jueves, 18 de febrero de 2016

LOS PROBLEMAS DE LA REALIDAD

LOS PROBLEMAS DE LA REALIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Tres son los problemas filosóficos centrales de la Realidad, a saber, cuál es su relación con: la conciencia, la apariencia y la posibilidad.

Por lo pronto, la metafísica de las esencias clásico-cristiana concibió la Realidad como cosa en sí, en relación a su condición independiente de la conciencia o en cuanto existe fuera de la mente humana –actualmente, por ejemplo, se puede decir que testimonio de ello son los 15 mil millones de años de existencia del Universo al margen de la existencia de la conciencia humana pensante-. La filosofía moderna con su metafísica empirista del percipi y del racionalista yo pienso puso énfasis en que la Realidad es fenómeno o manifestación respecto a la conciencia del Existente que la evoca –se presenta como dato, aunque de espesor infinito e inabarcable para el conocimiento-. Y la filosofía del romanticismo subrayó que la Realidad es, a su vez, apariencia respecto al ser que la sobrepasa como fuente y suficiencia perfecta –a la vez oculta y revelada-.

Lo primero y lo tercero tiene que ver con la verdad ontológica –versa sobre la realidad como algo distinto a la apariencia y al conocer- y es un tema metafísico, mientras lo segundo concierne a la verdad epistemológica –adecuación del entendimiento con la realidad-. El primado de la verdad ontológica ha sido preeminente en la filosofía clásica, cristiana y romántica, y el de la verdad epistémica ha sido relevante desde la modernidad. Hay quienes piensan que la verdad ontológica no es tema científico sino, más bien, la verdad epistemológica –marcos pragmáticos a nivel fenoménico (Kuhn)-. Con ello la verdad metafísica requiere ser entendida desde una previa teoría del ser, no así la verdad epistemológica, que funciona sobre la base de las posibilidades del conocer.

Ahora bien, cuando se aborda la relación entre la Realidad y la conciencia es inevitable afrontar a la vez temas ontológicos y epistemológicos. En primer lugar, la Realidad nos afecta con carácter de cosa –no necesariamente física-, esto es, tiene universalidad –pues se presenta a todos- y es individual –es un ente concreto-. A esto último Duns Scoto le llamó haecceitas, que los escolásticos llamaron esse in re.

Esta doble dimensión de la Realidad se pone de manifiesto en la famosa disputa medieval sobre los Universales (géneros y especies). Para la solución realista, esto es, para la tradición lógica platónico-aristotélica, es además de conceptus mentis, la esencia necesaria o la sustancia de las cosas. Para la solución nominalista, esto es, para la tradición anti-aristotélica estoica, el Universal es solamente un signo de las cosas mismas.

No obstante, la solución realista presenta mayor variedad. Así, Abelardo atribuye a Guillermo de Champeaux un realismo platonizante, según el cual el Universal es sustancia y los individuos son accidentes de la sustancia. Santo tomás de Aquino expone un realismo aristotélico, en donde el Universal es in re, como forma o sustancia de las cosas, post rem como concepto en el entendimiento y ante rem como idea o modelo de las cosas creadas en la mente divina. La tercera solución semi-aristotélica la brinda Duns Scoto, para quien el Universal existe sólo en el entendimiento, pero en las cosas existe formalmente una naturaleza común de la individualidad de las cosas.

En cambio el nominalismo presenta una mayor uniformidad en su solución. De Abelardo a Occam el nominalismo sostiene que el Universal se reduce a la función lógica de la predicabilidad, pero si uno pone énfasis en su realidad psíquica el otro lo hace en su realidad semántica. Esta solución de la lógica terminista fue la que siguió el empirismo inglés a partir de Locke, Berkeley y Hume, y la que posteriormente asumió la filosofía analítica con su estudio de las cosas o los hechos como gramáticas o presuposiciones subyacentes. La tesis capital del Regnum hominis de la filosofía moderna es que la mente humana imprime su sello al mundo.

Pasar de la realidad del concepto a la existencia de las cosas o del mundo externo, ha sido precisamente el tema fundamental de la filosofía desde Descartes, pues al enunciar que el objeto del conocimiento humano es sólo la idea resultó dudosa la existencia del mundo. Pero el Cartesio mediante la reelaboración de la prueba ontológica admite la realidad de las cosas recurriendo a la veracidad de Dios y al principio de que debe existir en la causa eficiente tanta realidad como existe en el efecto. El racionalismo de Leibniz al disolver la realidad de las cosas a mónadas de naturaleza espiritual desembocó en un inmaterialismo que negó el carácter propio de la Realidad.

No obstante, es el empirismo inglés, con Berkeley y Hume, el que reduce la realidad de las cosas a su ser percibidas, con ello negó la realidad autónoma del mundo y se instaura con fuerza la metafísica subjetiva del ser percipi. Es decir, la negación consecuente de la metafísica de las esencias clásico-cristiana es llevada adelante no por la corriente racionalista moderna sino por la empirista.

El idealismo trascendental kantiano busca una solución intermedia en su “Refutación del idealismo”, oponiendo a la conciencia de la propia existencia la conciencia de las cosas. Esto es, Kant considera válida la primacía cartesiana de la conciencia, pero la extiende a la conciencia inmediata de la existencia de otras cosas fuera de mí. Sin embargo, esta solución resultó ser sumamente insatisfactoria porque no explicaba el modo de ser específico de las cosas. La solución kantiana pretendía dar cuenta de la existencia de las cosas sin atender a su modo específico de realidad.

Así lo vio Fichte al postular que la fuente de toda Realidad es el Yo en su actividad, porque sólo con el Yo es dado el concepto de realidad. En Hegel la realidad es la actividad de la idea absoluta que se despliega en la naturaleza y en la historia. Y Schopenhauer afirma que la esencia de lo objetos intuibles es su acción. Y si el romanticismo definía la Realidad por la acción el sensualismo lo hacía por la resistencia.

En la filosofía del siglo veinte el problema de la Realidad en la filosofía existencialista dejó de ser la de su existencia para enfocarse en el modo específico de las cosas mismas. Para Heidegger la existencia es el modo de ser reservado al ser-ahí o Dasein, mientras que la “simple presencia” corresponde al ser de las cosas. Su énfasis en el carácter instrumental del ser de las cosas determina que valen como medio para el hombre. No hay realidad exterior a la conciencia porque no hay sujeto sin mundo. Sea o no válida esta demostración, es claro que Heidegger ofrece una solución insatisfactoria al problema de la existencia de las cosas. Casi paralelamente el Círculo de Viena, con Carnap y Schlick, se pronunciaban rechazando tanto la irrealidad como la realidad del mundo externo porque son seudo-afirmaciones sin verificación experimental. Sus continuadores se remitieron a la tesis de Mach que sostiene que las sensaciones son neutrales, o sea, ni subjetivos ni objetivos.

El estructuralismo reduce la Realidad a actividad social, el posestructuralismo la concibe como diferencia y pensamiento no figurativo frente al pensamiento logocrático de la identidad, la semiótica como una lucha de signos y significados, el postmarxismo como racionalidad instrumental que debe ser desmontada, y la postmodernidad a la Voluntad libre, la Realidad es interpretación, el mundo es lo que decidimos acerca de él.

Y así el derrotero nihilista y relativista de la filosofía moderna ha sido desembocar hacia la doble negación subjetivista de la Realidad como existencia y modo de ser específico de las cosas, para reducirla a actividad de la voluntad interpretativa. Con ello la Realidad ya no es el ser parmenídeo en cuanto manifiesto, sino que es mero evento actual de la voluntad interpretativa individual.  Hay tantas realidades cuantos individuos existen. La realidad ha perdido espesor esencial y exterior, no es más allá del Yo, y se la redujo a la multiplicidad de mónadas subjetivas, en una hemorragia de subjetivismo sin profundidad sustancial. Es el triunfo del para-mí y la renuncia-olvido del ser. No hay verdad extramundana, sólo hay voluntad de verdad.

El carácter profundamente insatisfactorio e ideológica de esta solución nihilista hermenéutica subjetivista de la Realidad, que termina destronando la Razón, la Ciencia y la Fe en lo trascendente, es lo característico de la culminación del Regnum hominis puramente inmanente que comienza desde la modernidad. La prueba de esta aseveración es que la Realidad, indiferente a las consideraciones escépticas, persiste mostrando el problema de su existencia y el modo de ser específico de las cosas.

Todo lo cual exige superar la esterilidad metafísica en que culmina la historia de Occidente y emprender un giro copernicano para renunciar al para-mí y volver al ser. En este giro ha de enfatizarse que lo ontológico es previo y condiciona lo epistemológico, el ser rebasa el pensar y por eso será siempre fuente inagotable de conocimiento.  

El segundo problema de la Realidad concierne a su relación con la apariencia. El neohegeliano F. H. Bradley hizo hincapié en la diferencia que existe entre apariencia y realidad. En su metafísica de la experiencia de lo Absoluto lo real es lo fenoménico sustentado en un absoluto concreto. En cambio la apariencia no es sino una parte o momento de la realidad. Dewey dio el mismo sentido a la diferencia entre ambos.

Para nosotros la diferencia lo establecemos en relación a tres categorías metafísicas: el ser, la realidad y la apariencia. El ser es la fuente de toda realidad y apariencia; lo real es lo que posee existencia y realidad; y la apariencia es lo que se muestra en la existencia sin realidad. Así, por ejemplo, los sueños, las alucinaciones, las fantasías, los espejismos, los trucos, etc., existen pero no son reales. Una sugestión puede producir un efecto real sin una causa que sea real. No todo lo que existe es real, la apariencia existe pero no es real. De manera que mientras la Realidad posee existencia y universalidad, en cambio la Apariencia posee existencia sin universalidad, por eso no es real. La Apariencia no se opone al Ser sino a la Realidad, esto es, la apariencia es una forma de ser. El devenir no es aparente es real, pero hay apariencias que devienen pero no son reales –los sueños, los espejismos, etc.-. La Realidad es subsistente por sí misma, la Apariencia no. La Apariencia es una forma de ser, donde la existencia no es subsistente por sí misma. La ontología de la apariencia no se resuelve en su realidad sino en su inconsistencia real. Por ello, es equivocado pensar que no tenga sentido preguntar si una realidad es verdadera o aparente (Whitehead), pues hay seres ilusorios que no tienen realidad y ese modo de ser se llama apariencia.

Por último, abordamos el tercer problema concerniente a la relación entre Realidad y Posibilidad. Hegel definía la Realidad como la esencia que se ha realizado en la existencia o lo interno manifestado en lo externo. Por ende, la esencia o lo interno no manifestado es lo posible. Nicolai Hartmann también destaca que el sentido primario del ser es la efectividad frente a la posibilidad. Al respecto, se puede decir que siendo lo posible lo aun no real no obstante tiene ser. El ser de lo posible es lo que puede ser, lo potencial, mientras que el ser de lo real es lo que es. La posibilidad real o posibilidad objetiva no es de naturaleza lógica sino ontológica, y por eso Aristóteles distingue en metafísica lo que puede ser verdadero.

Este criterio de lo contingente es recogido por Santo Tomás de Aquino para defenderlo contra el necesarismo árabe. Y Kierkegaard defiende la indeterminación objetiva de las posibilidades en las nociones de angustia y desesperación. Para Wittgenstein la posibilidad es lo que se expresa en una proposición sensata y es distinta de la tautología, lógica o matemática, que no dice nada. Por último, Reichenbach diferencia entre posibilidad lógica, física y técnica, para sostener que la posibilidad física es fundamento de la probabilidad.

Por nuestra parte, sostenemos que la diferencia esencial entre Realidad y Posibilidad es que mientras el primero es lo que es verdadero, el segundo es lo que puede ser verdadero en sentido lógico, físico o técnico. Es decir, lo imposible (por ejemplo, la cuadratura del círculo) carece de posibilidad lógica, física y técnica, pero es real. Mientras la realidad de lo posible reside en su probabilidad, la realidad de lo imposible estriba en su improbabilidad. Probabilidad e improbabilidad, lo contingente y lo necesario, pertenecen al dominio de la Realidad, pero mientras lo real es actual, lo posible es contingente. Asimismo, la probabilidad de lo posible (por ejemplo, mediante la genética volver a hacer que existan los dinosaurios) y la improbabilidad de lo imposible (por ejemplo, del huevo de un caracol salga un camello) responden a su estatus lógico, físico o técnico.

En suma, la Realidad es el ser manifestado, que goza de existencia-subsistencia y es actual. La filosofía posmoderna con la ontología débil ha negado nihilistamente la existencia y la consistencia de la realidad del mundo externo a favor de la subjetivista hermenéutica interpretante. Para salir del atolladero filosófico hace falta un giro metafísico que coloque el ser sobre el conocer, lo ontológico sobre lo epistemológico, recuperando así un sano sentido realista del mundo y de los valores.


Lima, Salamanca 18 de Febrero 2016