sábado, 23 de mayo de 2015

EL SUICIDIO EN LA SOCIEDAD ACTUAL

EL SUICIDIO EN LA SOCIEDAD ACTUAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
(Intervención del 21 de Mayo en la Asociación de Psicopatología y Psicoterapia Médica-Lima/Perú)
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Si el Universo es un cadáver de un Dios muerto, entonces se justifica el suicidio no sólo en la sociedad actual sino de todos los tiempos. Pero si el universo es una creación con sentido de un Dios vivo, entonces el suicidio pierde legitimidad. Este parece ser el dilema en que se debaten las dos posiciones antagónicas del pensamiento filosófico sobre el suicidio y que merece una especial atención en nuestro presente tiempo de muchedumbres inertes frente a fuerzas inmensas que lo constriñen y controlan.

Por eso agradezco la invitación de la Asociación de Psicopatología y Psicoterapia Médica cursada por intermedio del doctor Arturo Changana, médico psiquiatra de la Universidad Cayetano Heredia, para reflexionar sobre tan trascendental problemática.

En primer lugar debo decir que las posiciones filosóficas se dividen en dos grandes posiciones: las que tildan de ilícito al suicidio y las que lo reclaman como lícito. A las primeras llamaré posturas (I) tanatofóbicas y a la segundas (II) tanatofílicas.

Las posturas tanatofóbicas, a su vez, se subdivide en varias posiciones: (1) la que considera el suicidio como contrario a la voluntad divina (Platón, San Agustín, Santo Tomás de Aquino) y que fue refutado por David Hume (Ensayos sobre el suicidio) con el argumento que si nada escapa a la voluntad divina entonces el suicidio no puede serle contrario; (2) la que considera que el suicidio impide la completa separación del alma respecto al cuerpo, sostenida por Plotino y refutada por Schopenhauer al afirmar que en el suicidio el alma reafirma su voluntad independiente del cuerpo; (3) la que estima que el suicidio viola el deber contra uno mismo (Kant) y por tanto hay que conservar la vida, posición muy difundida en la modernidad y puesta en cuestión por los defensores de la eutanasia; (4) aquella que considera el suicidio como un acto vil y refutada por Fichte al estimarla como un acto de coraje; y, por último, (5) la que la considera como un acto de injusticia contra la comunidad (Aristóteles) y refutada por Hume al sostener que el suicidio no anula la obligación social.

Las posturas tanatofílicas se subdividen a su vez entre grandes posiciones: (1) el suicidio es un deber cuando impide el cumplimiento del deber (Cicerón) y encarnado por Sócrates al beber la cicuta; (2) es una afirmación de la libertad (Epicuro, Séneca, Nietzsche, Cioran); y (3) es una salida a una situación insoportable (Hume, Jaspers, Sartre) y llevada a la práctica por el filósofo estoico Zenón de Citio, que se estranguló a sí mismo, el filósofo austriaco Otto Weininger, que en la misma habitación que ocupó Beethoven se descerrajó un tiro en la sien, y los franceses Louis Althusser y Gilles Deleuze. En esta última postura reluce la idea que la vida no es el bien supremo sino la dignidad.

Como vemos, las interpretaciones filosóficas tanatofóbicas se basan en la consideración del suicidio como un acto desequilibrado y nada lúcido. Lo cual difícilmente se puede afirmar de Sócrates, de la filosofía jainista o del presocrático Empédocles que se arrojó al cráter Etna. En cambio, es apropiado aplicarlo al suicidio social de origen amoroso, económico, patológico o mórbido, donde la asistencia del Estado y sus instituciones se hace necesario para prevenirlo y mitigarlo.

En contraste, las posiciones tanatofílicas consideran el suicidio como un acto equilibrado para unirse con el absoluto, preservar el deber, la libertad y la dignidad, y cuyos valores se sobreponen al valor de la vida. Gran parte de la argumentación eutanásica extrae su justificación de esta postura.

Todo lo cual nos lleva hacia la culturología del suicidio. Aquí destacan dos importantes pensadores: E. Durkheim y V. Frankl.  En su libro sobre el suicidio Durkheim considera el suicidio como resultado de la falta de integración social, mientras que Frankl lo estima como falta de sentido de la vida.  Al respecto, no es difícil advertir que ambos casos se aplican al suicidio del hombre común o suicidio desequilibrado, más no al suicidio como búsqueda de absoluto donde no se puede hablar de falta de integración social o al suicidio equilibrado en general donde no hay falta de sentido.

Sobre el suicidio y la falta de sentido cabe contrastarlo con dos obras maestras de la literatura universal: el Fausto de J. W. Goethe y Romeo y Julieta de W. Shakespeare. En ambas obras sus protagonistas no optan por el suicidio por la falta de sentido de la vida, sino, por el contrario, justamente por haber descubierto el sentido de la vida (el amor en ambos casos). Es decir, que no siempre la falta de sentido puede conducir al suicidio y sí, más bien, hallarlo puede conducirnos hacia él.

O sea, no siempre es el desprecio, la desesperanza, el pesimismo, la indiferencia, el desdeño lo que lleva al suicidio, y se puede constatar fácilmente la presencia de los valores contrarios en la muerte de Jesús, los mártires cristianos, Juana de Arco, y los héroes epónimos de nuestra patria.

Pero el nihilismo cultural de la presente sociedad posmoderna acelera la lógica la muerte y el suicidio desequilibrado, al estar basado en la consideración de que el ser resulta insoportable desde que se opta por la nada. Nuestro siglo sin Dios, la caída de todas las certidumbres, el triunfo de lo contingente e instantáneo, el vampirismo de fuerzas inmensas que desde la revolución industrial oprimen al hombre para hundirlo en la apatía, el resentimiento, la depresión, la perplejidad, lo anético y la anomia, afectan a la totalidad de la persona especialmente del hombre común. Eso explica la cifra ofrecida por la OMS de un millón de suicidas anuales en el mundo, dígito considerada muy modesta por algunos.

A lo que vamos es que una sociedad donde reina el imperio del dinero, el tener, y el poder, se termina por descomponer la misma estructura valorativa superior del hombre para entregarlo a las fuerzas entrópicas de un individuo sin orientación y cada vez más manipulado por las fuerzas impersonales de un mundo creado no para vivir en función del ser sino del tener. Lamentablemente este espíritu de la posesión se ha difundido por todo el orbe a través del humanismo sin Dios, la racionalidad técnica y el capitalismo. Por lo cual ya no podemos decir junto con Walter Schubart que la profundidad metafísica del alma de Oriente y Occidente sea muy distinta porque, al contrario, actualmente tiende a uniformizarse.

En otras palabras, nunca como antes la humanidad se ha encontrado como ahora con tantos recursos a su mano y al mismo tiempo con tantas tendencias destructivas que lo cercan. Casi podemos decir que nuestra civilización del dinero ha arrinconado al hombre a vivir una apocalipsis moral, lo precipita hacia la desintegración de su personalidad, lo empuja al suicidio desequilibrado, en términos comparables a lo que sucedió en el Perú durante la Conquista española, donde –según las crónicas- los antiguos peruanos desesperados ante la hecatombe cultural optaban en masa por el suicidio.

Este perfil epocal nos pone ante la pregunta: ¿es lícito reivindicar el deseo de morir y el suicidio en la presente época del nihilismo? ¿Es el hombre una criatura atravesada por el deseo de muerte y el impulso hacia el suicidio? ¿Es el suicidio a la vez pasión y aversión por la vida? ¿Y si la opción del suicidio no se separa nunca de nosotros entonces qué define nuestra existencia: el deseo o la necesidad? Sin duda, el ser de una era puede resultar insoportable llevando a la persona hacia la opción por la nada.

Finalmente, una pregunta queda flotante: ¿Por qué la mujer prefiere el suicidio menos brutal que el varón? Ante esta interrogante podemos echar mano de los sentidos significativos de la semiótica para combinarlos con los resultados de la criminología forense que ratifica dicha tendencia general por género. Y la respuesta a nuestro alcance es que la mujer se suicida sin malquistar su belleza porque está asida por un sentido cósmico-estético de la vida, mientras que el hombre, asido por la eficacia, lo está por un sentido cósmico-instrumental de la vida.  

Concluyendo hay que considerar metafísicamente que en el suicidio el ser es visto en dos sentidos opuestos: (a) condición insoportable de la nada –tanatofobia-, y (b) condición insoportable del ser finito –tanatofilia-. Pero si consideramos que el ser finito es aquel que tiene dentro de sí el gusano de la nada, entonces cobra mayor relevancia el papel de la libertad, la acción y el optimismo, para hacer un mundo mejor.   


Lima, Salamanca 23 de Mayo 2015