sábado, 17 de diciembre de 2016

DEGRADACIÓN MÍSTICA EN PROTESTANTISMO

DEGRADACIÓN MÍSTICA PROTESTANTE
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Los reformadores desde un comienzo fueron enemigos de la mística, aunque a veces hicieran sentir sus tendencias místicas. Pero en lo fundamental, tanto en Lutero como en Calvino, la experiencia de unión mística de amor entre el hombre y Dios se torna imposible, porque Dios se encuentra tan alejado de las criaturas que al hombre sólo le queda la justificación por la fe.

Pero también hay diferencias notables entre ambos reformadores. Lutero es quietista mientras Calvino es activista. El primero sintiéndose atraído por el neoplatonismo de los místicos alemanes, en especial por el maestro Eckhart y Tauler. Adoptó de Tauler su oposición a la razón, considera un insulto a Dios que el hombre pueda merecer algo por sus buenas obras. Defiende la extraña idea de la voluntad humana pertenece a dios y no al hombre, y por ello debería ser ejercida por Dios y no por el hombre. Y no dice ni una palabra sobre la gracia santificante.

A estas ideas de Tauler le añade Lutero la doctrina de la justificación por la fe sola, sin obras. Así, desemboca en un quietismo que desprecia toda actividad humana y abre entre el hombre y Dios un abisma que sólo puede ser salvado por la ficticia figura de que Dios imputa los méritos de Cristo al hombre, pero que contradictoriamente sigue tan pecador como antes.

En una palabra, en el quietismo de Lutero la vida espiritual humana es incapaz de cualquier progreso. El hombre se limita a permanecer pasivo en agradecimiento a lo que Cristo ha hecho por él. Este cariz de la trasformación dogmática luterana es lo que permite el mayor avance de la secularización de los países nórdicos. Y con ello el luteranismo abrió las puertas para que las masas caigan presa de los lemas mundanos.

Ciencia, poesía y filosofía ganaron terreno en la misma proporción en que se agotó la fuerza religiosa del luteranismo. La secularización luterana y la obediencia ciega al Estado inculcada por Lutero están detrás no sólo de su disolución y fragmentación confesional, sino, incluso, de la monstruosa hegemonía política que logró el fascismo hitleriano. De manera que no resulta casual el surgimiento del nazismo en Alemania. A todas luces el luteranismo señala un declive de la espiritualidad y la promoción de formas espirituales desviadas que se consolidan en ídolos culturales. El protestantismo ha contribuído poderosamente a debilitar la vida espiritual y mística de nuestro tiempo.

Posteriormente Lutero y la mayoría de sus seguidores se desviaron hacia la mística, pero la ortodoxia luterana impidió que el reconocimiento del esfuerzo humano, el esfuerzo moral y las virtudes ascéticas desempeñaran un lugar relevante en su mística como en los católicos.

No muy distinto sería el derrotero de la mística con el sentido activista del calvinismo. Calvino toma la doctrina de la justificación de Lutero pero enseñando que las buenas obras son una consecuencia de la fe. A esto añade la doctrina de la santificación progresiva. Pero ésta tiene una grave restricción, a saber, que se limita a los predestinados de la salvación y excluye a los predestinados a la condenación.

Esta doctrina conduce directamente a un acentuamiento de la angustia, la congoja y la desazón, dado que la voluntad de Dios es inescrutable. Este dilema desarrolló la mística de la consolación. La misma que apenas puede atenuar la íntima convicción de que el hombre es radicalmente débil y malvado. Ante lo cual sólo le resta elevar su mente a la bondad de Dios, que dejará su cólera a un lado y se mostrará más benevolente y lleno de amor. Pero, en buena cuenta, la ascética calvinista se hace polvo ante su doctrina de una rígida predestinación y su concepción de un Dios iracundo.

De manera que el calvinismo también contribuyó a la declinación de la fe y la pérdida de la espiritualidad. Con su rigidez promovió el efecto contrario e incentivó el desarrollo de la cultura mundana hedonista, pragmática y nihilista. Bajo su sombra prosperó la libertad política y el progreso económico.

El protestantismo en su conjunto preparó directamente el espíritu secular contemporáneo. Su ortodoxia irénica, teología racional, pietismo, neología sentimental, promovió la ilustración, el historicismo, liberalismo y comunismo. La certeza de la fe se extravía para ir a reposar en valores estéticos, políticos, económicos, sentimentales y culturales.

La promoción de la secularización en el contexdto protestante es determinada por la transformación de la dogmática misma. El rechazo del misterio, el purgatorio, los sacramentos, la devoción e intercesión de los santos, venerar a María, etc., son parte de la poderosa disolución confesional y relajamiento de la estructura dogmática que desarrolla intensamente a la cultura secularizada.

Resulta siendo uno de los errores más graves en cuestión de doctrina protestante el rechazo de las gracias santificantes. Con ello se deja al hombre tan solo y abandonado con su pecado y a Dios tan lejano en su propia gloria, que apenas queda la justificación por la fe o la predestinación a la salvación. Pero en cualquiera de las dos formas deja en el alma una profunda angustia, que se resuelve ya sea en la rigidez neurótica o en la paulatina indiferencia religiosa. Soluciones ambas que agravan la situación espiritual del hombre.

Cómo respondió el catolicismo estas rigideces del protestantismo. Para los católicos la predestinación no destruye el libre albedrío, el hombre sigue siendo responsable de elegir el bien o el mal. Veamos las otras variantes. Para el Infralapsismo (después de la caída) Dios eligió cierto número de caídos para ser salvos, y condenó a todos los demás al catigo eterno. Para el Supralapsismo (antes de la caída), propio del calvinismo radical, Dios preordenó de modo absoluto antes de la caída, que algunos ahombres fueran salvados y los demás condenados. Y para el Sublapsismo (bajo la caída), propio del calvinismo moderado, Dios sólo permitió la caída de adán, sin ser su causa real. La doctrina católica rechaza todas estas interpretaciones basadas en el determinismo del libre albedrío. El hombre pecó libremente y puede salvarse si quiere. La Redención ofrece la gracia suficiente para vencer el pecado y salvarnos. Pero esto depende de nuestra aceptación de esa gracia que Cristo nos ofrece. Bien escribe San Agustín: “El que te creó sin ti, no puede salvarse sin ti”.

De esta manera no es difícil comprender que el desarrollo intensivo de la cultura político-económica es consecuencia de las distorsiones dogmáticas del protestantismo. Y esto es tan cierto afirmarlo que en su teología racionalista radica no sólo el declive de la fe sino, también, abrir las puertas a la noche del nihilismo. De ahí proviene la rigidez neurasténica del deber ser de Kant, el temor y temblor de Kierkegaard, la oposición de la libertad humana con la divina de N. Hartmann, la ontoteología de Heidegger. Nietzsche se burla del protestantismo y le llama la hemiplejía del cristianismo y de la razón. Pero al rechazar la compasión cristiana por los débiles está actuando con el mismo determinismo predestinacionista del calvinismo, y sustituye el papel central de la voluntad de Dios de la teología occamista y del luteranismo por el papel central de la voluntad de poderío.

En la teología protestante contemporánea se aprecia la acentuación de la distancia entre el hombre pecador y el Dios de la gloria, la franca tendencia al secularismo y al ateísmo. En consecuencia, la vida mística no puede superar las dificultades de antaño.

Así, Karl Barth (La doctrina de Dios) al estudiar la cognoscibilidad de Dios rechaza la católica convicción de que el hombre conoce a Dios por la luz de la razón natural, porque ello equivaldría a sostener que es cognoscible sin revelación. De modo que tras rechazar la teología natural afirma que sólo por la gracia y misericordia divina se hace posible la cognoscibilidad de Dios.

Para E. Brunner tampoco hay teología natural válida porque entre la revelación en la creación y el hombre natural se interpone el pecado. O sea, admite la revelación de Dios en su creación, pero el pecado impide el verdadero conocimiento natural de Dios. En Paul Tillich (Dogmática) Dios aparece como suprapersonal, está más allá de todo teísmo. Considera que la esencia del cristianismo es el Nuevo ser o el hombre elevado a la dimensión divina por Jesucristo, que fue simple hombre y no Dios. En buena cuenta, en Tillich el protestantismo se quita la careta religiosa y aparece secularizado. Es ateísmo en lenguaje teológico porque culmina en un antropologismo inmanentista.

El mismo recorrido infeliz acontece en R. Bultmann (Jesucristo y mitología), quien al negar lo sobrenatural acabó en el ateísmo. Por su parte, D. Bonhoeffer (Redimidos para lo humano) debe haber una comprensión no religiosa de Dios. Con ello promovió un cristianismo sin religión y una teología secular. Según el Obispo anglicano J. Robinson (Sincero para con Dios) sostiene que la teología no debe ser naturalista ni supranaturalista sino secularista. Pues Dios es fundamento del ser más que un trascendente más allá.

En una palabra, la disolución confesional que comienza con la teología racional de los reformadores del siglo quince y que va a impedir el desarrollo de la mística en el sentido católico de unión amorosa con Dios, va a culminar tristemente en el siglo veinte en la más abierta teología secularista, atea y suprapersonal, donde se reclama la fe en los valores inmanentes y las cosas terrenales. En esta decadencia y degradación del éxtasis místico, lo místico será  vivenciar lo terrenal y mundano.


Lima, Salamanca 17 de Diciembre del 2016