miércoles, 23 de marzo de 2016

COMPRENDER LO RELIGIOSO

COMPRENDER LO RELIGIOSO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Contra lo que se piensa comprender lo religioso no nos dispensa de cualquier relación con la comunidad humana ni nos coloca en un espacio aséptico alejado de todas las formas de vida, en cuyo lugar se instala una especie de fantasmagoría ficcional. Todo lo contrario, su objetivo es liberarnos de las convenciones externas y retrotraernos a la majestad de nuestra propia dignidad interna. Por ello, Dios no nos quiere subyugados ni esclavos, sino que nos desea libres, como nos creó. Sólo accede a Dios quien se piensa a sí mismo como libre. La revelación y las Escrituras son importantes pero jamás sustituirán cómo habla Dios en el corazón. Su presencia en nosotros es permanente. Además se plantea otra cuestión. ¿Cuál es el auténtico telos del comprender religioso, dónde radica el objetivo final, acaso hay que buscarlo fuera o dentro de sí mismo? ¿Pero entonces de qué mismidad se trata? ¿Será la formación y desarrollo integral de la propia humanitas?

Es evidente que nuestro tema hay que vislumbrar en un doble sentido, a saber, y con mayor precisión en la sociedad empírica y en la sociedad ideal, entre lo que es bajo las actuales circunstancias y entre lo que puede y debe ser en el futuro. Comprender lo religioso no renuncia a hablar al hombre relativista de nuestro tiempo, pero se trata de educar al hombre que está por venir. La hedonista sociedad presente no está madura para su asunción, ella se ve cuidadosamente cuestionada para que su realidad empírica no eclipse las posibilidades ideales que se hacen valer frente al nihilismo de nuestro tiempo.

Es decir, a nombre de la humanitas y en contra de la actual societas debemos desarrollar el significado universal del “comprender lo religioso”. No se trata de renunciar a la colectividad de los hombres, más bien se trata de descubrir en sí mismo el arquetipo de un universo estructurado merced a una mirada interna.

Veamos. El calvinismo y el luteranismo buscaron comprender la esencia de lo religioso prescindiendo de la fe en la tradición por la fe en los pasajes de la Biblia. Rousseau prescindiendo de la “inspiración” externa propone la preeminencia de la teología moral como forma interna de sentir a Dios en la experiencia moral. Esta visión la consuma Lessing cuando considera el desarrollo de la religión bajo la imagen de la Educación del género humano.

Es decir, a Dios se le descubre fundamentalmente no en las manifestaciones externas de la fe en los milagros o en una fe libresca, sino en la manifestación interna de la idea de una personalidad libre, que es capaz de darse a sí mismo una ley que no viene de la naturaleza y sí, más bien, del reino de lo inteligible. Esta idea de libertad va unida a la idea de bien, como bien actuar, por tanto está ligada a la idea de justicia. Este orden inteligible, eterno e inmutable está inscrito por Dios en el corazón del hombre, y por eso no puede verse refutada por la multiplicidad y el arbitrio de los estatutos positivos.

Comprender lo religioso nos hace ver el brillo de Dios en la conciencia moral del hombre, la cual no es ejemplo que aplana, nivela y uniformiza, sino solidaridad entre la voluntad humana y la voluntad divina, donde cada cual debe recorrer su propio camino. De poco sirve inculcar verdades religiosas abstractas si antes no se activa la disposición por comprender lo religioso, pues en el mundo de la voluntad uno es lo que hace por sí mismo.

Siempre he guardado la convicción de que comprender lo religioso no es lo mismo que conocer lo religioso, siempre me he sentido más cerca de la verdad por la viva impresión en vez de por el gélido lenguaje abstracto. En lo primero hay una ligazón existencial y en lo segundo un lazo mental. Conocer a Dios no es amarlo necesariamente, se le puede sentir envidia y descaminarse hacia el odio como el Maligno. En cambio comprender es amar solidariamente en una misma voluntad.

Lo primero implica solidaridad de propósito y telos común, lo segundo exige solamente universalidad categorial. En lo primero habla el corazón en el segundo habla la razón. Esto significa que cuando se equipara la naturaleza de la humanitas con su destino, es el hombre un ser religioso y no un animal religioso. Lo biológico se deja atrás para poner en su lugar un fundamento ético-religioso puramente ideal.  

La certeza religiosa sólo puede ser autoconvicción y convencimiento para uno mismo desde el fondo de su acción moral y de su conciencia. Esto no significa que el hombre es su propio creador y salvador, aunque en sentido ético lo sea en sentido restringido o sea es necesaria su propia colaboración activa. Pero lo decisivo aquí es que Dios queda justificado por la dignidad del hombre. Dios es así el pilar del afianzamiento y desarrollo de tal dignidad y sin él sólo se tiene un superdesarrollo material acompañado de un subdesarrollo moral, tal como acontece en el secularizado mundo moderno.

Es por ello que sin comprender lo religioso no hay auténtica educación del género humano, ni verdadero humanismo, ni exitosa gestión del Estado redistributivo, ni real economía de la solidaridad, porque sin el sentimiento interno de Dios el hombre se vuelve inhumano, la visión prometeica inmanentista autosuficiente ocupa su lugar y todo su quehacer se degrada moralmente en el omnipotente voluntarismo sin trascendencia.

Así, sólo se puede resguardar el desarrollo integral del hombre comprendiendo lo religioso como la dignidad de una persona libre creada por Dios y que capaz de darse a sí mismo una ley. De ahí que la fe externa en Dios sea inferior a la fe interna en Dios. La certeza interna de Dios es moral y racional, y no solamente moral como lo pensaban Rousseau y Kant. Tanto la dimensión ética como la dimensión racional están en el centro de la religión. No todas las alternativas que se remontan hasta Dios partiendo de la naturaleza están aniquiliadas, ni tampoco la teleología inserta en la naturaleza nos impide deducir una suprema inteligencia.

Pero precisamente el humanismo sin Dios de la modernidad secularizada nos ha conducido hacia una civilización deshumanizada porque supone que la dignidad humana no necesita de ningún fundamente trascendente y con ello cree que basta una economía de la superabundancia y un Estado de bienestar porque abriga la convicción de que el asunto capital del hombre es su felicidad. Pero esto no es cierto, pues el asunto capital del hombre es su dignidad. De qué sirve una vida feliz sin dignidad, de nada. El hombre feliz sin dignidad es achatado a su dimensión biológica y a la mera animalidad. La felicidad no exige necesariamente la libertad, en cambio a la dignidad le es inherente la libertad y el hombre que bajo el yugo externo se somete voluntariamente capitula a lo más humano que tiene, a saber, la capacidad de decidir autónomamente a asumir su responsabilidad. Sólo es libre el responsable de sus actos, el irresponsable es vicioso, depravado o inimputable. Justamente el hombre de la triunfante sociedad capitalista ha prostituido su voluntad porque ya no tiene dignidad sino precio, y el precio es valor externo y negación del valor intrínseco. La falsa felicidad se compra con dinero, la verdadera es indesligable de la dignidad, o sea del acto libre.

Profundo error. Aquí se han tomados los medios como fines y la consecuencia ha sido la destrucción moral del hombre. La principal misión de una civilización no es la felicidad sino la dignidad, la felicidad es consecuencia de la dignidad, por ello sin dignidad no hay verdadera felicidad.

El orden invertido de los valores operado por la modernidad inmanentista sólo genera seres glaciales, materialistas, consumistas, mediocres y egoístas, chatos espiritualmente, que sólo viven para el goce y el puro usufructo. Tanto es así que no basta civilizar la economía incluyendo en ella una lógica de la solidaridad, la gratuidad y la fraternidad –todos los cuales excluidos por la globalización neoliberal actual-, sino que es necesario subrayar que la dimensión social sin la dimensión religiosa se extravía en el irracional endiosamiento del hombre.

La distribución de la riqueza es necesaria e impostergable pero sin perder el eje trascendente de la comprensión religiosa, único camino que asegura al hombre esquivar su propio endiosamiento y desbarrar en el subdesarrollo moral. Además, la comprensión de lo religioso en su dimensión social se justifica como amor al prójimo, a la Tierra y a lo trascendente; en su dimensión gnoseológica indica que lo divino se oculta y se muestra escapando a lo conceptual pero no a lo existencial; y en su dimensión pneumática señala que no es copia, imitación, ni gesto externo, sino construcción de los afectos en una vivencia que trasciende la razón. Hay que creer para comprender y hay que comprender para creer, pero la experiencia previa a esto corresponde al sentir. Sin el sentir no es posible ni creer ni comprender lo divino. Y aquí el sentir religioso no tiene que ver con lo innato-sensible ni la naturaleza, sino con un instinto moral-espiritual de carácter divino.

La religión vivida siempre tendrá primacía sobre la religión pensada, porque la primera es creadora mientras la segunda es universalizadora. La vivencia existencial de lo religioso no es lo santo demostrado empíricamente, sino una realidad trascendente que irrumpe en nuestras vidas dejándose participar. Por ello, una forma fundamental de participación es el sentimiento inscrito en el corazón sobre nuestra libertad y dignidad, que revela un poder ontológico trascendente que reafirma nuestra responsabilidad.

Resumiendo el significado de estas consideraciones, la irrupción ontológica de lo divino es también estética y axiológica, pero sólo en esta última se revela toda la dignidad de la libertad humana como solidaridad con la voluntad divina. Sólo así se entiende por qué la historia de la revelación está conclusa pero la historia de la salvación continúa, o sea hay que enfatizar la conexión de Dios con la libertad humana.


Lima, Salamanca 23 de marzo del 2016