domingo, 20 de marzo de 2016

ESENCIA DEL AUTODIDACTA

ESENCIA DEL AUTODIDACTISMO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Cientos de miles de diplomas de grado en el mundo son obtenidos con propósitos meramente laborales, o sea de ascenso social y, por consiguiente, nada tienen que ver con el amor al conocimiento o al ideal. No obstante, los superficiales prejuicios sociales conceden una estima superlativa a la creencia que el único que sabe es el que exhibe una acreditación universitaria y, con ello, se subestima el valor superior que tiene el autodidactismo, hasta el límite nefando de marginarlo de la vida académica.

A esto llamo “academolatría” o adoración idolátrica del mundo académico, que en buena cuenta es efecto de la tecnificación de los conocimientos y de la pérdida paulatina del marco humanista en los mismos. La consecuencia, como regla general, ha sido la hegemonía social del mediocre justamente en donde menos debería darse, esto es, en la vida universitaria.

Varios son los casos, y todos ellos ilustres, que ejemplifican lo que afirmamos. La historia del autodidactismo en el Perú es muy rica y variada, el genio y el talento rebosa y se desborda incontenible por todas las calzadas, tanto así que las rutas maestras en el mundo de las ideas, la geografía, la antropología, la historia, el arte, fueron abiertas por autodidactas como Antonio Raimondi, Oscar Lostaunau, Teodoro Núñez Ureta, José Carlos Mariátegui, Haya de la Torre, Emilio Choy, María Rostworowski, Iyari Sánchez González, etc.

Otros ejemplos ilustrativos más recientes lo tenemos en Jorge Luis Borges, el Nobel de Literatura José Saramago, Woody Allen que nunca fue a una escuela de cine, Stanley Kubrick, Quentin Tarantino que encontró en las salas de cine su salón de clases para hacer nuevos films.

Esta manifestación creadora del autodidactismo se desparrama por toda América y otras partes del mundo. Se recuerda, por ejemplo, el caso del matemático argentino Misha Cotlar a quien la Universidad de Buenos Aires, con estrechos criterios burocráticos, le urgía por el título para continuar con su labor docente. Pues bien, fue la Universidad de Michigan la que le otorgó el título de doctor en matemáticas sin haber hecho estudios universitarios por la alta excelencia de sus investigaciones. Retornó Cotlar a la UBA y les entregó el título exigido, documento que en realidad no refrendaba nada, al contrario, más bien denunciaba el mendaz y estrecho criterio académico que antepone el requisito formal al talento y a la investigación.

Lo cual demuestra que las universidades latinoamericanas, miméticas y anatópicas por antonomasia, anquilosan y petrifican todo lo que tocan por su estrecha mentalidad burocrática, y en vez de promover la creatividad, la invención y la innovación estimulan la copia y la repetición del saber anglosajón y eurocéntrico.

Lo dicho tiene especial importancia debido no sólo porque se vislumbra el ingreso de la humanidad a la era del conocimiento, sino porque la institución universitaria sufre una degradación orgánica muy profunda, que la ha convertido en un kiosco comercial donde se expenden títulos y grados sin importar la real apropiación del conocimiento. Y así vemos desfilar legiones enteras de graduados universitarios que atropellan las reglas básicas de la ortografía, retuercen la semántica y pulverizan lo poco aprendido en la academia con un comportamiento social poco ético.

En realidad una universidad comercializada y convertida en un negocio más dentro de la sociedad consumista y de la cultura del “todo vale”, tiene que relativizar el conocimiento mismo, poniendo énfasis únicamente en la masificación de la educación superior. Un efecto colateral del industrialismo y de la cosificación social sobre la academia es que se priorice lo cuantitativo sobre lo cualitativo.

Hay que decirlo con todas sus letras: el modelo masivo de educación superior ha fracasado no por estar dirigido a las masas, sino, porque los estándares del saber han perdido su eje humanístico, la falta creciente de contacto crítico con el mundo real, la incomunicación con el autodidactismo que introduce nuevas energías y vitalidad creadora, y el espíritu burocrático del homo academicus, son tendencias que se van  fortaleciendo ante la pérdida de prestigio e importancia del mundo humanístico y la desproporcionada hegemonía que cobra el mundo científico-técnico.

La crisis de la universidad en el orbe es consecuencia del avance de la racionalidad instrumental y el retroceso de la racionalidad substancial o humanística. La nueva universidad no está pensada para el espíritu humano sino para el creciente poder de las cosas sobre el hombre, y ante ello, constituye una amenaza los aportes generalmente humanísticos de las mentalidades autodidactas.

Volviendo al genio y figura del autodidacta hay que recordar que en los inicios del mundo moderno lo fueron en filosofía Leibniz, Hume, Spinoza, Rousseau. En realidad el autodidactismo puede ser sistémico o ensayístico, es indiferente en cuanto a sus formas, simplemente se da. Así como la calidad intelectual del autodidacta se da independientemente de obtener un título académico, de la misma forma su expresión puede ser mediante el trabajo sistemático que construye con rigor y metodismo o mediante el ensayismo con sus giros brillantes, intuiciones profundas y atrevidas representaciones generalizadoras. Lo cual no niega que el espíritu latino sea más espontáneo, abierto, fragmentario e improvisador que el espíritu nórdico más sistemático, preciso y metódico.

Antes de intentar atrapar la esencia del autodidactismo es preciso destacar un rasgo común, a saber, la férrea voluntad. No es casual que antes de ser magnates, exitosos ejecutivos y laureados con el Nobel, hombres que fueron rechazados por la universidad como el multimillonario Warren Buffet, para quien ser impugnado por Harvard resultó ser mejor de lo que esperaba; Lee Bollinger, cuyo rechazo también por Harvard cimentó su convicción de que dependía tan sólo de él definir sus talentos y potencial; el Nobel de medicina Harold Varmus, cuyo rechazo a la universidad de sus sueños lo hizo involucrarse más en el centro de enseñanza que lo cobijó; y el empresario fundador de CNN Ted Turner, quien después de dos rechazos universitarios, Princeton y Harvard, se unió a la empresa de la familia y la transformó en un coloso, años después le otorgarían un grado universitario.  

Y cuando hablamos de una “férrea voluntad” estamos aludiendo a una acendrada disposición de índole moral, esto es, la capacidad de la libre voluntad para imponerse a sí mismo su propia ley y obligación. Efectivamente, el autodidacta es aquella persona que suple el aula, los horarios, la supervisión, los exámenes, etc., con una disciplina escolar autoimpuesta que no es de índole externa sino de índole interna. Y en verdad ningún cambio en lo externo prospera cuando no va acompañado de un visceral cambio interno.

Pero hay algo más interesante en la formación del autodidacta. Y es que su autoformación intelectual, que no conoce horarios, limitación de sacrificios, ni presiones externas, va puliendo sin cesar el diamante interior que todos llevamos dentro y que muy pocos lo despiertan, va forjando con placer un carácter substancial, profundo, firme, constante, indagador, va incrementando su energía de realización interior, su concentración, tenacidad, ardor y entusiasmo por el ideal.  

Esto es, la férrea voluntad del autodidacta no es más que su aspecto externo, dado que su amor por el ideal constituye su aspecto interno y la capa más profunda de su esencia. El ideal no solamente se opone a lo real y se identifica con el poder de atracción del valor, sino que el ideal es la conciencia de la insuficiencia de lo realizado y de lo real y el llamado nostálgico del bien a rebasar lo real. Por eso, el autodidacta generalmente llama la atención por las ideas nuevas, fuera de los paradigmas vigentes, otea más allá de los compromisos compartidos, trae nuevas generalizaciones simbólicas y casi siempre constituye un desafío para la matriz disciplinar.

Y precisamente porque el autodidacta, cuando es genio, puede estar fuera del paradigma vigente, o sea más allá de la constelación de los compromisos de grupo, trae interpretaciones que parten de una nueva intuición, percepción o experiencia. Mientras un académico trabaja para su institución y sus colegas, el autodidacta lo hace para la humanidad y precisamente por eso su admisión es más difícil, puesto que cambia el punto de vista consuetudinario.

Generalmente su aporte a la revolución teórica es invisible y pasa desapercibido, hasta que los nuevos hechos históricos influyen para que sean recuperados para la historia de las ideas. Muchas veces el autodidacta nace muerto para su presente y vivo para su futuro. Pero el autodidacta tiene el especial don de poner en cuestión el paradigma vigente e incrementar la tensión teórica en un mundo descoyuntado. También promueven micro revoluciones teóricas de carácter acumulativo para la formulación de un nuevo paradigma.

Por ejemplo, el eurocentrismo filosófico (la filosofía es de origen griego) funciona actualmente como un modelo vigente y aceptada por la filosofía normalizada y académica. Otras visiones no eurocéntricas (existencialismo jaspersiano, culturalismo católico, nativismo, homeomorfismo, interculturalismo, mitocratismo, etc.) ya están presentes pero no constituyen un paradigma vigente. No por ello dejan de ser revoluciones teóricas silenciosas. Esto hace pensar que una revolución teórica requiere tanto condiciones teóricas internas y externas (sociales, culturales, económicas, políticas, etc.).

Finalmente, para nosotros la superioridad intrínseca del autodidacta radica en un puro ethos axiológico, no sólo porque es él quien percibe con más claridad el don de perfectibilidad sino porque su acción siempre es conforme a una ética donde prima el deber y no el sentimiento, o mejor, donde el amor al ideal es ideal ético de perfección. La formación intelectual del autodidacta es adhesión autónoma de la libertad a la ley interna que es abrazada con pasión ética.

Esta pasión ética se convierte en misión ética con  validez incondicional, puesto que su autoformación intelectual no sirve sin la base de su libertad moral. El Pathos o experiencia del autodidacta moviliza su Ethos o deber ser, a través del cual se expresa el Logos o razonamiento, proceso en el cual queda evidenciado que lo que el hombre puede saber no está divorciado de lo que el hombre debe ser.  


Lima, Salamanca 20 de marzo del 2016