lunes, 8 de febrero de 2016

HEIDEGGER, SARTRE Y LAS UNILATERALIDADES DE LA EXISTENCIA

POR QUÉ SURGE LA EXISTENCIA 
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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POR QUÉ SURGE LA EXISTENCIA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía


Por qué surge la Existencia en el Ser. Si el Ser es una suficiencia perfecta, qué es lo que hizo necesario la Existencia.

La ciencia muestra la complejización creciente de la materia desde el infinitesimal e inicial punto pre-cósmico llamado “singularidad” hasta llegar al cerebro humano, pero nada puede decirnos si tal proceso evolutivo es signo de un sentido solamente natural o preternatural. En todo caso, la interrogante “Por qué surge la Existencia en el Ser” tiene que ver con la búsqueda de los primeros principios y no solamente no coincide con la pregunta leibniziana “Por qué hay Ser en vez de Nada”, sino que atañe a aquella realidad tan particular que tiene la virtud de envolver y sentir el todo con su pensamiento y con su corazón. Y esta realidad se llama: la Existencia.

Aquí empleamos el término “existencia” en el sentido de “existente” similar a Kierkegaard, pero a diferencia de éste no se trata de una pura subjetividad o libertad de elección, porque para nosotros el primado de la existencia no significa la supresión de la esencia o de la natura.

La Existencia es la segunda categoría metafísica en importancia después del Ser y es la que mejor muestra –por sus características de autoconciencia, libertad, razón y persona- que el Ser no es una simple fuente común de la existencia y la realidad, sino que lejos de relacionarse con una mera participación ontológica se trata del resultado de un acto libre o de un fin escatológico providente. De ahí que se trate de un acontecimiento que la razón finita natural y revelada apenas roza, porque está penetrada de un infinito misterio alumbrado por el Amor.

Por qué surge la Existencia en el Ser. En otros términos, la Existencia no surge simplemente en el todo del Ser como una posibilidad que la asumo por mi libertad, sino que no puede ser plenamente comprendida sin el acto de creación amorosa del Ser que es Dios.  Sólo Dios es en sentido absoluto y sus criaturas son en sentido relativo. Las cosas creadas devienen, o sea su ser es el ser y el no-ser. Así, por ejemplo, los bosones apenas duran unos milisegundos y apenas tienen existencia pero son. Y el hombre es un existente cuya libertad se debate en un proyecto de actualización de su esencialidad. Esto es, vive asediado por la Nada, pero es.

Es decir, en la creación la Nada está presente como privación pero no como la Nada absoluta, el no-ser sencillamente no es. La nada de las cosas y la nada del existente son ontológicamente sólo privativas, axiológicamente alude a la vanidad del mundo y místicamente enfatiza la necesidad de negarse para hallar a Dios. En el existente se produce una de las operaciones más paradójicas del ser. Nos referimos a la búsqueda deliberada de la nada como privación (supresión del tiempo, las cosas y el cuerpo, el privarse de amor por amor a Dios) para hallar más plenitud del ser en Dios. Es el existente el que arriba a la desconcertante convicción de que sólo Dios es porque su creación está suspendida en la Nada y donde la salvación llega mostrando que la Nada –presente en la muerte, el vacío, el pecado, la cosificación y la libertad sin virtud- es vencida por la vida eterna dada por el amor divino.

La Existencia para que se constituya en mero accidente o causalidad de la materia debería empezar por excluir la posibilidad de pensar actividades psíquicas independientes del cuerpo. Pero el hecho es lo contrario, pues la Existencia se manifiesta como unidad psicofísica entre alma y cuerpo,  donde el alma es a la vez dependiente e independiente del cuerpo.

Esto significa que en los órdenes del ser, la Existencia no sólo es el pináculo de las cosas finitas, sino que representa un doble salto: el salto de la finitud consciente hacia lo transfinito y es motivo central del salto de lo infinito del Ser al mundo. En el orden ontológico no existe ninguna otra criatura que se interrogue por el ser y por Dios, lo que indica que la Existencia no es cuerpo y que su libertad es signo nítido del poder que tiene para darse una esencia mental y espiritual.

Por qué surge la Existencia en el Ser. En el interior del Ser la Existencia es lo posible, pero posible también lo es la Realidad entera. La diferencia entre lo posible de la Existencia y lo posible de lo Real es que mientras el primero lo resuelve en una decisión voluntaria y libre, el segundo lo hace por una repetición mecánica o azarosa. No obstante, en la realidad no autoconsciente de las cosas biológicas se da un sentido creativo, a saber, la creación evolutiva, aunque actualmente se admite que ésta tenga carácter discontinuo, no único ni progresivo.

Así, y con estas restricciones, lo biológico revela que la evolución tiene un sentido: de lo simple a lo complejo hasta llegar al cerebro humano. Y esto vale a pesar de que las medusas sin cerebro y sin ojos prosperan hasta hoy, a pesar de existir desde antes de la era antediluviana de los dinosaurios. Pero el sentido que revela una decisión moral no es de índole material ni biológica, sino de índole espiritual. Todo esto significa que mientras en la interioridad del Ser se aprecia un infinito en acto, en su exterioridad o acto de creación se apresa un infinito en potencia. Pues toda Existencia y Realidad está contenido en el Ser.

Pero por qué surge la Existencia en el Ser. El Ser parmenídeo, como lo Uno que lo es Todo, permite comprenderlo como causa de sí, pero no como causa de todo –especialmente lo fenoménico encerrado en el ámbito de la opinión y la ilusión-. La revolución metafísica del cristianismo dota a la preclara identidad entre Ser y Pensar supra-relacional parmenídeo de una nítida personalidad divina –Una y Trina-, que obra la Creación por Amor. Esto es, el ser divino es determinante y no determinada, mientras la Existencia es determinada y sólo determinante en las cosas artificiales, y las cosas de la realidad determinan nuestro conocimiento pero están determinadas por Dios. De modo que en el cristianismo el ser de Dios no es lo inmediato, abstracto y vacío hegeliano, sino la plenitud de las formas eternas trascendentes y la Creación de las formas encarnadas inmanentes. El ser divino está en su creación pero no es su creación.

Recién entonces se comprende que el surgir de la Existencia en el Ser no es simplemente un movimiento del Ser al ser del Yo, sino que se trata de algo más profundo. Es cierto, el Yo envuelve todo con el pensamiento, es el ser de un poder ser, es un ser cuya esencia toda es pensar. Pero se trata de un poder formal, más no material. Antes de la participación sensorial y cognoscitiva no hay ninguna esencia en el ser del Yo, pero ya estaba la presencia potencial de la esencia del Cogito.

Es decir, el surgimiento de la Existencia en el Ser tiene dos dimensiones: la eterna y la temporal. La primera acontece en la interioridad de la vida intratrinitaria del Ser divino y la segunda en el mundo espacio-temporal de la historia. Y en ambos casos se trata de no de acto ciego y mecánico del Ser, sino de un acto voluntario y absolutamente libre, como corresponde a un ser Absoluto. En la dimensión eterna o en sí del Absoluto el ser está siempre más allá de toda esencia  y por consiguiente nunca será posesión de un concepto, pero en la dimensión histórica o del ser fuera de sí del Absoluto el ser nunca es esencia de algo sin un ente y, en consecuencia, cae bajo el yugo de la idea y del juicio.

Sin percatarse de estas dos fundamentales dimensiones de la Existencia –trascendente e inmanente- se incurre en las conocidas afirmaciones unilaterales, según las cuales “lo único que existe es el hombre” (Sartre) o “lo único que existe es el ser” (Heidegger). Por la primera, existir es elegir el ser y refleja el Regnum hominis o deus in terris –diosecillo terrestre- de la modernidad postmetafísica; por la segunda, existir es participar en el ser y expresa el agón griego de ascenso del no ser al ser. Una es expresión del materialismo metafísico objetivizante y la otra del idealismo metafísico subjetivizante. Uno enraíza la Existencia en el cuerpo, mientras el otro lo hace en un supraser más allá de lo divino. A esto se puede objetar: si el supraser heideggeriano fuese algo real junto a Dios entonces tendría que ser causa sui y sería otro dios junto al Dios creador. Tal situación es contradictoria y repugna a la razón, resultando imposible su realidad.

La trascendencia en Sartre es horizontal, hacia los seres; la trascendencia en Heidegger no es vertical sino oblicua, hacia el supraser. Uno no comprende la diferencia sustancial que hay entre el ser divino y el ser creado, el otro anula al ser su carácter divino y creador. El primero reduce a la libertad sin límites el centro metafísico de la existencia, mientras el segundo hace lo mismo pero con la angustia, el cuidado y el ser para la muerte. De este modo, lo que hay de común en ambos es que constituyen la consumación nihilista de la metafísica inmanente de la modernidad.

Por qué surge la Existencia en el Ser. En primer lugar, porque el ser de la Existencia es la única realidad que puede justificar con su voluntad libre personal hacia el bien la perfección absoluta del Ser. En segundo lugar, porque si el Ser es el Bien y lo ontológico se identifica con lo moral, entonces la única realidad que puede llevar a su cumplimiento dicha identidad en el orden temporal es la Existencia. En tercer lugar, porque el ser de la Existencia no implica la existencia del Ser en sí, sino al revés. Esto es, que el ser fenoménico (cuerpo) y transfenoménico (espíritu) de la Existencia son creaciones de Dios. En cuarto lugar, porque el centro metafísico de la Existencia es el amor y el gozo, los cuales irradian plenamente en la suficiencia perfecta del ser de Dios. En quinto lugar, porque viendo la suficiencia perfecta del ser de Dios, la libertad responsable de la Existencia puede hacer brillar en la historia los valores de la justicia y la caridad.

Finalmente, la Existencia es la principal categoría metafísica que nos hace remontarnos hacia la inseparabilidad entre ontología y axiología. Es decir, los modos de la realidad son objetos no sólo del pensar sino también del querer, pero en el ser de Dios el verdadero amor nace de la razón, porque su ser ama con conocimiento y conoce con amor. Pero entonces, por qué hay tanto sufrimiento y dolor en el mundo. A esta interrogante hay que hallarle respuesta en el análisis de la tercera categoría ontológica, a saber, la Realidad.

Se puede pensar desde un criterio kantiano, nominalista y empirista, que toda esta disquisición es un injustificado paso de lo lógico a lo ontológico, de toda esencia a su existencia, pero resulta que las categorías ontológicas no son un simple salto de lo epistémico a lo ontológico puesto que se tratan de nociones que no son primeras en el orden del conocer sino del ser y porque en el fondo el ser de Dios no coincide con el concepto formal del ser universalísimo. La misma noción lógica analítica de existencia –que señala que el uso analógico tradicional del término “existir” es ambiguo porque identifica la forma lógica con la forma gramatical-  es una concepción unívoca de la existencia (Urban, Lenguaje y Realidad).

En otras palabras, el juicio existencial no es puramente sintético (agnosticismo kantiano), objeto exclusivo de predicación analógica, pues el concepto de esencia no implica su existencia (tomismo), infinito actual positivo o lo finito como lo no verdadero (panlogismo hegeliano), pseudo-proposición analítico tautológica (neopositivismo), mera creencia (posmodernidad), sino que se tratan de nociones ineludibles y originarios que poseen una dimensión lógica (se piensa la palabra que indica la cosa) y una dimensión ontológica (se piensa la cosa misma).

Es decir, la Existencia no piensa la idea de Dios y de su ser como cualquier otra idea finita, sino que la piensa porque en su ser como posibilidad le viene impresa la condición ontológica necesaria del propio ser perfecto. Se trata de una unión especial y primigenia que no está presente en la existencia de las cosas finitas. Pero esta presencia ontológica del ser perfecto no anula la libertad de rechazarla epistémicamente por parte del Existente. El ser perfecto viene dado como un ser que existe subjetiva y objetivamente, pero su aceptación por la Existencia no es sólo una cuestión de representación mental sino de conversión existencial. Sin Fe la Razón está ciega, y sin Razón la Fe está coja. Ambas son indispensables para recuperar las dos dimensiones de la Existencia: la inmanente y la trascendente. El divorcio entre Fe y Razón corrompe y denigra tanto la dimensión inmanente como trascendente y el hombre requiere de ambas alas para conquistar la verdad de su realidad plena (Fides et Ratio): un constituir permanente de su propia inteligibilidad. Esto demuestra que la consistencia de la Existencia es la realización existencial de su esencialidad, en contra de lo supuesto de que el hombre no tiene realmente una “naturaleza” (Unamuno, Nietzsche, Bergson, Dilthey, Simmel, Marcel. Jaspers, Heidegger, Ortega, Sartre, etc.).

Por lo tanto, la Existencia es un ente ónticamente excepcional porque es un poder-ser que puede ir ontológicamente contra su propia esencialidad. Su libertad no lo convierte en “el ser que no es, que puede ser y debe ser” (Jaspers), porque su posibilidad está siempre en referencia a su esencialidad.

Esta religación de la existencia con la esencia fue destacada por Gilson (El Ser y la esencia, 1948), pero aquí se trata de una filosofía existencial dentro de un esencialismo que no engendra pero que hace inteligible la existencia. No obstante, es posible otro existencialismo esencialista que pone énfasis en que la existencia es la actualización personal de la esencia. Ya Max Scheler había definido la Persona como “la unidad de ser concreta y esencial de actos de la esencia más diversa”. En otras palabras, la consistencia de la existencia se define por su carácter de Persona, capaz de trascender a varias instancias –cosas, valores, Dios, Absoluto-, y que oscila entre su incomunicabilidad y su entrega.

Es la posibilidad de realización personal de su esencialidad lo que determina la consistencia de la Existencia. Pero es por la actualidad del amor de Dios que surge la esencia de la existencia. Por eso, la existencia no forja completamente su propia esencia, como supuso el existencialismo en su cuidado (Heidegger) o en su proyecto (Sartre), sino que es un modo de ser que conjuga lo “dado” con lo “puesto”. De esta forma se recupera lo mejor de la concepción tradicional y de la concepción existencial, evitando sus unilateralidades.


Lima, Salamanca 10 de Febrero 2016