sábado, 10 de diciembre de 2016

ÉXTASIS Y HUMILDAD EN SAN AGUSTÍN

ÉXTASIS Y HUMILDAD EN SAN AGUSTÍN
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Nunca la humanidad entera le estará lo suficientemente agradecida a San Agustín de haber puesto en primera fila la importancia del Corazón en una dimensión sui géneris. 

Ya el filósofo de Agrigento Empédocles había abordado del Amor y el Odio como las dos fuerzas cósmicas fundamentales. Aristóteles la había señalado como sede de las sensaciones y de las emociones (De part. anim., II, 10, 656 a, De anim. mot., II, 703 b). Y muchos siglos después Pascal acuñaría su célebre máxima: "El corazón tiene razones que la razón desconoce" (Pensamientos, 277). O sea la convierte en guía privilegiada del hombre en el dominio de la moral , la religión, la filosofía y la elocuencia. Kant solamente le reserva un lugar especial para la moral y la religión (Religión, I, 2). Y Hegel entendía que existía una ley del corazón como rebelión en acto contra el orden establecido (Fenom. del Esp., I, V, B, b). En la filosofía contemporánea concibe el Corazón como sinónimo de conciencia, para referirse a la esfera privilegiada en que el hombre toma las realidades últimas con absoluta certeza. Por último, en la filosofía posmoderna es asumida como rebelión contra un orden eterno e inmutable establecido, sede del hedonista hombre dionisíaco y de la voluntad de poder. 

Pero con el genio de Tagaste el corazón cobra su dimensión máxima porque unida a la humildad es el habitáculo principal de Dios. Esto es, resulta no sólo un concepto filosófico, teológico, moral y religioso, sino además místico. Y es justamente esto último lo que no se advertido con suficiente claridad.

En Las Confesiones hay tres momentos de éxtasis que han sido recogidos en los libros 6-9 y relacionados nítidamente con sus compromisos intelectuales: maniqueísmo, neoplatonismo y cristianismo. El más famoso de todos es el Éxtasis de Ostia que señala su conversión al cristianismo.

Dios le concede a San Agustín el don gratuito del éxtasis místico en tres oportunidades, que coinciden con sus compromisos intelectuales. Pero en el maniqueísmo sólo opera su Intelecto. Mientras que en su neoplatonismo predomina su Voluntad. En cambio, cuando se convierte al cristianismo allí recién descubre la importancia del Corazón y de su entrega humilde. A partir de aquí se hace nítido que la humildad del corazón es la clave del éxtasis cristiano.

Para San Agustín, de los eternos pensamientos creadores de Dios dependen tanto la realidad de las cosas y el conocimiento de esa realidad. El arquetipo inmutable de Dios representa la verdadera realidad ontológica y gnoseológica. Todo el resto existe sólo por participación ontológica y gnoseológica en ellas.

Dios es el legislador ontológico y gnoseológico de la realidad de las cosas y de su conocimiento. ¿Pero es también el legislador de la experiencia mística? ¿El arquetipo o eterno pensamiento de Dios propicia también el experimentar místico?

Insignes especialistas (Harnack, Boissier, Alfaric, Boyer, Courcelle, Holte, Grabmann, Baumgartner, Bréhier, Maritain, Alarco) han coincidido en señalar que San Agustín es el pensador del universo interior mientras Aristóteles lo es del universo exterior.

Así, Maritain destaca que Agustín nos inculca a que el alma no logra hallar a Dios sino por un retorno y progresión hacia dentro. Es en el fondo del corazón, más allá del Dios de los filósofos y del Dios de los teólogos, donde el alma al experimentar místicamente a Dios se experimenta a sí misma en su propia naturaleza de espíritu.

Pero experimentar el Dios de los santos implica intuición y trascender los conceptos, ir hacia una realidad vivencial que está más allá de toda metafísica y de toda teología. Así se entiende que Agustín escriba: “[Señor Dios] nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”. Esto es, el lugar privilegiado donde se manifiesta Dios es el corazón.

Pero a Dios sólo lo encuentran los humildes, los más pequeños. Esto significa que el itinerario del alma hacia su propia naturaleza de espíritu sólo se completa cuando se sale vencedor por lograr la humildad de la voluntad.

He aquí la clave descrita en el libro VIII de Las Confesiones por el cual el alma puede experimentar místicamente a Dios. En la humildad se hace evidente la pugna entre la voluntad vieja –llena de soberbia- y la voluntad nueva –llevada por la mansedumbre a la voluntad del Creador-. Esta doctrina sobre la humildad la recoge el pensamiento místico de Agustín de San Gregorio de Nisa. La filosofía del niseno incurre en el absoluto renunciamiento del hombre a todo esplendor terreno.

Agustín advierte que el alma está enferma por el pecado original. Por ello, hasta que no logra la entrega del corazón y triunfa la continencia como obsequio de Dios, no se logra resolver la crisis intelectual y la crisis moral. La misma que encuentra fin en el amor a Dios. En suma, sin entregar la voluntad a Dios no hay solución a la crisis moral.

Pero justamente en esta entrega de la voluntad a Dios estriba el repliegue más oculto del alma de su actividad santificada y el experimentar a Dios místicamente.

El ascenso a Dios por la inteligencia no es negado por San Agustín pero reconoce como lugar preeminente y decisivo de la unión mística con Dios a la progresión del alma a su naturaleza de espíritu mediante la humildad del corazón.

Esto es sumamente interesante, porque Porfirio nos trasmite que Plotino experimentó hasta cuatro éxtasis. ¿Se trató de un éxtasis del alma por el intelecto, por la voluntad o por el corazón?

En Plotino el destino ocupa un lugar central. Dios es absolutamente trascendente y superior al ser, el cual es producido por irradiación o naturalmente. Lo múltiple se genera por el Intelecto, que copia las esencias de lo Uno. El Alma del Mundo da movimiento a la pluralidad y posee la realidad de todas las almas individuales, las cuales descienden libremente al cuerpo, lugar de sufrimiento. Y su ascenso es por la inteligencia y luego por la simple mirada a lo Uno.

Así, mientras el logos griego crea ininterrumpidamente, es eterno y no se encarna, el logos hebreo es Dios que crea y habla a sus profetas. En San Juan Cristo es logos que actúa y fundamenta el universo. Ya San Agustín en los últimos cuatro capítulos del libro VII de las Confesiones nos permite comprender las dificultades de los pensadores paganos para entender el conocimiento cristiano del logos. De esta manera, Plotino y Porfirio rechazaron categóricamente el cristianismo.

Y es que, en realidad, no se puede comprender la clave de la mística agustiniana sin la humildad dentro de la nueva comprensión cristiana del logos.

En realidad, será San Agustín y Santo Tomás de Aquino los que restablecerán la metafísica del corazón y la metafísica del ser, respectivamente, en vez de la metafísica plotiniana de lo Uno. Y lo harán identificando el ser, la inmutabilidad y la humildad con Dios. La humildad perfecta y arquetípica está en Dios, por eso se encarnó, y siendo Dios-hombre murió como hombre para salvar a los hombres.

En cambio, Plotino se niega a llamar por el nombre de Ser al más alto principio: lo Uno. Con ello genera una suprametafísica que tiene sus repercusiones en la mística alemana hasta llegar a Heidegger –dioses, mundo y hombres están por debajo del ser-. En Plotino lo Uno genera el ser a través de varios intermediarios entre él y las cosas. Con ello busca preservar su absoluta trascendencia.

En Plotino la teoría de la inmutabilidad del ser, de origen parmenídeo-platónico, es reemplazada por la teoría de la inmutabilidad de lo Uno. El ser ocupa un rango inferior a lo Uno. Lo Uno no necesita de nada, no ama a nadie y está aislado en sí mismo. La Inteligencia y el Alma miran hacia lo Uno sin ser mirados por éste. Y en este esquema, tanto la producción de estos dos principios, como la creación de las cosas, no son obra del amor, sino emanación natural que necesita irradiar. Tampoco es el amor lo que confiere individualidad a las cosas, sino el desorden del alma, que aspira a distinguirse y separarse de lo Uno.

La diferencia fundamental entre el logos griego y el logos cristiano es que mientras el primero actúa con indiferencia y por necesidad del destino, en cambio en el segundo las relaciones entre las tres Personas divinas son relaciones de amor y la creación es obra libre de la iniciativa divina guiada por el amor.

Todavía se discute si el genio de Tagasto advirtió o no que la teoría neoplatónica de la emanación difiere profundamente de la cristiana, porque Verbo y Creación son frutos del amor y de la libre decisión divina. También resulta claro que se sirve del método de ascensión plotínica a lo divino para ofrecer la prueba noológica de la existencia de Dios, la cual no es la deducción de un raciocinio causal sino aprehensión en las mismas verdades.

Más aun, se pone énfasis en que la verdadera fuente del pensamiento agustiniano son las Sagradas Escrituras (Profecías de Isaías, libros poéticos y sapienciales, San Juan, epístolas paulinas) y no Plotino o Proclo (en los cuales sólo hay tendencia hacia lo Uno pero no consumación), ni Platón (los arquetipos existen pero en la mente divina) ni la ética peripatética (donde el énfasis está puesto sobre los conceptos en orden a la praxis y no es necesario referirse a Dios). O sea, en Agustín Dios es lo perfecto sin lo cual es imposible pensar lo imperfecto. Pero lo que resulta indudable es su énfasis en el corazón como lugar privilegiado de la manifestación de Dios.

Por lo demás, para San Agustín es clarísimo que hay que creer para comprender, hay cosas que solamente se comprenden creyendo. La Fe es el fundamento a priori de la razón. La sabiduría esencial procede de la fe. La fe es fundamento de la esperanza y del conocimiento. Pero también de la mística. De ahí su dimensión triple: metafísica, lógica y extática. Todo lo cual inspiraría al gran San Anselmo con su idea central de que el orden ontológico predomina sobre el orden lógico (Dios existe por la idea del ser perfecto que hallamos en nosotros).

Por ello, esta diferencia capital entre ambos logos repercute en la progresión del éxtasis místico. Con el cristianismo se va más allá de los puros conceptos y relación intelectiva con la divinidad. El fin del hombre, objeto de toda metafísica, sigue siendo la comunicación con Dios. Pero desde San Agustín queda claro que no sólo el hombre va hacia Dios, sino que Dios viene al hombre para que el hombre conozca su propia naturaleza espiritual cuando la humildad es la condición ontológica para unirse a Cristo.

Sólo superando el intelectualismo griego y la soberbia de los sabios, es que el Obispo de Hipona descubre, en una progresión hacia dentro, la experiencia mística de Dios. El Obispo de Hipona fue maestro de Occidente al demostrar que la vida íntima del alma es el itinerario hacia el Dios viviente. En el cual el experimentar místicamente a Dios implica la influencia de la gracia divina, que no es por mérito, como coadyuvante redentor del libre albedrío humano.

Por último, la necesidad del conocimiento del hombre interior –tan manifiesto en el agustinismo- es en nuestro tiempo de imperiosa necesidad, por cuanto que es evidente que la voluntad libre del hombre anda perdida en las tinieblas del nihilismo, ateísmo, hedonismo, relativismo, historicismo, materialismo y consumismo. Es necesario beber en el hontanar inagotable de San Agustín para vislumbrar un nuevo renacimiento espiritual.


Lima, Salamanca 10 de diciembre del 2016