viernes, 7 de octubre de 2016

CIVILIZACIÓN ANDINA: MESIÁNICA Y SALVÍFICA

LA CIVILIZACIÓN ANDINA:
MESIÁNICA Y SALVÍFICA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Hasta aquí hemos obtenido tres conclusiones: Kamaq como vivificador, deidad ordenadora y filosofía mitocrática. Y esto me permite entrar al último punto de la objeción [2] de Mejía.

Como él piensa que la racionalidad andina es pragmática y empírica, entonces considera un “disparate” afirmar que el saber de los amautas era santificador. “Sostener que el saber de los hamawt’as o amautas, como se dice en castellano peruano, es mesiánico y santificador es un disparate”. Mejía piensa que yo injerto en el pensamiento andino, ideas católicas de mesianismo, salvación o santidad.

Para el caso, mejor escuchemos a Blas Valera: “La soledad del monte o yermo no era tan grande que no hubiese en él muchos miles de indios que de su voluntad hacían penitencia asperísima, comiendo raíces y bebiendo agua, y muchos hacían esto toda la vida a modo de anacoretas” (Costumbres antiguas del Perú, Lima 1945, p. 30).

Pero además habla de pecados, penitencia, sacrificios, el demonio o Supay, las vírgenes religiosas o Acllas, de la luz eterna o Illa Teqse que reinaba con dioses compañeros, templos naturales y artificiales, el gran sacerdote o Vilahoma, el celibato sacerdotal, los adivinos, los hechiceros, las supersticiones. Y en su Historia de los Incas insiste en su tesis sobrenatural y mística resaltando que éstos no hicieron la guerra a los españoles porque vieron cumplida el pronóstico de Viracocha.

Otra evidencia de que los antiguos peruanos creyeron en lo ultraterrenal y en el alma es el bautizo del inca Atahualpa. Según las creencias andinas la conservación del cuerpo era condición básica para la conservación del alma. Este dualismo cuerpo-alma se perdería si por resistir al bautismo el cuerpo era destruido en la hoguera. Por ello el Inca accedió a ser bautizado y a morir por la pena del garrote. Los avisados españoles se dieron cuenta de la estratagema y decidieron intensificar el proceso de evangelización y extirpación de idolatrías ante la persistencia de las creencias nativas. 

Al margen de la respuesta a la objeción de Mejía, es interesante preguntarse por esta continuación de la persona humana más allá de la vida presente entre los andinos. Según Garcilaso, los incas habrían creído en la inmortalidad del alma y en la resurrección de los cuerpos. Y al parecer esto no lo afirma como anticipando tesis cristianas en la religión incaica, porque de lo contrario no se hubiese opuesto claramente  a  la  existencia  de  un dios trino entre los incas.

Y yo pienso que aquí reside otra poderosa demostración de que el dios andino es providente pero no omnipotente. O sea, dentro de su dualismo animador primigenio es capaz de dar vida interminable al cuerpo y al alma, siempre y cuando no se destruya el cuerpo. Esto significa que no es capaz de crear nuevamente al cuerpo porque no es creador sino vivificador. El Pachayachachic andino no es creador pero sí "criador" -como consigna González Holguín a Pachacamac-. 

Lo dicho nos lleva a establecer una línea de sucesión de divinidades muy diferente al de Zuidema. Para éste primero es Viracocha o dios-creador, luego el dios-trueno, seguido por el dios-sol y finalmente el Caos del presente. Si este monismo omnipotente fuese correcto, entonces no habría temor de la destrucción del cuerpo. Viracocha crearía otra vez el cuerpo.

Pero no es así y sucede todo lo contrario. El temor a la destrucción del cuerpo es el temor al Caos primordial. Sin salida ni solución ontológica posible. ¿Esto representa acaso la idea de la Nada absoluta que hemos negado previamente en el imaginario andino? Pienso que no. La destrucción del cuerpo impide a Viracocha que el alma humana siga su existencia en otro mundo justamente porque es animador o criador pero no creador. Y para que esto ocurra así sólo cabe pensar en una Nada relativa, donde no se puede repetir la generación del cuerpo sin el alma. 

De modo que -siguiendo la división triádica ya señalada por Urbano y Zuidema- la sucesión de divinidades en el panteón andino sería: primero, la paridad-dualidad primordial (el Animador-Viracocha y lo Inanimado-Caótico). Segundo, la paridad de las divinidades del cielo o hanaq pacha, y las divinidades de la Naturaleza o kay pacha. Y tercero, el mundo de abajo o Uccu pacha, donde moran los muertos. No confundir la tripartición teológica andina con las edades espirituales del mundo andino es importante. Porque ello permite no confundir el Caos primordial (mundo universo sin animación) con el Caos colonial (cuarta edad). 

Es cierto que la circularidad de los ciclos cósmicos implica grandes cambios cíclicos o Pachacuti y un nuevo comienzo tras la superación del Caos. Así, la Luz Eterna o Illa Teqse anima a Pacha o mundo universo desde la eternidad, pero la animación se da en el tiempo y en el espacio. Esto es, su circularidad espacio-temporal no niega su esencia eterna.

La esencia ignota de la deidad andina origina la espacialidad temporal circular pero dicho arjé ordenador no agota ni se confunde con su explayación universal. La idea misma de infinito o wiñaypoq, contenido en la chakana a través del número trascendente "pi" -según Milla Villena-, sería la expresión de una vida sin término no sólo en el hanaq pacha, kay pacha y uccu pacha, sino de la vida propia de teqse o fundamento de todo el proceso de regeneración universal.

Ante tan importante evidencia nos preguntamos, dónde está la racionalidad empirista y pragmática de los antiguos peruanos que sostiene Mejía Huamán. Al parecer sólo en su imaginación positivista empirista. Entonces, lo que resulta siendo un disparate es más bien negar el carácter sacral, religioso, mántico, horoscópico y profético de la cultura ancestral andina, como lo hace lamentablemente Mejía. 

Y este rasgo es tan propio de las culturas ancestrales que incluso lo que en los tejidos de la cultura Paracas nos parece mero arte decorativo, es más bien mandalas o diagramas simbólicos complejos utilizados en rituales del micro y macrocosmos para restablecer el equilibrio espiritual universal. Los mandalas también fueron empleados por el budismo e hinduismo.

Los símbolos son conceptos existenciales, que expresan el afán de trascendencia de la condición humana. Son el signo más ostensible de que el hombre no está conforme con su ser en el mundo y ansía la completud ontológica con lo infinito. Los símbolos ponen al descubierto que la humanidad es la finitud descontenta con su propia limitación. El símbolo mítico es la respuesta originaria de un ser que se siente suspendido entre el Ser y la Nada, el bien y el mal. Y es que en el corazón de todo hombre late el anhelo de eternidad.

Hemos constatado que no es cierto que las ideas de mesianismo, salvación o santidad fueron un injerto de las ideas católicas como afirma Mejía, sino que son parte de toda cultura humana y de toda civilización con apreciable grado de desarrollo espiritual. Mesianismo se presenta en figura del Rey-Dios (el Inca), ejemplo encarnado de la realización del equilibrio cósmico complementario en la Pachamama. Y lo Salvífico está presente en el conjunto cultural encaminado a salvar la armonía complementaria del cosmos en este mundo.

Por esto, la lectura positivista, marxistoide y antiespiritualista del pasado andino es tergiversadora, estéril e infecunda. Evitémosla.

En suma, no quisiera que el lector se forme la equivocada idea que mi intención en esta obra ha sido la exaltación apologética de lo andino-precolombino, como según Porras (Los cronistas del Perú, 1962) lo hicieron los cronistas primitivos como Jerez Sancho de la Hoz, Molina, Betanzos, Estete, Mena y Pedro Pizarro. Pero no coincido con Porras en que los pueblos de estos lares fueron semibárbaros.

Me parece más acertada la opinión de Lumbreras (Una nueva visión del antiguo Perú, 1986) al afirmar que ni antes ni después de la subyugación de los españoles los pueblos del Perú fueron libres porque se trató de una civilización teocrática con una rígida división de clases, donde el siervo era el indio dominado por el cacique y la nobleza.

En consecuencia, debo confesar que mi interés ha sido estrictamente filosófico y entregado a la comprensión del esquema metafísico implícito en la teología mítica de la deidad andina. En la cual he encontrado un esquema dualista-emanatista con teleología eidética. La confusión ha sido fortalecida desde la historiografía, específicamente con Pease.

El ilustre historiador reconoce el esquema dualista desde los mitos de Huarochirí (Cuniraya Viracocha-Urpayhuachac), entre la divinidad ctónica (Pachamama) y la divinidad uraniana (Pachacamac), pero emplea erróneamente “creación” como sinónimo de “ordenación” (El dios creador andino, 1973, 1994: 153). Error que fue seguido acríticamente por el lexicógrafo Mejía.

Sin embargo, no es a la historia sino a la filosofía a la que corresponde enmendar dicho entuerto y efectuar los esclarecimientos debidos. Y esto es lo que hemos emprendido en la presente obra.


Lima, Salamanca 07 de Octubre 2016