miércoles, 29 de julio de 2015

EL DIOS DE CÉSAR VALLEJO

EL DIOS DE CÉSAR VALLEJO

 

Cualquier que sea la causa que tenga que defender,
Más allá de la muerte tengo un defensor: Dios.
C. Vallejo

Vista la obra de César Vallejo en frío y en bloque no se puede sostener que para él Dios no es justo ni injusto, esto resulta una exageración para salvar la trascendencia de Dios. Más bien, y esto es traslúcido en sus últimas palabras de agonía, Vallejo cree que un Dios sin justicia no es Dios.

Más allá de la muerte
Tengo un defensor: Dios

Para Vallejo el problema de injusticia no es teórico sino práctico, pero su solución no se dará definitivamente por el hombre en la historia. Dicho de otro modo, para Vallejo no se justifica la completa historización de la justicia.

Hasta cuándo este valle de lágrimas
Adonde yo nunca dije que me trajera.
El aporte poético de Vallejo es subrayar líricamente la perspectiva de la contemplación y de la gratuidad para comprender el problema de la justicia de Dios. Santidad para Vallejo no es retraimiento y quietud, renuncia y huída –precisamente por eso la causa republicana en la guerra civil española le parece la más grande epopeya humana-, sino que lejos de cualquier angelismo maniqueo es luchar con heroísmo por el bien temporal y espiritual de la humanidad.

Hasta cuándo la cena durará!

Sin esta visión de la santidad no hay para Vallejo unión ontológica con Dios, el cual también reside en nuestra alma, es caridad, amor y justicia de dar lo que tenemos que dar a nosotros mismos para dedicar la vida a los otros, escuchando la voz interior de Dios. Vallejo es el poeta que comprende meridianamente que sin humildad y sed de Dios el hombre moderno no puede recuperar la fe y la gracia divina.

Hasta cuándo la Duda nos brindará
Blasones por haber padecido!

Pero además la poética de Vallejo está plagada de lenguaje profético, el cual hace comprender la relación de Dios con los pobres, y de lenguaje contemplativo, que lleva hacia la gratuidad de la justicia divina. En Vallejo es indubitable que el hombre debe practicar la justicia –como forma predilecta de hablar con Dios- pero no debe esperar retribución por ello, pues el amor de Dios es gratuito y no depende de méritos y recompensas.

Hasta cuándo la cruz que nos alienta
No detendrá sus remos!

Antenor Orrego señaló que la estrófica vallejiana lo retrata como el vate del dolor humano. Lo cual es cierto, pero incompleto. Porque Vallejo habla del dolor humano en confrontación constante con la justicia divina. Esto significa que no se puede hablar del sufrimiento del hombre solamente desde la realidad humana, sino que lo humano implica lo divino y su confrontación.

Hasta cuándo estaremos esperando
Lo que no se nos debe!

Hablar de Dios tiene dos momentos: el silencio meditativo y orante, y hablar sobre Dios desde el sufrimiento humano. César Vallejo hace las dos cosas poéticamente. Sus imprecaciones vertidas en el verso se amoldan perfectamente en el silencio meditativo de la oración, pero también son un reflexionar sobremanera en torno al dolor del inocente.

 Y en qué recodo estiraremos
Nuestra pobre rodilla para siempre!

La poética vallejiana, de esta forma, es un canto  esperanzado por el fin del sufrimiento humano que escapa a nuestra comprensión. En su asunción del mal se inserta tanto en la visión paulina que atañe al mal moral, como a la visión lucasiana que se refiere al mal físico. En tal sentido sus desgarradores versos constituyen el testimonio de un testigo verídico del dolor humano.

…como negra cuchara
De amarga esencia humana, la tumba…

Vallejo como Job sufre pero no maldice a Dios, comprende que sus caminos no son los nuestros y se mantiene fiel a un amor a la justicia de Dios sin recompensa. Detrás de este amor sin recompensa o gratuito está la convicción de que Dios confía en el hombre. Vallejo se sabe y se siente inocente en el dolor y su apuesta no es por una religiosidad mercantil, al contrario, en su rebelión siente que el hombre puede amar la justicia de Dios sin interés ni recompensa.

Yo te consagro, Dios, porque amas tanto
Porque jamás sonríes;
Porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.

Pero el itinerario dolorido de nuestro vate demuestra algo más, y es que Dios mismo confía en el hombre. Vallejo era un hombre íntegro, sus penurias materiales no hirieron su ser justo y caritativo. Ni en el exilio europeo ni en la enfermedad reniega de Dios. Y así Dios, como en Job, vuelve a ganar la apuesta al confiar en el hombre como criatura capaz de amar sin interés.

Para que el individuo sea un hombre
Para que los señores sean hombres,
Para que todo el mundo sea un hombre,
Y para
Que hasta los animales sean hombres…

Vallejo como Job se queja de Dios, sus jeremíadas resuenan desde el hondón del alma. Pero se queja más no lo maldice. No hay un rechazo, sino que le lacera su propio y ajeno sufrimiento. Vallejo como Job habla desde la pobreza y el sufrimiento, pero no deja de hablar con Dios, de su silencio, de sus caminos que no son los nuestros, de su grandeza, del amor gratuito que exige del hombre. Por eso su lenguaje poético no deja de ser profético y contemplativo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos sin que él les haga nada

Vallejo llega a comprender que el meollo del lenguaje poético y su contenido profético es la relación de Dios con los pobres e inocentes en el sufrimiento. Entonces, entender la pedagogía divina lo impulsa a ir más allá del contenido profético, ir hacia el contenido contemplativo de la palabra.

Pelear por todos y pelear
Para que el individuo sea un hombre

Su espíritu revolucionario lo lleva a cuestionar la doctrina de la retribución temporal, se considera inocente y así se dirige a Dios. Esto lo lleva a un lenguaje poético profético donde ilumina lo incomprensible, a saber, el valor pedagógico del sufrimiento.

Amado sea aquel que tiene chinches

El salto categorial en la interpretación de su desgracia lo consigue Vallejo cuando una ráfaga de luz lo hace comprender que el sufrimiento del hombre en su persona representa la de la inmensa mayoría de hombres. Y de ahí denuncia que el mayor pecado es el de acumular riquezas. Así vuelve a la tradición profética de la práctica del amor y la justicia.

Quiero planchar directamente
Un pañuelo al que no pueda llorar

El astillado camino de Vallejo va de la queja a la confrontación y la perplejidad. Al final descubre que todo viene de Dios. Convicción propia de la fe popular. En su desesperado combate espiritual Vallejo busca en la palabra poética un testigo hasta convertirla en liberadora. La poesía no es sino Dios mismo desdoblado en su corazón.

Al final de su camino Vallejo desea ver a Dios. En el juicio de su existencia, o sea ante la Muerte, Dios le habla a su corazón sobre el designio y su justicia. En ese instante final Vallejo comprende que la libertad de Dios no destruye la libertad humana. Dios respeta la pequeñez de Vallejo y del hombre, porque colocó en el fundamento de su creación la gratuidad de su amor.

Y cuando estoy triste o me duele la dicha
Remendar a los niños y a los genios.

Vista la justicia de Dios Vallejo abandona la queja, comprende la relación entre poesía, justicia y gratuidad, y asume una actitud de veneración culminante donde la justicia de Dios reposa en su amor gratuito.

Vallejo agoniza y ve con claridad que en la vida se trata de dar gratis el amor y la justicia que hemos recibido gratis. Amor universal y preferencia por el pobre caracterizan el contenido de su versolibrismo.

Amado sea el que tiene hambre o sed,
Pero no tiene hambre con qué saciar toda su sed…

El misterio culminante del legado poético vallejiano vibra al compás del clamor de Jesús, porque su lengua no ha callado lo que su alma ha creído. Y este legado nos estremece porque cerca el misterio que vive en todos los hombres: la sed de justicia y la sed de Dios.

Hoy no ha venido nadie;

Y hoy he muerto qué poco en esta tarde