sábado, 21 de enero de 2017

¿BUSCAR A DIOS SIN AMOR?

¿BUSCAR A DIOS CON SABIDURÍA Y SIN AMOR?
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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En la presente época de decadencia espiritual, la era sin Dios se regodea jactanciosamente de su propia sabiduría instrumental hasta llegar a sentir que la caridad es totalmente prescindible. Recordemos que uno de los principales dogmas del credo neoliberal global es dejar los servicios sociales en manos del mercado. Después de cuatro décadas de esta práctica monstruosa el resultado ha sido el aumento estrepitoso de la desigualdad social en todo el planeta. Se asumió en cuerpo en cuerpo y alma la principal enseñanza de Bernard Mandeville en su obra La fábula de las abejas, a saber, los vicios privados como el egoísmo y la lujuria hacen la prosperidad pública. En semejante contexto buscar a Dios resulta de un fariseísmo tal que sólo se condice con una cínica ética de situación.

Pero el mundo occidental no siempre fue así. En el siglo XII se completó la cristianización de Europa y se dejará escuchar la voz luminosa de un San Bernardo (1090-1153), un Guillermo de Saint-Thierry (c. 1085-1148), los Victorinos Guillermo de Champeaux y Hugo de San Víctor (m. 1142) y las monjas Hildegarda de Bingen (1098-1179), Matilde de Magdeburgo (1210-1297) y santa Gertrudis (1256-c. 1302). El mensaje común que une a todos estos místicos visionarios es la presencia del Verbo en el corazón, Dios dentro de uno, la triple vía (devoción sensible, devoción sin imágenes y oración espiritual) para despertar el ojo del espíritu o acies mentis, los tres niveles (pensar, meditar y contemplar) para ensanchar el corazón y sufrir por la gloria de Cristo.

En otras palabras, la experiencia de la primera Edad Media es fundamental porque coloca la imagen de Cristo sufriente en el centro de la reflexión, enfatiza que ver a Dios no es contemplar la esencia divina sino sentir su presencia en el alma. Y este sentimiento es imposible si sólo se trata de conocimiento y sabiduría, cuando no de amor especialmente. Esto es, la unión con Dios es una experiencia de amor, donde la intuición intelectual escucha la voz del corazón.

En contraste, en el siglo XX y XXI se completa la descristianización del mundo occidental mediante la secularización de la vida ética-cultural y ya no sólo de la vida jurídico-política. Autores como Philippa Foot, Elizabeth Anscombe, Peter Geach, Bernard Williams, Gadamer, Ricoeur, MacIntyre, Taylor, Martha Nussbaum y Vattimo, se contentan con plantear una ética de virtudes capaz de presidir una sabiduría práctica y concreta. En otras palabras, la voz interior que despierta la virtud queda limitada a un horizonte inmanente y despojado de su dimensión trascendente y unida a Dios.

Es decir, el mundo securalizado de la era sin Dios ha desembocado hacia la recuperación de la sabiduría práctica mediante una ética de las virtudes regida por el sentido unívoco del ser. Por ello, sin la recuperación del sentido analógico del ser –que diferencia el ser del Creador y el ser de la criatura- dicha superación analítica y posmoderna de la ética es ilusoria, porque no cree que la autognosis lleva automáticamente a la vida ética sin suprimir el fundamento empirista e inmanentista de la metafísica instrumental de la modernidad.

No hay duda que se trata de una fórmula impotente y superficial para resolver la presente crisis moral. La crisis moral no es sino la punta del iceberg que tiene su origen en el fundamento metafísico que preside la civilización moderna. La primera Edad Media resulta valiosa porque incide que la sabiduría sin amor no salva, sino pierde y extravía. La voz interior con sabiduría, virtud y contemplación se descarría sin amor en el corazón. Y esto es justamente lo que padece el hombre en los tiempos actuales. Individualismo, liberalismo y subjetivismo no son sino los síntomas de la falta de amor y del exceso de sabiduría. Lo que hace falta es ir al corazón mismo del problema, esto es, su basamento metafísico.

Y es que el hombre no puede recuperar al amor para presidir su sabiduría si antes no recupera el sentido analógico del ser. A través de éste la razón humana recupera su eje y rectifica su exceso de autonomía. No puede haber connaturalidad con las cosas divinas sin caridad y no puede haber caridad sin amor a Dios. Justamente su extinción es lo que promueve la falta de solidaridad con el prójimo y la realización de los actos más bárbaros en contra de la humanidad.

La ética de la virtud es un buen ejemplo de la insuficiencia y limitación de la iluminación racional sin la ayuda de la revelación sobrenatural. El don de la sabiduría es importante pero insuficiente si no va presidida por la caridad. Y esta sea quizá la principal lección de las órdenes mendicantes del siglo XIII. Así, santo Tomás de Aquino subrayó que aunque la cotemplación es superior a la acción lo mejor es su combinación para la salvación del prójimo. San Buenaventura enfatizaba que es la gracia y no la razón la que explica la deificación. Raimundo Lulio concede gran importancia a la razón en la vida mística pero coloca al amor como el lazo supremo que une al hombre con Dios. Y Angela de Foligno pone a la experiencia mística como el ápice del crecimiento en virtud.

En los tiempos modernos de gran apostasía existen formidables fuerzas que impiden la práctica de la caridad, obstaculizan las vocaciones místicas y sobredimensionan la soberbia del saber. Con ello la búsqueda de Dios queda soterrada pero no eliminada. El deseo humano de unirse con Dios es ineliminable, puede ser obscurecida, pero en la voz interior resuena el llamado de lo divino. De poco sirve la autognosis prescindiendo de la revelación. Ella es un hecho histórico salvífico que hay que asumir para dirimir nuestro destino.

Es tarea del saber –mediante la recuperación del sentido analógico del ser- y del amor –mediante la salvación del prójimo- romper el sortilegio de la secularización, tanto en la teoría como en la práctica, yendo a la raíz metafísica de la modernidad como lugar donde radica la deformación egolátrica imperante.


Lima, Salamanca 21 de enero del 2017

miércoles, 11 de enero de 2017

ESENCIA DE MÍSTICA CRISTIANA EN ERA SIN DIOS

ESENCIA DE MÍSTICA CRISTIANA
EN LA ERA SIN DIOS
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Lo que distingue a la mística del cristianismo es la Encarnación. La teología de la encarnación santifica el mundo material y lleva al amor al prójimo. Es por eso que también fue una de las más poderosas bases del desarrollo de la ciencia en occidente. No obstante, en la Era sin Dios el mundo material en vez de santificado es instrumentalizado, la encarnación ha sido olvidada y la ciencia se ha desprendido de su base metafísica para sostenerse sobre un estrecho empirismo de nefastas consecuencias culturales.

Si en San Pablo el amor es la palabra clave de la unión mística y la ascesis es para disciplinar el cuerpo y no para provocar éxtasis, en cambio con Descartes el amor es una pasión del alma que debe ser domesticada para el buen uso de la propia libertad, y ya no es la fe la que da confianza en la razón, sino es la razón la que da confianza en la fe. Descartes era un fiel católico pero su metafísica socavó la idea de Dios, impulsó la teología natural del deísmo y su mecanicismo llevó a prescindir de Dios.

El descrédito de la fe dio un paso más profundo con Kant, en cuya filosofía crítica lo fenoménico no prueba la existencia de lo nouménico. A partir de aquí sólo quedó un universo físico totalmente mecánico, hasta que con la nueva física ésta también fue barrida. Sobrevivió su aceptación del método científico y de la razón.

La consecuencia de todo ello fue que la filosofía racionalista y empirista reformó profundamente los espíritus modernos mediante el reemplazo del sentido análogo del ser por el sentido unívoco del ser. Esta será la piedra de toque del ateísmo contemporáneo para establecer una oposición entre la existencia de Dios y del hombre.

La idea hegeliana de que el hombre se aliena mientras no se reconozca como absoluto, autónomo y autárquico tiene su punto de arranque en el equívoco ontológico de la univocidad del ser. El sentido unívoco del ser –muy característico del panteísmo- no comprende la existencia de Dios y coloca a las dos existencias en el mismo orden. Pues, un Dios trascendente no aliena a su criatura, ni degrada al hombre como cosa u objeto. El hombre es libre pero no absolutamente, de muchas cosas es un ser dependiente.

Así, cuando San Juan enseña que sin amor mutuo no hay auténtica mística cristiana, y en ello nos auxilia el Espíritu Santo, y cuando San Agustín sostiene que la mística del martirio de Esteban hizo posible a Pablo, sus afirmaciones sólo tienen cabal significado dentro del sentido analógico del ser, donde la distancia entre Creador y criatura se mantiene y no se suprime.

En cambio, el sentido unívoco del ser conduce hacia la divinización atea del hombre, la cual madura con la descomposición del hegelianismo. Si el cristianismo deja intacta la frontera entre lo divino y lo humano, la mística de la India hace que lo divino y lo humano tengan la misma substancia, y la mística de la modernidad se queda tan solo con la substancia de lo terrenal y humano. Si la ascesis cristiana busca disciplinar el cuerpo, la ascesis oriental busca deliberadamente provocar éxtasis, y la ascesis moderna exacerba el éxtasis de los sentidos. De ahí que en la modernidad secularizada y de la increencia se busque provocar una experiencia mística a través de las drogas, alucinógenos y música. Y esto es así porque se confunde el superconsciente estado de éxtasis con el subconsciente estado de trance.

Cuando Juan escribe su evangelio había ya aparecido la herejía ebionita, que negaba la divinidad de Cristo, y la doceta, que negaba la naturaleza humana de Cristo. Cuando en nuestra Era sin Dios campea a sus anchas el sentido unívovo del ser, asumiendo un realismo donde el mundo tiene significado exclusivamente inmanente, entonces se olvida la diferencia radical entre la naturaleza humana y la naturaleza divina. Si bien esto no impide la unión perfecta con Dios en la eternidad, sin embargo se constituye en un serio obstáculo para la unión con Dios en la temporalidad histórica.

Así, Sartre asume hasta el final la muerte de Dios. El hombre está solo con su libertad, cada momento tiene que elegir y disponerse dentro de sí dentro de un proyecto. En esto consiste su responsabilidad, aceptar su desamparo metafísico radical en la contingencia absoluta e irremediable gratuidad del ser. Y este descaminador guión es mantenido por el estructuralismo, posestructuralismo, analíticos, posmarxistas, modernistas y posmodernos.

Pero veamos con más atención el argumento sartreano. Para Sartre la creación ex nihilo no explica el surgimiento del ser porque lo hace desvanecerse en la subjetividad divina. El ser en sí resulta inexplicable por la creación. El ser no deriva de lo necesario ni de lo posible. Si Dios existe se trata de una conciencia cuya esencia implica la existencia, es decir, exige el ser.

He aquí donde estriba el craso error de Sartre y de la filosofía moderna. Suponer que la conciencia o mente de Dios opera con las mismas características de la conciencia humana es quedar atrapado en las redes del sentido unívoco del ser.

En primer lugar, el ser de Dios no es el ser de la creación. El ser de Dios es eterno, infinito y necesario, mientras el ser de la creación es finito, contingente y temporal. En segundo lugar, la subjetividad divina no es como la subjetividad humana. Por tanto, no se trata de una conciencia cuya existencia implica la existencia ni la esencia del ser en sí. Al contrario, se trata de una existencia cuya esencia no implica la existencia del ser en sí, en rigor, no implica la existencia de nada, de ninguna esencia. Dios es la fuente de toda existencia y realidad, es el Ser por excelencia. Por eso, el Ser es eterno, la existencia es temporal y la realidad es instantánea. Y en tercer lugar, el fenomenalismo en el que se encuentra encerrado Sartre y toda la filosofía moderna lo obliga a afirmar que ni el ser del fenómeno actúa sobre la conciencia ni la conciencia puede actuar sobre el ser. Lo cual también es falso. Entre el ser de la conciencia y el ser del fenómeno existe una interrelación que posibilita la realidad y el conocimiento.

Es decir, Sartre y con él todo el fenomenalismo contemporáneo no comprendió la diferencia sustantiva que debe haber entre el ser divino y el ser creado porque empobreció la metafísica repitiendo el principio moderno del sentido unívoco del ser. Pues, el ser transfenoménico del ser y de la conciencia son creaciones de Dios. El soslayamiento del sentido analógico del ser y el imperio del sentido unívoco del ser ha ido de la mano con la subestimación del estudio de la filosofía medieval en las universidades -a pesar de los notables aportes de los especialistas-, el auge del materialismo, la técnica y el nihilismo. Una variante sesgada del sentido unívoco del ser lo representa, por ejemplo, la interpretación panteísta de la religión andina. 

Borrar de un plumazo veinte siglos de pensamiento cristiano sin una investigación seria y sólo en virtud de una opción pueril a favor del racionalismo materialista, el empirismo dialéctico o del pragmatismo lingüístico, sólo lleva a hacer del hombre el ser supremo para el hombre, postura donde se anida la absurdidad, amoralidad, el sin sentido del valor, el ideal y el fracaso antropológico metafísico de una metafísica inmanentista, que negó el absoluto trascendente mediante el reemplazo de la analogicidad del ser por la univocidad del ser.

Pero la más terrible consecuencia a nivel de masas de la actual Era sin Dios es que mediante la negación de la esencia de la mística del cristianismo, es el hombre deviene de animal religiosum en animal odiosum. La religión es un hecho histórico y un factor místico. La era de los mártires así lo demuestra. Ignacio de Antioquía habla del martirio como muerte u ofrenda sacrificial, de una mística de la sangre de Cristo y en el martirio se ven iluminaciones intelectuales. San Policarpo, obispo de Esmirna, escuchó una voz en el cielo que le dio valor en el martirio. Otros mártires sintieron el martirio como comunión con Dios. Perpetua y Felicidad sintieron el martirio como experiencia mística. Clemente de Alejandría valoró el matrimonio para alcanzar cimas místicas. Orígenes vio el martirio como el otoño del camino místico.

En cambio, en la presente era secularizada el glorificar, agradecer, confesar y pedir acontece en un plano horizontal y ante ídolos terrenales que exacerban el odio humano. Así, los abusos de la Inquisición quedan sin punto de comparación ante la barbarie genocida de los tiranos modernos (Stalin, Mao, Hitler, Pol Pot, Batista, Stroessner, Videla, Pinochet) y las aventuras guerreristas del imperialismo colonial y postcolonial (Vietnam, Irak, Afganistán, “primavera árabe”, Siria). Así vemos un Premio nobel de la Paz con más guerras en su haber (Obama). Los ídolos seculares han llegado al extremo de incentivar los angelismos y fundamentismos religiosos  (Al Qaeda, Isis, etc.) con fines políticos. Con ello pervierten la esencia de la religión. Religión viene de religere o esfuerzo y religare o unión. Pero al manipularla distorsionan su racionalidad no instrumental, ontológica y trascendente de la existencia humana.

Para Metodio la castidad es la mejor preparación para la vida gloriosa de la inmortalidad. Para San Atanasio en la vida mística el hombre se encuentra de nuevo en su verdadero estado natural, sin pecado del primer hombre. Atanasio escribe la vida de San Antonio y por su escrito se conocen las tentaciones del santo, su vida separada del mundo, su lucha contra el demonio y finalmente el derrame de su vida mística sobre los demás. El Pseudo Macario habla que el alma debe insistir más allá de los dones de curación y los éxtasis hasta lograr la unión perfecta con Dios. Evagrio Póntico dentro de un angelismo peligroso habla de la virtud como medio para alcanzar la contemplación. Y para Gregorio de Nisa sólo el hombre y no el cosmos ha sido hecho a imagen de Dios y por eso puede encontrarse con Dios. La vida mística restituye al hombre su vida perfecta que tenía en el Paraíso.

Lo cual muestra que el hombre no es un microcosmos sino un megacosmos, misterioso punto de encuentro y diálogo religioso con Dios. Nuestra creaturidad temporal terrestre se empina hacia la eternidad intemporal por nuestra naturaleza muldimensional: óntico-mística, dogmático-doctrinal, ético-práctica, deseo de Dios, cosmos participa de nuestro destino, angélico-demoníaca, inmanente-trascendente y eterno-temporal.

Esto explica que el rechazo de la religión en la era sin Dios es de índole mórbido, porque su escepticismo y amoralismo radical está más cercano a la neurosis de la civilización actual. Lo que vemos actualmente en Occidente es el fracaso de una civilización sin fe en lo absoluto trascendente y encarnado. El imperio absurdo de lo puramente inmanente desemboca en un sinsentido de la vida, donde nada tiene valor y se embriaga de poder un beodo ser para sí.

La era sin Dios sufre de fealdad espiritual, y por eso no soporta ser contemplada en su ser sino en su tener. Pero su sobrevaloración del tener es en el fondo una aversión al ser y una glorificación luciferina de la nada. Ya no hay combate por la alcanzar la cumbre de la perfección mística sino por lograr la mayor acumulación material. El movimiento anagógico o de ascenso del espíritu ha desaparecido. La encarnación fue vaciada de toda trascendencia y con ello el énfasis en lo comunitario sólo da lugar a una ética de situación, centrada no en principios sino en lo coyuntural e inmediato. Si para el gran Papa Gregorio Magno la experiencia mística es de luz, para los hombres de hoy es de oscuridad y tinieblas en el frenesí de lo momentáneo y sensorial.

La mística oriental de un Pseudo-Dionisio no enseña un éxtasis de amor sino de conocimiento. Para Máximo el Confesor la vida mística es entrar en la divina oscuridad. En Juan Clímaco la espiritualidad es angelismo, desprecio al cuerpo e indiferencia al prójimo. En Hugo de Saint Victor la fe aumenta el conocimiento. Para Ricardo de Saint Victor la contemplación es superior al conocimiento y a la meditación.

Todos estos análisis de la experiencia mística cristiana buscan demostrar que la unión con Dios no es identidad sino participación desde la teología de la encarnación. En cambio la era sin Dios pone énfasis en la unión con el mundo mediante la voluntad de poderío. Encarnación y trascendencia han sido pospuestas y lo único que reluce es una pasión inútil por lo contingente sin sentido trascendental. La rechoncha y torpe era sin Dios ha volcado su mirada narcisistamente sobre sí misma para confiar en la industria y la técnica su propia ilusa redención.


Lima, Salamanca 11 de Enero del 2017 

lunes, 9 de enero de 2017

MÍSTICA DE LA IDENTIDAD EN LA ERA SIN DIOS

MÍSTICA DE LA IDENTIDAD
EN LA ERA SIN DIOS
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Llama profundamente la atención cómo en Occidente una humanidad despojada de espiritualidad profunda y arrastrada por valores inmanentes se deja seducir por la mística de la identidad de la filosofía oriental.

Tras el vuelco hacia Oriente hay que advertir el trasfondo culturológico-antropológico que afecta a la civilización occidental moderna. La crisis de la espiritualidad del mundo occidental es inversamente proporcional al triunfo de la civilización material, lo maquinizado, lo sensible, lo desacralizado, el materialismo diabólico.

En un momento se creyó que había llegado el momento de que Oriente y Occidente compartan sus profundos conocimientos religiosos para recuperar la espiritualidad y salvar al mundo del oscuro nihilismo secularista. Pero ni la ciencia ni la filosofía ni la religión pudieron rectificar la mentalidad contemporánea. No obstante, los gurús de todo calibre y calaña prosperan.

Occidente moderno y postmoderno junto con un Oriente que le imita, amenaza arrastrar a toda la humanidad hacia el imperialismo cultural, la destrucción ecológica y el tecnologismo científico sin propósito ético.

En medio de una demoledora charlatanería donde todo es reducido al devenir, a lo temporal, a la acción, a lo material, se olvida el valor imperioso de la contemplación, la intuición, la razón y la trascendencia. En este momento finisecular de la civilización humana cobran auge formas espirituales primitivas y precristianas. Se pone en boga desde la mística prehistórica chamánica, con su práctica purgativa y purificadora de desintegración de la personalidad mediante el retorno al caos primitivo –como lo desmuestra Mircea Eliade-, hasta formas espirituales de inmersión en lo Uno con pérdida de la identidad personal –como es el caso del hinduísmo y del budismo-, cuando no hacia formas espirituales prácticas y mundanas –como el taoísmo y el ocultismo-. Y esto es válido por más que Fung Yu-Lan, en su obra El espíritu de la filosofía China, afirme que el sabio vaya directamente a lo que era antes que los cielos.

En otras palabras, el hombre de la cultura técnica está afectado de irracionalismo mental, no ejerce la lógica por las tres fuerzas colosales que le oprimen, a saber, la automatización robótica, el eslogan y la masa. Todos sustituyen al pensamiento racional y espiritual. La corrupción lógica lleva hacia la despersonalización y esta despersonalización es la que también encuentran en la mística del chamanismo, el hinduísmo y el budismo. La antropotecnia inmanentista va sustituyendo a la antropología integral, de ahí la proclividad a abrazar también el taoísmo y el esoterismo. Ya no hay diálogo en el caos del pensamiento. La vida acelarada no favorece el despligue racional-espiritual de la mente. La presente es una época de decadencia del pensamiento y del espíritu.

Ante esto, la mística del hinduísmo y del budismo se defiende afirmando que también alcanzan virtudes sublimes –abstinencia, autocontrol, silencio, desprendimiento, meditación, etc.-. Pero mientras en la celda del monje asiático está la nada, el nirvana, el todo indiferenciado, la inmersión con lo Uno, el velo de maya; en cambio en el alma del creyente cristiano está Dios Providente y trascendente, la unión con el Otro y el sentido real de la historia.

Mística de unión con identidad y mística de unión sin identidad es lo que los diferencia. Oriente y Occidente guardan una distancia metafísica apreciable incluso en la mística. Lo que repercute en el fondo culturológico-antropológico real. Pero de todas las tradiciones foráneas a Occidente es la china la que se concilia más con el inmanentismo secularista occidental y su supervivencia genético-cultural.

En una palabra, en medio de la deplorable pobreza espiritual del hombre arreligioso de la sociedad moderna, la mística de la identidad en la era sin Dios se impone como un intento por evadir la historia y deponer su libertad ante su creciente despersonalización.


Lima, Salamanca 9 de Enero del 2017

jueves, 5 de enero de 2017

MÍSTICA Y SALTO METAFÍSICO EN LA ERA SIN DIOS

MÍSTICA Y SALTO METAFÍSICO
EN LA ERA SIN DIOS
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Vivimos en Occidente una era anticristiana sin precedentes. Se ha entronizado un disolvente proceso de secularización nihilista, hedonista y relativista, ha invadido la mística de identidad oriental (hindú y budista), ha resucitado la mística primitiva del chamanismo. Y esta inusitada ola de neopaganismo se mezcla con la neoniezscheana transvalorización de todos los valores, la dictadura del anetismo y de la corrupción. En la era de la apostasía se opera la desmalignización del mal y la malignización del bien. Pero el descalabro ético y el totalitarismo de la razón instrumental es lo lagunoso porque lo meduloso es el desvarío metafísico de la modernidad.

Efectivamente. Contra lo que se piensa, la modernidad tiene su propia mística. El chamanismo es mística mágica paranormal. Hinduísmo, budismo y neoplatonismo son mística de la identidad. Sufismo, judaísmo y cristianismo son mística de unión por el amor. Secularismo moderno es mística de la diferencia por lo histórico e inmanente.

La verdadera unión mística moderna descarta la trascendencia y el sentido real de lo sobrenatural. Con ello la mística ha entrado en una franca etapa de decadencia, porque al recortar la dimensión humana a lo meramente empírico degrada el humanismo en hominismo y destila una hedionda cultura de lo superficial, lo frágil, el narcisismo, el materialismo y el esoterismo. Pero su búsqueda del Otro concluye en un rotundo fracaso, debido a que sin Dios la conciencia moral sucumbe. No hay duda que la expresión de la vida espiritual se ha achatado a su mínima densidad. Reinan todopoderosos los nuevos ídolos que ocupan el lugar de Dios, a saber, el dinero, el placer y el poder. El ateísmo práctico es el verdadero santo y seña en la tiranía postmoderna de la subjetividad, lo indiferente y lo débil.

Ante lo cual suena sencillo pero resulta harto complicado, en una era nihilista, plantearse el problema de Buscar a Dios en tiempos sin Dios. Ni la cultura ni la sociedad son fuentes de felicidad. La primera sólo es campo de prueba de la libertad, y el otro es escenario de la ley y la justicia. En cambio lo religioso –tan desvirtuado políticamente por los angelismos y fundamentalismos en boga- es el horizonte metafísico de la auténtica presencia interior de Dios en el hombre. La mística cristiana es encarnación que santifica el mundo material y lleva al amor al prójimo. Dios que es trascendente e inmanente es fuente del amor como clave de la unión mística sin identidad. En el oratorio del alma se puede Buscar a Dios en tiempos sin Dios.

Pero en una cultura donde el alma ha sido reducida a mera idea de la mente, y la mente a simple epifenómeno de las circunvoluciones cerebrales, la realidad de Dios y del éxtasis místico son meras fantasías psicológicas. Lo cual es casi inevitable, porque no vivimos la edad de la fe sino la edad de la increencia. La era de los grandes místicos es cosa del pasado. No obstante, la pedagogía divina sigue concediendo las vocaciones místicas mediante su gracia santificante. Pero además, hay una lección sumamente valiosa que deja la historia de la mística y que constituye la semilla para un renacimiento espiritual. Se trata de la importancia de la Oración. La misma no sólo robustece la actividad apostólica, revalora la importancia de los sacramentos, las virtudes y los dones del Espíritu Santo, sino que desvanece la falsa creencia que el alma perfecta aun cediendo al pecado no peca por estar unida con Dios.

En otras palabras, la mística enseña que mediante la oración el hombre se centra en el amor a Dios y cultiva la humildad. Humildad es precisamente la llave para disolver la siniestra soberbia prometeica, que retroalimenta el narcisismo egolátrico del imperio dinerario capitalista y del poder degradado de la técnica. Así se podrá edificar un mundo justo y fraterno, basado en el rol social de la economía y levantar una civilización basada en el amor.

En una palabra, se trata de atreverse a dar el salto metafísico, noético y pneumático a la vez, que admita no sólo lo inmanente (los entes) sino también lo trascendente (el ser, Dios). Se trata de recuperar una liberadora y salvífica experiencia integral del ser, porque el hombre no sólo es conocimiento sino primordialmente es existir.


Lima, Salamanca 05 de Enero del 2017

lunes, 2 de enero de 2017

OPUS DEI: EXTRAVÍO MÍSTICO

OPUS DEI: GROTESCO EXTRAVÍO MÍSTICO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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En los tiempos modernos de gran apostasía, desmaliginización del mal, malignización del bien y decadencia espiritual, aparecen congregaciones nada ascéticas ni místicas, producto de mentes enfermas, que maniobran las vocaciones místicas de la pedagogía divina y lo único que consiguen es poner en acción una pseudomística peligrosa que manipula la voluntad, la razón y la imaginación del hombre con un grave daño espiritual.

Quizá el más notorio de estos movimientos sea el del Opus Dei. Bajo la fachada del llamado universal a la santidad y al apostolado, como la importancia santificadora del trabajo profesional, el Maligno ha sabido engañar a la jerarquía y a su Iglesia para imponer una dictadura brutal sobre sus miembros, mediante el control sobre su vida personal y libre albedrío. Obviamente que un movimiento así no puede ser la Obra de Dios sino la Obra del Diablo.

Primero fue el extraviado protestante Lutero, que exagerando la indignidad de las criaturas sostuvo que la voluntad humana no le pertenece al hombre, sino a Dios. Luego, Erich Fromm nos advierte en su libro El miedo a la libertad que el hombre contemporáneo tiende a entregarse a la libertad negativa, que refleja la impotencia y el aislamiento en que se halla sometido su individualidad a poderes exteriores de lo anónimo. Después, el famoso teólogo Hans Urs von Balthasar denunció en 1963 a través de un artículo que el Opus Dei era un movimiento integrista, o sea un peligroso movimiento ideológico rígido enquistado en la doctrina evangélica.

No es necesario abundar en la personalidad de su fundador, porque otros se han dedicado con bastante detalle al tema. Bastan unas breves líneas al respecto. José María Escrivá de Balaguer (1902-1975) nace en el seno de una familia pobrísima, pero cuando su casa modesta fue destruida por la guerra civil, como mitómano creó la fábula de que vivió en un noble palacio. En su mente paranoica solicita en 1968 al gobierno franquista que le nombre Marqués de Peralta. En el ambiente de fraude y arbitrariedad reinante se le concede irregularmente y lo cede a su hermano.

Sin talento y sin recursos siguió el sacerdocio como única posibilidad profesional. Según la biografía de Peter Beglar durante la guerra civil esacapó a la persecución internándose en un manicomio. No obstante, este supuesto hombre de Dios no pidió asilo en el psiquiátrico para sus colaboradores más cercanos. De carácter irascible y vulgar personalidad encontró excelente acogida bajo las garras del brutal dictador Franco. En su megalomanía usaba cilicio para impresionar.

En 1928 funda la Orden Opus Dei. Sufría alucinaciones y mesianismo, creía tener una misión mundial salvífica. Su admiración patológica por Hitler surgía de su anticomunismo, amor a la violencia y patológicamente sentenció que la guerra tiene un fin sobrenatural. Sus obras no contienen aporte original, constituyendo una desabrida combinación entre jesuitismo y masonería. Amante del secretismo. Se sintío muy augusto visitando Chile del genocida Pinochet. Su personalidad psicopática y manipuladora logra la influencia del Opus Dei en el Vaticano y logra de las manos del ultraconservador Papa polaco Juan Pablo II una Prelatura personal en 1982 y, después, su canonización en 2002.

Su táctica “evangélica” de crear un grupo selecto deja más un sabor fascistoide si a eso añadimos que considera que el matrimonio y el tener hijos son para la “clase de tropa” y no para los llamados “numerarios”. De aquí al siguiente paso casi no hay distancia. El reclutamiento de gente mediocre e incompetente fue lo que lo caracterizó en sus centros universitarios españoles, el tratar de fabricar “grandes figuras”, el reclutar personas en puestos claves del poder religioso, político, financiero y económico.

De ahí que ningún pensador, científico o político notable haya salido de sus filas. Su contingente suele nutrirse sobre todo en épocas de dictaduras (Franco, Pinochet, Videla, Fujimori) y no de libertad. Actualmente, es el principal enemigo del progresista Papa argentino Francisco I. Lo considera un comunista peligroso y modificador del dogma. Lo cual es falso y constituye otra mentira más de su llamada “táctica apostólica”.

Es conocido que el novelista Dan Brown en su obra El código Da Vinci los retrata como una peligrosísima secta fanática. Massimo Introvigne sostiene equivocadamente que no se tolera al Opus Dei porque la sociedad secularizada no soporta el retorno de lo religioso. Lo cual es completamente falso. En primer lugar, una Prelatura no adecenta a una secta que practica el lavado mental y la coacción de la libertad. En segundo lugar, la laicidad peligra cuando se impone a los miembros numerarios reglas internas que violan las leyes. Y en tercer lugar, rechazar su creencia no es muestra de cristanofobia alguna porque su visión ortodoxa preconciliar no promueve una nueva evangelización sino, al contrario, motiva posturas políticas reaccionarias y antievangélicas. No es extraño ver que la relación del Opus Dei con la política es generar en sus colegios y universidades futuros caudillos políticos y burócratas obsecuentes con el prevaricador sistema capitalista.

Su relación entre dinero y espíritu de esta secta peligrosa se deja ver por su extremada codicia, el control de la voluntad de sus miembros, violación de correspondencia, favorecer a las clases pudientes, limitar la fraternidad sólo entre miembros y con ello se violenta el amor al prójimo. Deshumanización, propaganda, intolerancia, reclutamiento subrepticio, oposición a las obras de caridad, promotor de la pena de muerte y defensor a ultranza de las relaciones económicas capitalistas.

En el Perú su actuación política está obscurecida por al ignominia y la contravención. En el Hogar de Cristo del cardenal Vargas Alzamora se opuso a las obras de caridad, en Cajamarca cerró el comedor de caridad de las madres carmelitas, en el año 2000 defendió el fraude electoral de Fujimori, aduladores con el poder. Es obvio que en esta secta religiosa no está Cristo ni el verdadero catolicismo.

En suma, no se puede mezclar el vino con aceite, como tampoco se puede promover una vida evangélica total y una secularización total, como pretende el Opus Dei. El grave daño sobre la caridad cristiana, la virtud, las vocaciones místicas, el sacerdocio, la evangelización, el dogma y el Espíritu Santo, que inflige el Opus Dei al cristianismo nos debe hacer recordar que Jesucristo no fue un tigre, sabio y soberbio, sino un cordero, humilde y sencillo, que en vez de encerrarse en su torre de marfil hizo como su Padre: Aborrecer el pecado pero amar al pecador. Por todo ello, el Opus Dei representa un grotesco extravío místico, donde en vez de la unión con Dios se promueve la unión con el enemigo. Pero el Papa Francisco demostrando capacidad para enmendar las cosas ha nombrado a un tomista, Monseñor Fernando Ocáriz Braña, como nuevo prelado del Opus Dei.


Lima, Salamanca 24 de Enero del 2017

domingo, 1 de enero de 2017

MÍSTICA DE LOS SIGLOS XIV Y XV

UNIÓN MÁS NO IDENTIDAD
La mística en los siglos XIV y XV
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Si alguna gran lección nos deja la mística en el conmocionado siglo XIV y renacentista siglo XV es que buscar a Dios en el corazón supone unión, más no identidad con la divinidad. Los siglos XIV y XV son la época de los concilios, el cisma de la Iglesia, el inicio de la lucha por la emancipación nacional y religiosa, la aparición de Juan Huss, Jerónimo de Praga y Juana de Arco como precursores de la Reforma, la declinación del Papado, la relajación moral del clero y de Francia como dueña de Italia. Era el final de la Edad Media y del milenio donde predominó de manera omnímoda el cristianismo.

¿Cómo en pleno desbarajuste moral, ambición y libertinaje, la tensión espiritual de la época pudo producir tan pródigamente figuras como Ruysbroeck, Santa Catalina de Siena, Rolle, Hilton, Norwich y la madre Juliana en el misticismo inglés, Gregorio de Palamas en la Iglesia oriental, el maestro Eckhart, Tauler y Suso?

No era extraño que entre tantos males acumulados en la Iglesia, en el orden político y social, el grito de batalla de los espíritus religiosos fuera: ¡Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados! Este primer mensaje de Pedro (Hechos 2:38) repetirán de manera agónica, cual profetas, los místicos del siglo XIV.

Era el llamado a la penitencia a una generación decadente, donde los Papas bajo el influjo de la política francesa se trasladaron de Roma a Aviñon, viviendo en un boato escandaloso la Iglesia se volvió en un monstruo hasta de tres cabezas, para que finalmente se produzca el cisma que se resuelve en el Concilio de Constanza (1417). En 1339 se desata entre Inglaterra y Francia la guerra de los Cien Años, Italia es sacudida por la pugna entre sus ciudades estado, Alemania sucumbe a los atropellos de los caballeros salteadores, en Inglaterra se predica la reforma de la Iglesia y la rebelión, y el estallido de la más mortífera epidemia con la peste negra, entre 1346-1353, que redujo a un tercio la población europea. 

En el orden filosófico plantarán su poderosa huella dos prominentes figuras escolásticas precursoras de la filosofía moderna. Me refiero a Duns Scoto y Guillermo de Occam. Scoto (1266-1308) cronológicamenmte está en el siglo XIII, pero por su espíritu voluntarista e individualista es un importante impulsor del humanismo renacentista, del pensamiento antiescolástico y del protestantismo. Es un peldaño más en el nuevo espíritu burgués que se va desplegando en la historia.

Las ideas claves del fraile agustino expresadas en su Tratado del primer principio son: la teoría de la univocidad del ser, la transformación del argumento anselmiano en el sentido de un paso de lo posible a lo necesario –la posibilidad de Dios implica su realidad-, la revelación es en rigor indemostrable, la teología no es ciencia teórica sino ciencia práctica reguladora de la acción,  el carácter principal de la divinidad es la voluntad infinita, lo auténticamente real no es sólo lo universal ni sólo lo individual sino la hacceidad –realidad concreta compuesta de materia y forma-, todo lo creado tiene una materia o teoría de la universalidad de la materia –materia prima, creada inmediatamente por Dios; materia secundo prima, sustrato de la generación y corrupción; y materia tertio prima, la materia plasmable-, la voluntad es siempre activa, por eso importancia moral es superior, por ello, el amor es superior a la fe, más vale amar a Dios que conocerlo, y así, la perversión de la voluntad es más grave que la del entendimiento.

El interés de las ideas del fraile franciscano Duns Scoto ha llevado a decir que es el primer hombre moderno, semejante a Kant por su actitud crítica, pretendido escepticismo en la razón especulativa y la convicción del primado de la voluntad. No obstante, en él el primado de la voluntad tiene una significación ética y psicológica y no epistemológica como en Kant, ni metafísica como en el Idealismo alemán, en Schopenahuer y Nietzsche. El Doctor Sutil nunca fue un escéptico ni un agnóstico en teología. Por eso, es correcto afirmar que Scoto como Tomás de Aquino fue seguidor de la via antiqua, a diferencia de los nominalistas o terministas, seguidores de la via moderna.

Sin embargo, al sostener que la especulación teológica es inútil, potencia un elemento decisivo en el fenómeno místico, a saber, el hombre llega a Dios por el amor. Para Scoto la naturaleza humana y la de Dios se conoce a través de la revelación o intuición intelectual. Y es así porque quiere ser él mismo y toda su creación inteligible. La asombrosa originalidad de Duns Scoto es que concilie la infinitud de Dios con su voluntad de inteligibilidad a través de la univocidad del ser, que permite un acercamiento entre hombre y Dios.

Otra cosa acontece con Guillermo de Occam (1290-1349). Si Scoto es el fin del equilibrio tomista entre lo intelectual y lo volitivo, Occam es el fin del equilibrio entre lo universal y la individualidad. Su nominalismo extremo representa un retorno desde el mundo de lo trascendente al mundo de lo inmanente, de la religión a la política, de Dios al hombre.

En sus Principios de teología el reconocimiento de la individualidad, de la singularidad de lo real y concreto frente a la irrealidad e indeterminación de los universales como puro pensamiento, es el verdadero punto de quiebre con la metafísica de las esencias que llevará a su madurez el empirismo inglés. Los universales no son ni cosas reales ni están presentes en las entidades reales, son meros flatus vocis, conceptos que indican seres individuales. Dios es indemostrable racionalmente, es cuestión de fe. El ser es unívoco y aunque el ser de Dios y de las criaturas pueda ser predicado es insostenible el realismo metafísico.

En consecuencia, sostiene, puede ser salvo aquel que no tuvo otra guía en su vida que la recta razón, ni siquiera la fe es condición necesaria. Por añadidura, su pensamiento político fue opuesto a la supremacía del Papado. Contra la tesis del Papado de Aviñon de que el Papa posee la autoridad absoluta en cosas espirituales como temporales, sostiene que la ley de Cristo es la ley de la libertad, y, en consecuencia, al Papado no le pertenece ningún poder absoluto.

El pensamiento de Occam o Doctor Invencibilis encarna la disolución del problema escolástico. Lo necesario y universal no son reales, lo único real es lo individual y contingente. La ciencia no es posible para el hombre, a lo sumo lo es para Dios. Al hombre sólo le queda la fe. El nominalismo extremo de Occam con su crítica a la razón humana y al realismo metafísico desde una posición empirista tan radical, abrió las puertas tanto a la securalización como al fideísmo. Y, por eso, aunque parezca paradójico, su pretensión de defender la omnipotencia divina del racionalismo y del realismo tiene su repercusión en la mística que destaca que la unión con Dios es cuestión de fe. Esta postura que desprecia la razón es considerada equivocada por la Iglesia católica y certera entre los protestantes.

Entre tal abundancia de espíritus místicos durante el siglo XIV tenemos a tres dominicos alemanes: el maestro Eckhart (1260-1327), Juan Tauler (1300-1361) y Enrique Suso (1296-1366). Y a Juan van Ruysbroeck (1293-1381).

Eckhart insistía en la idea central de que el Verbo divino naciera en el alma como fundamento de la mística. Pero indentificó al místico con el mismo Dios. Por esta identificación entre la criatura y el Creador es acusado de herejía. Sus opiniones tuvieron que ver con la decadencia de la escolástica, el influjo del islamismo y la cábala judía.

En cambio para Tauler el camino de la unión con Dios es la pasión de Cristo, el hombre interior y la humildad. Habló del arrebato del espíritu por la luz divina y del desasimiento de las cinco prisiones: amor a las criaturas, amor propio, amor a la razón, amor a las visiones y obstinación de la voluntad. La experiencia mística no se da para disfrute personal sino para aprovechamiento espiritual, amando con acciones de gracias al Creador y a su creación. Para Suso en la unión mística el espíritu se deifica pero no se hace divino. Se trata de una deificación por gracia y no por naturaleza. Evitó las exgeraciones de su maestro Eckhart y como Tomás de Aquino reconoce que el alma necesita de las imágenes para estar unido a Dios.

Ruysbroeck, discípulo de Eckhart que también evitó sus exageraciones, combatió la secta de los Hermanos del Espíritu Libre por su panteísmo y rechazo del dogma. Defiende la triple vía de la unión mística. Además, advierte que los éxtasis largos y frecuentes pueden dañar la salud y aconseja resistirlos. Afirma que al éxtasis seguirá una gran sequedad, donde se perderá todo, será un sufrir por la gloria de Dios. El hombre interior ve a Dios y la luz innata lo transfigura. El hombre no es idéntico a la luz divina sino que se hace uno con ella. Hay unión, más no identidad. En sus libros La roca centelleante y el Libro de la suprema verdad insiste en que la unión metafísica con Dios no es una unión de naturaleza, la deificación del hombre es sólo una unión de amor y de gracia.

Santa Catalina de Siena (c. 1347-1380) dejó expresada su ideario místico en su famoso Diálogo. Terciaria dominica de muy distinta índole a la de los místicos alemanes, reverencia la sangre de Cristo y expresa su devoción por los sufrimientos de Jesús. Tenía visiones desde la niñez y casi a diario. Excepcionalmente piadosa pasaba horas arrebatada en oración contemplativa. Sus repetidos trances culminaron con la visión de los esponsales místicos. Desde ese momento su vida cambió en una intensa actividad caritativa y apostólica. Su mística estuvo centrada en la devoción a la preciosa sangre de Cristo. Su biografía repleta de famosos incidentes resalta porque su amor a Cristo se expresa en amor al prójimo. Subraya que cada uno debe construir su propia celda interior, la celda del conocimiento de sí mismo, sin la cual se corre el riesgo de caer en la presunsión. La nada de sí mismo se experimenta cuando Dios se ha alejado de la criatura, ante lo cual sólo queda perseverar con humildad y amor a la virtud. Como todos los grandes místicos desdeña los fenómenos extraordinarios. Y sólo muriendo para sí mismo se llega a la perfecta unión de amor y voluntad con Dios.

Pero el siglo XIV es también un periodo místico fecundo en la Iglesia de Inglaterra. Ricardo Rolle de Hampole (c. 1249-1349), muy influido por San Bernardo y Ricardo de san Víctor, afirma una mística de la emotividad, donde en su Meditación sobre la pasión defiende que la contemplación es una visión; en su Emendatio vitae o Reforma de la vida describe la vía purgativa; en Incendium amore o Incendio de amor insiste en la completa separación del mundo; y en La forma de vida perfecta manifiesta que el amor humano purificado por Dios en esta vida puede ver el cielo con ojos espirituales, pero la visión perfecta se dará después de la muerte.

Por su parte, el autor anónimo del The cloud of Unknowing o La nube del desconocimiento está influido poderosamente por el Pseudo-Dionisio y la teología negativa. Aconseja suprimir todo pensamiento. En la vida terrena persiste la nube entre Dios y el místico. No considera el éxtasis como necesario para la unión con Dios. Sólo con la renuncia a toda imagen y a todo concepto se puede entrar en aquella nube por “el agudo dardo del amor ardiente”. A diferencia de los místicos posteriores, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, intenta suprimir todos los pensamientos, incluso el de la Pasión de Cristo. Pero la nube persiste durante toda la vida terrena. El éxtasis llamadfo “rapto” no es esencial para la vida mística de unión, mientras que para los místicos españoles es esencial en el camino hacia la forma de unión más elevada, la “boda mística”.

El canónigo regular agustino Walter Hilton, en su Escalera de la perfección, considera que para la salvación es suficiente la reforma de la fe pero la vida mística es necesaria la reforma del sentimiento, cuya perfección sólo alcanza en el cielo. Habla de la noche oscura donde el hombre consigue el desapego de todo lo que lo ata al mundo. Y cuando el alma se acostumbra a dicha oscuridad ella se vuelve luz de la Jerusalem celestial. La verdadera experiencia mística es la visión puramente espiritual de Cristo como destellos de una gran luz, y no un abrirse los cielos por la imaginación para ver a nuestro Señor sentado en su majestad.

La madre Juliana de Norwich vivió como una anacoreta. A los treinta y un años cayó gravemente enferma, agónica el sacedote le sostuvo un crucifijo ante sus ojos. En ese momento su vista falló, todo se hizo oscuro excepto la figura de la cruz. Paralizada y apenas pudiendo respirar, recordó su deseo de sentir la propia pasión de Cristo. En ese momento le pareció que el crucifijo cobraba vida y tuvo catorce visiones, desde el amanecer hasta la tarde. El meollo de su doctrina mística es el amor de Dios por la humanidad. En su visión del mundo éste aparece como una nada en comparación con el Creador, pero su importancia es inmensa porque es amado por Dios. Pero Juliana le atribuye a Dios un amor maternal y ante el problema del pecado y del mal que les les tan difícil de entender, vió amor y salvación feliz asegurada por Cristo.

La última gran figura mística del siglo XIV es el jefe del hesicasmo Gregorio de Palamas (1296-1359) de la Iglesia oriental. Los hesicastas creían que la oración es una actividad del hombre entero, tanto del cuerpo como del alma. De ahí que concedieran importancia a la respiración y a la postura corporal. Como en Oriente no armonizó la místioca con la teología escolástica, Barlaam como principal cabeza de la teología racional consideró heréticos a los hesicastas, obligando a Gregorio a defender su causa y a escribir su gran obra Defensa de los santos hesicastas.

Su teología firmemente anclada en la encarnación y los sacramentos, insiste en la iluminación sobrenatural contra la escolástica de Barlaam. De gran devoción a la Madre de Dios, su métido de oración fue finalmente aceptado como ortodoxo en la Iglesia oriental en 1351. Fue un místico muy comprometido con los acontecimientos de la época. Alma y cuerpo forman parte de la vida mística. La oración produce calor corporal. Esta transformación comunica un conocimiento que no se da mediante el estudio, sino por iluminación. El místico percibe la luz divina, que no es la naturaleza de Dios sino su gloria y esplendor. Se trata para los orientales de una unión no con Cristo sino con la misma luz divina.

La gran enseñanza de la mística del siglo XIV –unión, más no identidad- se va a mantener en la decadente mística del siglo XV. En realidad es un siglo de decadencia donde más que místicos hay congregaciones ascéticas.

Los ochenta años de dominio temporal de los Papas del Renacimiento fueron de inmoralidad, nepotismo, crimen, ambición y libertinaje. La pasmosa contradicción entre la gran cultura y las costumbres bárbaras del renacimiento se concentró en Roma y el Papado, lo cual provocaría en los pueblos del norte la justa indignación y rebeldía –aunque con errada doctrina- manifiesta en la Reforma luterana. Lutero fue un auténtico profeta del Nuevo Testamento pero rechaza el magisterio eclesiástico y la tradición apostólica. Con ello fomentó el libre examen y el primado de la conciencia individual. Donde termina la revelación empieza la interpretación del dogma. La Reforma protestante negó muchos dogmas (culto a los santos, purgatorio, teología sacramental), pero no fue tan lejos como el modernismo negando el principio dogmático mismo. No obstante, precursa el modernismo al empobrecer los misterios y favorecer la racionalización del dogma.

El infortunio de Roma va desde Nicolás V con su proyecto de instaurar a los Papas como reyes, Sixto VI que quiso convertir el pontificado en un reino hereditario, Inocencio VIII que creó un banco de bulas y absoluciones, el nefando Papa Borgia Alejandro VI, traficante de turcos, lujurioso, sacrílego y fraudulento, el ilustrado pero guerrero Julio II, el derrochador y neopagano León X, el Papa germano Adriano VI que se horrorizó de Roma, hasta el débil y vacilante Clemente VII que provocó el Saco de Roma y dejó la ciudad enlutada y diezmada. En Italia era opinión generalizada que el bárbaro saqueo de Roma en 1527 era el justo castigo de la providencia sobre la ciudad perversa. Después de todo este hondo descalabro comenzaría la Contrarreforma.

Si la Alta Edad Media –desde el siglo V hasta el siglo XIII- es una época de una elevada espiritualidad, no sólo en Occidente sino en el mundo árabe y judío, no ocurre lo mismo desde el caótico siglo XIV y en el decadente siglo XV. En el siglo XII San Bernardo fue el inspirador del arte monacal cisterciense y el nacimiento del austero gótico, frente a su antecesor y esplendoroso arte real carolingio del siglo IX y X. El arte cisterciense fue la respuesta clerical-caballeresca artístico-espiritual al crecimiento económico y dominio creciente de la burguesa economía dineraria.

Muy poca justicia se ha hecho al mérito que le corresponde al monaquismo y misticismo medieval en relación a la idea moderna de ciencia. Es más, aquí es posible afirmar que el monaquismo constructor de abadías incentivó la idea moderna de la ciencia. No es casual que el invento moderno por excelencia, como es el reloj, provenga de la Edad Media. Antes de que la sociedad quede convertida en la era industrial y pos-industrial en una inmensa máquina de relojería ya en los monasterios de siglo XII hacía su debut el reloj para organizar la vida de los ejércitos de monjes en los monasterios.

Como hace ver Duby, el siglo XII fue un siglo de expansión, de fe en el progreso, lo que llevó a meditar sobre la teología de la encarnación. La ausencia de esta Teología de la Encarnación en el ámbito musulmán y judío fue lo que impidió un mayor desarrollo científico en su medio. En otras palabras, la cultura milagrosa de los santos es en el fondo una meditación sobre la presencia ordenada de Dios en el mundo. Lo cual llevó a Occidente a concebir a la naturaleza como una regularidad hecha por Dios y que el hombre debía imitar imponiéndola en natura.

Fueron los santos y los místicos de la Edad Media los que abrieron poderosamente el camino a la idea de ley natural, orden y regularidad, tan bien expresado en el arte gótico. Si el centro de gravedad social de la cultura racionalista medieval fue la burguesía mercantil, el dinero, la avaricia y el avance de las matemáticas, sin embargo su centro de gravedad intelectual fue el monje y el santo.

El siglo XIII concluye con la evangelización de prusianos, lituanos, fineses, el realismo acentuado de la espiritualidad monástica y la consolidación del cisma con la Iglesia griega. También es falsa la identificación entre feudalismo y Edad Media. Pues, el feudalismo fue una solución temporal ante la debilidad del Estado entre los siglos X y XIII. Lo fundamental del feudalismo no fue el modo de producción sino el modo de tenencia de la tierra. Pero no tardaría en desintegrarse ante el ímpetu de las nuevas monarquías, la burguesía urbana y las cruzadas.

Pero si en la Alta Edad Media se mantuvo la hegemonía del monje sobre el intelectual, a partir del siglo XIV dicha relación se invertiría, lo racional predominaría sobre lo monástico, dando lugar a que como reacción la sociedad medieval sólo tardíamente sea antihumanista y anticientífica. El mayor mérito de la cultura medieval fue recuperar la ciencia y el pensamiento griego. El Renacimiento medieval del siglo XIII no realizó la promesa cristiana y lo que siguió fue su derrumbe.

La primera figura a tener en cuenta en el siglo XV es Tomás de Kempis (c. 1380-1471). No es en rigor un místico sino un asceta. Pero su Imitación de Cristo conduce a la unión mística, es oración premística, habla de la voz de Cristo en el alma. Esa voz de Cristo en el alma será uno de los más significativos vehículos espirituales para el desarrollo de la ciencia en Occidente.

Para nuestro asceta es necesario hacer una rígida separación entre la vida sobrenatural y la vida natural. Además en su individualismo destaca el conocimiento infuso. Imitar a Cristo es desmundanizar la fe, desviar el corazón de lo visible hacia lo invisible. No se trata de despreciar el mundo en cuanto tal, porque es creación de Dios. El cristianismo lleva en su entraña la reivindicación del estudio de la naturaleza y de sus leyes. Por eso solamente se trata de no aferrarse a él. Además, el justo no depende de su propio saber sino de la gracia de Dios.

Juan Gerson (1363-1429), que fue Canciller de la Universidad de París, siempre estuvo muy interesado en la reforma de la Iglesia y tomó parte de las principales controversias de la época. Su doctrina mística pone énfasis en combatir las sectas seudomísticas y a los abundantes individuos que pululaban pretendiendo haber recibido inspiraciones místicas especiales. Exige examen médico para los visionarios y propone descartar si se tratan de mentes enfermas. Considera que dos son las potencias del alma que corresponden a la vida mística: la simple inteligencia, llamada también “ojo espiritual”, y que es el órgano de la contemplación, y la sindéresis o ciudadela del alma, que es el órgano del amor místico. Pero es el amor el que llena al hombre de gozo sobrenatural. Contra los falsos místicos sostiene que en la unión con Dios el hombre mantiene su identidad y no es absorbido por el Creador. La unión mística está por encima del entendimiento y de los afectos, reside en la unión inefable entre Dios y el alma purificada.

Dionisio el Cartujano (1402-1471) fue un prolífico autor, modernas ediciones abarcan no menos de cuarenta y cuatro volúmenes. No obstante, como teólogo místico no es muy original. Tuvo frecuentes éxtasis. Señala tres condiciones para la vida mística: el intenso amor a Dios, la separación de la mente de todas las criaturas, y la concentración en Dios. Pero en sí la experiencia depende el Espíritu Santo y su punto más elevado es la contemplación de la Trinidad. Entonces sobreviene el arrebatamiento en infinita sabiduría, y -como Dionisio- tiene lugar en la centella del alma.

Santa Catalina de Siena (1447-1510) pertenecía a una familia de nobles y purpurados. Se casó con un hombre muy mundano. A los veinte seis años comienzan sus visiones. Pero sus genuinas experiencias místicas están combinadas con fenómenos neuróticos. Su doctrina está expuesta en su Tratado sobre el purgatorio. Subraya que para alcanzar la unión con Dios son necesarios tres requisitos: el abandono de la propia voluntad, el total desarraigo del mundo para purificar el alma y reducir a nada el yo. En suma, deificarse es participar en Dios y aniquilación del propio ser. Sin duda que exageró y fue inexacta. Fue una mística valiosa pero con muchos rasgos patológicos. Estas exageraciones seguirán en la mística de la Reforma, aunque en otro sentido, con su visión pesimista de las criaturas, su oposición a la razón y al omitir las gracias santificantes.

En conclusión, la mística de los convulsos siglos XIV y XV dejará como gran lección que la unión mística con Dios es participación, más no es identidad con el Creador. Y acentuará hasta tal límite la teología de la encarnación que coadyuvará en Occidente al desarrollo de la ciencia moderna.


Lima, Salamanca 01 de Enero del 2017