martes, 31 de octubre de 2017

¿ERAS HISTÓRICAS ESTÚPIDAS?

¿ERAS HISTÓRICAS ESTÚPIDAS?
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Para poder afirmar la existencia de Eras estúpidas es preciso determinar varias cosas: (1) la inteligencia humana retrocede por momentos en la historia, (2) la inteligencia humana es al mismo tiempo inteligente y estúpida, (3) el avance de la inteligencia implica al mismo tiempo el de la estupidez. Primero se abordó la cuestión ontológico-metafísica de la Cuádruple raíz de la razón estúpida, luego la temática epistémica del Auge del estudio de la estupidez, a continuación se afrontó la Lógica de la estupidez. Ahora toca el turno al ámbito de la filosofía de la historia con la existencia de las Eras estúpidas.

Muy lejos de mi intención está inaugurar una visión estúpida de la historia universal. Más bien considero que todas las visiones la historia universal existentes (teológica, naturalista, racionalista y metafísica) no pueden librarse del ingrediente de la estupidez. Para la visión cristiana la historia es el drama de la salvación, para la visión naturalista la historia se rige por su propia ley, para la visión racionalista la historia no es una teodicea ni una física sino un descubrimiento de la propia razón y para la visión metafísica la historia es liberación del Espíritu. Pero aquí más bien se va hacer hincapié en que lo estúpido está presente de modo constante en cada visión de la historia y especialmente en su declinación.

La situación de la estupidez es tan compleja como el de la inteligencia y exige una visión de la historia en espiral. La figura geométrica de la espiral ayuda a visualizar una curva de ascenso, otra de estabilización y finalmente otra de descenso antes de emprender un nuevo ciclo. La curva de ascenso equivale a las épocas de heroísmo, la de estabilización a la época de conservatismo, y la de descenso a la época de decadencia. Al parecer Sodoma y Gomorra recibieron un castigo divino ejemplar sin posibilidad de nuevo ciclo de desarrollo. Al parecer este movimiento sinuoso del desarrollo histórico describe la vida de una era determinada del espíritu humano. Muestra primero una respiración vigorosa, luego estable hasta culminar en una letanía declinante. Los milenaristas gustan pensar que los ciclos históricos duran mil años. Y parecen haber razones que los asistan. Pero lejos determinaciones contables lo que nos interesa aquí es responder a la pregunta si realmente existen eras estúpidas.

Tucho Balado en su novela de humor serio Tesis doctoral de un extraterrestre. ¿Y si fuese cierto… que los humanos somos genéticamente imbéciles? (2013), concluye que la especia humana por sus enormes absurdidades y destructividad tiene todas las señas de ser una especie genéticamente estúpida.  Cuando se pierde la cabeza por una hermosa mujer se está a punto de darle la razón a Balado. Sin duda, hay componentes genéticos que inducen a la estupidez. Pero no todo proviene de los genes, lo cultural no puede ser obviado. Si el autor, que no tiene una intención seria sino jocosa, estuviese en lo cierto cómo podríamos explicar la soberanía del hombre en la Tierra y sus prodigiosas creaciones. Obviamente que se trata de una exageración sugerente aunque inexacta. Por consiguiente, para Balado la era de la estupidez empieza desde que aparece sobre la Tierra la especie humana. Esto es casi como dar la razón a las criaturas sin cerebro, como los equinodermos, y declarar que su felicidad consiste en no pensar.

De otro talante es la obra del filósofo español José Antonio Marina, La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez (2004). Postula que lo que nos vuelve estúpidos es mantener creencias falsas ante cualquier experiencia contraria. Y como ejemplo de la inteligencia fracasada pone a la estupidez política. No ha duda que los políticos y dictadores son un excelente ejemplo de estupidez humana pero ese pequeño universo no puede explicar todo la problemática de la estupidez. Además, la experiencia empírica tampoco puede convertirse en la medida para combatir a la estupidez. Eso es el crudo empirismo de Locke y Hume, donde la conciencia es una tabla rasa. Incluso, dice, la experiencia metaempírica en la lógica, matemática, semántica, metafísica y, hasta, en la propia ciencia es una prueba de ello. Cuando al contrario, la defensa a ultranza del método científico, llamado cientificismo, se ha convertido en la nueva estupidez de nuestro tiempo. Por tanto, la estupidez humana no se limita a las creencias falsas. La avaricia y el capricho, por ejemplo, son ejemplos de estupideces efectuadas conscientemente y con lucidez intelectual pero con oscuridad pasional. De modo que para Marina la era de la estupidez humana comienza cuando las creencias falsas se imponen contra la experiencia en todas   las  áreas  de  la  actividad  cotidiana.  Y  como dichas creencias asedian al hombre desde que es hombre resulta entonces que siempre la estupidez acompaña al hombre.

Otra es la perspectiva del historiador económico y pensador italiano Carlo Cipolla en su breve ensayo satírico Allegro ma non troppo (1988). Muestra un interesante gráfico del comportamiento humano, donde los Inteligentes son los que benefician a los demás y a sí mismos, los Incautos son los que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos, los Estúpidos perjudican a los demás y a sí mismos, y los Malvados son los que perjudican a los demás  se benefician a sí mismos. Concluye que los malvados son preferibles a los estúpidos, puesto que la actividad de esos últimos no beneficia a nadie.

Sin necesidad de coincidir con su repugnante remate utilitarista, es evidente que Cipolla ha efectuado una descripción bastante exacta del comportamiento humano. No obstante, su racionalidad económica no puede ser la medida para juzgar comprender el fenómeno de la estupidez. Y no puede ser principalmente por dos motivos, a saber, porque existe una fuerte dosis de estupidez en el comportamiento malvado y porque no es del todo cierto que lo estúpido no sea en absoluto beneficioso. Lo improductivo y ocioso es desdeñable y estúpido desde el punto estrictamente económico, sin embargo, no lo es desde el punto de vista creativo.

También no todos los inteligentes se benefician a sí mismos ni hacen cosas buenas. Sócrates era inteligente y terminó condenado a muerte. Einstein siempre se arrepintió de la estupidez de haber contribuido a la existencia de la bomba atómica. Ni siempre el incauto beneficia a los demás. Los incautos ufólogos creen en cosas indemostrables sin beneficiar a los demás. Y el malvado obtiene muchos beneficios personales pero no deja de acicatearlo la conciencia de su propia necedad.

Además, el inteligente junto al incauto no deja de hacer estupideces. Por ende, la visión de Cipolla es sesgada, esquemática, economicista y utilitarista. Insuficiente para explicar el fenómeno de la estupidez humana. En suma, para Cipolla la era de la estupidez humana es eterna porque siempre habrá estúpidos junto a los incautos, inteligentes y malvados.

Por tanto, para una crítica de la razón estúpida es necesario emprender otro camino diferente al genético, empirista y economicista, para explicar la existencia de las eras estúpidas. En parte ese camino ya lo hemos emprendido desde el comienzo de esta obra. En una palabra el enfoque inmanentista resulta insuficiente y limitante.

En todas las eras de la historia está presente la estupidez pero no siempre del mismo modo y con la misma intensidad. Por eso que no hay inconveniente en admitir las posibilidades indicadas al principio del ensayo: (1) la inteligencia humana retrocede por momentos en la historia, (2) la inteligencia humana es al mismo tiempo inteligente y estúpida, (3) el avance de la inteligencia implica al mismo tiempo el de la estupidez. En (1) el retroceso es manifiesto en la curva decadente que atraviesa toda cultura. En (2) la tensión entre inteligencia y estupidez es constante. Y en (3) el avance de la inteligencia hace posible el mayor peligro que representa la estupidez.

Pero el avance la inteligencia puede representar al mismo tiempo la encarnación de una estupidez. Por ejemplo, como ya lo había observado O. Spengler, cuando se acentúa el avance civilizatorio de una cultura entonces el desarrollo técnico avasalla lo humanístico para determinar el ocaso de dicha cultura. Sin estar de acuerdo necesariamente con la visión organológica del pensador tudesco no es difícil advertir que el mismo fenómeno acontece en la fase tecnológica de la cultura moderna. Los medios avasallan a los fines, la tecnología es el nuevo ídolo predominante y el humanismo es relegado por el avance científico tecnológico.

La contrapartida es la desintegración de la familia, la desmalignización del mal y la malignización del bien, la tecnociencia y la manipulación genética que corporaliza la realidad humana, el cariz amenazante de la inteligencia artificial y el cibermundo, la desorbitada desigualdad social del orden global neoliberal donde el 1 por ciento de la población mundial concentra el 80 por ciento de la riquezas del planeta, el crecimiento del hombre anético, la desvalorización de la vida humana, la ciencia puesta al servicio de la fabricación de armas más mortíferas de destrucción masiva, el emprendimiento de guerras más crueles y destructivas que no pueden disimular la motivación económica de las avaras élites del planeta, la destrucción ecológica del antropocenio que encabeza la sexta extinción masiva, en suma, el entrecruzamiento de crisis secoriales (agua, energía, población, alimentos, cultura, moral, económica, policía, etc.) que señalan la acentuación de la curva de desintegración civilizatoria.

En una palabra, es notorio que la cultura moderna entra a una peligrosa fase de predominio de la estupidez sobre la sensatez inteligente, que por el enorme potencial destructivo acumulado puede resultar en una destrucción total de la humanidad. Asi vemos, cómo bajo la presidencia de Obama y de Trump los Estados Unidos de Norteamérica acentúan la demencial guerra fría contra las potencias nucleares de Rusia  China. ¡Como si la humanidad pudiera sobrevivir a una apocalíptica guerra termonuclear entre potencias que tienen armas nucleares capaces de destruir varias veces a países del tamaño de Francia! Es como si las élites del llamado Reich Bilderberg encabezara la estúpida idea de sobrevivir a una hecatombe nuclear.

En diversas oportunidades los medios de comunicación hicieron notar que las mismas tenían listos refugios antinucleares para sobrevivir con todas las comodidades durante un siglo y salir luego como los nuevos dueños del planeta. Suena no sólo descabellado y el colmo del egoísmo, sino sumamente estúpido pensar en la sensatez de dicho plan siniestro. Pero después de todo es la consecuencia natural del Regnum hominis instaurado desde la cultura moderna con su concepto unívoco del ser, el inmanentismo, el materialismo y el empirismo.

El hombre anético de la cultura global posmoderna se siente hoy más que nunca como un diosecillo terrenal capaz de decidir lo que es bueno y malo en cada circunstancia. Este relativismo que se deriva es de una estupidez tan monstruosa que en su nombre se cometen los atropellos más inverosímiles contra la humanidad. El hombre sin Dios es llevado hacia los recovecos más oscuros y peligrosos de la peligrosa estupidez. No hay duda que se trata de una estupidez de las elites, para quienes les resulta provechosa la estupidización generalizada del consumismo, la mentira mediática, la ciencia sin ética y la política sin principios. La secularización es su reino y el plutócrata mundial está sentado en el trono divino.

Cuando A. Toynbee analiza y estudia a la civilización helénica señala que su gran invención -el culto antropolátrico- fue también la causa de su destrucción en una encarnizada lucha fratricida. La revolución religiosa introducida por el cristianismo, islamismo y budismo solo mitigó por mil años el humanismo heleno. Lo cual lleva a pensar en los riesgos y peligros de dicho culto antropolátrico y en evaluar por qué actualmente está en profunda crisis la civilización cristiana tanto en Occidente como en Oriente. Y es que desde la modernidad en Occidente se instaló un profundo proceso de descristianización mediante el reino de la razón autónoma, la cual rechaza las verdades suprarracionales y restringe el horizonte de la verdad a lo empírico y fáctico.

El culto heleno del hombre volvió desde el Renacimiento y creció incontenible en un contexto secularizado e inmanente. Se agrandó la pústula pestilente de la idolatría del Estado, como cáncer que devora las energías espirituales, provocando incesantes y cada vez más terribles guerras. La estupidez humana creció y se volvió más mortífera. Las dos guerras mundiales, los fascismos, los totalitarismos, el Holocausto, los imperialismos, la banalidad del mal, el empleo de las bombas atómicas, el consumismo, la corrupción moral  política, son su dolorosa demostración. La idolatría del hombre llevó hacia la idolatría del estado, luego del dinero y, por último, a la idolatría de la máquina. El Regnum hominis, que agigantó la brecha entre lo inmanente y lo trascendente, se dirige hacia su estúpido colapso por agotamiento. Y de concretarse el cibermundo de la inteligencia artificial autónoma, como parece encaminarse, ésta le propinará el empujón final.

El marco histórico sin Dios y meramente humano facilitó el crecimiento de lo estúpido y consumó una era donde la tontería reina a sus anchas ni límites. Es innegable que ha habido estupideces en otras eras de la historia pero nunca fue la protagonista como lo es en la secularizada civilización moderna. La consumación mas depurada de la estupidización moderna es el nihilismo metafísico, gnoseológico y moral. El nihilismo es un subproducto del idealismo subjetivo de la modernidad. No solo representa la muerte de Dios y de la metafísica, sino también del hombre y el mundo. Todo queda disuelto en un difuso evento contingente donde la verdad sobra.

La modernidad empezó clausurando la trascendencia en el cosmos y en  la  razón  pero  el Cielo y el infierno se volvieron a abrir el alma. Pero lejos de abrirse una metafísica de la interioridad a lo San Agustín, se fue naufragando en la metafísica naturalista y el gnoseologismo positivista. Un alma vaciada de Dios no podía encontrar en ella más que desolación y el absurdo de reducir lo infinito a lo finito. Justamente esa es la esencia de lo razón estúpida. El idealismo moderno es subjetivo y es una desnaturalización del idealismo objetivo greco-cristiano. Con el empirismo la “esencia” se vuelve en “idea” o contenido de conciencia. Asi se culminaría en la negación nihilista de la verdad objetiva. Por eso la filosofía y cultura contemporánea se ha vuelto relativista, historicista y cientificista.

Tres grandes estupideces que gobiernan la era actual. Nuestra época se privó de la verdad y extravió el sentido del ser. Ahora se entiende mejor por qué es necesario comprender el fenómeno de la estupidez desde un punto de vista trascendentalista, como un camino para recuperar la sensatez recuperando el problema de Dios que es intrínseco a la estructura ontológica del hombre. Pues la trayectoria del pensamiento moderno demuestra que sin Dios no se piensa racionalmente y aumenta la hegemonía de la estupidez.

En la base del estúpido nihilismo imperante está el escepticismo subjetivo de Descartes y su duda metódica donde lo único seguro es el acto de pensar; el maquiavelismo, que es el rostro político del inmanentismo y que hay que diferenciarlo de Maquiavelo, que pone a la teoría moral como base de la teoría política; el panteísmo espinosista que identifica a Dios con la naturaleza, lo comprende como causa interna de todo lo que existe y lo proclama como único ser libre; el siervo arbitrio del protestantismo que fortalece la voluntad de poder del inmanentismo; el empirismo que vuelve a lo fáctico en lo único real; el criticismo kantiano, que sustituye a Dios por el Yo pienso, alentó el ateísmo y el escepticismo; el idealismo romántico alemán que coloca lo infinito en lo finito; el positivismo que absolutiza el método científico; la fenomenología husserliana que mediante el yo trascendental termina abandonando la metafísica trascendente; el existencialismo ateo que temporaliza la realidad humana y termina extraviándolo en el desamparo o en la falsa libertad absoluta; el estructuralismo y postestructuralismo que naufragan en el énfasis de la realidad exclusivamente inmanente; la filosofía lingüística y semántica que se apaga en la logística de los signos empíricos; y la postmodernidad que con su metanarrativa escéptica consagra la ontología débil y la era del vacío.

 Es innegable que contra corriente de naufragio de la metafísica del ser y de la persona hubo movimientos en contra desde Pascal, el teísta espiritualismo italiano de Rosmini, Gioberti y Galluppi, hasta el personalismo cristiano, pero se mantuvieron como movimientos subalternos. La amenaza del nihilismo y su enorme dosis de estupidez escéptica fue aumentando hasta poner al borde del exterminio el legado heleno y cristiano.

Sin lugar a dudas, la existencia de las eras estúpidas es una realidad, sobre todo en la fase de decadencia cultural, pero ninguna como la actual alcanzó tan altas cuotas de estupidez imperante. Y no es casual que esto suceda porque el hombre vive muerto desde que mató la verdad ni vive en la esencia de la verdad. La decadencia de la civilización moderna es irreversible, nuestra misión debe ser que su expiración sea lo menos traumática posible para que no obstruya el surgimiento de una nueva civilización basada en el amor y la verdad absoluta que es Dios.

Pero esto significa advertir que no sólo hay que invertir los valores del mundo burgués –como ya lo destacó M. Scheler- sino que hay que invertir el orden metafísico naturalístico y escéptico, porque detrás del resentimiento moral está el resentimiento metafísico contra lo trascendente. El narcisista, light y superficial hombre postmoderno cuyos impulsos hacia lo heroico, viril y trascendente han sido reprimidos, y en esto se parece a la solterona que reprime el impulso sexual a la reproducción, no se encuentra libre del veneno del resentimiento metafísico y moral. Su aparente indiferencia existencial es en el fondo el más grande señalamiento de lo serio e importante que intenta negar.

Esta ostensiva actitud débil y vengativa de la humanidad postmoderna, más propia de la condición femenina, refleja el papel reactivo y pasivo de ser conquistado, que impone el mundo burgués manipulador de la libertad personal. No es extraño que una civilización esencialmente utilitaria tenga que ser profundamente estúpida, casquivana, chismosa, prostibularia e inauténtica. En este sentido, el mundo moderno que bebe de las fuentes del humanismo escéptico, racionalismo, empirismo, fenomenismo, naturalismo, materialismo y ateísmo, es profundamente antihumano. Por ello degrada el amor.

Ya Kant eliminó el amor de entre los agentes morales. Pero el amor no es un afecto sino un acto intencional del espíritu humano y uno de los constitutivos metafísicos de Dios –los otros dos son la inteligencia y la voluntad-. Por eso, la moral cristiana –y no sólo la teología de la liberación- prohíbe el odio de clases pero no la lucha de clases. Pero en la actualidad se suplantó el cristianismo genuino por la niveladora civilización moderna filantrópica de falso amor a los hombres en vez de los principios de la propia salvación que regían las órdenes antiguas, especialmente en los benedictinos. Y es que el ascetismo antiguo tenía el ideal de conseguir el máximo goce con el menor número de cosas útiles.

En cambio, la civilización moderna ha invertido la dirección de dicho ideal. Al buscar el máximo goce con el mayor número de cosas útiles al final desemboca en la pérdida del sentido de la vida. Así, la civilización moderna se complace en haber logrado extender el número de años que se vive, pero para qué si ha disminuido ostensiblemente la capacidad de darle sentido a la vida. El hombre moderno tiene acceso a tantas cosas que nada lo satisface. Es más infeliz que el hombre antiguo que poseía menos cosas pero era más feliz.

El resultado es la destrucción del sentido de la vida, de la felicidad, el goce y el amor, y el incremento exponencial de la infelicidad y la estupidez. La inversión de los valores mediante el hedonismo del impulso adquisitivo no sólo hizo perder el sentido de la vida, sino el sentido del Ser y de la Persona. Por eso la estúpida civilización moderna actual carece de sentido de la vida y de arte de vivir. Por ello, no sólo hay que superar el espíritu burgués sino el espíritu de su metafísica rastrera y hedionda. Ciencia, tecnología, economía, política, cultura y religión está condicionada e influida por la inversión metafísica del   espíritu   burgués.  

Se  trata  de  la  degeneración propia del ethos del industrialismo y postindustrialismo capitaneado por la lógica de la rentabilidad y el dinero. Con razón decía Tönnies que hoy no tenemos comunidad basada en la tradición sino la venal sociedad contractual. Y es justo aquí donde prospera el ubicuo estúpido. Se creyó ingenuamente que el descubrimiento del indeterminismo físico y el criterio holístico iba a cambiar las cosas pero lejos de ello sigue avasallando la inteligencia calculadora, que estanca la vida y el pensamiento. Se pensó que el hombre que llega a la Luna, fabrica robots, incursiona en los genes y en la nanotecnología no podía ser estúpido. Pero la verdad es todo lo contrario.

Las cosas se han hecho más grandes e importantes pero los hombres se han vuelto más insignificantes e intrascendentes. En la civilización materialista el ente es más importante que el ser, lo óntico obscurece lo ontológico y Dios es invisibilizado. En los países andinos como Ecuador, Perú, Bolivia esto favorece un revival de las paganías andinas precolombinas, y precristianas en Cuba, Venezuela, Colombia y Brasil. En América Latina el sincretismo cristiano popular está retrocediendo ante el revival pagano. La Iglesia romana misma es corroída y remecida por la simonía, la avaricia, la corrupción, que nace de la misma moral utilitaria de la civilización moderna que la envuelve y la corroe. Imposible obviar al importante contingente que aduce, exactamente como el empirista Hume, no creer en Dios porque no lo ha experimentado aunque no descartan que puedan experimentarlo.

Vana es la respuesta de Kierkegaard que frente a la verdad racional y universal se tiene a la verdad existencial, donde lo bueno es caer en manos del Dios vivo. El criterio sociológico marxista sigue imperando con su idea materialista de que no es el Espíritu el que genera el cambio material sino al revés. Evolucionismo y freudismo fortaleció la visión naturalista del hombre. A resultas lo que se tiene no es una visión humanista sino hominista. Ni siquiera el existencialismo de la libertad y de negación de la esencia humana superó el horizonte inmanentista. Todo lo real maravilloso quedó limitado al propio subconsciente y a la propia naturaleza. El hombre queda reducido a pura materia que se encendió miles de millones de años atrás. ¿Pero quién la encendió? Es una pregunta sin sentido, engañosa e inútil que la estupidez nihilista del inmanentismo actual deshecha supinamente.


31 de octubre 2017

domingo, 22 de octubre de 2017

LOS INTELIGENTES ESTÚPIDOS

LOS INTELIGENTES ESTÚPIDOS
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Crítica de la razón estúpida 
Se suele pensar que se hace estupideces por ilogicidad, más nuestra convicción es que la verdad consiste en lo contrario. Es decir, se hace estupideces dentro de un determinado contexto lógico. Nos explicamos. Si la estupidez no fuese tan lógica no hubiese prosperado tanto en el género humano. Por eso siempre he tenido la sospecha de que el hombre no es estúpido por accidente sino por sustancia. O mejor, el hombre necesita de una gran dosis de estupidez para a contrapelo dar sentido a su vida. Incluso Goethe le dio la necesaria importancia diciendo: “Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano”. Además, lo estúpido muchas veces tiene la ventaja de ser jocoso, y al hacer estallar la hilaridad se enlaza con la felicidad. Esto provoca cierto incremento en la respetabilidad de la estupidez. Por ejemplo, ¿cuál es el lápiz más peligroso del mundo? Lápiz tola. O sea, mientras más estúpido más gracioso. Si esto no fuese cierto no habrían pasado a la inmortalidad histórica los comediógrafos griegos y romanos como Aristófanes, Menandro, Plauto, el barroco Moliere, y los contemporáneos Charles Chaplin, Woody Allen, entre otros. La comedia no es exactamente estúpida, al contrario, es un arte bien elaborado que explota los vicios, defectos y debilidades de personajes y personas comunes. Pero una cosa es la estupidez en la comedia, otra es que la estupidez sea cómica y otra que la estupidez sea tomada en serio. Razón tenía Michael de Montaigne al decir: “Nadie está libre de decir estupideces, lo grave es decirlas con énfasis”.

El asunto es que la estupidez humana suele ser remitida por comodidad a la ilogicidad. ¿Pero, acaso, es esto cierto? Cuando observamos la historia y la vida cotidiana con cierta serenidad no se tarda uno en darse cuenta de la cantidad insólita de cosas estúpidas que llenan la vida humana. Konrad Adenauer expresó cierta vez: “Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería”. Pero no seamos tan inclementes porque incluso las cosas estúpidas, como la avaricia y el lujo –muy bien estudiado por Werner Sombart (1863-1941) en sus libros El Burgués y Lujo y capitalismo- suelen ser factores importantes en los cambios históricos. De manera que si el hombre es la criatura racional por excelencia, hay que interrogarse: ¿Tiene todo esto un sentido lógico? ¿Cuál es la esencia lógica de la estupidez? ¿Puede el hombre vivir sin la estupidez? En el fondo el problema de la estupidez nos remite a la estructura misma de la racionalidad. ¿Exigirá la intonsa estupidez su derecho a ser incluida en una nueva teoría de la razón? Por lo demás, así como hay épocas donde la sesera se llena de razones graves y profundas, también las hay en las que está ocupada por la trivialidad y la ridiculez.

A propósito de las contradicciones ínsitas en una misma época recuerdo una anécdota trivial y a la vez grave, que ilustra el imperio omnímodo de la estupidez. En una reunión social Einstein, el científico más conocido y popular del siglo veinte,  se encuentra con el símbolo del humorismo y cine mudo, Chaplin, y en el decurso de la conversación, Einstein le dice a Chaplin: Lo que he admirado siempre de usted es que su arte es universal, todo el mundo le comprende y le admira. A lo que Chaplin manifiesta: Lo suyo es mucho más digno de respeto, todo el mundo lo admira y prácticamente nadie lo comprende. Dos genios pasándose la oscilante pelota de la estupidez del mundo. Nadie como Chaplin, cuyo personaje encarna al vagabundo de maneras aristocráticas, corazón bueno pero sin un centavo en los bolsillos, para expresar mejor que nadie las contradicciones estúpidas y crueles de nuestra época.

Para el ínclito Ariosto nadie está exento de la mancha de la tontería. Así, codicia, orgullo, vanidad, credulidad, prejuicios, burocratismo, fanatismo, incredulidad, erotomanía y otros defectos hacen del hombre un ser estúpido. La obra cumbre de la estupidez podría acabar con la raza humana en un exterminio nuclear. La estupidez es una epidemia, un lujo devastador, destructivo y costoso de la humanidad. Solamente el inteligente comprende que es estúpido, y esta comprensión se convierte en el acto supremo de la inteligencia. Por ello, razón tenía Moliere al razonar que un estúpido ilustrado es más estúpido que un estúpido ignorante. De modo que no hay que exagerar para darnos cuenta de la importancia histórica y filosófica que tiene el cavilar sobre la relación que guarda la estupidez y la lógica. Lo misterioso es que no sabemos realmente qué es la estupidez, esquiva es su definición, pero no es expresión del temor, sino que es algo más complejo y sus términos forman una verdadera legión.

Muchas veces hasta resulta sensato hacerse el estúpido. Estupidez por sensatez resulta siendo la suprema contradicción lógica en la vida concreta, pero lo más interesante es que resulta siendo efectiva por razones pragmáticas. Es curioso que en Hispanoamérica la palabra pendejo es sinónimo de tonto, torpe, estúpido, pero en el Perú significa lo contrario, o sea sagaz, astuto, avisado. Por eso en nuestros lares corre un viejo adagio que reza así: El pendejo es el que navega con la bandera de cojudo. Otra suprema contradicción del disimulo o hacerse el sonso. Por lo demás, es intrigante la contradicción entre el homo sapiens y la estupidez, pero lo más seguro es que no es un defecto de la mente sino del espíritu. Así como hay hombres sensatos sin ser sabios hay también hombres sabios con estupideces. Con experiencia lo decía Oscar Wilde al afirmar que resulta siendo suficientemente sensato hacer tonterías de vez en cuando.

Pero yo tengo la profunda impresión que la estupidez tiene su propia lógica. Y con ello no sólo nos referimos a la ironía sino también al disparate. La nueva lógica nos ha demostrado que la inteligencia humana maneja varios sistemas lógicos al mismo tiempo y en situaciones diversas. La lógica de la estupidez no es una parodia de la lógica formal, aunque tenga esa apariencia por su forma pero por su contenido constituye un propio ejercicio lógico de la razón. Lo encantador de la estupidez es que tiene la virtud de jugar con la posibilidad de las contradicciones locales como la lógica minimalista, y también puede pasar a considerar fatal a la contradicción como en la lógica intuicionista clásica. Por ejemplo, como cuando flaco Laurel enciende fuego con su pulgar, y cuando el gordo Hardy hace lo mismo se quema el dedo. Si esto es así, entonces no es cierto que con la lógica no se puede reír, sino, al contrario, hace posible el reír.

La gran pregunta que se podría dilucidar de todo esto es si la lógica de la estupidez es una verdadera lógica de la deducción o si tiene una lógica privilegiada. Lo singular del caso es que la estupidez tiene sus leyes y dichas leyes del pensamiento estúpido siendo un desafío para el pensamiento correcto sin embargo ayudan para la cognición del mundo objetivo defectivo. Pero dichas leyes no sólo ayudan a la cognición de taras y defectos sino a la tolerancia propia y con ello hace la existencia más soportable. La estupidez cómica puede ser un gran medio de consolación y diversión pero también de insubordinación. Con ello no sólo tiene una función epistémica y timética, sino principalmente relajante y motivadora. El hombre sabe que la inteligencia artificial, por ahora, no puede reír y eso se convierte en motivo de burla y de acusación de la estupidez de la máquina.

Hacer que la máquina ría y haga estupideces implicaría traducir en lenguaje artificial o en algoritmos la lógica de la estupidez. Hasta que ocurra esto recordamos la siguiente cantinflada: Dos amigos paseando por un parque de atracciones se encuentran con una maquina sabia, uno de ellos le dice al otro:- ¡Juan esta máquina es una maravilla lo adivina todo! El amigo totalmente por la tontería escuchada, incrédulo se ríe diciéndole que eso son tonterías, y que para demostrárselo va a introducir una moneda, dicho y hecho, introduce la moneda y con voz metálica le responde la maquina:
-Qué quieres saber. El incrédulo le dice: ¿Dónde está mi padre? Le responde la máquina: jugando al dominó en la bodega de la esquina. El incrédulo riéndose estruendosamente le dice a la maquina: mi padre murió hace cuatro años. A lo que le responde la máquina: tu padre está jugando al dominó, el que murió hace cuatro años es el marido de tu madre. Pero aquí se observa que lo insólito y lo inesperado de la respuesta tiene su logicidad. Pero cuál es.

Desde el principio del mundo apareció la estupidez, por estupidez el hombre perdió el Paraíso. El prejuicio, el fanatismo, la ambición y la ignorancia son sus formas principales. Pero hay algo muy especial en la verdadera estupidez y es que no duda y menos el estúpido. Dichoso el estúpido que está libre de dudas, pero esto suele ser un estado temporal y a veces permanente incluso en hombres muy inteligentes. Un libro muy ilustrativo al respecto es de Paul Tabori, Historia de la estupidez humana, y allí muestra que la Avaricia ocupa el primer lugar desde tiempos inmemoriales y en la actualidad nosotros lo podemos apreciar en la inequidad que reina en la globalización neoliberal. Desde las minas del rey Salomón hasta los negocios especulativos de las megacorporaciones privadas podemos ver el imperio de esta forma de estupidez. Si el fin justifica los medios, entonces es comprensible lo dicho por Napoleón: “Cuando se hacen tonterías, éstas por lo menos deben dar resultados”.

Otra de sus ilustres formas más importantes es la Vanidad, la cual es alimentada por la lógica de la ambición, el servilismo y la absurda autodegradación del alma y del cuerpo. Actualmente la vanidad ha salido de las cortes reales europeas para instalarse en la vida del hombre común a través de la moda incentivada por el consumismo del mercado capitalista. La moda postmoderna del sistema fetichista de la apariencia y el espectáculo refleja la estupidez generalizada de la sociedad de consumo donde el individuo alienado pierde su personalidad. La normalización de las necesidades artificiales bajo el imaginario capitalista impone la frivolidad y la teatralidad del cuerpo como experimento. La Generación X y su moda andrógina revelan muy bien lo que Lipovetsky describe en su libro El imperio de lo efímero. Yo creo que la moda es el campo privilegiado en el que se va contra la recomendación de Sartre: “Nadie debe cometer la misma tontería dos veces, la elección es suficientemente amplia”.

La locura del orgullo se refleja también no sólo en la manida afición en los árboles genealógicos sino en la acumulación de grados y títulos para fines puramente promocionales y ascenso social, antes se trataba de aumentar la fama y la gloria ahora se trata de acceder a mayores ingresos económicos y aumentar el ritmo de vida consumista de la vida alienada. Se dice que estamos en la era del conocimiento pero en realidad se está en la era del consumismo frenético. El conocimiento se ha convertido en un medio para un fin económico y el hombre mismo ya no tiene dignidad sino precio. La estupidez del consumismo supera a la del burocratismo. Si el burocratismo es estúpido y maligno, comienza con la adquisición de autoridad, lo que atrofia la inteligencia, no tiene piedad, es ilógico, ama las frases largas y complicadas, es pomposo, ama los secretos, se divorcia de la realidad y no cree en la justicia sino en el papeleo; en cambio el consumismo es más mentecato y pérfido, comienza con la acumulación de cosas materiales, lo que atrofia la voluntad, no tiene saciedad, es absurdo, ama las frases directas y cortas, casi telegráficas, se divorcia de las necesidades reales, , es exhibicionista, ama el espectáculo, convierte lo real en ilusión y no cree en la justicia sino en el libertinaje.

Pero la estupidez humana no se limita a cosas banales, pues también invade fueros majestuosos como el de la justicia. La estupidez de la justicia con su suprema majestad puede también ser expresión de la suprema estupidez. La manía de pleitar, la legislación múltiple, el juicio a animales, el lenguaje engorroso son cosas pequeñas con la actual falta de castigo para los responsables de la crisis hipotecaria del 2008 que provocó un verdadero Crash financiero. La justicia no tiene nada que decir, está callada respecto al infierno ecológico chino, el estilo de vida californiano, el mito del desarrollo sostenible, el desequilibrio físico-social, la amenaza de terrorismo nuclear, el creciente abismo social global y el antropocenio destructivo. Guarda un silencio sepulcral ante toda esta locura.

En otras palabras la justicia está envilecida y callosa en sus estúpidas circunvoluciones codigeras. Avanzando en terreno más interesante la estupidez se hace del corazón mismo de la filosofía y así convierte a la duda escéptica en el prodigio teorético de los últimos tiempos. La filosofía de la postmodernidad la representa en alma y cuerpo. La estupidez de la duda escéptica hizo mucho daño a inventores, científicos, poetas, humanistas y enciclopedistas, y lo más lamentable es que la duda se apodera ahora no sólo de las masas sino del hombre eminente, y ahora vemos a éste que marcha al unísono marcando el paso con la mediocridad ambiente del nihilismo cultural y la cultura del espectáculo. La locura de la incredulidad es otra muestra de la estupidez humana en un mundo sin Dios ni trascendencia. A propósito del nombre de un juez:—Hola, ¿cual es tu nombre? —Unos me dicen Teo y otros me dicen Doro.. —Ah, te llamas Teodoro —No, Doroteo.

Las ciencias tampoco son indemnes a la estupidez humana y se encarna en el naturalismo biologista, sucedáneo del materialismo. Ya Searle reducía la conciencia a un problema biológico y a la mente a un problema cerebral, sin darse cuenta que la physis biológica conduce a la physis ontológica, ésta a la metafísica y ella a la teológica. Se trata de un conciliábulo de inmanentistas y temporalistas que reducen el problema de la vida a lo biológico sin tomar en cuenta la dimensión preternatural, espiritual y eterna de la vida humana. Las ciencias genómicas tienen la virtud de poner fin a la idea cartesiana-hobbesiana de que las ciencias son éticamente neutras, pero tienen el defecto de desarrollar un bioderecho que amenaza con la manipulación de genes con fines subalternos. La medicina individualizada, el uso de transgénicos y la biotecnología en vez de ponerse al servicio de la demanda de alimentos, medicinas y de un ambiente sin contaminación son puestos al servicio de la ganancia megacorporativa. A propósito de la divina ciencia: -Las matemáticas son sencillas... -Si tú tienes 20 dólares y tu mujer 5...-Ella tiene 25 dólares.

Los fines militares y las élites económicas amenazan  a las ciencias de la vida dando un sesgo inmanente a la primacía del criterio ético, para así sepultar cualquier consideración religiosa, metafísica, teleológica y trascendente que estorbe a sus intereses. Es una estupidez no frenar el uso irresponsable de la biotecnología. A propósito de uso irresponsable aquí viene una anécdota a cuento: Una mujer entra a una farmacia y le pide al farmacéutico: –Por favor, quisiera comprar arsénico. Dado que el arsénico es muy tóxico y letal el farmacéutico quiso saber más datos antes de proporcionarle la sustancia. – ¿Y para qué querría la señora comprar arsénico? – Para matar a mí marido.
– ¡Ah, caramba! Lamentablemente para ese fin no puedo vendérselo. La mujer sin decir palabra abre la cartera y saca una fotografía del marido haciendo el amor con la mujer del farmacéutico. –¡Mil disculpas!, dice el farmacéutico no sabía que usted tenía receta
.

Después de este esparcimiento estúpido volvamos a lo nuestro. Al volver apreciamos que la insólita respuesta guarda logicidad. El avance de la ciencia le quitó al hombre identidad porque el dualismo idealista o materialista lo redujo a subjetividad o mecanismo maquinal. Pero cada vez es más notorio que frente a la estupidez de las ciencias de la vida hace falta recuperar el horizonte de lo trascendente para devolverle al hombre su identidad integral.

La estupidez también ha sabido penetrar en la tenaz supervivencia de los sueños de la humanidad que se muestra en los mitos y ensueños. La manipulación de estos sueños ha generado creencias seudocientíficas estúpidas (seres extraterrestres, juventud eterna, invulnerabilidad, invencibilidad, etc.). La racionalidad mítica ha sido envilecida y manipulada para mantener a las masas subordinadas a los prejuicios del poder y del mercado. Pero la estupidez erótica se lleva la mejor performance. Vivimos un erotismo degradado. No sólo reviste en los países postindustriales todas las formas de sadismo y perversión, sino que sus derechos son defendidos como cosa buena. Esta forma de locura y bestialización degenerada del sexo es directamente proporcional al grado de cosificación y deshumanización operada por un aparato económico-social que ha puesto sobre el hombre el dinero y a la ganancia como dios supremo.

A propósito de erotismo y estupidez viene a cuento un chiste español: “-Cariño, ¿por qué le has dicho a todo el mundo que tienes sida si lo que tienes es cáncer de pulmón? -Porque me voy a morir, pero a mi mujer no se la folla nadie”. Hay quienes opinan que la estupidez de la mujer es inofensiva y encantadora, en cambio la del hombre es peligrosa cuando no mortal. De cualquier forma si se inventase una vacuna contra la estupidez, el estúpido sería el primero en creer no necesitarla.

Con semejante multiformidad parece muy dificultoso determinar la esencia lógica de la estupidez, pero de algo sí estamos seguros, a saber, tiene su lógica y es muy importante en la vida humana. Pero por qué. El sentido significativo de la estupidez es lo torpe inesperado lingüístico o gestual que causa risa. Por ejemplo, “Creo que tengo el peor trabajo del mundo”, dice el cepillo de dientes; “¿Estás seguro?”, le responde el papel higiénico. Tiene todo esto un sentido lógico preciso. O esta otra: “Yendo a buscar agua Marte, pudiendo venir a Galicia”. Entonces, ¿Cuál es la esencia de la estupidez? Si consiste en la falta de entendimiento para comprender o carencia de destreza para hacer las cosas, entonces estamos ante un defecto, una defección, una debilidad. ¿Puede el hombre vivir sin la estupidez? Aparentemente no, siempre seremos incapaces de algo.

Pero todo esto ¿nos remite a la estructura misma de la racionalidad? El hombre para existir no tiene lógica privilegiada, sino que su razón en diferentes situaciones emplea diferentes lógicas y una de ellas es la de la estupidez. ¿Exigirá la enterada estupidez su derecho a ser incluida en una nueva teoría de la razón? Sin duda, no puede ser remitida simplemente al cajón de sastre de la irracionalidad. Su intonsa presencia tiene demasiada importancia entre tanto estropicio de la historia de la humanidad.

Por lo demás, en nuestra ligera época sin valores el que cree llevar una vida controlada y dirigida por una racionalidad sin estupidez es candidato al Premio Nobel de la estupidez absoluta. Allí tenemos para desmentirlo a la desenfrenada carrera de armamentos emprendidas especialmente por los países más avanzados del planeta y que deberían mostrar más sensatez. Así, un solo tanque M 1 Abrams cuesta el equivalente a cinco centros culturales totalmente equipados; un helicóptero eurocopter Tigre equivale a la atención social durante un año de treinta mil personas en extrema necesidad y un solo caza bombardero F 22 equivale a tres grandes hospitales. Ni pensar en el costo de las armas nucleares. A propósito de armas. Un ladrón entra a un banco, apunta con su arma al cajero  exige que le de todo el dinero. Una vez con el botín, se da la vuelta hacia uno de los clientes y le pregunta: -¿Usted me vio robar? -Sí, pero de refilón. El ladrón le pega un tiro en la cabeza. Se dirige a otra persona que había al lado. -¿Y Usted me vio robar? -No, la verdad es que apenas vi nada...El ladrón le pega dos tiros en la cabeza. Se da la vuelta hacia una familia que estaba parada a su lado  pregunta: -¿Y Usted, me vio robar? El hombre contesta: -Yo no vi nada...pero mi suegra si, la vi grabando con el celular.

No querer ver esta nuestra realidad trivial y ridícula, obedece a nuestro insensato narcisismo antropocéntrico, exacerbado por la modernidad egocéntrica y egolátrica, solipsista e inmanentista. Lo asombroso es que en medio de tanta tontería nos pueda seguir gustando una cantata de Bach, una sinfonía de Beethoven o un grabado de Durero. Lo cual ratifica que el hombre es portentoso en su grandeza y ridículo en su miseria. Nada expresa mejor esta dramática oscilación antitética de nuestra naturaleza entre la sensatez y la estupidez.

En suma, la compleja relación entre lógica y estupidez puede definirse del siguiente modo:
(1)Como la Lógica no es una sino un conjunto diversificado de sistemas lógicos, la estupidez o juega con dichos sistemas o tiene su propio sistema o ambas cosas.
(2)Como lenguaje lógico, la estupidez –oral, escrito o gestual- no establece la verdad sino lo inverosímil.
(3)Lo fundamental en la lógica de la estupidez no son los conceptos ni la formalización sino lo estereotipado e insólito.
(4)Su lenguaje no se compone de proposiciones u oraciones gramaticales aseverativas –por ejemplo 1 más 1 es 2- sino de oraciones exclamativas, interrogativas e imperativas.
(5)Que el lenguaje de la lógica estúpida sea un sinsentido en la lógica proposicional demuestra que la mente humana maneja en diferentes situaciones diferentes lógicas.
(6)En su estructura lógica de premisas verdaderas se pueden obtener conclusiones absurdas.
(7)Lo absurdo de la conclusión no asegura la verdad ni la falsedad de las premisas.
(8)No mejora el razonamiento cotidiano ni el razonamiento científico sino que divierte y entretiene.
(9)Los gestos estúpidos pueden ser sustituidos por la retórica estúpida porque no busca probar ni convencer un saber verdadero en filosofía  ciencia, sino divertir la cotidianidad común.
(10)El razonamiento estúpido es unilateral y vertical pero lejos de imponer a la razón una rigidez catatónica, se convierte en su abuso en un instrumento anomizante e inútil.
(11)Su nula comunicación aseverativa se agota en acrobacias divertidas que relajan a la razón sensata. La mente humana recurre a lo insensato para relajar su sensatez.
(12)La estupidez universal no sólo expresa la barbarie presente en todo tiempo sino también la luz del que se ríe de su propia nada.
(13)La propia ley lógica de lo estúpido es manifestar consciente –en el chiste- o inconscientemente –la torpeza- la fórmula demostrable del vacío exterior –un microcosmos que se aburre ante lo infinito espacial- y del vacío interior –un microcosmos que no encuentra tranquilidad sino en el infinito espiritual- que rodea la finitud humana.
(14)El telos lógico de la estupidez humana es denunciar la vanidad del historicismo y del iluminismo como fin y sentido de la existencia.
(15)El misterio de la lógica de la estupidez es la esencia de la historia de la humanidad desde Adán en adelante, que produce las negatividades de la existencia pero que también se ríe de ellas.
(16)La lógica de la estupidez al romper la absolutización de la historia y del humanismo absoluto revela la inconsistencia del intelecto humano.
(17)Su ínsita contradicción radica en señalar lo trágico de la vida y la finitud ontológica mediante la ironía divertida.
(18)Su expresión más nociva, soberbia y nada cómica es convertir la razón finita en omnipotente.
(19)La lógica de la estupidez no soluciona el problema del dolor humano, aunque la haga más soportable, ni el problema de la limitación de la razón, a la cual humilla constantemente.
(20)En última instancia la lógica de lo estúpido denuncia la fragilidad de solucionar todos los asuntos humanos en el horizonte del tiempo y de excluir a Dios. En una palabra, lo estúpido nace de colocar lo infinito en lo finito.
Y como para no extraviar el rastro de nuestro insigne tema se me ocurre rendir homenaje a la Estupidez recordando lo que sigue: -Oye, ¿qué es peor, la ignorancia o el desinterés? -No lo sé, ni me importa.
22 de Octubre 2017

jueves, 19 de octubre de 2017

CUÁDRUPLE RAÍZ DE LA RAZÓN ESTÚPIDA

CUÁDRUPLE RAÍZ DE LA RAZÓN ESTÚPIDA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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La estupidez parece ser un compañero inseparable del hombre histórico. Ha estado presente en todas las épocas de la humanidad. Pero nunca resultó ser más peligrosa que ahora. La capacidad de autodestrucción humana se ha multiplicado exponencialmente. Efectivamente, es en la modernidad tecnológica cuando la estupidez resulta ser mortífera. Y lo es porque el reino de la razón autónoma que le sirve de fundamento tiene un rol protagónico en la crisis de la conciencia humanística.

No es que la humanidad sea estúpida a partir de la modernidad, sino que desde ella se ha agudizado el proceso de estupidización humana. Y ello se ha producido desde el abandono del idealismo objetivo, la negación de la metafísica realista y su paso al idealismo subjetivo con su negación del Ser que funda todo ser. Empirismo, racionalismo, criticismo, iluminismo, materialismo, naturalismo, positivismo, fenomenología, existencialismo ateo, positivismo lógico, filosofía analítica, estructuralismo, postestructuralismo y postmodernismo representan la agudización de esta crisis de la razón que clausuró la trascendencia, entronizó la inmanencia y ahondó la voluntad de poder del inmanentismo. La sustitución de la verdadera trascendencia por el Yo pienso alentó no sólo el ateísmo y el escepticismo sino también la estupidez del hombre.

El diosecillo terrestre que divorció a la propia razón de su reconocimiento de las verdades suprarracionales, fue la piedra de toque para repotenciar lo estúpido en el hombre. El resultado de la absolutización de la razón humana fue el ahondamiento mismo de la estupidez del hombre. ¿Cómo fue esto posible? Por el camino de colocar lo infinito en lo finito. Camino que por razones cosmológicas está explícitamente expuesto en Bruno, cuando distingue entre “infinito-infinito” que no padece ni sufre y el “infinito-finito” que actúa y padece. Al romper con la imposibilidad aristotélica del infinito actual y coincidir con el infinitismo de los presocráticos abre uno de los conceptos claves de la ciencia moderna y trata de la infinitud de lo finito. En otras palabras, el drama del agravamiento de la estupidez humana tiene relación con el pensamiento moderno que asume una razón que no se abre a la fe y a lo sobrenatural. Aquí no se trata de suscribir la opinión de Donoso Cortés, según el cual sólo un retorno a la fe puede salvar a la civilización actual. No. Un pensamiento finalista no tiene obstáculo en reconocer que los retornos son antihistóricos y anacrónicos.

Sencillamente la estupidez humana hay que combatirla, a pesar que se vaya incrementando con el avance de la civilización misma. Pero en una palabra, la civilización que coloca lo infinito en lo finito decreta la profundización del proceso de estupidización. Lo irónico es que se trate de la civilización de la exploración espacial, la conquista del átomo y la edificación de la inteligencia artificial con el cibermundo. De Descartes a Vattimo han sido quinientos años de errores y de abandono de los fundamentos metafísicos. El hombre prometeico ha conquistado la materia pero extravió el espíritu. La consecuencia inevitable sería el amenazante incremento de la estupidización del hombre.

¿Pero cómo sería el mundo sin los estúpidos? Los racionalistas a ultranza creen que mucho mejor. Por lo menos no habría las desastrosas guerras. Para los irracionalistas sería tremendamente aburrido hasta el límite de la desesperación y la locura. Al menos nos causan risa y provocan diversión. Pero si no nos apartamos del justo medio aristotélico se debería aceptar su existencia como tolerable y hasta necesaria. Y sin necesidad de ser superlativo puede aceptarse que viene a ser casi como una de las fuerzas fundamentales de la historia. Casi como el reposo indispensable a las tareas serias de la razón. O mejor, casi como un vacacionar momentáneo de la misma razón. Lo peligroso es que torne lo transitorio en permanente y allí se estaría ante una etapa final de la historia. ¿Es acaso esto posible? Lo evidente es que lo estúpido no parece ser como una adolescencia fugaz de la razón, de lo contrario hubiese desaparecido hace mucho tiempo. Más, lo estúpido no parece tener una relación indesligable con las crisis de crecimiento ni con las crisis de decrepitud de la razón. Pues en ambas brilla por su presencia.

Es innegable que hay causas histórico-sociológicas que pueden incentivar o disminuir la estupidez humana. Y en esto no discreparía la visión secularizada, racionalista e ilustrada del hombre como homo sapiens, criatura en evolución, criatura decadente y hasta el venidero superhombre. Pero ni lo histórico-sociológico, ni la mera estructura de la razón explican todo el fenómeno de lo estúpido. De esta forma tiene que ver su existencia con algo más profundo que las meras coyunturas históricas. Tiene que hundir sus raíces en algo transhistórico y metafísico. Por eso es necesario y valioso ahondar en la visión teológico-metafísica del problema. ¿Tendrá que ver con la propia estructura del espíritu humano? Veamos. Si las facultades primordiales del espíritu son el entendimiento, la voluntad y el sentimiento, y si la estupidez pertenece a un estado del espíritu, entonces debería estar presente en sus tres principales potestades. Y al parecer lo está. Lo está en el entendimiento por la ignorancia, la estrechez mental y la vesania. En la voluntad por la abulia, la arrogancia y la intemperancia. Y en el sentimiento por la frialdad, el orgullo y la promiscuidad.

Pero eso no es un mero atisbo psicológico-antropológico del problema de la estupidez. Pues, la antropología filosófica judeo cristiana añade un elemento teológico y providencialista, a saber, el mito del Edén. Dios creó a nuestros primeros padres en estado de gracia. Allí la maligna serpiente no tienta directamente al primer hombre Adán, sino que lo hace indirectamente a través de su bella y agradable compañera Eva. Es la primera mujer la que se deja tentar por el demonio, desobedece la orden divina y seduce a Adán. Esto es, la estúpida ignorancia e ingenuidad de Eva junto a la estúpida confianza de Adán arrastra consigo el misterio del pecado de desobediencia y soberbia con la repercusión cósmica del primer pecado del género humano, que creyeron en la mentira del demonio que serían como dioses. El desastre remolcó consigo a toda la naturaleza humana. Desde entonces se revuelca en la estupidez. No siendo un pecado personal el pecado original se trasmite por naturaleza humana. Su realidad es dogma de fe y se lava con el sacramento del bautismo. Por el bautismo renacemos. El poder del diablo se mantiene como tentador y enemigo, pero actúa con permiso de Dios sobre el hombre no caído y el hombre caído.

Para San Agustín esta vida de la gracia recuperada por el bautismo necesita respirar por medio de la oración. La oración sería la respiración del alma. Al perderse la gracia se sufrió daño en la vida sobrenatural y en la vida natural. El más grande efecto fue su separación con Dios. Pero sería Dios el que elegiría el momento para restablecer la unidad con la Redención de Jesucristo. La Redención es histórica y pertenece a la plenitud de los tiempos. Dios prepara a María sin pecado original y la preserva sin pecado personal. La misión de Cristo fue restablecer la unidad perdida entre la raza humana y Dios por el pecado de Adán. Abrió nuevamente el cielo para el hombre. Pero su rescate para la vida eterna no eximió a la humanidad de la lucha permanente contra el pecado. Se ingresa a una nueva guerra en el que se desarrolla la orientación correcta de nuestras energías contra el pecado. Pues la gracia no es totalitaria y respeta la libertad humana. La gracia santificante no destruye la voluntad sino que la une libremente a Dios. La humanidad no es simple espectadora de su redención. Al contrario, su sufrimiento en unión con Cristo es corredentor.

El resultado es la expulsión del Paraíso y el ingreso a la dimensión cósmica del pecado original. Toda la creación se trastoca por una mala acción moral. Lo que indica algo más que la metafísica de la identidad platónica entre el Bien y el Ser, y que se refiere a la cristiana superioridad del Bien sobre el Ser. O sea, metafísicamente en el orden finito el Ser es porque participa del Bien. Sólo en Dios infinito, creador y providente ambos se identifican, en las criaturas la correspondencia es por participacion. En suma, las consecuencias funestas del pecado original no solo lo fueron para la raza humana sino para toda la creación. Esto quiere decir que siendo la presencia de Dios en nosotros de carácter ontológico, el hombre incurre en la estupidez desde el pecado de la soberbia. Pero esta íntima conexión entre estupidez y pecado no está presente desde la Creación, sólo desde la Caída hasta la Redención y de ésta hasta el Juicio. O sea, estúpida no fue la Creación sino la actuación de un ser racional que desobedeció la prueba divina para alcanzar la vida eterna. Si antes de la Caída Adán era inmortal e incorruptible, después de la Caída fue mortal y corruptible. Sólo luego del Juicio Final recuperará su estado inmortal, incorruptible y redimido.

Lo que muestra que el hombre es un animal racional pero insuficiente en sí mismo. Su estupidez –que ingresa desde el pecado de la soberbia- afecta no sólo su razón sino también su voluntad y sentimiento. Todo el espíritu humano queda afectado por la profunda estupidez del pecado de la soberbia. La soberbia es en el fondo un olvido y negación de su condición de criatura. Es la necia aspiración de convertir lo finito en lo infinito, negar su distancia y diferencia metafísica. No comprender el carácter preparatorio de esta vida dentro del misterio del sufrimiento es otro signo de la estupidez humana. ¿Pero acaso el hombre tendrá alguna vez el panorama completo de la realidad? Lo tendrá en la otra vida, cuando reciba la virtud sobrenatural de la fe y el don del entendimiento. Pues nuestro intelecto y nuestra voluntad están dañados, por eso nuestra respuesta a la gracia es siempre imperfecta. Pecamos y somos estúpidos porque nuestra voluntad está enferma y se complace en el Yo individual. Por eso el Diablo es regocijo del Yo en el Yo. En esta vida el peligro de pecar y ser estúpido es permanente. Pues la gracia no elimina la guerra contra el pecado, sino que la intensifica.

En el Final de los Tiempos se acrecentará peligrosamente la estupidez humana en la apostasía general, pero también sobreabundará la gracia desarrollando junto a los hábitos naturales los hábitos sobrenaturales. Así, el hombre es un ser capaz de ser llenado por Dios (capax Dei). Pues en esta vida el hombre no puede eludir del todo la estupidez pero sí puede hacer lo sensato, esto es, entrenar el cuerpo para el bien del alma y orientar las propias energías contra el pecado. Pero en la otra vida la mente capacitada por la fe vuelve lo complejo en simple y ve que lo único importante es la relación del alma con Dios. Es decir, no obedecer las leyes de la realidad nos quebranta a nosotros mismos en la estupidez y el pecado.

En síntesis, existe una cuádruple raíz en dos niveles de la razón estúpida. A saber: a nivel empírico tenemos la raíz histórico-sociológica y la raíz antropológico-lógica. Y a nivel transhistórico-metafísico hallamos una raíz teológico-providencialista y otra raíz metafísico-ontológica. En el primer nivel se advierten factores históricos (época de auge y de decadencia), sociales (políticas de opresión social y descuido educacional), antropológicos (idiosincrasia, carácter) y lógicos (mentalidad mágica, mítica o deductiva).

En el segundo nivel se aprecia el factor teológico (plan providencial divino) y el metafísico (contraste y relación de lo finito y lo infinito). La comprensión de esta cuádruple raíz exige la consideración tanto de los elementos inmanentes como de los trascendentes. Siendo éstos últimos los que dan el sentido decisivo a los primeros es posible sostener que siendo la presencia de Dios en nosotros de carácter ontológico, el hombre incurre en la estupidez desde el pecado de la soberbia. Y seguirá siendo el tábano del hombre desde la Caída hasta el Final de los Tiempos.

De modo que la idea griega del hombre como mens, ratio o logos, con poder y fuerza sobre sus instintos y sensibilidad, queda con un poder explicatorio limitado sobre la estupidez humana. El panlogismo hegeliano que proclama que la razón domina el mundo y la historia,  donde todo lo irracional, como las pasiones y los instintos, quedan disimulados como las “astucias de la idea”,  siervos del Logos que el filósofo ebrio de Dios lo repiensa en el divino proceso dialéctico de la historia, queda refutado por el carácter contingente de la historia y el derrotero cruento del soberano intelecto. Pero el espíritu narcotizante de la estúpida soberbia humana expresada en el idealismo subjetivo tiene otra expresión en los materialismos de Marx, Freud y Darwin. El inmanentismo compartido por los tres forma parte del Regnum hominis de la modernidad. Y no menos infecunda es la ideología del superhombre para explicar la estupidez imperante y venidera. El cibermundo que promete mayor eficacia humana amenaza a su creador con su propio exterminio a manos de la máquina. Corolario mayor de la estupidez humana. Por ello, la comprensión cabal de lo estúpido no puede prescindir de la dimensión teológico-metafísica.


19 de Octubre del 2017