lunes, 26 de diciembre de 2016

ESPLENDOR DE MÍSTICA DE CONTRARREFORMA

ESPLENDOR DE LA MÍSTICA EN LOS UMBRALES
DE LA MODERNIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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El mérito imprevisto de la profunda depresión y degradación de la mística con los reformadores protestantes es provocar el mayor esplendor de la mística mediante la renovación de la espiritualidad católica durante la segunda mitad del siglo XVI.

Es decir, este esplendor místico acontece justo antes de lo que Paul Hazard llamó “la crisis de la conciencia europea” (1680-1715), con su rebelión característica frente a los dogmas y a lo trascendente. Antes que Descartes, con la duda metódica, las ideas claras y distintas, el cogito, la concepción de substancia, y las ideas innatas como verdades aprióricas, diera lugar al subjetivismo, antropologismo, gnoseologismo y racionalismo de la filosofía moderna. Antes que Pascal, con su distinción entre espíritu matemático y espíritu de fineza arribara a la lógica del corazón, que da razones que ponen a Dios como fin y grandeza del hombre. Antes que el ocasionalismo Malebranche arribara a un ontologismo, que roza peligrosamente con un panteísmo que borra las diferencias entre el ser creado y el increado. Antes que el naturalismo de Spinoza procediera a la identificación pagana entre Dios y el mundo. Antes que Leibniz advirtiera la profunda diferencia entre racionalismo y empirismo: éste último no distingue entre cuestión de hecho (orden esencial) y cuestión de derecho (orden contingente). Así, con el espíritu antimetafísico de Hume en el empirismo adquiere hegemonía lo relativo, el sentido, lo útil, lo individual, el querer, la parte, el tiempo, el poder. Antes que Kant por su cercanía al empirismo de Hume se viera arrastrado por un fenomenismo, que hacía olvidar al hombre su cercanía a Dios, dejándolo abandonado al acontecer mundano.

Antes de que se desenvolvieran todas estas profundas modificaciones en el pensamiento filosófico, que desembocaran en el rechazo de la metafísica de las esencias platónico-aristotélico-tomista, antes de todo este magnífico asalto a la razón humana que demolería el fundamento trascendente, la espiritualidad católica de la contrarreforma alcanzará la más elevada cumbre de unión mística, especialmente a través de tres figuras, a saber, el jesuita San Ignacio de Loyola, y los carmelitas Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Descartes no es un hombre estrictamente religioso como Pascal, que pone a la fe en un lugar preeminente junto a la razón. Pero su duda no va más allá de una duda metódica porque siempre está convencido de una verdad absoluta. En este sentido Descartes es un pensador antiguo y medieval que se atiene a la fe en las esencias y verdades inconmovibles, aunque el influjo del cogito tenga consecuencias imprevistas.

Lo que aquí llama poderosamente la atención es cómo la renovación católica llega a su pináculo místico justo antes de que se vaya a operar un profundo cambio de espíritu en la cultura occidental. Es como si en los más excelsos místicos se cumpliera la apoteósica despedida del espíritu religioso y el comienzo de una decadencia mística, como efectivamente sucederá desde el siglo XVII.

Además, si hay algo que caracteriza a estos tres santos es su potente racionalismo unido a la fe que los capacita para describir minuciosamente el fenómeno extático y a la vez conceder muy poca importancia a tales fenómenos. La madurez expresada por estos místicos ante los fenómenos extáticos es tan digna de tomar en cuenta que sin ellos se perdería su firme voluntad de obedecer a Dios con humildad.

Esto significa que la madurez mística alcanzada durante la contrarreforma católica cierra en Occidente toda una gran etapa espiritual expresada en la metafísica de las esencias y fe en las verdades eternas, y, a su vez, abre otra fase de declinación del espíritu que se anuncia con la Reforma protestante seguido por el racionalismo y empirismo filosófico.

La orden de los jesuitas ha producido una gran cantidad de místicos. Lo cual es curioso porque la obra principal de San Ignacio (1495-1565), los Ejercicios espirituales, no es un tratado de mística, es apenas un libro de instrucciones para efectuar un retiro provechoso ejercitando el entendimiento, los sentidos y la imaginación para que influyan sobre la voluntad con el fin de ordenar la vida acorde con la voluntad de Dios. El espíritu de los tiempos como un amanecer de la era de la ciencia y de la técnica se advierte en su metódico fin, apelando a la psicología y a los resortes de la acción humana. El objetivo supremo es hacer el más generoso esfuerzo en el servicio de Dios.

San Ignacio recibió muchas gracias místicas. Con frecuencia entraba en éxtasis durante la misa y recibía visiones. Además, recomendaba prudencia con una vida de penitencia extremadamente dura. A quien había de ser San Francisco de Borja le escribió que no debía permitirse el debilitamiento de las potencias naturales. Pero en esencia la mística jesuita era despertar la vida de Cristo en el hombre y con ello respondía a la principal acusación del protestantismo: la Iglesia sucumbía en la avaricia y el paganismo.

En el último estertor de la espiritualidad mística católica también resalta Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Para esta mística también las cosas extraordinarias del éxtasis y las visiones ponen en peligro la fe, son innecesarias para la virtud, deben ser temidas y en lo posible se ha de huir de ellas. Y ello a pesar de que sus propias visiones místicas le fueron calmando sus dudas. Tuvo visiones de Cristo en la cruz y glorificado. Quizá la más importante sea la reverberación de su corazón en 1559. En la cual vio a un pequeño ángel con un largo dardo de oro atravesar su corazón y al sacarlo la dejó abrasada de un gran amor de Dios. A pesar de todo ello, más importante es reconocer que la unión con Dios no se alcanza sin grandes sufrimientos interiores.

En la obra principal sobre la doctrina extática, Castillo interior o las moradas, su aporte principal es la descripción detallada y metódica de los diversos estadios del desarrollo místico. Teresa nos presenta el alma como un castillo en cuyo interior existen diversas moradas. Fuera rondan las sabandijas y culebras que representan las distracciones y los pecados, y algunas de ellas penetran en las primeras moradas, las del conocimiento de sí y de la humildad, como fundamentos de la vida espiritual. Estas moradas conducen a las segundas, donde se practica la oración, y de ella se penetra en la tercera morada de meditación y recogimiento.

Si se soporta con fe la sequedad de esta morada se está en condiciones de avanzar hacia las cuartas moradas, que permiten al alma introducirse a los primeros estadios de la oración mística. Esta oración también llamada oración de quietud, que une al hombre directamente con Dios, es imperfecta porque sólo la voluntad descansa pacíficamente en Dios, no así la razón ni la imaginación. Para Santa Teresa muchos místicos no ascienden a la quinta morada, porque no están lo bastante liberados de todas las cosas. Se trata de alcanzar la oración de unión, que dura media hora, y que durante ese tiempo el hombre está completamente muerto al mundo. Ella lo compara con una pareja antes de los desposorios.

La sexta morada es el estadio del desposorio, asociado con trances, visiones, locuciones y demás. Y está caracterizada por la oración de éxtasis. Cuando ésta se produce cesan todas las actividades normales, no se puede hablar, el cuerpo está frío y como sin vida. Y la voluntad junto al entendimiento queda tan enajenado que su efecto puede durar todo un o varios días. Despertada la voluntad de amar se han de soportar los más grandes sufrimientos naturales y sobrenaturales. Es como una herida de amor producida por el intenso deseo de Dios. En este nivel se deben distinguir entre las visiones imaginarias y las visiones intelectuales, éstas últimas son impresas directamente por Dios en el entendimiento. Y también distingue entre “extasis” y “vuelo del espíritu”, porque se siente verdaderamente que sale del cuerpo.

La cumbre de este prodigioso itinerario interior del espíritu hacia Dios lo constituye la séptima morada. Estadio final de matrimonio espiritual donde se manifiesta al alma la visión intelectual de la Santísima Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo vienen a morar en el alma. Ya no se trata de un estadio transitorio sino permanente. Cesan los violentos arrebatos y éxtasis, que son considerados signos de debilidad de nuestra alma que no puede soportar la presencia divina, y en su lugar prima un estado de gran paz y gozo como último grado anterior de la visión directa de Dios en el cielo.

El papel central de la oración en Santa Teresa de Jesús explica el misterio de Cristo en el alma humana. La cual recorre la epifanía pascual de la muerte, sepultura y resurrección para lograr el estadio final de matrimonio espiritual con Dios. El secreto de la conversión gozosa se logra así a través de un tipo específico de oración que acompaña el recorrido místico que corresponde a cada morada. La transfiguración del hombre desde su propia alma representa la Cruz de la pasión y de los caminos que apuntan a sus cuatro direcciones salvadoras: ontológica-metafísica, ética, histórica y religiosa. Se trata de restaurar en el hombre el verdadero sentido del tiempo, donde Cristo es Alfa (Principio) y Omega (Fin) como Verbo encarnado de la vida eterna. La consumación de la comunión eucarística de cómo Dios llega al alma descrita por santa Teresa se compone de las siguientes oraciones:
Primera Morada: Oración de humildad
Segunda Morada: Oración vocal
Tercera Morada: Oración de recogimiento
Cuarta Morada: Oración de quietud
Quinta Morada: Oración de unión
Sexta Morada: Oración de éxtasis
Séptima Morada: Oración de alabanza, servicio y quietud

Santa Teresa de Jesús tiene el significado fundamental de demostrar que la oración es camino de: 1. amistad con Dios, 2. interiorización, 3. Purificación, 4. Transformación, 5. Paz, y 6. Amor al prójimo. Se trata de ahondar en la subjetividad humana para reconocer, desde el corazón, nuestra humilde participación desde la historia del Amor de Dios. Es decir, la oración es superior al éxtasis porque es una praxis de recogimiento que lleva al alma a un estado superior ontológico de unión mística con Dios.

El Castillo interior o las moradas de Santa Teresa de Jesús elevan nuestro estro poético al Cielo de modo casi inevitable para animarnos a recitar del modo siguiente:

Moradas interiores

Salve, aposento verdadero,
ignoto como misterio litúrgico,
donde tu merced, Dios mío
deja caer su dicha al alma;
¡Oh Jesús bendito!
de tu costado traspasado
vertiste agua y sangre
en las siete moradas interiores,
regaste esta tierra en sequía,
para darnos tu gozo eterno.
Bendita santísima Trinidad,
Tabernáculo de Dios,
donde el alma halla su reposo
y no se espanta de nada.
Oyendo el grandísimo silencio
hasta el fondo del alma,
gozo el último aliento anterior
de la visión directa de Tí
en el cielo.

La tercera gran figura de la apoteosis de la mística de la contrarreforma es San Juan de la Cruz (1542-1591). Llamado el místico de los místicos escribe sus primeros grandes poemas en la celda de su prisión de Toledo. Cántico espiritual, Subida al monte Carmelo,  La llama de amor viva y la Noche oscura son las obras que recogen su itinerario místico.

Para el Doctor del misticismo la plenitud de la vida mística se alcanza a través de tremendas renuncias. Se trata de entrar en la “noche oscura de los sentidos”, donde desaparece todo lo que antes se estimaba, de tal forma que se verá libre de todo apego a las criaturas, de las más ligeras imperfecciones y del pecado, tanto mortal como venial. Los principios de la vida contemplativa son siempre elegir no lo más fácil, sino lo más difícil; no lo confortable sino lo doloroso; no lo mejor entre las criaturas de la tierra sino lo peor. Tales renuncian comprenden también a los fenómenos extraordinarios de la vida contemplativa.

Visiones, locuciones y demás no son considerados medios que conduzcan directamente a Dios, porque a Dios en este mundo se le aprehende por la fe oscura. San Juan de la Cruz no se preocupa si estos fenómenos vienen de Dios, del demonio o de la naturaleza humana. Si proceden de Dios serán notorios sus efectos, de lo contrario sólo producirán peligrosas ilusiones. Los rechaza todos porque estorban al único objetivo principal, como es la unión perfecta del alma con Dios. Para esta unión Dios mismo purifica el alma. Y entonces, a la noche de los sentidos le sigue la noche del espíritu, donde previo reconocimiento de su propia maldad Dios asalta el alma para renovarla.

La noche del espíritu es una anticipación de los sufrimientos del purgatorio. Esta penosa purificación puede durar varios años, porque corresponde a un más elevado grado de perfección que Dios conduce al alma. Pero todos estos sufrimientos quedan olvidados cuando acontece el matrimonio espiritual. Aquí el alma es consciente de ser la morada de Dios. Donde el alma queda transformada por gracia y no por naturaleza y se siente unido a la Santísima Trinidad. El extraordinario deleite de aspirar el Espíritu Santo es una anticipación de la vida eterna que comunica de modo continuo conocimiento y amor.

Finalmente, el esplendor de la mística en la contrarreforma demuestra lo erróneo de la exageración luterana sobre la indignidad de sus criaturas, lo pernicioso para la libertad humana de ignorar las gracias santificantes y lo nocivo de oponerse a la razón y al estudio. Al contrario, los tres grandes místicos reseñados demuestran que en esta vida la unión con Dios no sólo es posible sino necesaria. Porque se trata de despertar la vida de Cristo en el hombre histórico, no dejándose distraer por los fenómenos extraordinarios de la mística, para concentrarse en lo principal, a saber, en la esencia del alma habita Dios mediante la gracia divina. Esto supone que para los teólogos místicos se da una división entre alma (sensitiva, racional, intelectiva) y espíritu (parte suprema del alma).

Lo que vendría después en el siglo XVII del racionalismo y XVIII de la Ilustración sería una franca época de decadencia de la mística sin la misma trascendencia y profundidad de sus antecesores.


Lima, Salamanca 26 de Diciembre del 2016