y esto es así porque el gran aporte  de la experiencia fenomenológica es haber demostrado que lo dado  sobrepasa a  lo pensado. La emocionalidad ético cívica  es un a priori porque se funda  en esencias.  Es una conexión “dada y no producida o fabricada por la razón de manera que es “intuida”  y no “hecha”. Se trata  de primitivas   conexiones de cosas, mas no de leyes de objetos por la sola razón.

Toda conducta cívica se cimienta en la intuición cívica, todo civismo debe también ir a desembocar a los hechos  de que dispone todo conocimiento cívico y a sus relaciones a priori. Pues  no es civismo  el conocimiento y la intuición misma cívica. Cívico es más bien, en primer lugar la formulación  según las leyes del juicio  de aquello que es dado en la esfera  del conocimiento cívico. Y es civismo filosófico aquello que se imita al contenido a priori  de lo que está dado con evidencia en el   conocimiento cívico. El querer cívico no debe emprender su camino, a través del civismo -mediante el cual ningún hombre se hace cívico-, sino  a través del conocimiento  y de la intuición cívica. Lo dado cívico  es un a priori material válido para una región especial de objetos. No está demás indicar  que la noción a priori que se maneja  en este libro no es formal ni racional como Kant, sino de índole fenomenológico.

De suyo se comprende la complejidad ínsita  en la  nueva clave del símbolo hímnico. Así, el valor   cívico tiene una vinculación triple. Por un lado, con el valor estético de los símbolos nacionales, con el valor moral que entrañan los mismos  y finalmente  con el valor religioso del sentimiento de lo sagrado o reverencia patriótica. Por su dimensión estética  su valor está depositada en objetos y cosas inmanentes, Por su dimensión ética su valor está depositado en personas, y por  su dimensión religiosa  se vincula a una entidad supra personal. Por ello el reino  del valor cívico involucra también,  y además  del sentimiento nacional, la consciencia de identidad nacional, el carácter nacional  y la mentalidad  nacional, como valores  cívicos propios.

 De modo que el valor cívico no representa la simple sumatoria  del valor cívico, moral y religioso, sino  que es una esfera valorativa propia.  El objeto cívico por excelencia  es la idea y sentimiento de patria,   y el valor cívico por su forma es una actualización de su dimensión estética, y por  su contenido una actualización de su dimensión ético religiosa. El acto cívico, de este modo, tiene por su contenido  una conexión ético religiosa  y por  su forma una conexión estética.

Así, no debe decirse  que el ser superior  del valor cívico se percibe sentimentalmente o que el valor superior es “preferido” o “postergado”. Antes  bien, el ser superior  del valor cívico, como de todo valor,   es dado forzosa y esencialmente en el preferir. El acto de preferir  no se equipara al acto de  elegir en general  y, por tanto, a un acto de tendencia. El acto de preferir  se realiza  sin ningún tender, elegir ni querer. Así decimos: prefiero la orquídea a la madre selva etc., sin pensar  en una elección.  El preferir cívico, como todo preferir valórico es de carácter  a priórico   y tiene lugar entre los valores mismos con independencia de los bienes. Un preferir de ésta  naturaleza comprende complejos enteros  de bienes. Todo lo cual supone  una superioridad ínsita  en la esencia de los valores respectivos.

Un valor simbólico auténtico como el del Himno Nacional implica que se haya concentrado en ella, simbólicamente, lo sagrado, lo bueno y lo bello; pero también posee, justamente por ello, un valor fenoménico propio, en nada relacionado con su valor como música y poesía. En este sentido el valor simbólico del Himno Nacional es que comparte un valor sacramental que hace alusión a su función específicamente simbólica de algo santo de una clase determinada.

El símbolo hímnico viene a ser parte de un complejo sensorial existente por sí, es decir de una tradición. Esto es, que se trata de un símbolo que ya pertenece a la esfera del medio, pero este medio que es la tradición tiene a la vez elementos fijos y móviles. De ahí que el autor mediante la propuesta de una letra perciba la necesidad de cambiar el curso del proceso sensorial del símbolo hímnico que está inserto en la tradición. Se comprende entonces que el símbolo hímnico sea parte de un vivir hechos que dan a lo cívico su unidad interna.

El valor del símbolo hímnico no es que se trate de un ideal (interpretación idealista y racionalista) ni de una interpretación (nominalismo) ni de una experiencia íntima (psicologismo), sino que es un hecho que pertenece al reino ontológico del ser y es captado por la intuición emocional del valor. Es decir, todo comportamiento primario respecto al mundo no sólo es representativa sino también aprehensión emocional de valores. Lo cívico no es moral, ni deber, sino intuición emocional del valor de lo cívico. Por eso lo cívico no implica una subordinación a lo ético sino una intersección.

Este libro marca un antes y un después dentro de las investigaciones de la simbología hímnica. Y las reflexiones no podrán seguir siendo como hasta hoy lo fueron porque el mayor logro de Julio Rivera es haber demostrado que la esencia de todo himno patrio es el carácter ético-cívico de un símbolo patrio. En otras palabras, un himno es un símbolo complejo, que involucra lo estético y lo consuetudinario, pero lo que lo hace especial es su vinculación intrínseca con la esfera ético-valorativa y,  es en este sentido, lo  trascendente.

De manera que no se trata de un símbolo estético más, sino de un símbolo que combina lo estético y lo discursivo, para captar su contenido esencial en la intuición emocional de los valores cívicos. Esta sola demostración es de alta estima, porque hasta el presente se creía que la vigencia de los himnos nacionales estaban supeditados a la esfera de lo estético y de lo consuetudinario, pero Rivera Dávalos tras un sutil análisis fenomenológico revela que no es así, y que por el contrario, lo que prima en este símbolo patrio es su simbología ético-cívica. De manera que a través del himno nacional se capta simbólicamente todo un universo valorativo que representa lo histórico y trans-histórico de una nación.

Este aporte es sumamente significativo, porque a partir de ahora ya no serán suficientes los análisis meramente historiológicos, historicistas, legalistas, sociológicos, psicológicos y positivos sobre un himno  patrio,  más bien es la reflexión filosófica valorativa, más que la estética y la lingüística, la que se muestra valedera para desentrañar su verdadero contenido.

Y Julio Rivera llega a este nuevo hito del planteamiento hímnico después de haber conocido las limitaciones de los mencionados enfoques. Hace diez años que apareció su primera investigación del tema, El mito de un símbolo patrio (2004), y por entonces primó el enfoque mítico. La principal conclusión, todavía válida, es que, sin involucrar el contenido verdadero encerrado en todo mito, se pueden generar pseudo-mitos o mitoides que manipulan consciente o inconscientemente la conciencia colectiva de una comunidad. Cuatro años después pasa a la etapa timética, El poder de un símbolo patrio (2008), donde analiza el dominio sobre la mentalidad nacional contenido en las letras de un himno patrio. Esta etapa es sumamente importante al destacar la preeminencia del factor subjetivo para la transformación de las condiciones objetivas.

Es decir, todo auténtico cambio viene de dentro hacia afuera y no de fuera hacia dentro. Esto indica ya una dirección ética que iluminaría en esta su tercera obra. Pero será en la presente obra, Nueva clave de un himno patrio y su trascendencia como  símbolo  (2014), donde efectivamente descubrirá la nueva clave, a saber, que el símbolo hímnico no puede ser entendido cabalmente a partir de su contenido estético y consuetudinario, porque la esfera ontológica con la que está relacionada va más allá del mero gusto y costumbre personal, y hunde sus raíces en valores constitutivos de la civilidad y eticidad.

De ahí que otro descubrimiento fundamental de Julio Rivera sea el ubicar y reconocer al valor de lo cívico dentro de la tabla jerárquica del valor y sin lo cual el símbolo patrio carece de verdadero fundamento autónomo. Lo cívico estaría por encima de los valores vitales, útiles, económicos y es hermano de los valores teóricos, éticos, estéticos y religiosos. O sea es parte de los valores superiores, pero además sirve de conexión entre todos ellos porque su contenido sintetiza ideas, valores, belleza y veneración. Este es un aporte sobresaliente que jamás fue anteriormente resaltado. Y al hacerlo eleva la filosofía del valor a una dimensión comunitaria con una dimensión universal,  donde el hombre se forja en su captación y realización constante.

Y esto vale subrayarlo porque lo cívico implica no sólo el reconocimiento  de los valores de la trascendencia de los valores morales, sino su ejecución habitual, es decir, la forja indeleble de las virtudes de  una  sociedad. No hay duda que la teoría hímnica de Julio Rivera está indisolublemente unida a la teoría de la virtud, como formación de hábitos que interiorizan la práctica del bien. Y en verdad, no existe otra forma más coherente de humanizar al hombre. La virtud de lo cívico, sin embargo, cobra una autonomía propia en su teoría simbólica hímnica, porque lo cívico es aquella esfera de la virtud con dimensión comunitaria. Ya lo decía el milenario sabio chino Confucio: “Enseñad con el ejemplo”.  Y efectivamente, revolucionar la vida pública en consonancia con la vida privada teniendo como eje supremo la práctica de la virtud cívica es su aporte insoslayable. Y esta práctica no sólo es oriental sino también de raigambre andina, no olvidemos que Cápac significa “virtuoso” y las máximas del Inca Pachacutec, trasmitidas por el Inca Garcilaso a partir de los escritos del Padre Blas Valera, ponen especial énfasis en la importancia de los valores cívicos.

Un himno patrio promueve valores cívicos y antepone lo ético a lo estético. La importancia de la filosofía para captar esta región profunda de la simbología hímnica queda resaltada con energía y claridad. Es por eso que sin lugar a dudas podemos considerar con toda justicia a Julio Rivera como el padre de la himnología filosófica.

A partir de este aporte trascendental no sólo el pensamiento filosófico sino también el  dirigencial  y político de  educadores, dirigentes y políticos deberán tener muy presente el análisis y las conclusiones de la presente obra, porque está llamada a forjar la base de la conciencia e identidad nacional y esclarecer un asunto que se mantenía en la penumbra de lo meramente estético y consuetudinario. Además, esta obra constituye una respuesta coherente a los afanes desnacionalizadores de la globalización neoliberal que en casi tres décadas de reinado –como bien se resalta en esta obra- lo único que ha conseguido es aumentar la desigualdad mundial hasta límites insoportables e inauditos.

Por eso considero un acierto que su autor haya considerado la fundación de una institución (Instituto de Investigación de la Mentalidad Nacional-IIMEN) para asesorar a los gobiernos que lo requieran y que contribuya en todas las naciones del mundo a forjar un sano amor a la patria a través del respeto de la estructura valorativa contenida en todo himno patrio, y cuya violación –según queda explicado- genera toda una serie de distorsiones no sólo en la mentalidad nacional, sino incluso en el propio progreso del país. Con este libro los líderes mundiales cuentan con una bitácora pedagógica y simbólica para fortalecer la mentalidad y conciencia nacional, como verdaderos fundamentos para desarrollar una cultura y vida espiritual generosa y solidaria.

Por último, esta obra resalta el valor de los valores del espíritu humano, y entre ellos el religioso, porque comprende muy bien que sin el ámbito de lo sagrado no existe un verdadero amor por la patria. Pues Dios y la Patria son dos ejes metaempíricos que ennoblecen la vida comunitaria y fijan la mirada del hombre en lo trascendente.


Lima, Salamanca octubre  2014.