sábado, 22 de abril de 2017

ALTERNATIVA AL PERÚ INVERTEBRADO

ALTERNATIVA AL PERÚ INVERTEBRADO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Esta obra es una nueva interpretación de la realidad peruana. No es un trabajo académico pero tiene la virtud de ser un auténtico ensayo. Grandes ensayistas forjaron la cultura nacional, y en cambio hoy una legión de académicos administra la mediocridad de lo que se escribe masivamente.

Por la rotundidad justificada en el juicio, la pulcritud del razonamiento y la elevada inspiración de su ideal tenemos ante nosotros un libro de antología.

Esta obra viene a incorporarse al selecto número de libros que componen la pléyade de la interpretación de la realidad peruana, a saber, El carácter de la literatura independiente en el Perú de José de la Riva Agüero, El Perú contemporáneo de Francisco García Calderón, La realidad nacional de Víctor Andrés Belaunde, Siete ensayos de la realidad peruana de J. C. Mariátegui, El antimperialismo y el Apra de Haya de la Torre, Perú, problema y posibilidad de Jorge Basadre, Retrato de un país adolescente de Luis Alberto Sánchez, Pueblo Continente y Hacia un humanismo americano de Antenor Orrego y El Otro Sendero de Hernando de Soto. Sin olvidar a Ricardo Nugent y su El laberinto de la choledad, junto a Antonio Belaunde Moreyra y su libro desde la psicología profunda jungiana Perú, persona, sombra  alma. A esta relación hay que añadir al catedrádico Francisco Reluz Barturén y su libro Prolegómenos para una nueva peruanidad.

Pero además es el fruto más maduro de la perspectiva andina de sus antecesores: Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel, El Nuevo Indio de Uriel García, Del Ayllu al cooperativismo socialista de Hildebrando Castro Pozo, Presencia y definición del indigenismo literario de Tauro del Pino, Andinia de Luis Enrique Alvizuri y Sociedad mediocre de José Mendívil.

Como vemos el debate sobre los que es el Perú es arduo y permanente. No es un mero problema sociológico sino ontológico y metafísico. Se trata del destino de una entelequia milenaria sacudida por la invasión y la alienación. Esta disyuntiva fue advertida tanto por hispanistas, mesticistas e indigenistas. Chacón está lejos del indigenismo anarquista de González Prada, el indigenismo marxista-mesiánico de Valcárcel, el indigenismo cholista de Uriel García y José Vallaranos, el andinismo antioccidental de Alvizuri y al andinismo multicultural de Mendívil. El suyo es un andinismo culturalista, pues la cultura andina es el Ser de lo nacional, cuya savia palingenésica se resiste a morir. Al contrario, se recrea constantemente porque sus raíces metafísicas se actualizan tenazmente en una conciencia cósmica que hace emerger sus gérmenes históricos.
  
Leer el libro Nación Andina (2017) del ensayista, novelista y poeta Hugo Chacón Málaga representa para el peruano y cualquier persona que aprecie la perspectiva culturalista, un profundo cuestionamiento de la postergación de la cultura indígena y la validez de la inclusión del Perú a Occidente.

Para Chacón el modelo de nación criolla ha fracasado porque está basada en la iniquidad cultural, social y étnica. Basta remitirse a las estadísticas en salud, educación, inversión, ingreso, etc., para confirmarlo. La interpretación marxista también demostró su desvinculación con el Perú real y señalar solamente que el indio es el problema pero no la solución.

Entonces, el imperativo para nuestro ensayista será construir una nueva síntesis que consista en la nación andina. El mestizaje es una ficción porque carecemos de una opción binaria en religión, idioma y cultura. Coincidiendo con Fidel Tubino y Gonzalo Portocarrero, sostiene que somos un país sin identidad, porque la estructura íntima del ser andino ha sido destruida, y porque la sociedad criolla ha sido una mal imitación de Occidente.

Para demostrarlo recorre tres visiones del Perú revisando el pensamiento de Mariátegui, Vargas Llosa y Arguedas. Constata que en los tres se constata una visión occidental particular. Y no atisban que el pensamiento andino es una forma distinta de vertebrar el espíritu. Es notable e irrebatible su aguda crítica al Amauta. Señala que para Mariátegui Occidente es un axioma inamovible, y por ello comparte el enfoque criollo, según el cual, al indígena no le queda más que asimilarse. Subordina la herencia andina a la orientación criolla y ve con simpatía que un país milenario adopte la cultura occidental. Por lo demás, al indio le reconoce virtudes artísticas pero no teoréticas. Mariátegui era racista. En una palabra, el pasado andino tiene que eliminarse en aras de la dinámica civilización occidental. Chacón realiza una crítica demoledora al pensamiento del Amauta desde la perspectiva andina.

Su peliagudo análisis prosigue con Mario Vargas Llosa. Para el escritor lo único válido será la sacrosanta civilización occidental y cristiana. Pues el novelista abjuró de su tesitura serrana y adhirió su provenir a los valores criollos dominantes. Desconoce  e ignora lo andino, repudia el Perú antiguo y arcaico porque siente vergüenza  de su infancia andina en Cochabamba. Se distancia del mundo andino, de todo lo quechua y aymara y entra en cursilerías aristocráticas porque rechaza el mundo andino cholo que su odiado padre representa. Se queda con la patria criolla y remite al ostracismo la patria andina. También siente apocamiento de los parientes andinos y opta conscientemente por la identidad criolla dominante. Abdica de su herencia serrana hasta en el lenguaje y se integra con el mundo occidental. En otras palabras, igual que Mariátegui, Vargas Llosa también ostenta una visión occidental particular.

Con gran ductibilidad y sutileza aborda el pensamiento de Arguedas. Afirma que junto con el Inca Garcilaso y Guamán Poma constituye la base de nuestra nacionalidad. Considera que con Garcilaso se recupera la historia andina y con Guamán Poma el espíritu de resistencia cultural. En cambio, Arguedas es una figura más compleja, atravesado por el sino de la intensa búsqueda de sí mismo. De una primera etapa mestiza avanza lentamente hacia una etapa andina. Nunca se avergonzó como Vargas Llosa de llevar en su ser una parte india. Nunca admitió ser indigenista pero hasta 1967 recomendaba la creación de Institutos Indigenistas. Su socialismo era personal, impregnado de mito y magia. Se concebía a sí mismo como peruano, o sea español e indio. Al contrario de Mariátegui, de su pensamiento se extrae la conclusión que el Perú no será occidental sino andino sin calco ni copia. No obstante, persiste cierta ambivalencia en Chacón al tratar a Arguedas como otro exponente de la visión occidental.

Ahora se comprende la importancia que cobra para Chacón la Cultura como categoría hermenéutica central. Declara que nuestra propia cultura ha sido soslayada, avasallada y marginada por discursos que privilegian la perspectiva occidental. Pero todos los intentos de poner al país sobre los pies de una civilización extraña han fracasado. No han formado nación y sólo ha favorecido a las élites dominantes. Esta es la causa de que el Perú criollo luzca desestructurado, desintegrado, sin proyecto nacional. La cultura es piedra de toque de todo resurgimiento nacional y mientras no se reconozca que no somos occidentales y que no se puede seguir imitando a Occidente no se logrará una nueva síntesis de nuestra identidad andina y amazónica.

Dentro de su examen culturológico procede a analizar lo que Occidente expropió a la cultura andina. Y empieza con la sustancial relación con la naturaleza, donde se refleja el orden del macrocosmos en el microcosmos social, donde la naturaleza es sujeto antes que objeto. Se excluyó a los andes como eje vertebrador de lo nacional. Se quebró la complementariedad productiva. Se extinguió el universo tecnológico. Se olvidó las maravillosas obras de ingeniería y el gran manejo del agua. Se trastornó la explotación agrícola y pecuaria. Los andenes fueron abandonados y la estructura urbana trastocada. Arte, leyes y cultura padecieron una profunda modificación. En una palabra, se acometió contra el pilar fundamental de la cultura, a saber, la filosofía, religión, ciencia, tecnología y lengua. No obstante, Chacón afirma que la cultura andina fue recomponiendo su propia personalidad.

Por mi parte, quiero interrogar por lo que Occidente nos aportó. Y lo considero necesario hacerlo porque el propio genio andino no ha quedado inafecto tras cinco siglos de dominación. La cultura occidental es ante todo una cultura católica y latina. En sus mejores manifestaciones mantuvo el vínculo con la Antigüedad, fuente eterna de la cultura humana. La raza latina tiene la cultura en la sangre. Así, son propios la sutileza y la elegancia al espíritu francés, y la sensualidad y el humanismo al espíritu italiano. En ambos brilla el sol, en cambio la raza germánica es abstracta, criticista, bárbara, en ella predomina la penumbra, la revuelta bárbara (el protestantismo). Por su parte, la raza indígena adoptó el cristianismo no a lo alemán, o sea como pura espiritualidad, sino con toda su plástica y tradición. De ahí surgió lo que el Padre Manuel Marzal denomina un cristianismo sincrético, indígena. No es casual que entre los cronistas indios sólo Guamán Poma se escandaliza contra la corrupción del catolicismo. En cambio, Garcilaso y Santacruz Pachacuti buscan un renacimiento cristiano indiano. En otras palabras, el genio indio no es refractario al injerto religioso del semitismo. Cristo en los Andes se abrió paso no sólo sobre los cadáveres que iba dejando la extirpación de idolatrías, sino que el alma india hallaba algo común con su religión ancestral. Y ese elemento común era que entre el Dios Ordenador andino y el Dios Creador cristiano primaba el cosmos, o sea el orden, la cuenta y razón, la armonía. El espíritu indio es semejante al espíritu eslavo, es místico, intuitivo y autoritario. Y por eso recibió el cristianismo como lo recibieron los eslavos, con espíritu apocalíptico y escatológico. Era el cumplimiento de un Pachacuti. Se ha dicho que el indio es sombrío, obediente, taciturno y triste. El indio es silencioso y prudente por desconfianza con el criollo pero no lo es por vocación. De lo contrario veámoslo bailar entre los suyos con un rabioso zapateo. Pero se ha pasado de largo la distinción entre lo que es efecto del trauma cultural con lo que es peculiar de su genio. La cultura india es alegre como la latina, mística como la rusa, sutil como la francesa, no pertenece a las tinieblas del genio germánico sino que nace de una unión con el sol. Y por eso mismo la encarnación y redención católica, como presencia divina en la Tierra, le vino como anillo al dedo. La cultura en el genio andino no es idea abstracta sino sangre vital. Y por ello la raza india está más cerca a los latinos que a los germanos. De ahí, también, que nuestro pensamiento filosófico esté unido a la vida, sea más asistemático, espontáneo y social. En una palabra, la mística andina recibió de la cultura occidental una orientación más precisa. Y por ello, es del genio andino del que podría esperarse un renacimiento católico. No obstante, el mundo andino del presente no actúa en el aire sino que hace frente a un contexto histórico preciso. Y el presente atañe a la postmodernidad, la época del agotamiento de las certezas y las verdades fundantes. Época de debilidad, descentrada, sin fe, vacío, decadencia y superficialidad. De modo que el genio andino está frente a un tiempo de decadencia espiritual, donde luce terminado el libre juego creador de las fuerzas humanas. El naturalismo, positivismo, cientificismo y relativismo ha sumido en una inmensa fatiga, ha desquiciado y destruido el alma del hombre de la civilización occidental. El triunfo del hombre natural sobre el hombre espiritual lo llevó hacia la esterilidad creadora. Y si la cultura andina está también sumida en la civilización occidental cómo pretende evitar el fatal desenlace. Desde la Colonia la cultura andina ha abrevado de dos fuentes: lo Precolombino y lo Cristiano. Primero al desgajarse de su fondo espiritual comenzó a degenerar. Luego asimilándose al cristiano empezó a recomponerse. Pero en lo occidental se escondía una semilla de colapso: el hombre sin Dios y el hombre contra Dios. Y ese humanismo occidental que rompe con el cristianismo rompe al mismo tiempo con lo precolombino. La tradición sagrada de la cultura andina busca salvarse del ateísmo occidental y evitar la caída de su cultura reafirmándose en un sincretismo religioso. Pero dicho sincretismo no es invulnerable. Y esto ya lo vemos en el nuevo hombre andino que se nutre de los decadentes valores burgueses y le aseguran el debilitamiento de su energía creadora. En una palabra, vemos cómo el genio andino se va diluyendo en la negación occidental de la semejanza del hombre con Dios y de Dios con el hombre. Así se va encaminando a la misma negación y destrucción del hombre. Efectivamente, la cultura andina no se puede excluir a la secularizada ola no sólo del hombre sin Dios y contra Dios, sino del hombre sin el hombre y contra el hombre. El genio andino no sólo afronta la negación de Dios sino también del Cristo-hombre. Este espíritu le traerá la muerte y no el florecimiento.

En el despliegue de sus circunvoluciones teóricas Chacón aborda el tema capital de la Filosofía Andina. Es conocido que los conquistadores pusieron en duda la capacidad racional del indio perulero y fueron muy pocos cronistas y pensadores coloniales que noticiaron y defendieron su capacidad racional y filosófica (Betanzos, Cieza, Polo de Ondegardo, Garcilaso, Murúa, Guamán Poma, Acosta, Anello Oliva, Bernabé Cobo). Ante esto Chacón estima que una civilización que alcanzó tal nivel desarrollo material y espiritual no pudo carecer de filosofía. Pero puntualiza que la filosofía andina no fue mera cosmovisión. Y en este aserto se enfrenta a una compacta tradición académica eurocéntrica viva hasta hoy (Salazar Bondy, Rivara de Tuesta, Sobrevilla, Zenón Depaz).

Para su refutación se adhiere a la información de la riqueza idiomática andina que proporciona Alfredo Torero, donde sostiene que en vocablos quechuas y aymaras  existen vocablos de clara connotación filosófica. También comparte el principio de relacionalidad destacado por Estermann como rasgo fundamental de la racionalidad andina. Igualmente suscribe la interpretación de Carlos Milla donde la racionalidad andina se desarrolla en diálogo con el cosmos. Y se adscribe a mi teoría del Mito como Logos filosófico, valorando la categoría nueva de la filosofía mitocrática.


En este sentido expresa: “Flores elabora un conjunto de proposiciones que echa por tierra las limitaciones de la cosmovisión para interpretar el alto pensamiento andino y se adentra en el territorio de la filosofía como sustento de su civilización. Flores instala de pie lo que estaba de cabeza al determinar que el pensamiento mítico sustenta la filosofía andina y explicar su naturaleza divergente de la racional y analítica filosofía occidental.”  

Premunido de todos estos recursos teóricos Chacón rechaza tajantemente que el mundo andino no haya tenido filosofía y que se haya limitado a la presencia de cosmovisión, pensamiento, filosofía heterogénea. A continuación señala que los temas de la filosofía andina son: el ser humano y la naturaleza presididos por el concepto de comunidad; ser, naturaleza y divinidad como triada eterna y energética de infinitas formas; una concepción del universo que no es panteísta, politeísta ni heliólatra, sino que distribuye el espacio en mundos complementarios; una concepción de divinidad que se caracteriza por la ausencia de una deidad creadora y superior expresión material de una naturaleza autocreadora –en esto sigue los planteamientos ateos, naturalistas y panteístas de Federico García-; una ética y moral basada en el trabajo festivo, basado en el principio de reciprocidad, contradicción, complementariedad y cosmovisión dual.

En este nivel encuentro un problema en el pensamiento de Chacón. Por un lado afirma rechazar el panteísmo y por otro suscribe la concepción de lo divino como energía autocreadora. Lo cual lo devuelve al panteísmo que dice oponerse. En esta oscilación suya subyace un materialismo ateo que no puede comprender a Dios como sujeto. En el mundo actual el panteísmo renace sobre los escombros del mecanicismo naturalista, el materialismo, el positivismo y el cientificismo. Todos tienen en común el predominio del inmanentismo. Los mismos coqueteos con el panteísmo lo podemos hallar en aquella divinidad más profunda que Dios de la Gottheit de la vía mística de Eckhart, el Ungrund de Jacobo Boehme, en el Uno de Plotino, el Supraser en Heidegger y en el misticismo hindú. Pero el gran inconveniente de la afirmación panteísta es que su indiferenciación impersonal culmina en el pasivismo, el quietismo, la negación del hombre y de Dios. Sencillamente en el panteísmo no tiene cabida ninguna vocación creadora del hombre. Todo se absorbe en una oscura energía divina que no sabe nada de la energía creadora del hombre, no es antropológica, es pasiva y hostil a la creación. Todo queda absorbido en el indiferenciado divinismo original, donde no se distinguen ni Dios ni el hombre. De ahí que no llame la atención que Vivekananda hable de salir de la condición humana, del mundo y de Dios para reintegrarse a la energía impersonal. A mi juicio este es un problema muy serio, no sólo porque considero que no refleja la auténtica religiosidad precolombina, sino porque no ayuda al hombre contemporáneo a una real renovación de su vocación religiosa e impide un verdadero papel creador en lo social. En otras palabras, va contra lo que el mismo Chacón predica: erigir una sociedad andina creadora, sin calco ni copia. Sobre la base de una religiosidad panteísta no es posible la edificación creadora de una nueva sociedad. El panteísmo favorece las sociedades congeladas, petrificadas y momificadas. Al contrario, considero que el real evangelio de Cristo es profundamente creador y sirve potentemente a los propósitos creativos de una sociedad andina. Para la creación de una sociedad nueva no conviene adoptar una mística cualquiera. El estrato espiritual es el más serio y de más vastas consecuencias. Por ello, hay que rescatar e incentivar la mística cristiana occidental porque está henchida de corriente antropológica. El alma católica es gótica, arrastrada hacia la altura, romántica, apasionada, activa, dinámica, voluptuosa, llena de hambre espiritual, lanzada hacia Dios. Y por eso crea en lo externo, es prolífica en arte, arquitectura, filosofía y ciencia. Con ella sí es posible construir una nueva sociedad, mientras que con el panteísmo no.

Con estas bases teóricas Chacón procede a exponer la parte medular de su obra: la propuesta política. Y con su programa de gobierno convierte a su libro en un megatexto, cuya mirada poliédrica complementa lo teórico con lo práctico. Si quisiéramos apretar en un puño lo esencial de esta parte se diría que es categórico al subrayar que todas las contradicciones que ahítan la vida nacional y la posibilidad de un proyecto patrio andino depende no de una simple sustitución de la casta criolla, ni de la mera industrialización, ni de un mendaz cambio de capital en los andes, forjar un Estado Trinacional con Ecuador y Bolivia, etc. Todas estas medidas serán importantes pero insuficientes ante lo primordial: elaborar una filosofía nacional. La importancia que otorga al factor subjetivo e ideológico, como Gramsci, es decisiva para que todo el esfuerzo político no sea estéril. Es necesario imaginar otro destino, y para ello son necesarias las Ideas Fuerza, y eso sólo se logra con una filosofía propia.

En una clara alusión al aspecto más débil de la filosofía del salazarianismo conjetura que no se puede seguir hablando de luchar contra la dominación cuando subestimamos la propia energía creadora de la cultura andina. La Nación Andina para seguir adelante necesita de un nuevo espíritu, el mismo que será fruto de una filosofía andina.

Chacón señala que la filosofía mitocrática, con su nítida distinción entre el logos del mito y el logos de la ratio, es el vehículo para estructurar un nuevo espíritu andino. Sólo así se puede afrontar las tareas pendientes y librarnos de la órbita de Occidente. El objetivo es afrontar el reto de construir una nueva hegemonía ideológica, con la cual Indoamérica pueda renacer. El modelo de desarrollo será transitoriamente capitalista, nacionalista y regulado, fortaleciendo un esquema internacional multipolar.

Pero Chacón insiste en la construcción de una hegemonía política e ideológica, como única alternativa eficaz que haga posible transformar los fundamentos religiosos nacionales. Considera que sin una filosofía distinta es irrealizable imponer una nueva hegemonía cultural. Y en el nuevo horizonte filosófico destaca la revalorización del Mito, como sustento integrador e inquebrantable de la vida comunitaria. Siendo yo el creador de la filosofía mitocrática me encuentro en la situación embarazosa de tener que mencionarla. Pero Chacón no se amedrenta para afirmar que la sociedad andina moderna puede afirmarse en una filosofía del mito, de lo simbólico, analógico y metafórico. En una forma de razón no instrumental que haga renacer la sociedad multicultural andina.

No obstante, reconoce que hay problemas pendientes al interior de la filosofía mitocrática. Cuál será el sentido que tendrá que tener la modernidad dentro de ella, cómo se organizará la sociedad, la cultura, el arte, las fuerzas armadas, la ciencia, la industria y la tecnología. Por mi parte no tengo las respuestas, pero Chacón con optimismo recuerda que el camino de la razón de Occidente culminó en la destrucción de la naturaleza y el camino del mito de los antiguos peruanos culminó en la armonía con su medio.

Pero son las mismas convicciones optimistas de Chacón sobre la Nación Andina para superar el Perú invertebrado, lo que nos conduce a reflexiones que tienen que ver con el Genio Andino. Cuando el general Velasco Alvarado -un criollo- dio punto final a la marginación del indio, el paciente genio andino demostró con especial agudeza la tragedia de la creación y la crisis de la cultura. Comenzó su adaptación de modo vertiginoso, sobretodo en el ámbito urbano. Transcurrido medio siglo el alma andina no demostró una oposición a la creación de los valores de la cultura burguesa. El emporio comercial de Gamarra es un ejemplo en la urbe, y la diversificada red exportadora tejida en los andes es el ejemplo en el campo. Esto fue lo que llenó de entusiasmo a Hernando de Soto y lo llevó a proclamar que el andino era partidario del capitalismo popular. ¿Esto significa que en el genio andino no hay sed de otra creación que fundamente una nueva vida y un mundo nuevo? Sabemos que el alma andina no es exactamente igual al alma criolla latina y no acepta con facilidad la separación del objeto y del sujeto. Pero también sabemos que en el terreno de la cultura diferenciada el Perú aparece en segundo plano. Sus impulsiones creadoras se someten a lo vital, esencial, ya sea de índole religiosa, moral o social. El culto de la belleza por la belleza, la verdad por la verdad, o sea el culto de los valores puros de ninguna manera parece pertenecer al genio andino actual. Es más que probable que sí lo haya sido entre las élites del Perú precolombino, pero eso es un pasado perdido. Esto me lleva a establecer una diferencia sustancial entre el genio andino precolombino y el genio andino actual, o sea después de cinco siglos de vejaciones y degradación. Si el genio andino precolombino pretendía la salvación del mundo -de ahí sus monumentales y ciclópeas obras públicas-, en cambio el genio andino actual pretende la adaptación y sobrevivencia en el mundo -de ahí el primer lugar de emprendorismo en el planeta-. Pero aquí hay algo más profundo que tiene que ver con el rasgo de la raza. Lo que hay de grande y verdaderamente original en la cultura peruana está ligada a la capacidad para crear constantemente valores culturales, como lo crearon el alma latina o germánica. Por ello, Mariátegui, Arguedas y Vargas Llosa expresan la tragedia y la crisis de la cultura andina en grado extremo. La raza andina es una vieja raza, pero que a diferencia de la germánica y latina no pierde su mesianismo palingenésico. El genio andino está en proceso de restauración y mientras más se fortalezca irá creando valores contrarios a la cultura burguesa. El genio andino es cualquier cosa menos la raza de las posiciones extremas. Gusta del justo medio, está acostumbrado a avanzar lento pero sin pausa y progresivamente hacia su objetivo. Del sitial de alta cultura que ocupaba fue sumida en los bajos fondos de la barbarie. Pero la vemos lentamente resurgir de entre los escombros porque guarda en su entraña el impulso que la lleva hacia el pináculo del porvenir. El genio andino no volverá la vista hacia sus riquezas pretéritas, porque incluso su resurrección será recuperar lo más esencial de su impulso creador, a saber, la salvación y creación del nuevo mundo.

También existe un tema insoslayable y atañe a la relación de lo andino con el nacionalismo o el universalismo. El Perú andino se mantiene en una posición intermedia entre Oriente y Occidente. Sería lamentable verlo labrar su futuro dentro de los cauces de un nacionalismo estrecho. El nacionalismo es el producto mórbido de la Reforma y el humanismo, que convirtió la vida religiosa y nacional en unidades estancas y la naciones en mónadas con el nuevo ídolo del estado nacional. El nacionalismo no es fruto del cristianismo, de su entraña se destiló la idea de universalidad. El nacionalismo es resultado del triunfo del nominalismo moderno sobre el realismo medieval. Las guerras mundiales encarnan su expresión más legítima y exponen la ruina de la humanidad. La nación no se propone reemplazar a Dios pero el nacionalismo sí. Y así convierte la nación en nuevo ídolo de un particularismo pagano. El sistema económico mundial capitalista engendró el internacionalismo abyecto que carece de espíritu y hunde la civilización en el materialismo más mendaz. Su contrapartida socialista generó el internacionalismo proletario no menos desgarrado de una cultura espiritual universal. Conviene entonces advertir que la nación andina debe evitar las horcas caudinas de los particularismo paganos, tanto del nacionalismo como del internacionalismo. Y contribuir al universalismo que fortalezca la voluntad de unificación religiosa y una cultura espiritual más universal. 

Por último, si la democracia es escéptica ante la verdad, nace de un siglo sin fe y es nivelador anulando toda superioridad espiritual. Y si el socialismo es una atea fe terrenal, tiene pretensiones religiosas inmanentes, es mesiánico, es el nuevo Israel, transfiere en desmedro del individuo los atributos divinos al Estado, opone la soberanía del proletariado a la soberanía del pueblo, aristocráticamente conculca dictatorialmente el poder hacia una minoría dirigente, termina al final como Gran Inquisidor renegando del pueblo y de la expresión de su voluntad. Por ello, la democracia es todavía humanitarista, en cambio el socialismo está más allá del humanismo, es terrorífico. El socialismo es una teocracia secular, un retorno a la Edad Media, pero donde el poder está en manos de una satanocracia despótica absoluta. Entonces, a la nación andina le queda reconocer que su camino es ir más allá del capitalismo y del colectivismo, de la democracia y del socialismo, de la indiferencia religiosa y del inmanentismo religioso. Deberá romper con el ateísmo que el socialismo heredó de la sociedad burguesa. Deberá apartarse del economicismo de la civilización industrial, de la adoración de Mamón. Deberá denunciar la apostasía del testamento de Cristo tanto por parte del capitalismo como del comunismo. Deberá restablecer la armonía jerárquica, cósmica y normal de la vida. La Nación Andina será profundamente de un nuevo cuño teocrático, nacerá de un siglo con fe, cree en la verdad, en la superioridad del espíritu y amor a la libertad no es formalista sino creadora. Y a esto conduce la propia historia moderna, donde la autonomía ha desembocado en la anomia, donde es devorada la propia libertad. Se vislumbra una nueva teocracia basada en una nueva teonomía. Nueva porque perseguirá en Reino de Dios no sólo de manera mística sino de modo concreta t empírica. Así, mientras democracia y socialismo son ideología, en cambio la nueva teocracia será algo orgánico a la sustancia jerárquica de la nación andina, la cual es profundamente religiosa. No existe nada más antidemocrático que la democracia de la aritmética. Eso ya no es orgánico a la voluntad del pueblo. La democracia es en el fondo la dictadura de los partidos políticos. La democracia vive del pueblo pero no para el pueblo. La voluntad del pueblo peruano es la voluntad de un pueblo milenario y no la voluntad de una democracia que desprecia los valores atávicos. En la utopía del Perú teocrático entra la leyenda, la tradición, la eternidad. La democracia es presentista e ignora todo esto. Y por ello no ama verdaderamente la libertad. Alberto Flores Galindo pretendía democratizar el socialismo, pensaba para el Perú un socialismo como el de Cuba combinado con un indigenismo como vía propia y distinta a la modernización y a la democracia occidental. No sólo ni siquiera se plantea expurgar al socialismo y a la democracia de sus taras, sino que no atisba una solución fuera del socialismo y de la democracia. Ante la crisis de todas las ideologías lo de Flores Galindo se asemeja a un intento desesperado de restauración. Pero en el fondo no entiende el fondo religioso de la utopía andina. La utopía teocrática andina no es la búsqueda de un nuevo Inca, pero sí es la prosecución de la verdad de Dios en el mundo. Justamente por ello la utopía teocrática andina no es restauración, porque lo que fracasó del cristianismo no es el cristianismo evangélico sino el cristianismo estatal. La nación andina es el mejor cáliz para el retorno del cristianismo. El hombre andino con su humildad, creatividad y fe, tiene las virtudes idóneas para ello y para vencer a la civilización atea e hipócrita que ya sufre una crisis mortal de falta de sentido de la vida. La nación andina tiene las energías espirituales indispensables para superar la depravación de la esencia satanocrática del socialismo y de la democracia. En una palabra, en la humanidad actual se ha extinguido la fe en salvaciones políticas y sociales y resurge la fe en la salvación espiritual. El verdadero cambio en el mundo vendrá no desde lo exterior sino desde lo interior y espiritual, personal y suprapersonal.

Chacón de manera similar a Maquiavelo -quien reclamaba a Italia sólo un país, como España y Francia- se plantea la tarea histórica de formar un Estado Andino que se corresponda con la Nación Andina actualmente dispersa en tres países. Este desafío considero que sólo tendría cabida dentro de una Confederación Andina entre Ecuador, Perú y Bolivia. Pero subsiste un punto aun más desafiante. Y es que en el texto de Chacón no queda muy claro la distinción entre Nación andina y Civilización andina. Desde mi punto de vista la civilización andina ya periclitó con la Conquista española. El Perú forma parte de una nueva civilización que tiene como elementos esenciales lo precolombino, lo latino y el Cristianismo. Ni siquiera el quechua y otras lenguas vernáculas son lo que fueron antes de la Conquista. Esto nos lleva a cuestionar un punto crucial. Y es que lo esencial del Perú no es lo andino ni lo precolombino sino simplemente que es peruanidad. O sea responde a una nueva síntesis civilizatoria que debe integrar lo criollo, lo andino-amazónico, lo latino y lo cristiano. Desintegrar el desarrollo de esta síntesis resultaría más peligroso para la maduración de la peruanidad. Dios nos guarde.

Finalmente, este es el lugar para expresar mis coincidencias más no para desarrollar mis diferencias con el autor (que por lo demás se refieren a mi cuestionamiento de toda forma de panteísmo, la importancia metafísica del esencialismo, la divinidad ordenadora andina y el papel de la religión cristiana del amor dentro de un nuevo imaginario andino). Pero entre todas las ideas sumamente valiosas vertidas en su libro, Chacón tiene además el mérito de rescatar lo más esencial que tiene la condición humana, a saber, su Libertad Creadora. Efectivamente, todo su discurso se erige sobre la convicción de que lo andino tiene como alternativa de futuro no Copiar sino Crear.


Lima, 22 de Abril del 2017