jueves, 9 de junio de 2016

OBSERVACIÓN MORAL SOBRE RESULTADO ELECTORAL PERUANO

OBSERVACIÓN MORAL SOBRE EL RESULTADO ELECTORAL PERUANO
Por
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Claridad, universalidad e idealismo social se revelan en los resultados de las elecciones en el Perú. Se ha potenciado la voluntad ciudadana, se ha manifestado la primariedad de la inteligencia, ha salido derrotado el personalismo caudillista, se respiran nuevos aires de decoro en el estilo y en la vida, y nuestra plutocracia está ante la hora de ser más nacionalista. 

Y aunque el país da un giro hacia la derecha, sin embargo, la reacción de la segunda vuelta dio una poderosa muestra de que el alma nacional no está aletargada. Ha sido la radicalización de la democracia lo que dio el triunfo en segunda vuelta a Kuczynski. Se revitalizó la utopía democrática, la senda de su radicalización se abre inevitablemente y hará falta fantasía política para transformar la sociedad existente en una sociedad libre. La verdadera praxis revolucionaria será llevar adelante una revolución social profundizando la democracia. Ahora que nos encaminamos hacia el Bicentenario del Perú, de la costa a la sierra, de la sierra a la montaña, se escucha estruendosamente un desiderátum unánime: ¡Queremos Patria! 

Ya la Patria no se hace con vanidad y retórica. El Perú es rico en abundancia y ya cuenta con capital humano y financiero. Es cierto que nos hace falta controlar la responsabilidad de los capitales extranjeros con el tributo público. Pero eso no es difícil subsanar. La tarea más seria es producir técnica y ciencia. Y para ello hace falta convertir a la educación en una verdadera fuerza de progreso respetando el medio ambiente. Nuestra educación ha sido desnacionalizada y debe ser renacionalizada. Se debe impulsar la creación cultural y científica en sus más altos niveles. Talento hay de sobra en el Perú. El primer lugar mundial en emprendorismo así lo demuestra. Sólo que hay que convertirlo con apoyo financiero en grandes proyectos realizados en ciencias y humanidades. Hasta el momento ha prevalecido la imitación pero debemos impulsar la creatividad.

El presidencial triunfo decimal en el Perú de Pedro Pablo Kuczynski sobre su contendora Keiko Fujimori puede ser visto como un triunfo de la virtud sobre la corrupción, del bien sobre el mal, de la responsabilidad experimentada sobre la demagogia improvisada y la tan esperada derrota del adagio cuasi vernáculo “no importa corrupto pero trabaja”. En una palabra, se trata de un triunfo moral.

Sin embargo, sería ridículo pensar que todos aquellos que votaron por un bando u otro se reparten maniqueamente en buenos y malos. La verdad es que se puede votar contra la corrupción en un acto de contrición y arrepentimiento. Y esto es así porque los seres humanos no son buenos o malos de forma absoluta, sino que muy pocos pueden seguir el ejercicio de la moral de forma total. Somos generalmente una combinación particular de ambas cosas.

No obstante, hay algo políticamente novedoso en el resultado electoral. Se trató de una opción de principio y por tanto es un signo de madurez cívica. Esto es digno de atención porque significa algo nuevo.

En primer lugar, no triunfó el acostumbrado caudillo –claro que el JNE fue eliminando con reglas extrañas a varios caudillos-, ni un partido sin programa que deambula tras un líder, cosa desacostumbrada en el país. Ganó el candidato que aglutinó al final a ciudadanos que defendían lo democrático. Por eso se trata, antes bien, de un triunfo ciudadano. En segundo lugar, se ha hecho ganar al candidato que no cuenta con mayoría parlamentaria. O sea no importó votar contra el imperante “absolutismo presidencial”, tan común en nuestra vida republicana. En tercer lugar, el Presidente sin mayoría parlamentaria fue impulsado por el voto antisistema, cuyo importante caudal viene del sur del país. Esta vez el voto antisistema perdió un importante porcentaje en el estrato D y E en la costa norte del Perú, cuya opción fue el fujimorismo.

Este último dato nos lleva hacia el siguiente análisis. Aparentemente han sido las clases medias, que en los últimos veinte años han crecido, las que dieron el triunfo a PPK. Pero también han sido los estratos D y E del sur del Perú las que dieron su contribución. Por tanto, aquel principio que sostiene que la plebe sin elevación intelectual y moral es incapaz de votar por principios y sólo lo hace por prebendas populistas, debe ser tomado matizadamente. Gente virtuosa y vil hay en todas las clases y estratos sociales.

Además, el Perú es un país de transformaciones rápidas y explosivas. Esto es lo que le quita el sueño al gran imperio del Norte. Sabe de la situación geopolítica estratégica del Perú y teme cualquier influjo de nuestra parte contra sus intereses. De ahí que en la pleamar reaccionaria que se manifiesta en América Latina con el giro derechista en Argentina, la defenestración en el Brasil, la sumisión incondicional de Colombia y Chile, el sueño integracionista de Bolívar vuelve a ser desintegrado por la potencia anglosajona norteña y tratará de involucrar al Perú en la campaña por el derrocamiento del bolivarianismo en Venezuela, primero, y Bolivia y Ecuador, después. Aunque este intento llega muy tarde para detener en la subregión a la impetuosa China, la recia Rusia y la enigmática Irán. Debemos evitar ser el patio trasero de la diplomacia yanqui, tal como vergonzosamente se ha convertido la Unión Europea actualmente. En este sentido, debe primar la tradición autónoma de nuestra diplomacia y cancillería durante el gobierno democrático de Kuczynski. 

Pero hay algo más. El enorme caudal electoral del fujimorismo indica las enormes frustraciones sociales y educativas del sector D y E. Esa será la tarea primordial de un buen gobierno en el Perú, atender sus necesidades en salud, educación y trabajo. En otras palabras, sacarlos de su condición y convertirlos en clase media.

¿Pero este objetivo es acaso realista y sensato considerando la realidad nacional e internacional? Tomemos en consideración solamente dos hechos. El primero indica el gigantesco retraso en infraestructura, cuya brecha asciende a 160 mil millones de dólares. Por tanto se requiere atraer inversiones extranjeras y la inversión nacional –la cual tiene un monto importante en los paraísos fiscales-. Lo cual a su vez supone comprometer a nuestra oligarquía con un Programa de Desarrollo Nacional. El segundo hecho, esto significa que ante la disminución mundial del trabajo y el aumento estructural de la desocupación, la única esperanza de contrarrestar dicha tendencia es atender los programas de inversión en todos los sectores. Esto significa que la visión antisistema tendrá ante sí el espectáculo de una posible combinación de neoliberalismo con keynesianismo, que puede provocar una saludable revolución social. Y tercero, se refiere al nivel de madurez política que deberá mostrar el fujimorismo con su mayoría parlamentaria para hacer posible la gobernabilidad y desarrollo del Perú, en vez de promover un virtual golpe de Estado.

Para concluir esta breve observación afirmo que el triunfo de PPK es un hito que señala el ascenso autónomo de las clases medias y de su mentalidad en el escenario político del Perú. Ya V. A. Belaunde señalaba que el país requiere de clases dirigentes –y no meramente dominantes, como gustaba decir Pablo Macera- comprometidas con la visión de país, clases medias autónomas y un pueblo ilustrado.

Y por el momento, corregir los desvíos de la conciencia nacional dependerá del fortalecimiento de estos factores presididos por un ideal. Y aquí mencionamos al meollo fundamental del asunto, a saber, el ideal. El problema del ideal no es un asunto meramente nacional, sino de dimensión civilizacional. En medio de la cultura posmoderna, sin las verdades fundantes y la muerte de las utopías, plantear un ideal superior resulta contrafáctico y todo un desafío.

Pero la verdad es que con un ideal economicista y meramente materialista, secular y consumista estamos moral y definitivamente perdidos. Pues necesitamos no de una Patria ventral sino espiritual. Y para ello se necesita beber del ethos superior de la cultura cristiana, tan alicaída en nuestros tiempos de incredulidad. Como se ve, el desarrollo de una nación trasciende los capillismos y caciquismos de los partidos porque se trata de velar por la salud espiritual y no sólo material de la humanidad y de la civilización en su conjunto.

Por todo lo dicho me reafirmo en mi esperanza de un socialismo propio para el Perú, como era el deseo de Mariátegui, sin calco ni copia. Además es notorio que el socialismo no es en primer lugar -como lo hicieron notar Ernesto Che Guevara y Alberto Flores Galindo- un problema teórico ni material, sino eminentemente moral. Sólo las auténticas revoluciones cambian moralizando la vida cotidiana. Y esto lo podemos ver en Cuba. En Cuba no hay indigentes, delincuentes, carteristas, marcas, lustrabotas, mendigos, locos en la calle, no hay robos ni asaltos, no hay inseguridad ciudadana, ni el atosigamiento con lo letreros de neón. Es otra dimensión de la libertad y un cambio bueno de la vida cotidiana que solamente se consigue con una auténtica revolución. Pero todo esto es incomprensible para nuestra mentes capitalistas, llenas de lucro y egoísmo. Si queremos seguridad ciudadana, alfabetización, mínima mortalidad infaltil y mayor esperanza de vida, entonces hagamos la revolución verdadera de Túpac Amaru y de Cristo. 


Lima, Salamanca 09 de Junio del 2016