jueves, 13 de abril de 2017

LA RÚBRICA DEL ANTICRISTO

LA RÚBRICA DEL ANTICRISTO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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En tiempos extremos como los actuales, donde la libertad luce pervertida, desmañada y desvaída, Dios no tiene necesidad de seres obedientes y llenos de miedo, sino de seres con coraje para asumir una libertad extrema con justicia y caridad. La presente era no es solamente de apostasía, decadencia, impiedad y sevicia sino también de desafíos, de creación y libertad. Estamos viviendo una época creadora del mundo y la libertad que corresponde a la misma no es la que pierde la filiación divina refugiándose en la inacción y el temor, sino en la acción decidida por la construcción crística de un mundo nuevo.

Anticristo hace referencia a dos cosas, a saber, a un adversario decisivo de Jesucristo y a la anticipación del antagonista mediante la acción de los apóstatas que reniegan del cristianismo. En filosofía la rúbrica del anticristo se deja ver en el triunfo de la era de la apostasía de la secularización atea y en el antihumanismo que en esencia es la negación de la semejanza humana con Dios. Es decir, el hombre es un ser material y espiritual al mismo tiempo, pero los tiempos modernos de Occidente insisten neciamente en desespiritualizar al hombre. Esto ha tenido como primerísima y grave consecuencia moral la desmalignización del mal y la malignización del bien. Con ello el círculo del Anticristo en la era de la apostasía está cerrado.

Filosofía es penetrar en una esencia nueva en vez de someterse a la necesidad científica. No es someterse a la femenina receptividad pasiva sino elevarse a la masculina actividad creadora. Porque el acto creador es el acto primero del ser tiene un punto de partida ontológico, que será desconocido por la modernidad subjetivista para darle a partir de la filosofía crítica del kantismo sólo un alcance gnoseológico. Además, no toda creatividad es sinónimo de elevación espiritual, pues también hay una pseudo-creatividad –que más bien es falacia y engaño- para el descenso del espíritu. Y esta clase de creatividad es la estamos viviendo desde la modernidad. Todas las filosofías naturalistas y materialistas viven aplastadas, inertes, engravecidas, sofocadas por la materialidad determinista del mundo. En cualquier grado llevan siempre la marca del determinismo. Sólo la filosofía basada en el espiritualismo activo es capaz de alzarse sobre el yugo activo de la naturaleza y la sociedad. 

En este contexto el Anticristo es el gran embaucador de nuestros días que viene a ofrecer la felicidad del no-ser. La cultura posmoderna es el seudo-Paraíso que ofrece con la resurrección hedonista de la carne, la fragilidad del sujeto, el narcisismo andrógino, la vida sin imperativo categórico, declive de la razón, oscuridad de la intuición, imperio de lo débil, apoteosis caótica de lo festivo, nihilismo sin tragedia, indiferencia moral, retorno de la magia negra. En una palabra, a la libertad caída diabólica le acompaña la discordia, el caos, el vicio, la depravación, el odio, la división, la disensión y la anarquía. Mientras el amor es el contenido de la libertad auténtica, el odio y el vicio es la entraña de la libertad diabólica. No en vano la drogadicción masiva en las sociedades capitalistas más avanzadas refleja la petrificación de las fuerzas creativas del espíritu, la esclerotización de la libertad por la fuerza del vicio y la decadencia de la fe en la época de la redención. 

El mal no es ningún cumplimiento escatológico de algún proceso teogónico ineluctable, como suponían los místicos alemanes. Por el contrario, el mal es el mal hábito y opción de la libertad en el ejercicio de la virtud. El mal no viene de Dios, sino de la libertad negativa, malsana y diabólica. La posmodernidad es la última convulsión de la arcaica libertad diabólica. Por eso es que no es creativo sino orgiástico, desconoce en el hombre su contenido universal superior, niega su microcosmos y su condición cósmica, anhela febrilmente nunca separarse de la dependencia exterior, celebra la disminución de la personalidad creativa, su individualismo es enemigo de la individualidad, y ahonda la tendencia nihilista hacia el no-ser. 

Su afirmación histérico-narcisista de la individualidad representa la negación radical del individuo. Encarna la tragedia final del individuo, en tanto que representa la tragedia de la libertad privada de contenido. Su psicología servil a las cosas es un retorno a la edad infantil. En su no saber lo que quiere lo quiere todo y a la vez no quiere nada. Todo lo aburre y todo lo quiere. En su apasionamiento por sentir el deseo por el deseo se pierde en la selva de la concupiscencia. Es el retorno a la libertad de la caída y a la edad infantil de la historia. Pero esta libertad sin contenido es disolvente y autodestructiva. Ni siquiera es comparable a la libertad negativa de la que habla Fromm o a la libertad antidialéctica del hombre unidimensional de Marcuse. Aquí la libertad recibe una dirección ilusoria, demoníaca y se destruye. Por ello, la libertad posmoderna no es creadora, es negativa, es huera, donde el hombre pierde todo contenido universal y está incapacitado para dirigirse hacia la creación.

Lo que tenemos en la actualidad no es cultura sino civilización. Toda gran cultura crea primero una gran arquitectura y predomina la escultura y la plástica (griegos, edad media, mayas, incas). En cambio, toda civilización crea primero una gran técnica y predomina y la música. La pintura es ambivalente, porque puede expresar la desencarnación del otro mundo en favor de este mundo. Por eso florece en medio del tránsito de la cultura hacia la civilización (Renacimiento). China madura pronto como civilización, Oriente como cultura y Occidente pasó de la cultura a la civilización. Toda cultura notable es tránsito hacia otro mundo. Por el contrario, toda civilización es reafirmación de este mundo.

En sentido estricto, la posmodernidad es más peligroso que cualquier sectarismo filosófico porque crea la ilusión de felicidad. Ha llevado al hombre de nuestro tiempo a un individualismo tan opuesto a su universalidad que desemboca en su propia deificación. Pero tal deificación es engañosa e ilusoria, que lleva hacia la destrucción del hombre, a su caída en la nada. Pues el hombre es infinitamente creativo si por encima de él está Dios y es tremendamente miserable si por encima de él está la Nada. Este engrillamiento del hombre al nivel más bajo del ser es la mendaz jugada del Anticristo que busca materializar la petrificación del espíritu. Pues el secreto creador del ser no puede ser descubierto en un clima de pasiva obediencia a la opresión de la materia y de la nada.

La filosofía no es ciencia sino conocimiento intuitivo del ser y acto creador del espíritu humano. Pero desde la modernidad la filosofía salió de ser esclava de la teología para ser esclava de la ciencia. Es más, la filosofía cientificista no procede sólo del materialismo y positivismo, del criticismo kantiano y del pragmatismo, sino de la escolástica y de Aristóteles. Pero es en la modernidad en que la filosofía aspiró a convertirse en ciencia estricta. Esta esclavización del espíritu de la filosofía al método científico, al dato, a la experiencia y a la lógica sofocó su libertad creadora. Terminó sociologizada, fisicalizada e historizada. La lógica filosófica terminó siendo absorbida por la lógica científica. Y la crisis profunda de la filosofía queda expresada en que en vez de ser un impulsión hacia el ser trascendente queda reducida a ser una anatomía de la razón inmanente. Así sumisa a esta verdad fragmentaria deja de sentirse en aliado del cosmos, no se percibe como un microcosmos que expresa un macrocosmos, sino que queda atrapada en la fatal antinomia entre ser o crear. Y de este modo se olvida que el hombre no sólo es una criatura creada sino también creadora, no sólo es el guardián del ser sino también creador del ser.

En este contexto, al advenir la posmodernidad, el clima auténtico de la filosofía es la apoteosis de la razón funcional y la marginación de la razón sustancial. Este triunfo de la razón funcional conlleva el alejamiento de la actividad creadora y la apología de la pasiva receptividad femenina por el dato. A partir del imperio de lo inmanente la filosofía cientifizada capituló como actividad creadora, abandonó crear ideas sustanciales y renunció a penetrar en esencias nuevas. El tipo de hombre que lo representa es el hombre anético. Cuando no indiferente al valor se convierte en portaestandarte de la inversión de los valores. No es casual que la metafísica de la inmanencia de Heidegger sea indiferente a la axiología. Y este filósofo nunca tuvo ninguna palabra de piedad sobre el Holocausto. El hombre anético es la nueva criatura de la cultura posmoderna e hija del individualismo amoral, el nihilismo integral y la voluntad de poder del "todo vale". Es la caricatura siniestra del Absoluto terrestre y la rúbrica del Anticristo. Es el deus in terris o diocesillo terrestre de las democracias consumistas y de la dictaduras totalitarias.

El sueño de la modernidad contenía in nuce el nihilismo integral. Racionalistas, empiristas, criticistas, positivistas y metafísicos comulgaron en el mismo credo de ver convertida a la Filosofía en una ciencia estricta. La pesadilla de estas filosofías mentirosas se hizo realidad al ver al filósofo encadenado a la necesidad del dato concreto dentro de los límites del mundo. Y el inmanentismo agostó el sentido del mundo e hizo que la filosofía perdiera su libertad. Pero la filosofía no debe ser ciencia ni cientificista, como vía regia para liquidar el nihilismo integral. Filosofía no es sumisión, es creación sin dependencia del aparato lógico-científico. Y la filosofía es creación porque lo sustancial de la condición humana no es su ciego sometimiento a la naturaleza, sino porque es creatividad y libertad, frente a la causalidad determinada del mundo. Por ello, nada es es más objetivo sobre el Ser que el mito.

El imperio posmoderno del hombre anético coincide con la era de la apostasía y es una crisis de conciencia donde crece la sed por lo irracional, más no es una crisis de la filosofía cientificista. No obstante, la filosofía explica la lógica e incluso la lógica científica, pero la lógica y la ciencia juntas son incapaces de explicar la filosofía. Pero la filosofía auténtica es intuición, invención, instinto, libertad, transgresión, no cree en la lógica, ni en la ciencia ni en el mundo tal como aparece.

No osbtante, la filosofía actual luce despedazada por una errónea concepción de su origen: el asombro (Platón), admiración (Aristóteles), duda (Descartes), crítica (Kant), juego lingüístico (Rorty). La filosofía no nace de ninguna de éstas, sino de la visión creadora de la realidad. El genio filosófico es visionarismo audaz de esencias nuevas. Nunca será atenerse pasivamente al dato -como en la ciencia-, sino rebelarse activamente contra el mundo para ver un más allá.

La visión filosófica es amor cognoscente. El auténtico filósofo es un hombre enamorado del misterio nupcial con la realidad. Y no hay amor sin libertad y creación. El verdadero amor es creación. Dicho misterio hace que en la filosofía no exista la lógica de la prueba -como en la ciencia-, sino una vivencia intuitiva de la verdad.

Para la filosofía ultra antropológica la filosofía surge del hombre, para la filosofía infra antropológica el hombre surge de la filosofía. Pero ambas son necróticas. Mientras una exagera el papel creador del hombre y alimenta el orgullo monstruoso del filósofo, la otra exagera el papel creador de la filosofía y es antropocida. La verdad está en el justo medio. El hombre precede a la filosofía pero también se hace con ella. Una sana filosofía antropológica es ajena tanto a la antropolatría como a la antropofobia.

La filosofía no puede subordinarse ni a la teología, ni a la ciencia ni al sentido común. Sencillamente porque no es adoración ni prueba ni algo útil. La filosofía tiene que estar libre de toda autoridad y subordinación. La fuente de la filosofía no es Dios, sino la intuición del ser. Lo cual ya implica una unión libre entre lo divino y lo humano. La verdad filosófica no es mito filosofante pero sí es filosofía mitizante.

La verdad filosófica de la filosofía mitizante, visionaria e intuitiva está más allá de la lógica deductiva y de la ciencia, habita en el ámbito de la comprensión con fe, del mito y la religión. Es conocimiento metafísico a través de los símbolos. Lo que conduce al problema cristológico del hombre a semejanza de Dios o sea a su origen divino. El hombre como punto de intersección de todos los planos del ser enlaza un microcosmos con la conciencia cristológica.

La Patrística es cristología sin antropología. El Humanismo renacentista es una antropología sin cristología. El positivismo es un naturalismo materialista sin cristología ni antropología. El Superhombre de Nietzsche es antihumanismo anticristológico del Anticristo. En el marxismo el proletariado está por encima del hombre, el hombre deificado se destruye en una superhumanidad atea ilusoria. El liberalismo capitalista encarnará el más mendaz exterminio del humanismo por la idolatría de la mercancía. Culminación del hombre anético. Es la última gran jugada del Anticristo para transformar al hombre en esclavo de la segunda gran negación: la Redención -la primera fue la creación-. El hombre de la cultura occidental queda reducido a mero mero animal parlante. El materialismo occidental es el camino de la autodestrucción y uno de los motivos por los que el Estado Islámico en Medio Oriente no podrá ser derrotado.

El ateísmo, el materialismo y el posmodernismo no es un ataque contra el cosmos, sino contra el hombre como imagen de la divinidad. Racionalismo, empirismo, positivismo, pragmatismo, cientificismo son en el fondo la negación del reconocimiento cristológico del hombre.  el posmodernismo es la secta orgiástica que con su brebaje da la ilusión diabólica de libertad absoluta. Pero la tragedia actual tiene su raíz en la ausencia de un antropologismo cristológico que reconozca al hombre como ser creador y libre. Pero este antropocidio ha sido posible primero a través de la cosmología panteísta-mística de la emanación y luego por la cosmología materialista-naturalista de la evolución. Ambas son concepciones del mundo que niegan el acto creador de Dios a partir de la nada. Con ello se niega que crear es el acto de extraer del no-ser el ser, confinando todo lo existente en un anodino flujo de energía que ni aumenta ni disminuye. 

En el materialismo evolucionista prima la conservación de la energía y la creación desaparece. Lo cual demuestra que es un sucedáneo de la negación mística de la emanación contenida en el panteísmo emanacionista. Con ello se termina negando que cada persona tenga una esencia libre e independiente porque todo no es más que un proceso de transferencia de energía. En el panteísmo el hombre es absorbido por el dios impersonal y en el evolucionismo es absorbido por la materia. Que actualmente se retenga la evolución y se rechace la creación es síntoma palmario de la decadencia y esclavización de la persona humana. Materialismo, naturalismo, evolucionismo, marxismo y liberalismo ignoran al sujeto creador, absorben al hombre en los planos inferiores del ser, no conocen la personalidad, la libertad y la creación. Pero en el Antiguo Testamento tampoco prima la creación del hombre sino tan sólo la creación de Dios, un Dios terrible que castiga al hombre por su pecado y la caída. Mientras que en el Nuevo Testamento es el Cristo redentor el que revela el poder creador del Hijo salvador y que invita a la humanidad a continuar la obra de creación en la verdad, el bien y la belleza. Pero la tentativa demoníaca consiste ahora en hacer creer al hombre que está en condiciones de crear a la persona. Más el ser creado no crea seres, sólo los crea el ser creador. Sólo el ángel caído alimenta la ilusión impía nacida de la magia negra de que el hombre puede arrebatar a Dios el secreto de la creación de la persona.

Una concepción del mundo de estas características no puede saber nada de la creación divina y de la creación humana. Al contrario, termina negando la humanidad porque cuando Dios o la materia nace en el individuo el individuo muere. En cambio la conciencia teística pone de relieve que Dios trasciende al mundo y es inmanente al mundo. Pero la cultura occidental con su materialismo consumista rampante se ha vuelto pagana y anticreadora. La única revolución religiosa que le queda al cristianismo es el reconocimiento de la libertad del hombre dentro de un espíritu de justicia y caridad. Pues, el hombre es semejante a Dios no por su obediencia sino por su libertad.

La libertad en la luciferina sociedad individualista burguesa desemboca en una nueva deshumanización porque reduce el destino humano a una mera ordenación del mundo para su disfrute material. De esta libertad degradada se supuran los monstruos del relativismo, el hedonismo y el nihilismo. Los cuales terminan separando la espiritualidad de la justicia social y alimentando el terrorismo islámico que en el fondo es una ansia por lo espiritual. Pero también es una consecuencia extrema considerar la libertad creadora humana como eje escatológico de la realidad histórico-metafísica, pues no puede reemplazar la profecía bíblica ni la voluntad inifinita de Dios.

Pues la libertad humana puede contribuir a la realización de los propósitos de Dios pero no sustituirlo. Y además la fuerza creadora del hombre recobra su plenitud no en esta vida vida sino en la otra, donde el mundo entero alcanzará una época de creación. En otras palabras, el mundo nuevo va hacia la creación y el hombre es partícipe de esta revolución cosmoantropológica porque a pesar de la caída y el pecado no ha sido despojado de su libertad. Y en la hora del Juicio la libertad del hombre refulge como nada en la ética y en la moral más que en lo estético y el saber. Salvo la libertad en lo moral todo es vanidad de vanidades, ningún acto creativo es redentor.

Pero basta esto para creer en la perfectibilidad de la creatividad humana. No sólo es posible la creación y la libertad humana si existe Dios, más aún, es necesaria. La libertad humana es relativa y no absoluta. En los tiempos modernos Nietzsche odió a Dios porque estuvo convencido de que la creación humana era imposible si existe Dios. Y Nicolai Hartmann también desde la religiosidad protestante sostuvo la antinomia irracional según la cual la libertad divina y la libertad humana se excluyen mutuamente. Ambos no comprendieron la distinta naturaleza de la libertad en la criatura y el creador.

En consecuencia, no hay nada en el universo que pueda compararse a la finita libertad del hombre, salvo la infinita libertad de Dios. Ni siquiera los ángeles, sólo el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Y si el Cristo crucificado y el Cristo Glorioso es el mismo Cristo, entonces el camino del Gólgota que recorre el hombre en su vida terrenal y el camino creador humano son el mismo hombre que el Redentor rescata para la vida eterna. Lo cual no significa que la semejanza con Dios nos haga de doble naturaleza: humana y divina. Esta condición es exclusiva de Cristo. El monofisismo de la condición humana recobra su plenitud superior o pleroma en el reino.

En cambio el platonismo priva al hombre de su libertad creadora concibiendo a la humanidad y al cosmos como configurado desde la eternidad en las ideas divinas. Y la modernidad secularista con su odio a Dios ha obnubilado la redención, ha renegado del hombre y lo somete al suplicio de su propio exterminio cibernético. Mientras que, por otra parte, solamente el cristianismo revela la grandeza del misterio humano en su libertad. Cristo no exige contemplación pasiva a su lado, sino acompañarlo en su activa lucha por el bien. Temeridad, osadía, coraje, heroísmo exige la vida cristológica del hombre. Todo lo contrario es ser parte de los sepulcros blanqueados.

Esto no significa que todo lo trascendente será inmanente por la libertad del hombre, porque su libertad es limitada y finita, pero debe coadyuvar a la llegada del reino. No otra cosa es el espíritu conciliar de Vaticano II y la teología de la liberación con la práctica de la justicia y el amor efectivo al prójimo. Y este es un punto de quiebre con la era de la apostasía del Anticristo. No hay anuncio del reino sin la activa y creadora solidaridad con los pobres, oprimidos y débiles del mundo. El hombre cristológico no sólo está llamado a esperar con pasividad sino a prever y actuar con libertad. Encarnación y Redención reclaman juntas al hombre una religiosidad activa y creadora.

Dios no es temor y temblor sino confianza en la libertad final y terrible en tiempos del Anticristo. No actuar equivale a una segunda caída. Cristianismo no es pasividad, debilidad y cobardía, y menos debe serlo en el fin de los tiempos. Acceder a la experiencia religiosa por la libertad es propio de nuestra época materialista y atea, porque a pesar de que los tiempos modernos son de gran apostasía la gracia santificante de Dios no nos abandona nunca.

Qué espera Dios del hombre en los actuales momentos apocalípticos de disolvente nihilismo posmoderno, luciferinización del  mundo, desmalignización del mal, malignización del bien, destrucción de la naturaleza, peligro de destrucción termonuclear, desigualdad social extrema. Lo que Dios espera es una libertad más elevada del hombre, porque a mayor libertad mayor responsabilidad. Es por la responsabilidad cósmica del microcosmos humano que crece el imperativo de una osadía en su libertad. Por ello, la esencia de la libertad es profundamente religiosa porque está unida a la unicidad de todo lo existente. Y por ello plenitud religioso es pleroma de la libertad.

El misterio cósmico de la redención es un acto de libertad, que enseña al hombre que es semejante a Dios por su creatividad. El hombre solamente es libre en lo universal. Sólo el creyente puede conocer la creación. Sólo el microcosmos puede conocer el macrocosmos. Lo semejante es comprendido por lo semejante. En la redención el hombre descubre lo divino en sí mismo por su libertad, llamado a participar en el reino de Dios por su actividad creadora en el cosmos.

Lima, Jueves Santo del 13 de Abril de 2017