sábado, 8 de julio de 2017

SECULARIZACIÓN: ORIGEN Y DESTINO

SECULARIZACIÓN: ORIGEN Y DESTINO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Existe la tendencia a identificar la ciencia con la secularización pero cuando observamos más detenidamente caemos en la cuenta que la secularización es un proceso cultural que la desborda para extenderse hacia otros ámbitos de la vida espiritual.

La secularización como transformación de la visión religiosa del mundo por una más centrada en lo terrenal y mundano es un proceso que se inicia con las ideas humanistas del siglo XV y llega a su hegemonía con el Iluminismo y la Revolución Francesa en el siglo XVIII.

Paul Hazard en su fundamental obra La crisis de la conciencia europea, publicada en 1934 en Francia, expresa prácticamente que la secularización es la destrucción de los valores de índole espiritual elevando a la razón humana a la condición absoluta de Dios. Con ello destila lo más esencial del lema de Horacio, Sapere Aude o Atrévete a conocer, que había adoptado la Ilustración y que Kant lo retomó en su escrito Qué es la Ilustración, de 1784. Por su parte, Heidegger llama a este era en la que el mundo se convierte en objeto  la era de la sujetidad (Hollzwege, 237). Y sobre esta base el teólogo de la desmitologización Rudolf Bultmann, en su escrito La idea de Dios y el hombre moderno (1963), define la secularización como la representación del mundo como un objeto de la libertad humana.

Por mi parte, considero que tanto la elevación de la razón humana a la condición absoluta de Dios (Hazard), la era de la sujetidad (Heidegger) y la representación del mundo como objeto de la libertad humana (Bultmann), son consecuencias pero no causas de la secularización. Soy de la opinión que el origen de la secularización está en una errónea resolución de la tensión entre razón y fe ínsita en la propia cultura cristiana. El hombre de fe y razón es un descubrimiento del Cristianismo, no del Humanismo. Aquí radica la separación entre el mundo antiguo y la experiencia cristiana. La filosofía antigua es cosmología y el Dios antiguo es principio cosmológico, jamás Amor infinito. En cambio, la filosofía moderna al negar lo trascendente y limitarse a lo inmanente derivó al secularismo y relativizó lo antropológico y lo moral. Así destruyó al hombre en la cosificación y lo humano en la enajenación. Y extraviado va en pos del superhombre, entendido como lo posthumano y transhumano.


En este punto no hay que olvidar que la Escolástica reivindica la autonomía de la razón en la indagación natural, y reserva la unidad entre razón y fe en el campo metafísico, antropológico y moral. Por ende, mi tesis es que la causa de la secularización no es la defensa de la autonomía de la razón, sino su absolutización separada de la fe y de la trascendencia.  

Resolución errónea que encuentra una de sus más dramáticas versiones -las otras son el Humanismo, el Renacimiento, la revolución científica y el capitalismo- en la fe protestante del reformador Lutero. Este misticismo sombrío que se caracteriza por la fe salvífica sin obras y el libre examen, proclama la esclavitud de la voluntad pecaminosa y la libertad de la voluntad redimida por la fe, es en el fondo la primera afirmación de la voluntad de poder. El luterano tiene la convicción de que Dios ha descendido en él para asumir una humanidad divinizada. Pero lo ha conseguido a través de la esclavitud  de su voluntad al poder de la voluntad de una gracia redentora operante. Con ello deja expedito el camino para la sumisión servil al poder estatal. La inmanentización secularizada de Dios efectuada por el luteranismo se resuelve en la tendenciosa apología del absolutismo, en estatolatría, justificación de la represión y de la guerra. En mesianismo de la raza, en condena de las masas esclavas de lo carnal y en voluntad de poder del Estado, ya manifiesto en las dos guerras mundiales.

Nada de lo cual es extraño, porque el diálogo entre fe y razón encontró su más perfecto equilibrio recién en el siglo XIII con santo Tomás de Aquino. Recordemos que en la perspectiva bíblica agustiniana razón y fe se oponen, la sophia humana no tiene eficacia salvífica, al contrario de san Pablo quien consideraba que la sabiduría humana sí tiene poder salvífico. Pero el equilibrio logrado por el Aquinate fue de corta duración porque en la propia Edad Media, ya en el siglo XIV, surgían el terminismo de Duns Scoto y el nominalismo de Occam, los cuales pondrían fin al equilibrio entre lo intelectual y lo volitivo establecido por el tomismo y motivarían el surgimiento del empirismo inglés. Este mismo desarrollo permite ver que la oposición entre razón y fe es de índole filosófica.

En otras palabras, la secularización tiene su origen en la tensión mal resuelta entre razón y fe contenida en el propio cristianismo. No es que la mala resolución sea propio del cristianismo sino que la pérdida del equilibrio logrado por el tomismo causó el desastre secularista.

En nuestros días la exégesis bíblica ha logrado su normalización filosófica, promoviendo el diálogo entre fe y razón. Es la filosofía la que sirve de puente en fe y razón. Lo cual no quiere decir que la razón científica sea lo apropiado para llegar a Dios. Si se respeta cada terreno ontológico, epistémico y ético, no hay oposición verdadera entre razón y fe, entre ciencia, filosofía y teología. Lo cual no significa la adhesión a la doctrina de las dos verdades. Pues la verdad es una. Esto es lo que se demuestra en el excelente libro del Padre Mario Arroyo, Ciencia y fe (2015). Pero la medicina llega tarde, cuando la enfermedad está en un proceso muy avanzado gracias al ateísmo, empirismo, positivismo, naturalismo y cientificismo.

Pero no siempre fue así. Incluso las actuales querellas entre creacionistas y evolucionistas dejan percibir el remoto eco de una falsa incompatibilidad entre fe y razón, ciencia y religión. Obviamente que la Escritura es un libro de fe y no de ciencia, y fue un error –hoy admitido por la Iglesia- en el caso Galileo que los teólogos se extralimitaran juzgando el alcandce de las Sagradas Escrituras. Pero también Galileo se equivocaba pretendiendo sin pruebas que el heliocentrismo explicaba el fenómeno de las mareas.

Que la secularización no tiene su origen en la ciencia misma nos lo permite advertir el hecho de que el método experimental se inició en la Edad Media. El franciscano Robert Grosseteste (1175-1253) escribió estudios de óptica y propuso una explicación del arco iris. Roger bacon (1214-1294) propuso el método experimental, fue el padre el empirismo, hizo trabajos de óptica y alquímica y afirmó que la Tierra es redonda y se puede circunnavegar. Raimundo Lulio (1232-1315), también franciscano, describe la gravedad, la imaginación y la memoria en los animales.  Jean Buridán (1300-1358) desarrolló antes que Copérnico, Galileo y Newton la teoría de ímpetus o inercia, estudió la mecánica y la cinemática. Nicolás de Oresme (1323-1382) representó el movimiento uniformemente acelerado y la curvatura de la luz.

En otras palabras, no fue la ciencia basada en el método experimental la que dio origen a la secularización. Es más, el cristianismo al concebir a Dios como racional y encarnado se constituyó en la base de la ciencia moderna. Esa fue la gran diferencia respecto a otras religiones –mesopotámica, egipcia, china, hindú, griega, maya, andina, árabe-.

Incluso respecto al Islam, que después de potenciar la ciencia en occidente se terminó estancando en el siglo XII por el dogmatismo religioso coránico. No es casual que fue el cristianismo el que estimuló el nacimiento de la ciencia no sólo por la teología de la encarnación y la importancia de lo inmanente, sino que concibe a Dios como racional y su omnipotencia no trasciende su omnisciencia. En cambio el fundamentalismo árabe puso su omnipotencia sobre la omnisapiencia.

El cristianismo católico, en contraste con ortodoxo, dio origen a las universidades porque no temía a la razón. El antecedente fueron las escuelas catedralicias y las compilaciones realizadas por los monasterios medievales de la orden de san Benito. Bacon, Lulio, Buridan, Oresme son hombres de la Iglesia. El propio Copérnico y Galileo fueron católicos, y Newton, a pesar que con su hypothesis non fingo niega a Dios, era un cristiano practicante.

En otras palabras, la doctrina cristiana fue la base del pensamiento científico. El método experimental se inició en la Edad Media. La búsqueda de la verdad comenzó en monasterios, escuelas catedralicias y universidades. Pero había una diferencia profunda en la enseñanza, a saber, ciencia, filosofía y teología andaban unidas en la búsqueda de la verdad. A diferencia de las universidades de nuestro tiempo que han dejado de ser universidad al extinguirse la búsqueda común de la verdad y el intercambio de conocimientos. Lo que hoy se vive es la descomposición de la universidad, convirtiéndose en una institución que ha reemplazado el saber universal por el saber técnico y especializado.

Incluso se puede dar una fecha sobre cuando triunfa la ciencia. Corresponde al célebre año 1277, cuando se condena el averroísmo aristotélico, se declara que el mundo es contingente y no necesario. Por ende, el conocimiento del mundo no es por fe, ni mero razonamiento silogístico, sino recurriendo al método empírico. Quizá esto explique por qué hasta nuestros días hay prominentes científicos que son cristianos. Empezando por Georges Lemaitre (1894-1966), quien postuló el modelo del universo del átomo primitivo y su posterior expansión. Idea que fue confirmada gracias a la ley de Hubble. También Ruthenford, Marconi, Carrel, Planck, Bohr, Heisenberg, Dirac, Schrödinger, Fleming, Eccles. El premio nobel de física (1984) Carlo Rubbia. El autor del Proyecto Genoma Humano, Francis Collins (1950). Jérome Lejeune (1926-1994), descubridor del Trisoma 21, cromosoma extra causante del síndrome de Down. Los cuales son parte de una extensa lista que demuestra que no hay animadversión ni enemistad entre ciencia, método experimental y fe.

Por tanto, no es cierta la afirmación del connotado historiador de la ciencia A. Koyré sobre la absoluta novedad del movimiento científico moderno. Y más cercana a la verdad resulta ser la tesis continuista de P. Duhem vertida en su monumental obra de diez tomos El sistema del mundo, historia de las doctrina cosmológicas de Platón a Copérnico. Una perspectiva más matizada está presente en la reciente tesis continuidad-discontinuidad de D. Lindberg, en su obra Los inicios de la ciencia occidental, de 1992, donde considera que la metodología y la metafísica son los elementos discontinuos, mientras que lo lingüístico, conceptos y teorías son los elementos continuos.

En mi opinión considero posible afirmar que metodológica y metafísicamente la ciencia moderna procede de la ciencia medieval. Así, la visión religiosa del mundo persiste en Copérnico, Galileo y Newton. No tienen una visión secularizada. Pero se dan en ellos y en otros los elementos necesarios para el desarrollo de la visión secularizada del mundo sobre la base del divorcio entre fe y razón.

La infinitud espacial del Cusano, la divinización de la geometría de Kepler, el énfasis en la ratio physica de Galileo, la esperanza en la ciencia y en la técnica de F. Bacon, la razón que circunscribe la verdad y no viceversa en Descartes, la hypothesis non fingo de Newton, el antropocentrismo kantiano, dan forma a esa visión ateológica que vendría con Hegel, ametafísica que vendría a partir de Compte, y ambas cosas con Nietzsche. Prácticamente con el padre del nihilismo madura filosóficamente la visión secularizada del mundo. Las protestas de Pascal, Bossuet y Vico contra la absolutización de la razón caen en saco roto y resultan ineficaces. La filosofía se mundaniza y se identifica con la ciencia. La vida pierde su sentido religioso, deja de ser una prueba y se convierte en un fín en sí mismo. La revolución del siglo de las luces es la sustitución del Regnum Dei por el regnum hominis.

Nuestro tiempo gira en los torbellinos del infierno de Dante, donde las llamas son alimentadas por la ceguera misma de la razón. Hasta que Kant liquida la metafísica teocéntrica por otra antropocéntrica. Con ello deja expedito el camino para el Yo de Fiche y la razón absoluta de Schelling y Hegel. Además, que el positivismo identifique lo real con el fenómeno. Pero ya en Hegel Dios luce muerto en el altar de la Razón absoluta. Con las filosofías de la acción y de la vida la razón pierde confianza en sí misma, pero se trata de un cuestionamiento erróneo desde el mismo principio inmanentístico. La tercera fase consiste en que al irracionalismo le sucede la catástrofe de la filosofía donde campea la nada. Desde el existencialismo hasta el posmodernismo la tragedia de la filosofía encarna el hundimiento de una sociedad burguesa que ofende los propios valores en que nació. Lo expresado en el Renacimiento fue apenas su nacimiento, y con el Iluminismo y la Revolución Francesa su hegemonía. Y es a través precisamente de la filosofía que se agudiza la tensión entre fe y razón, resolviendo la contradicción a favor de una razón autónoma, naturalista, materialista y atea.

La trayectoria del secularizado pensamiento moderno demuestra que sin Dios no se puede pensar racionalmente. Negar que el hombre y la razón tengan un fundamento trascendente condujo a la crisis de la filosofía, el relativismo científico y al nihilismo. "Si Dios no existe, todo es lícito", escribía Dostoievski. "Todo vale" es el santo y seña en la posmodernidad nihilista. Es el desencadenamiento de la bestialidad y la barbarie civilizada. La secularización señala el agobiante fracaso de haber disuelto la unidad entre fe y razón. Pero la vuelta a la escolástica y al tomismo con Macheral, Mercier, Gilson, Grabmann, Sertillanges, Copleston, Maritain, Blondel, Geyser, Garrigou y Bocheski, ha tenido escaso resultado. Hay una sensibilidad nueva que exige nuevas soluciones.

No es suficiente condenar el secularista pensamiento moderno, hay que superarlo. Dar una solución cristiana a los problemas planteados por la modernidad es el camino. La secularización clausuró la trascendencia en la razón y en el cosmos para el hombre moderno. Pero entonces Dios, el cielo y el infierno se volvieron abrir dentro de su propia alma. Estas realidades se revelan hoy como algo interior al hombre. Por ello, nuestro tiempo de crisis profunda está más cerca a San Agustín que a Santo Tomás. La metafísica de la interioridad puede ser el camino que restituya más enriquecida la cosmológica metafísica de la exterioridad. El idealismo subjetivo moderno resiste al idealismo objetivo greco-cristiano, pero luce desarmado ante una metafísica de la interioridad. Dios no es un problema lógico y de la razón sino existencial. Es decir, Dios es real no tanto por ser racional sino por ser primero existencial. No se trata de una interioridad mundana, sino de adecuación de lo finito con lo trascendente que habita en el alma. Este es el sentido profundo agustiniano de superar el gnoseologismo positivista y la metafísica naturalista. 

¿Pero si secularización no tiene su origen en la ciencia experimental lo tendrá en la economía dineraria? Tampoco. Como hace ver G. Duby, en su obra San Bernardo y el arte cisterciense,  el siglo XII fue de expansión de la fe en el progreso. Lo que llevó a meditar en la teología de la encarnación. Dicha meditación llevó a concebir a la naturaleza como una regularidad hecha por Dios que el hombre debía imitar imponiéndola en Natura.

Es decir, en el seno mismo de la cultura milagrosa de los santos se abrió camino la idea de ley natural, orden, regularidad, y razón, tan bien expresado en el arte gótico. No es casual que el reloj –instrumento por excelencia del hombre artificial y mecanizado- se inventara en el gótico. Así, fue el monaquismo constructor de abadías el que incentivó la idea de regularidad en la naturaleza. Ciertamente que la cultura racionalista fue impulsada por la burguesía mercantil, el dinero, la avaricia, el crédito, y el avance de las matemáticas. Pero la visión del mundo seguía siendo religiosa. No es casual que esta realidad alucinante de la avaricia de la cultura racionalista en conflicto con los valores de la cultura renunciante de los santos se expresara en el arte surrealista de Bosch (1450-1516), Brueghel (1525-1569) y Arcimboldo (f. 1593). El avance de la cultura racionalista no excluía el predominio de la visión religiosa del mundo. El fin supremo seguía siendo contener el mal y salvar el alma.

Respecto al Renacimiento, ¿pudo ser realmente el origen de la secularización? El Renacimiento fue una empresa grandiosa que consistió en averiguar las fuerzas del hombre en su libre juego. Hay que distinguir entre el Renacimiento cristiano del siglo XIII y el renacimiento pagano del siglo XIV. Hay distinguir entre el renacimiento del Trecento, de Santo Domingo, San Francisco, Joaquín de Fiore, santo Tomás de Aquino, Dante, Giotto, Petrarca, Ariosto, con el desdoblamiento de los del Quattrocento. Un Boccacio, Leonardo, Miguel Angel, Perugino, Rafael, son almas torturadas por la rebelión y la protesta. Representan el fin del ascetismo medieval y el pronto quebrantamiento de las ilusiones humanistas. Con razón escribe Nicolás Berdiaev, en su obra Una nueva edad media, que el Renacimiento ha fracasado, la Reforma ha fracasado, el Iluminismo fracasó, y el socialismo también. Y su fracaso en la civilización europea representa la crisis de la libertad humana.

Desde este punto de vista el Renacimiento no es el punto de partida de la secularización pero si un nuevo escalón superior y más profundo. En realidad el Renacimiento empezó enarbolando la libertad humana unida a Dios para terminar suprimiendo dicha libertad sobre la base del divorcio del hombre con Dios. El hombre del renacimiento pagano es por excelencia el condottiero, hombre de armas o señor, auténtico anarquista que tenía inscrito en su cota de malla: Enemigo de Dios, de la piedad y de la misericordia. Hombre feroz que indicaba que algo se pudría desde el Tíber hasta el Loira. Pero aun así el Renacimiento del Quattrocento no es un pensamiento que reniega de Dios sino que es la profundización del Humanismo de la Escolástica cristiana. La imagen que da Jacobo Burckhardt del Renacimiento es errónea. Primero, porque el descubrimiento del hombre no corresponde al Renacimiento sino al cristianismo. Segundo, porque su crítica a la Edad Media no es para divinizar a la Naturaleza sino para distinguir el fuero de la ciencia respecto al fuero de la teología. Y tercero, porque individualista no fue el Humanismo ni el Renacimiento sino el protestantismo. Efectivamente, fue la Reforma protestante la que instauró un feroz individualismo.

En otras palabras, si la secularización no tuvo su causa ni en el humanismo renacentista, ni en la economía dineraria, ni en el método experimental, o sea si no lo tuvo en la llamada racionalidad instrumental, entonces dónde lo tuvo. Lo encontró en una determinada filosofía ametafísica y ateológica que sistematizó el divorcio entre fe y razón. Por ello, soy de la opinión que el origen de la secularización está en una errónea resolución de la tensión entre razón y fe ínsita en la propia cultura cristiana. En otras palabras, en el seno del cristianismo nace la secularización pero también en su propio vientre morirá.

El siglo sin Dios, escribía A. Müller, sólo se comprende en relación con la metafísica de lo religioso. El relativismo positivista ha creado sustitutos de la trascendencia en la formación de ídolos. Esta penetrante observación sociológica hay que complementarla con otra filosófica. La metafísica filosófica es la que puede servir de puente o abismo entre entre fe y razón. Y ha sido la metafísica de la sensa data, ser es percipi del empirismo, la que hundió la metafísica de las esencias y la armonía entre fe y razón.

El origen de la secularización es el retorno -después de la gran síntesis tomista- a la desarmonía entre fe y razón. El camino hacia ella es abierta por el terminismo de Scoto, el nominalismo de Occam, el racionalismo de Descartes, el empirismo de Locke y Hume, el antropologismo de Kant, y el deísmo ilustrado. Ya con Fichte, Schelling y Hegel el espúreo idealismo subjetivo se ratificará que la verdad es producida por la razón. Con ello las posiciones metafísicas del idealismo objetivo greco-cristiano son trastocadas y en su reemplazo se instaura en la modernidad un idealismo subjetivo donde las esencias son ideas o contenidos de conciencia. Imperan los sentidos, el hombre deja de ser una criatura espiritual y queda reducido a la pura animalidad sensible.

Pero antes de esa caída profunda en los abisales del alma se yergue la figura gigante de un Juan Sebastián Bach, cúspide de la música barroca y comienzo del mundo moderno, pues dispuso todo el instrumentario mundano hacia la gloria de lo religioso y trascendente. En cambio Beethoven encarna la humanización musical de lo heroico antropológico. Y es que el alma protestante despojada de los sacramentos se dirigió a la búsqueda de Dios a través del sonido. Este vuelco a lo sensorial sin ansia metafísica sería lo que haría posible el retorno al paganismo durante el neoclasicismo del siglo XVIII con la pintura de F. Gerard, A. R. Mengs, David, e Ingres; con la escultura de Canova, Flaxman, Banks y Thorvalds. Y en arquitectura las sociedades industriales solicitaban distintos tipos de edificios donde el estilo neoclásico derrochó fantasía y movimiento con formas griegas y góticas. Y el mismo impulso por representar lo prosaico y terrenal atravesará el arte romántico (Goya, Tischbein, Steiler, Schiller, Goethe), el realismo (Coubert, Daumier, Millet, Zola, Balzac, Stendhal), el impresionismo (Manet, Monet, Redon, Pissarro y Sisley) y el postimpresionismo (Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Seurat, Toulouse-Lautrec y Renoir). Hasta el advenimiento de la deshumanización del arte bajo el simbolismo, el surrealismo y la música atonal. El hombre secularizado, como Beethoven en su Quinta Sinfonía, se siente primero capaz de desafiar su destino para terminar olvidando en la posmodernidad que tiene un destino.

Ya no es el ser el que determina el conocer, ahora es el conocer el que determina el ser. Al hombre metafísico y ontológico de la Antigüedad y Edad Media le sucede otro de índole epistémico y gnoseológico.  La historia de Occidente culmina en la modernidad con la esterilidad metafísica del idealismo subjetivo.

Por consiguiente se impone a la filosofía el problema de Dios, porque es instrínseco a la estructura ontológica del hombre. La indiferencia a este problema es autodestructiva. Así, la muerte del Dios es en realidad la muerte del hombre. No es Dios el que muere, es el hombre el que muere para sí mismo. Hecha trizas la auténtica racionalidad comienza para la filosofía un periodo oscuro, que no corresponde a la propia estructura del pensar. En la contemporaneidad se vive la muerte de la filosofía.  Y los Vattimo, Rorty y compañía son sus ujieres nefastos.

El positivismo, marxismo, materialismo naturalista, pragmatismo, existencialismo, posestructuralismo y posmodernismo creen estar más allá del idealismo subjetivo moderno pero en realidad son su prisionero, porque no pueden romper con las amarras que lo tienen preso dentro de la jaula de la metafísica inmanentista del cientismo matematizante de la razón euclidea. Pues, no basta con asumir que la evidencia primaria sean que las cosas son y que lo ontológico determina lo epistemológico. Eso ya lo hizo el realismo metódico. Lo que es necesario es reconocer la dimensión de lo trascendente, infinito y eterno como propio de Dios. Pero la secularización responde a una ruta contraria. Así se culmina en la negación de la verdad objetiva y se abren las puertas de par en par al nihilismo luciferino.

La secularización es en buena cuenta la mutilación de la condición humana a su dimensión inmanente y la amputación de su dimensión trascendente. El daño espiritual que se deriva de ello es gravísimo pero no irreparable. La luciferina era de la apostasía reina a sus anchas, pero donde reina el pecado crece la gracia. Y la salvación del hombre pervive impoluta e inmarcesible por la presencia de Cristo y la gloria de Dios.

No obstante, ¿puede ser duradera la era de la secularización nihilista? ¿cuál es el destino de la secularización? El nihilismo es la quinta esencia de la desintegración moral, cultural y espiritual actual. La filosofía empírico-positivista se impuso. Ahí vemos las bufonadas pseudocientíficas de los memes culturales de Dawkins y los multiversos de Hawking. En las universidades la división temática por facultades y la especialización cientpifica ha fortalecido el prejuicio contra la trascendencia y lo religioso, como campo independiente y espiritual dotado de sentido. Pero la ciencia en su desarrollo tiende a superar este positivismo relativista. Se vuelve más holístico, teleológico y orgánico. Ya no se le ve capaz de ocupar el lugar de la religión. El estrato existencial de la ciencia ya no se enfrenta a Dios y a lo divino. Se entiende mejor que Dios no es un problema científico sino teológico, espiritual y existencial. Ahora se trata de respetar todos los estratos existenciales y todos los niveles del ser con sus distintas categorías. Las ciencias naturales han dejado de ser modelo de las ciencias humanas. Se desarrolla mejor la filosofía de la religión y de la fe.

No obstante, el hundimiento de la secularización arreligiosa y escéptica encuentra un obstáculo serio en dos factores: la crisis institucional católica y la política capitalista. La severa crisis institucional del cristianismo católico, abatido moralmente por los casos de fraude financiero, pedofilia y homosexualismo, es una valla que impide recristianizar la cultura nuevamente. Y la política capitalista que impide una economía social de mercado con valores espirituales superiores, es un factor deshumanizante y cosificador en las relaciones humanas. Sin encontrar solución a estos embarazos no podrá advenir una nueva era religiosa, donde lo divino pueda encarnarse en la vida concreta y poner fin a la barbarie civilizada actual.


08 de Julio 2017