jueves, 17 de diciembre de 2015

NICOLÁS DE OLEA Y LA NEOESCOLÁSTICA LIBERADORA

NICOLÁS DE OLEA
Neotomismo moral
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Como filósofo neotomista sintonizó con su tiempo porque buscó una síntesis entre la teología y la filosofía natural, mientras que predominaba la reflexión moral. No obstante, influyó difusamente sobre la ilustración virreinal. Nicolás de Olea (1635-1705) fue un filósofo neoescolástico que consigna en sus obras por primera vez a los filósofos racionalistas, se destaca por la consideración activa de la materia y por intentar una ontología teológica más cercana a la ciencia nueva. No obstante, más que un pensador era un educador y como tal no sintió pasión por la experiencia ni el naturalismo, reservándose la misión conservadora de transmitir la ciencia establecida.

Es filósofo jesuita y reputado maestro de su tiempo. No hay acuerdo sobre el lugar de su nacimiento. Saldamando lo ve limeño, mientras Mendiburu cree que es de Huánuco. Hijo de Domingo de Olea y Constanza de Aguinaga y de la Roca. Hizo estudios de Artes en el Colegio Real de San Martín, y luego de iniciados sus estudios de Teología en la Universidad de San Marcos en 1651, decidió ingresar a la Compañía de Jesús en 1652, por lo cual concluyó sus estudios de sacerdote en el Colegio Máximo de San Pablo de Lima, a cuyo término defendió conclusiones teológicas en una actuación pública dedicada al Virrey Alba de Liste. Formuló sus tres votos de jesuita en 1658.

Fue profesor de Gramática y Humanidades en el Colegio Real de San Martín. Fue trasladado al Colegio San Bernardo del Cuzco, donde fue Prefecto de Estudios y desarrolló la cátedra de Prima de Teología. Allí aprendió la lengua quechua e hizo su segunda profesión en 1659. Volvió a Lima como profesor y Prefecto de Estudios en el Colegio Real de San Martín. De 1682 a 1686 acompañó como Consultor al Provincial jesuita Martín de Jáuregui a los diferentes establecimientos jesuitas de la Provincia del Perú. Rector del Colegio Máximo de San Pablo de Lima de 1692 a 1695, del Colegio de San Bernardo del Cuzco de 1695 a 1698 y del Noviciado de 1698 a 1701. Retornó al Colegio Máximo de San Pablo donde enseñó Gramática; Artes y Teología.
Es un filósofo neoescolástico, porque siendo seguidor de las ideas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, supo citar a los filósofos del Renacimiento como Campanella, Bruno, Brahe y Descartes. Fue un activo escritor y publicó Manual de Filosofía en 1687, Curso de Artes en 1693 y Resoluciones Morales y Absolución de las Dudas en 1694. La crítica positivista e ilustrada ha prestado atención más a la primera que a la última y con ello ha contribuido a distorsionar el interés moral de su pensamiento. Su neotomismo es de índole moral porque su atención prestada a los filósofos modernos responde a una preocupación normativa antes que netamente  Por lo demás, sus Resoluciones Morales son fruto de su reflexión madura.

Además Saldamando menciona: Panegírico a Diego Benavides de la Cueva, Compedium universi veteris de 1675, Informe sobre la fundación sobre el monasterio de Jesús María, Declaración de las constituciones de la real y militar orden de Nuestra Señora de la Merced, Memorial de la vida del padre Juan de Alloza, cartas de edificación, y de este segundo grupo sólo sobreviven dos: Teología de los Sacramentos y la Suma Teológica. En la primera cita a Campanella y su parecer sobre si los niños no bautizados pueden salvarse; y en la segunda considera a la Física subsumida a la religión, porque en vez de considerarla bajo el método de la experimentación de la naturaleza defiende que ella es contemplación de la naturaleza. Esto significa que habiendo leído a Campanella y a Descartes no asumió el método inductivo, la preocupación moral es notoria y central (cuestión sobre los niños no bautizados), y por ello su explicación del universo es religiosa, no obstante sus disquisiciones sobre la Nada y la Materia prima son interesantes.

Olea como autor del renacimiento se interesa por las cuestiones del macrocosmos. El escolasticismo moderno de la filosofía española y colonial extiende sus preocupaciones desde el ámbito metafísico teológico hasta la especulación natural. Así, le preocupan los temas cosmológicos,  discute el concepto de la Nada y cae en la cuenta que en el principio del mundo la Nada no existió, por tanto siendo Dios acto puro hizo que el mundo antes de la creación existiera en potencia, pero por voluntad divina el Universo existió en acto. La Nada sería entonces el Universo en potencia y no en acto. Lo cual no significa contradicción lógica-ontológica alguna, como le parece a Felipe Barreda Laos, porque lo que es en el orden de la eternidad no lo es en el orden de la finitud. No obstante, si materia es todo lo que está en potencia y forma todo lo que está en acto, cómo puede algo potencial estar en Dios que es acto puro. No hay nada potencial en Dios, en él todo es actualidad, en consecuencia lo potencial aparece con la creación de la materia. Para Olea el Universo en potencia es la Nada y de aquí colige que la Nada es la potencialidad de la materia, el Universo en acto es la actualización de la forma. Pero decir que la Nada es la potencialidad de la Materia es confundir lo no creado con lo creado. Esta identidad entre Nada y Materia prima no es precisamente lo que se deriva de las enseñanzas del tomismo, dentro del cual no hay confusión alguna entre la Nada, lo potencial y la Privación, donde ésta última es el no-ser en acto. Olea confunde el no-ser en acto de la privación con la Nada.

Otra preocupación suya son los problemas del microcosmos. Así emprende la explicación del cambio substancial de los cuerpos que se transforman en nuevos compuestos. Si los cambios sustanciales existen –razona- es porque los átomos sustancialmente son compuestos. El principio universal que explica todas las transformaciones en todos los seres es la Materia prima, donde se da la identidad fundamental de todos los seres. Por su parte, Tomás de Aquino explicaba que lo que está en potencia respecto al ser sustancial es la materia prima, mientras lo que está en potencia respecto al ser accidental se llama materia segunda o sujeto, por cuanto es el sujeto lo que hace existir al accidente. O sea, Materia es todo aquello que está en potencia respecto al ser sustancial o al ser accidental. Materia es todo lo que está en potencia y Forma es todo lo que está en acto, para que algo se genere o cambie se requiere el ente en potencia, que es la materia; el no-ser en acto, que es la privación; y aquello por lo cual algo se hace en acto, que es la forma. La Forma explica aquello por lo que se hace la generación; mientras que la materia y la privación explican aquello de lo que se hace la generación. Materia y privación son lo mismo ontológicamente, aunque difieren conceptualmente.

Con lo cual Olea si bien señala a la materia prima como aquello que explica todas las transformaciones en la sustancia, ello no significa que desconozca el papel de la Forma, porque la materia prima sería aquello de lo que se hacen los cambios sustanciales, mientras que la forma aquello por lo que se hace el cambio sustancial. Pero está claro que Olea nuevamente no repite al aquinate, al afirmar que la materia prima explica el cambio del ser sustancial sin el concurso de la forma. Otra vez reluce la autonomía de la materia prima, así como anteriormente lo había hecho la materia potencial. Claro que sin la actualidad que da la forma la potencialidad de la materia prima no puede manifestarse, pero la impresión contraria da la disquisición de Olea. ¿Expresa acaso esto cierta vacilación hacia el naturalismo materialista? No lo creemos, y sí más bien son parte de su deseo de compartir ciertos presupuestos con el naturalismo renacentista y de la crisis en que entra el realismo sustancialista peripatético. Pero su disquisición sobre la materia potencial y la autonomía de la materia prima deriva sin dificultad hacia el universo infinito de los modernos y su oposición al finitismo aristotélico. Si la materia prima explica el cambio en la sustancia entonces es lo infinito-finito que actúa y padece de modo actual, con lo cual se refuta la argumentación aristotélica de la imposibilidad del infinito actual y se coincide con el infinitismo de los presocráticos. Efectivamente, la posibilidad del infinito actual es uno de los conceptos claves de la ciencia moderna. Para Tycho Brahe, Copérnico y Kepler el mundo es enorme pero finito, sólo Giordano Bruno admite la infinitud del universo, la misma que será reafirmada por Galileo, Newton, la geometría y luego la teología.

 Olea no defiende las verdades geométricas de la ciencia moderna pero hizo un real esfuerzo por hacer la física más dinámica y moderna que la aristotélica, no obstante su intento tímido es osado. Su concepción pretende una modificación conceptual, antes que metodológica, de la ciencia medieval. Por lo demás, ya Koyré y Kuhn han enfatizado certeramente que la ciencia moderna antes de caracterizarse por ser positivista y experimental, es revolución teórica, esto es, antepone la teoría a la praxis y no renuncia a la verdad profunda. Esto mismo, o sea una revolución teórica modesta, se propone efectuar Olea en cuestiones cosmológicas y físicas respecto al aristotelismo. Su intento procura modificar la continuidad metafísica y conceptual del legado peripatético-tomista, sin atender las cuestiones metodológicas. Como lector de los modernos siente que la ontología ordenada del peripatetismo comienza a hundirse y procura modificarla, pero por su formación teológica-humanística no cae ni en la ontología mágica que pululó entre los renacentistas ni en la matematización de la realidad, así sólo le quedaba un camino: la modificación conceptual del marco metafísico tradicional. El cosmos de Aristóteles es un cosmos compuesto por un Dios que sólo piensa en sí mismo y que ignora el mundo que no ha creado, el cosmos del aristotelismo occidental corresponde al Dios creador del cristianismo. Pero los modernos han vuelto a poner sobre el tapete al platonismo medieval, con la primacía del alma, la realidad de las ideas, el matematismo y el apriorismo. Esto exige al intelectual del siglo diecisiete la modificación de la ciencia medieval de sesgo aristotélico  mediante la modificación de nociones metafísico-teológicas fundamentales: como el del dinamismo de la materia.

Es decir, Olea pretende proyectar nueva luz mediante una mutación metafísica de ciertos conceptos que no lleve tanto a la “disolución” de la visión del mundo clásico-cristiano, sino a su “actualización”. Su aspiración no es tan grande como para pretender un triunfo de Platón sobre Aristóteles y menos pugnar por la victoria del matematismo platónico sobre el realismo sustancialista aristotélico, para ello le faltaba genio y tiempo, pero lo que procura le parece importante, posible y razonable. Él no pertenece a la tradición empirista, pero es consciente de la necesidad de emprender un experimento mental –tal como Galileo confiesa que hizo un experimento real sobre la ley de la caída de los cuerpos- con ciertas nociones metafísicas fundamentales. Así como Galileo hace una buena física a priori, podemos imaginar a Olea haciendo una buena metafísica a priori, el riesgo está en que la imaginación tome el lugar de la verdad. Es por esto que Olea conquistó un lugar en la historia del pensamiento virreinal no como sabio, pues no descubrió nada ni inventó nada, sino como filósofo, porque intentó proporcionar una nueva ontología neoescolástica de la materia, que en su mismo siglo sería alcanzada por Gassendi. Pero Olea al seguir siendo sus explicaciones demasiado cualitativas y aunque se haya aproximado a la idea del vacío no contribuyó a lo que la nueva ola científica de su tiempo buscaba: la reducción del ser físico a mecanismo puro. Lejos de ser un genio matemático ni un experimentador sagaz, su contribución fundamental reside en su intento neoescolástico de proporcionar una nueva ontología de la materia más conforme con los avances de la ciencia moderna.

Esta clara intención de conciliar al saber de la nueva escolástica con la nueva ciencia se deja advertir cuando escribe: “El Génesis dice que Dios creó todos los elementos en el primer día: luego no hubo dos creaciones de elementos sino una, en consecuencia, los elementos sublunares y celestes son de idéntica naturaleza…”. De esta forma la doctrina de nuestro jesuita rompe con al aristotelismo y el tomismo para aproximarse a una concepción universal, real y activa de la materia. Para Olea la materia celeste es igual a la materia sublunar, con ello suprime la dualidad sostenida por la concepción aristotélico-tomista. Con ello se sentía más cerca que a Bruno, Descartes y a Copérnico al mismo Nicolás de Cusa, que negó la oposición entre el cielo y la tierra. Su insistencia en la identidad en la naturaleza y el abandono de varias doctrinas del tomismo fue alentada sobre todo por la filosofía del Cusano. En este sentido la Suma Teológica de Nicolás de Olea intentó ser una tímida superación de la doctrina del tomismo, y “tímida” porque cuando expone la teoría sobre las propiedades de la materia retorna a la doctrina de las inclinaciones naturales de los cuerpos. “La materia por sí misma desea la hermosura”, escribe. La doctrina cosmológica de Olea no se divorcia de la metafísica de la inteligencia del tomismo, pero este animismo tampoco está alejado de la teosofía de las filosofías naturalistas del renacimiento.

Y luego de haberse extendido en su primer libro de Teología sobre la forma y la materia, en su segundo libro lo hace respecto  a las causas motoras y el fin. Lo más interesante en su tratado de las causas es el abordamiento de la causa eficiente, porque aborda el problema de la libertad humana. Su aserto es que Dios es la condición pero no la ocasión de ser libre. Por ejemplo, la noche no es condición, sino ocasión de robar. Dios, por creación, concurre a todas las acciones humanas, pero en el hombre existe el elemento voluntario del libre albedrío que concurre en los actos de su vida. Con ello Olea busca conciliar la omnipotencia divina con la libertad humana y se atiene al veredicto del Concilio de Trento (1545-1563), que condenaba tanto al luteranismo, que como Orígenes acentuaba la predestinación y negaba la libertad humana, y al pelagianismo, que acentuaba la libertad humana negando la predestinación. La falta de ahondamiento en este peliagudo tema sólo permite conjeturar que en vez de compartir con San Agustín la doctrina de la predestinación por la gracia (completa) y por la gloria (incompleta), se atuvo a la doctrina tomista de la predestinación única (Dios salva pero no condena), donde la predestinación no destruye el libre albedrío y Dios quiere que el hombre libremente se salve o no. En el siglo diecisiete la polémica sobre el tema se bifurcaba entre agustinos (no hay predestinación radical), tomistas (Dios obra extrínseca e intrínsecamente), luteranismo (agustinismo radical, siervo arbitrio), calvinismo (predestinación doble) y naturalismo (metafísica de la libertad). Olea pudo también pronunciarse sobre la doctrina molinista de la ciencia media, y es difícil que no la conociera por ser Luis de Molina (1535-1600) otro jesuita español. En la escolástica se distingue entre futuribles absolutos y futuribles condicionados y entre dos tipos de ciencia divina: la ciencia de los posibles (conocimiento de los actos posibles como posibles) y la ciencia de la visión (de los existentes como tales). Molina introduce una tercera ciencia: la ciencia media (Dios conoce los futuribles antes de todo decreto absoluto pero no antes de lo lógicamente posible). Con esto Dios coopera con la libertad humana para que elija el bien o el mal. Lo cual representaba una clara alusión de censura a la campaña violenta de extirpación de idolatrías contra los indios. En otras palabras, el adoctrinamiento evangélico debía dejar a los naturales en óptimas condiciones para optar libremente por el cristianismo sin violencia alguna. Esta tendencia jesuita de origen tomista de acentuar el libre albedrío se enlazaba con el ideal neoplatónico providencialista del Inca Garcilaso de la Vega en pro de dejar a los indios adoctrinados la facultad de dirigir sus destinos, cosa evidentemente subversiva para los intereses de la Corona.

De todas formas, el intento de Olea de salvar dentro de la doctrina tomista la omnipotencia divina sin menoscabar la libertad humana no ignora intelectualmente todo este debate; solución que en lo literario se reproduce en la obra El Condenado por desconfiado, del dramaturgo barroco y mercedario español Tirso de Molina (1579-1648). El desenlace es un intento por resaltar el valor del libre albedrío sin negar la predestinación de los protagonistas, pues Paulo y Enrico reciben la ayuda sobrenatural por la cual Dios ilumina al espíritu de la gracia suficiente, de modo que el libre albedrío deja en libertad a cada uno para usar de la gracia divina y capacita a la voluntad para ejecutar lo que Dios quiere y salvarse o permite también su rechazo y su condena.

En su comentario sobre la causa final sostiene que el fin coincide con la forma y es la causa de las causas, porque es un bien querido que determina la voluntad a un acto. Los hombres -escribe- mueven la voluntad con el conocimiento de un fin, que determina en el espíritu el proceso de la intención, deseo, intención determinada, investigación de medios y ejecución. Los actos de los animales son por instinto y no obedecen a un fin. Y el fin último de todos los seres es Dios, hacia quien todos se elevan por la ley del perfeccionamiento. Natura, Gratia, Gloria, expresan el movimiento ascendente del universo hacia la divinidad. Difícilmente esta conclusión podría corresponder a un dialéctico que estaba al tanto de Campanella, Descartes, Cusa, Bruno, Tycho Brahe y Copérnico, pero la metafísica del renacimiento tiene la característica de aspirar a una síntesis de los opuestos y Olea forma parte del escolasticismo moderno de la filosofía española, que sin renunciar a la herencia aristotélico-tomista la somete a un acercamiento en física y cosmología con la reforma científica.


Nicolás de Olea es la demostración más notoria que la asimilación a la conciencia científica no va unida a la disolución del pensamiento clásico-cristiano, ni del pensamiento metafísico, y es así porque en esta fase crítica no hay predominancia del espíritu antimetafísico que luego hará presencia en los siglos dieciocho y diecinueve. De manera que si con Bartolomé de las Casas se da inicio al humanismo teológico, con Nicolás de Olea se da comienzo a una audaz concordancia entre teología y filosofía natural matemática. Por ello, Olea es un pensador de su tiempo, pues su época pretendía discurrir sobre temas morales para estabilizar el Virreinato, y él lo hizo, pero aun cuando con su realismo metafísico se mostraba desfasado con las exigencias metódicas y matemáticas del momento, fue el neoescolástico más importante del siglo diecisiete, que acercando teología a la ciencia nueva influyó difusamente en el movimiento ilustrado del dieciochesco virreinal. 

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