domingo, 24 de enero de 2016

TÚPAC AMARU Y SU CRITICISMO REVOLUCIONARIO ANDINO

TÚPAC AMARU Y SU CRITICISMO REVOLUCIONARIO NEOPLATÓNICO INDÍGENA
 Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía

Hay en la historia hombres decisivos para la humanidad y su nación, estimulantes tanto para la filosofía como para el pensamiento. Túpac Amaru II es uno de ellos. Se trata de un personaje único e irrepetible cuya acción dejó una huella indeleble. El pensamiento filosófico colonial no se restringe a figuras hispanas o criollas pues abarca también figuras indígenas que efectúan la simbiosis entre lo milenario precolombino y la caritas cristiana. En Túpac Amaru II quedó plasmado el espíritu de su tiempo, de su raza, un pensamiento guía, una visión de país, y un destino suprahistórico. Sólo a la filosofía le corresponde desentrañar la médula de su mensaje espiritual más profundo. Hay que tener presente que el núcleo esencial de toda gran filosofía no sólo es racional sino también metafísico existencial y que la grandeza humana es la actualización de lo eterno y universal que ha puesto Dios en nosotros. Cuando se tratan de cosas humanas se agudiza una verdad: no todo es aprehensible ni demostrable porque ese es el misterio de la condición humana.

La enorme novedad que rompe con los cánones establecidos dentro del pensamiento filosófico colonial es la figura de Túpac Amaru II, pues es el primer criollo indígena que destroza el reformismo colonial para adoptar una postura revolucionaria inédita y profunda. Este criollo con sangre real inca, al encabezar la mayor rebelión anticolonial hispanoamericana lo hace con una postura indigenista e independentista inusitada. Esto es, fue el primero en pedir la libertad de toda América de cualquier sujeción a España como de su monarca, implicando la separación política y la eliminación de todas las formas de explotación indígena (mita minera, reparto de mercancías, obrajes, de los corregimientos, alcabalas y aduanas). Además abolió la esclavitud negra por primera vez en América (16 de noviembre de 1780). Túpac Amaru II es el verdadero precursor de la independencia del Perú y fundador de la identidad nacional peruana.

Es decir, su clarividencia histórica lo hizo avanzar fue mucho más lejos del neoplatonismo providencialista del Inca Garcilaso, del neoplatonismo mesiánico de Guamán Poma, del sincretismo cosmogónico de Juan Santa Cruz Pachacuti, del misticismo salvífico de Antonio Ruíz de Montoya, de la defensa de la dignidad humana del indio de José de Acosta y del comunismo católico jesuita. Incluso su rebelión independentista profundiza y lleva a la práctica el movimiento contra el absolutismo europeo, el derecho de resistencia y la soberanía del pueblo de los jesuitas neoescolásticos renacentistas Mariana, Vitoria y Suárez. Pero siendo más auténtico y peruanista que los venideros mentores ilustrados de la Revolución francesa y la Revolución americana, en un genial acto intrahistórico de palingenesia cultural deja de protestar contra el mal gobierno de los corregidores, va más lejos que los criollos que simplemente se oponían al reformismo borbónico pero eran fieles a la corona, y radicalizándose asume el mesianismo incásico, se enlaza con el pasado milenario andino proclamándose Inca. El 4 de noviembre de 1780 se inicia la rebelión de José Gabriel Condorcanqui contra la dominación española, adoptando el nombre de Túpac Amaru II, en honor de su antepasado el último Inca de Vilcabamba. Se proclama "Inca, Señor de los Césares y Amazonas", y jura con el siguiente bando su coronación: "...Don José Primero, por la gracia de Dios, Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas con dominio en el Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad Divina, etc...".

 Al asumir el título real de Inca no sólo buscaba la creación de un reino independiente de España, gobernado por una monarquía hereditaria incaica, a través de la creación de un ejército y una administración propias, introduciendo una tributación única a todos los súbditos, libertad de comercio y trabajo, sino que el apelativo de Inca implicaba atributos mesiánicos, era el redentor y restaurador del mundo, se le atribuían rasgos divinos. El Inca se comunicaría con el pueblo mediante un lenguaje simbólico mesiánico (instrumentos musicales tradicionales, en el uso de banderas, insignias y vestimentas incaicas), Justamente por presentarse como milagroso salvador de los indios la Iglesia lo excomulgó. De haber triunfado la rebelión independentista de Túpac Amaru lo más probable es que por razones políticas la ruptura con Roma hubiese sido inevitable, pero por razones religiosas se habría abierto camino un cristianismo sincrético andino en vez de regresionar hacia un redivivo paganismo.

Esto significa que el legado antiabsolutista  neoescolástico corría por sus venas robustecido por el ideario liberal de la Ilustración y el romanticismo por el pasado incásico. Pero esta singular mezcla en su espíritu entre escolasticismo, iluminismo y romanticismo precolombino posibilitado por su criollismo indigenista, no iba dirigido al establecimiento de una democracia liberal sino de un absolutismo autóctono incaico. Reactualiza la visión integralista del Perú del Inca Garcilaso fusionando en un nudo de raíces planetarias la razón social del indio, la razón técnica del europeo y la razón estética del negro. He aquí que reluce un neoplatonismo cristiano de ancestral estirpe, a saber, la primacía del ideal sobre lo real. El mundo debía de ser conformado según las leyes del divino creador. Un Pachacuti se impone en la restructuración del mundo. Pero Túpac Amaru no es un descreído ni un deísta volteriano, al contrario, conserva la acendrada fe indígena en Dios, pero su divinidad es cristiana, por ello su neoplatonismo revolucionario asume la fisonomía de un criticismo cristiano. La duda cartesiana no penetra en su ser, su preocupación principal es la revolución social plasmando el mensaje divino, no en vano es su mentor el sacerdote criollo Antonio López de Sosa y luego estudia en el Colegio San Francisco de Borja. Pero esta educación cristiana es asimilada de una forma particular. Asume un mesianismo andino cristianizado.

Este sincretismo se hace manifiesto en las órdenes impartidas a sus miles de huestes, que iban al campo de batalla sin miedo a morir, prometiéndoles la resurrección al quinto día. Al respecto, las palabras de Túpac Amaru II a su compañero de lucha, Bernardo Sucacagua, afirmando que las personas que murieran siéndole fieles tendrían su recompensa, sugieren que aquél se veía a sí mismo como redentor. El obispo del Cuzco afirmó que Túpac Amaru II, había persuadido a los indios de que los que muriesen en su servicio resucitarían al tercer día. Sahuaraura Tito Atauchi afirmó que los indios se arrojaban a pelear en las batallas sin temor y ciegamente, pero aún estando mal heridos no querían invocar el nombre de Jesús, ni confesarse. Ello se debería a que Túpac Amaru II les había dicho que el que no dijese Jesús resucitaría al tercer día, y los que lo invocaban, no. Igualmente se presentaba el modelo peruano, que preveía la resurrección al quinto día. El sistema de creencias indígenas aceptaba a Túpac Amaru como dios, redentor y liberador de los oprimidos, vale decir como una figura equivalente a la de Jesucristo. El Inca reforzaba esta creencia, al afirmar que los españoles habían impedido a los indígenas el acceso al dios verdadero, siendo él mismo quien designaría personas que les enseñaran la verdad.

Esto significa que la figura mesiánica del Inca en Túpac Amaru no representaba una simple restauración del pasado pagano -dos siglos de evangelización no habían transcurrido en vano y no serían echados al tacho colero-, sino que implicaba la asunción de un paradigma teológico Teocéntrico o cristológico normativo (Cristo ya no es el único y constitutivo salvador de todos los hombres, sino es tan sólo normativo, modelo o símbolo de salvación, en el que se comparan todas las demás religiones no cristianas). Aquí se sustituye la mediación universal cristológica por la mediación universal salvífica de Dios, lo que da lugar a un pluralismo religioso (a esta posición teológica se han plegado los católicos Jacques Dupuis, Troeltsch y Paul Tillich, Christianity and the encounter of the world religions, 1963).

En otras palabras, el mesianismo incaico de Túpac Amaru no representa necesariamente la asunción de una opción anticatólica o anticristiana, sino tan sólo un apartamiento respecto al: (1) paradigma Eclesiocéntrico o cristología exclusiva (la salvación sólo se da en la Iglesia y nunca fuera de ella, Extra Ecclesiam Nulla Salus); (2) paradigma Cristocéntrico inclusivo (todos se salvan, aunque no lo sepan, sólo por la mediación de Cristo y la voluntad salvífica universal de Dios, este Cristocentrismo inclusivo se puede subdividir en dos posturas más: la teoría del cumplimiento y la teoría de la presencia de Cristo en otras religiones); y (3) al paradigma del Teocentrismo o cristología no normativa (propone una revolución copernicana pasando de la perspectiva cristocéntrica a la teocéntrica, solamente Dios, no necesariamente como creador ni personal, engloba todas las religiones, por lo cual se abandona toda reivindicación del significado único de Cristo y del cristianismo). Ante esto el Magisterio eclesiástico defiende la idea de que las religiones no cristianas no ofrecen salvación a sus seguidores, sino tan sólo preparación hacia Cristo.

José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II encarna un mensaje filosófico inusitado con la más importante rebelión política, social y cultural anticolonial hispanoamericana del siglo dieciocho. Marqués de Oropesa, José Gabriel Túpac Amaru, natural de Surimana, Canas, Virreinato del Perú, nacido el 19 de marzo de 1738 y ejecutado en el  Cuzco el 18 de mayo de 1781, descendía de Túpac Amaru I (último Inca ejecutado por los españoles en el siglo XVI). Lideró la denominada «Gran rebelión» que se desarrolló abarcando dos virreinatos: el Virreinato del Río de la Plata y el Virreinato del Perú, pertenecientes al Reino de España, rebelión iniciada el 4 de noviembre de 1780 con la captura y ejecución del corregidor Antonio de Arriaga. Curaca adinerado que se dedicaba al comercio. De origen mestizo en el que confluía la sangre del Sapa Inca Túpac Amaru con la de los criollos. Habiendo sido criado hasta los 12 años por el sacerdote criollo Antonio López de Sosa y luego en el Colegio San Francisco de Borja, dominaba el quechua, el latín, leía con devoción al Inca Garcilaso, las Sagradas Escrituras, las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, a Voltaire y Rousseau, mostró preferencia por lo criollo llegando a dominar el latín y a utilizar refinadas vestimentas hispanas, pero posteriormente se vistió como un noble inca, hizo uso activo de la lengua nativa quechua en su vida y proclamas.

En 1776 las Reformas borbónicas crean el virreinato del Río de la Plata, escindiendo del virreinato del Perú los territorios de la Real Audiencia de Charcas, que en aquel entonces atravesaba una importante ruta comercial terrestre, uniendo las ciudades de Cuzco, Arequipa, Puno, La Paz y Altiplano hasta Potosí. La separación implicó transferencia de beneficios económicos hacia Buenos Aires en detrimento de Lima. Este cambió afectó a Túpac Amaru. Por sus prósperas actividades económicas, Condorcanqui fue sometido por los españoles al pago de prebendas. Los arrieros que vivían en la región de la cuenca del Río de la Plata, presionaban para tener el monopolio del tránsito de mineral por el Alto Perú. Como curaca mediaba entre el corregidor y los indígenas a su cargo pero al verse afectado, como el resto de la población, por el establecimiento de aduanas y el alza de alcabalas, realizó reclamos en Tinta, Cusco, y luego en Lima, pidiendo también que los indígenas fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas. Fue simplemente desoído. Se subleva y  su sensacional avance se extendió a tal punto que los indígenas sublevados en el llano de Casanare, en la región de Nueva Granada, lo reconocieron como rey de América. Movimientos posteriores invocaron su nombre para obtener el apoyo de los indígenas (Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui, quien pretendió levantarse en Huarochirí, Lima en 1783 y la Conspiración de los tres Antonios en la Capitanía General de Chile el 1 de enero de 1781), ante las noticias de los avances de Túpac Amaru II en el Virreinato del Perú. Simplemente la rebelión de Túpac Amaru II había marcado ya el inicio de la Etapa Emancipadora de la historia del Perú.

El 4 de noviembre de 1780 Túpac Amaru II dio el primer grito de libertad y difundió una proclama independentista, dando comienzo a la insurrección. El corregidor Antonio de Arriaga fue tomado prisionero y condenado a morir en el cadalso. Los rebeldes instalaron su cuartel general en Tungasuca. Micaela se convirtió en la principal consejera de Túpac Amaru II, participó en el juicio sumario contra Arriaga y asumió múltiples roles en el movimiento. Los indígenas tenían prohibida la tenencia de armas de fuego. Micaela fue la encargada del aprovisionamiento de las tropas, lo que incluía conseguir y distribuir dinero, alimentos, vestimentas y armas. Expedía los salvoconductos para facilitar el movimiento de quienes viajaban a través de amplios territorios. Estuvo a cargo de la retaguardia indígena, demostrando gran diligencia y capacidad, implementando medidas de seguridad y luchando contra el espionaje. Implementó un eficiente sistema de comunicaciones, organizando un servicio de chasquis a caballo que llevaban rápidamente información de un punto a otro del territorio rebelde.
Una verdadera legión de luchadoras andinas trabajaron junto a Micaela. Para ellas se trataba también de restablecer el rol de la mujer indígena con participación en la vida social y política, tradición que el sistema colonial intentó abolir convirtiéndolas en víctimas de todo tipo de abusos. Estas mujeres participaban también en la batalla, junto a sus hijos y maridos. También lo hacía Micaela, quien con su carácter enérgico infundía aliento a Túpac Amaru desde el mismo campo de batalla. Luego del triunfo de la batalla de Sangarará (18 de noviembre de 1780) fue constituida jefe interino de la rebelión. Túpac Amaru expide un mensaje a los pueblos del Perú, convocando a los criollos a unirse a la causa india: “Vivamos como hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación de los españoles; criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen”. En marzo de 1781 el ejército de Túpac Amaru contaba con siete mil hombres y mujeres dispuestos a pelear hasta la muerte contra la corona española, quienes proclamaron a Túpac Amaru II como Emperador de América.

Tras ser capturado el 6 de abril de 1781, fue llevado al Cuzco encadenado y montado en una mula. Ingresó a la ciudad una semana después, "con semblante sereno" mientras las campanas de la Catedral repicaban celebrando su captura. Cuando el visitador  Areche, enviado por el rey Carlos III de España, le exigió el nombre de los cómplices Túpac Amaru II le contestó: "Solamente tú y yo somos culpables, tú por oprimir a mi pueblo, y yo por tratar de libertarlo de semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte." El 18 de mayo de 1781, en acto público en la Plaza de Armas de Cuzco, se cumplió la ejecución de Túpac Amaru II, su familia y sus seguidores. Al pie del cadalso Túpac Amaru II fue obligado a presenciar la tortura y asesinato de sus aliados y amigos, su tío, sus dos hijos mayores y finalmente su esposa, en ese orden.
Después, al igual que hicieron con varios de sus lugartenientes, con su tío y su hijo mayor, le cortaron la lengua. Luego se intentó descuartizarlo vivo, atando cada una de sus extremidades a sendos. Un testigo describió los hechos: "No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio [sic] en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire, en un estado que parecía una araña." Al ser la acción infructuosa optaron por decapitarlo y despedazarlo. Su testa fue exhibida en una lanza en Cuzco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca (actual Chumbivilcas) y en Santa Rosa (Melgar, Puno). De igual forma hicieron con su familia y seguidores. El hijo menor de Condorcanqui, Fernando, al ser un niño de 10 años, no fue ejecutado, mas se le obligó a presenciar el suplicio y muerte de toda su familia y a pasar por debajo de la horca de los ejecutados, para luego ser desterrado a África con órdenes de prisión perpetua. No obstante el navío zozobró y acabó en Cádiz, siendo encarcelado en las mazmorras de dicha ciudad. Sus condiciones de encarcelamiento serían tan penosas que apenas sobrevivió hasta los 27 años. Falleció en España en 1798. Tras la derrota de su movimiento las autoridades coloniales exterminaron la escasa clase indígena noble y extendieron la represión contra lo indígena.

Pero a pesar de la ejecución de Túpac Amaru II y de su familia, el gobierno virreinal no logró sofocar la rebelión, que continuó acaudillada por su primo Diego Cristóbal Túpac Amaru, al tiempo que se extendía por el Alto Perú y la región de Jujuy. Reprimida la sublevación tupamarista de 1780, se evidenció contra los criollos mala voluntad de parte de la Corona Española. Y así como sucedió con la ejecución y muerte de Atahualpa, la ejecución y muerte de Túpac Amaru revivió el mito de Inkarrí (imaginar el regreso de un Inca para enderezar el mundo injusto), como símbolo poderoso usado para unificar poblaciones indígenas divididas por la geografía y las fronteras étnicas. No faltaron muchos nobles incaicos que lo consideraron un "advenedizo fraudulento", más que un verdadero redentor, aunque él se reivindicara como descendiente del último inca. Considerado como un impostor por ser mestizo, no obtuvo el decisivo apoyo de los doce ayllus reales (o panacas) del Cuzco. Otro motivo que contribuyó a la derrota del movimiento fue que muchos caciques se vieron en la necesidad de defender todo aquello que les significaba riqueza, prestigio y poder alcanzado con los españoles. En su apoyo a Túpac Amaru los caciques y curas se mostraron ambivalentes como los criollos. El bajo clero de las parroquias provinciales le dio mayor apoyo por su condición de hablar quechua o aymara y tener mayor contacto cultural con los indígenas.


Finalmente, nos volvemos a preguntar por la importancia filosófica de Túpac Amaru. Y lo primero que nos asalta es algo de carácter universal, esto es, la liberación de la opresión no sólo tiene una dimensión transhistórica sino también histórica. La unión ontológica con Dios también implica luchar por el bien temporal. Sin darnos a nosotros mismos para dedicar la vida a los Otros no se puede escuchar la voz interior de Dios. O expresado más sencillamente: sin la lucha revolucionaria por cambiar el mundo por amor al prójimo en la perspectiva del Reino no hay verdadero amor a Dios. Esta es la dimensión universal de Túpac Amaru. Ahora bien, la lucha independentista de nuestro rebelde indígena congregando a los hombres de todas las razas oprimidas –incluso criollos- bajo la hegemonía de una andinidad renovada y con el objetivo de lograr un Buen Gobierno de estirpe incásica, implica no una visión secularizada de la vida sino reencantada con lo mítico, metafórico, simbólico y alegórico. Es una dirección poderosamente reactiva contra la médula misma de la modernidad y su regnum hominis. Su teocentrismo normativo implicaba una recia reactualización de la espiritualización del mundo. Su movimiento representa una restauración más rigurosa e intransigente del fundamento trascendente o divino del orden humano y natural. Representó un asalto a la razón en lo cognoscitivo, moral, religioso y político. Paradójico que la más contundente expresión por la recuperación de la nacionalidad y la independencia del Perú se exprese en pleno iluminismo por vías no iluministas sino providencialistas –el mito de Inkarrí lo testimonia-. El alma profundamente religiosa del indio peruano y su larga opresión sufrida contribuyó a rescatar el fundamento andino actualizado con el saber clásico-cristiano. Y esta quizá sea la dimensión más local de su gesta libertaria.

Lima, Salamanca 24 de enero del 2016