miércoles, 23 de agosto de 2017

CHAMANISMO SALVIFICO Y DEMONICO

CHAMANISMO SALVIFICO Y DEMONICO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Como si el chamanismo careciese de pensamiento sutil, como si los ikaros, el manejo de las plantas maestras y el trato con el mundo suprasensible no reflejasen la existencia de una intención salvífica, se suele pensar que esa mística primitiva de éxtasis carece de intención mesiánica. Lo tuvo en sus orígenes, pero ya caducó. Con Cristo se inauguró una nueva creación. Más, si el rescate del alma y la sanación es una forma de salvar el equilibrio cósmico entonces las religiones de integración no están desprovistas de intención salvífica. Al contrario, son su expresión primigenia.

Para la comunidad primitiva el chamán es un mesías que restablece el equilibrio entre el mundo de aquí con la pluralidad de geografías sutiles. Con ello evita desgracias y todo tipo de daño. Por ello la misión salvífica del chamán tiene un contenido más cosmológico que antropológico. Todo lo existente no es sino un componente del equilibrio cósmico a mantener y preservar. El cosmos está vivo y es sutil, es un gran espíritu de cuya alteración o apartamiento se origina el mal.

El visionario es un médium con otros mundos. Pero a diferencia del médium del espiritismo no se limita a trasmitir sino que extrae conocimiento del mundo sutil e incluso obliga a los espíritus a obrar de manera determinada. Es especialmente en el visionario, que despierta sus sentidos espirituales, ingresa a las geografías sutiles y se conecta con los otros mundos espirituales de los antepasados, naciones y dioses, donde se manifiesta el carácter salvífico de las religiones de integración chamánica. O sea se apela a los buenos espíritus para promover y proteger la depredación racional de los recursos naturales.

En cambio, el brujo o el chamán especializado en el trato con los malos espíritus o demonios incentivan la depredación, la discordia y la muerte. En esta depredación no se existe desvinculado con otros mundos espirituales malignos. Bien se señala que si el visionario que actúa con los espíritus benignos actúa con amor y compasión, el visionario que obra con los espíritus malignos lo hace por ira, venganza o complacencia de un poder.

Esto significa que se dan dos formas del actuar chamánico. Una, el chamanismo salvífico, especializado en el trato con los espíritus benignos, y la segunda, el chamanismo demonista, especializado en el trato con los espíritus malignos.

Pero hay un aspecto sumamente relevante. Y es que se considera que todos pueden brujear sin necesidad de ser un iniciado. Esta fuerza que las naciones jíbaras llaman “pasuk” al parecer está en todos. De modo que los dardos de materia sutil llamados “virotes” los pueden producir por distintas pasiones no sólo los brujos sino toda persona e incluso todo ser vivo. El famoso y universal “mal de ojo” sería uno de esos casos.

Esto plantea varias interrogantes. Primero, si existe una energía para maldecir también debe existir una energía para bendecir. Segundo, si todas los seres vivientes poseen dicho poder entonces lo poseen por ser algo inherente al ser espiritual o por influencia de espíritus externos. Y tercero, si al ser espiritual le es propio el pasuk entonces su buen uso depende en última instancia de la educación de las pasiones. Pero el respeto mutuo es un valor que abarca a todos los seres vivos y cuando se le trasgrede, el pasuk produce virotes. Al final todo el bienestar material, natural, físico e inmanente se reduce a un respeto de la energía espiritual presente en toda la geografía sutil.

Para los pueblos ancestrales la conservación del cuerpo era condición básica para la conservación del alma. De ahí la importancia de los entierros desde hace ochenta mil años en el Neandertal hombre prehistórico. Este dualismo cuerpo-alma debía conservarse para la preservación de la armonía cósmica. Pero ¿y los poderosos brujos ancestrales que hacían daño con virotes y alteraban la integración cósmica recibían castigo más allá de esta vida? No es peregrina la idea que afirma que el Gran espíritu por encima de todos los espíritus se encargaba de propinar un merecido a cada alma por sus acciones.

Los que han vivido con odio, mezquindad y transgredido los tabús subsisten mal en un universo que se multiplica en mundos sutiles de materia y espíritu. Esto es, la idea del espíritu desvinculado de la materia o del cuerpo todavía pertenece a otra etapa del pensamiento humano. La idea de la vida más allá de la muerte para el hombre prehistórico no implica la desencarnación del alma sino su preservación junto al cuerpo en otras geografías sutiles.

De modo que el rescate, la recuperación y la sanación del alma en el chamanismo implican la idea de un avance ético y racional de la conciencia. La conducta buena está asociado a mudos sutiles buenos. El basamento metafísico de esa idea es un pampsiquismo donde todo se concibe animado. El poli-espiritualismo chamánico ancestral y actual es una búsqueda de equilibrio espiritual sobre la base de concebir la realidad como pluralidad de mundos con materia y espíritu. Incluso los otros seres vivientes son personas y conforman naciones. De ahí que mantener la armonía cósmica es muy importante es un universo donde la alteridad se prodiga ilimitadamente.

Pero el pampsiquismo chamánico es de naturaleza muy distinta del pampsiquismo de los primeros jonios, del hilozoísmo científico de Haeckel y del pampsiquismo de Leibniz. Y la diferencia se basa en la idea de la realidad espiritual. No se trata aquí de un espíritu monoteísta, henoteísta o politeísta. Menos aun consiste en la pura realidad de espiritus demonológicos. Más bien, consiste en concebir la realidad espiritual en una pluralidad de mundos sutiles, con dualidad de materia y espíritu. Así, por ejemplo, en las religiones del África negra se sigue creyendo como hace 40 mil años en la sangre sagrada de la Gran Madre Tierra, y entre los pueblos de la amazonia creer en el Dueño de todo lo existente o Nete Ibo, del cual viene incluso la fuerza curativa. Pero incluso Nete Ibo tiene su casa, sus mujeres, su ciudad, su mundo. Es decir, el dualismo espíritu-materia es lo característico en el ideario de las religiones de integración.

Los visionarios no sólo beben las llamadas plantas sagradas y entran en contacto con seres suprasensibles para efectos de curanderismo sino también deseando la sabiduría. Aunque se trata de un saber de salvación, donde la materia no representa el mal ni el Caos original de la cosmogonías míticas de las religiones de servicio. Más bien, el caos y el mal provienen del ámbito de las pasiones humanas y suprahumanas. Aquí el desorden cósmico no proviene de la existencia de demonios, espíritus malignos o mundos del mal, sino de sus hechizos o de acudir a estos para obrar mal. Es también el brujo lleno de soberbia u odio es el que recurre a espíritus malignos para producir mal. De ahí que lo moral tiene una fuerte connotación cosmológica. Y en esta primigenia actitud filosófica de índole mitomórfica se desbroza la idea de todo el cosmos como realidad plural animada. Pero no reduce la materia al alma como en el hilozoísmo sino que mantiene la dualidad.

El curandero visionario tiene ansia de sabiduría, pero no considera su origen de carácter humano. Con toda propiedad se puede decir que al concebir la sabiduría como resultado del trato con toda clase de espíritus su forma de filosofía es mitomórfica y de carácter revelado. La filosofía como revelación o iluminación espiritual metasensible ha recaído en el chamán. Por lo tanto, no es accesible a los mortales sino a través de los visionarios extáticos. En el fondo se trata de un saber de salvación útil y benéfico prescrito por revelación o iluminación de lo sagrado. El trabajo filosófico de acercarse a la verdad revelada se fusiona con la creencia y con la tradición. Se trata de una filosofía extático-mítico-religiosa que vincula al hombre con lo sagrado. Su ámbito está estrictamente limitado a su vínculo con lo sagrado.

La diferencia con una filosofía escolástica (Filón de Alejandría, neoplatónicos, filosofía islámica, judaica, patrística, escolástica y espiritualismo contemporáneo) reside en que no se trata de una filosofía autónoma que se emplea para la defensa de una verdad religiosa, sino que se identifica con la creencia establecida. El visionario chamán no busca renovar la creencia sino mantenerla. Por ello su sabiduría filosófica no es autónoma. Se trata de una filosofía que defiende el origen no humano del saber fundamental.

Otra característica del chamanismo salvífico o demónico es que la nula destrucción absoluta de la unidad cuerpo-alma significa la ausencia de la idea de la Nada absoluta. Y más bien la presencia poderosa una Nada relativa, en el sentido de privación o ausencia. La muerte no es la extinción completa sino el paso de la unidad alma-cuerpo a otra geografía sutil. No hay el dios Creador de las religiones de salvación, ni hay el dios Ordenador de las religiones de servicio, ni hay el dios Legislador de las religiones de liberación. Lo que hay es una pluralidad de geografías sutiles, donde la unidad alma-cuerpo pasa de un mundo a otro. Tampoco hay noción de eternidad sino de tiempo interminable. De manera que la idea de la muerte y la destrucción se asocia a la idea de la Nada como carencia o ausencia pero no como Nada absoluta.

De modo que el chamanismo o curanderismo precolombino y actual es una evidencia poderosa que la historia de la religión en el Perú actual y ancestral no puede restringirse solamente al panteón andino de hace 5 mil años y hace posible retrotraer la paridad primordial Animador-Viracocha y lo Caótico-Inanimado –señalada por Urbano y Zuidema- a una paridad más primigenia y ancestral que retrotrae al chamanismo paleolítico de fines del Pleistoceno con el hombre la Pacaicasa y Lauricocha hace 15 mil años. Es decir, la paridad dualidad primordial andina está precedida por la unidad paridad chamánica curanderil alma-cuerpo.

Esto supone tres cosas. Primero, en la dualidad unidad primordial curanderil no hay acto ordenador, legislador ni creador sino potencia armónica cósmica que se confunde con los seres suprasensibles y dioses. Segundo, no hay tres mundos (atmosférico, telúrico y subterráneo) sino de una pluralidad de mundos sutiles y suprasensibles. Y tercero, los muertos no moran en el mundo subterráneo o Uccu pacha sino en otras geografías sutiles. 

Y es aquí donde se revela el meollo y peculiaridad del carácter mesiánico del chamanismo curanderil. La salvación que opera el curandero no implica grandes ciclos cósmicos o Pachacuti, ni arribo al Cielo, ni morar con la Luz Eterna o Illa Teqse. No hay apartamiento del tiempo y del espacio. Lo que hay es la continua participación en la armonía cósmica imperecedera. Esto significa que es un mesianismo cósmico, antes que antropológico. No es extraño que el chamanismo haya permanecido más duradero y parecido a su forma primigenia en aquellos lugares con menos cataclismos geográficos –polos, trópicos-. Las grandes modificaciones climáticas, plagas y demás desastres en regiones más expuestas pondrían en cuestión la suficiencia del trato chamánico con los espiritus para preservar la armonía con el cosmos. Lo que produjo su abandono y modificación hacia otras formas religiosas fue la ineficacia del trato con los espíritus para mantener dicha armonía cósmica.

Todo este análisis refleja que el asedio por lo trascendente y metaempírico en el hombre, especialmente en el chamanismo, no es un recurso a lo irracional, sino que bien visto, es una revalorización de la razón y de las verdades suprarracionales. La mística extática no es un abandono de la razón en brazos de lo irracional sino una reafirmación que lo suprarracional trasciende la razón humana pero no la racionalidad misma. El reconocimiento de la razón de las verdades suprarracionales no significa el imperio de lo irracional sino la limitación de la razón humana.

De ahí que la razón humana en los límites de lo sagrado tenga que recurrir al mito, al símbolo, a la metáfora, la alegoría y el razonamiento analógico. El visionario curandero puede visitar y conocer los mundos sutiles, pero la esencia de los mismos siempre queda ignota. Ya bastante distante se halla uno de concebir al hombre ancestral del chamanismo como dominado por la racionalidad empirista y pragmática, como supone el dogma positivista empirista. Por el contrario, éste recurre al lenguaje poético, metafórico y alegórico, según las reglas de la analogía, para describir lo vivenciado en sus trances. 

Los símbolos no son conceptos lógicos sino existenciales, que expresan el afán de trascendencia de la condición humana. Son el signo más ostensible de que el hombre no está conforme con su ser en el mundo y ansía la completud ontológica con lo sagrado. Los símbolos ponen al descubierto que la humanidad tiene la vivencia de lo profano envuelta en lo sacro. El símbolo mítico es la respuesta originaria de un ser que se siente suspendido entre el Ser y la Nada, el bien y el mal. Y es que en el corazón de todo hombre late el anhelo de trascendencia.

Las ideas de mesianismo, salvación o santidad lejos de ser un injerto de las ideas católicas son parte de toda cultura humana. En realidad, la condición humana tiene sed de desarrollo espiritual. Y en general lo Salvífico se presenta como tendencia permanente del hombre, que en el mundo ancestral está presente como impulso para salvar la armonía del cosmos desde este mundo. Los llamados pueblos bárbaros o semibárbaros por el monismo naturalista diacrónico, son en realidad gente con una especial sensibilidad espiritual dentro del pluralismo culturalista.


Reconocer el carácter mesiánico del chamanismo arcaico no es cerrar los ojos a la nueva situación espiritual que se abre desde el cristianismo. Por el contrario, es admitir su valor para un determinado periodo de la historia. Pero insistir en su vigencia sería un grave error espiritual. Creer en lo sobrenatural y lo espiritual no nos debe llevar a apartar la mirada de Jesús. En la cruz murió Jesús pero también allí surgió el lugar de nuestro nuevo nacimiento. Y no hay retroceso espiritual posible. Jesús es la misma eucaristía, él es el único que cura y da los dones curativos, los cuales para que no se resequen deben ir siempre acompañados de oración. No hay curación verdadera sin invocación de Dios. Es el Espíritu Santo el que continúa la obra de Jesucristo y la restauración universal que será obra de Cristo. Vivimos en la era del Espíritu Santo y sin él no seríamos lo que somos. En la nueva realidad espiritual toda ayuda espiritual hay que pedírselo a María, no a las plantas maestras ni a los sortilegios del chamán.

23 de Agosto 2017