jueves, 19 de octubre de 2017

CUÁDRUPLE RAÍZ DE LA RAZÓN ESTÚPIDA

CUÁDRUPLE RAÍZ DE LA RAZÓN ESTÚPIDA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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La estupidez parece ser un compañero inseparable del hombre histórico. Ha estado presente en todas las épocas de la humanidad. Pero nunca resultó ser más peligrosa que ahora. La capacidad de autodestrucción humana se ha multiplicado exponencialmente. Efectivamente, es en la modernidad tecnológica cuando la estupidez resulta ser mortífera. Y lo es porque el reino de la razón autónoma que le sirve de fundamento tiene un rol protagónico en la crisis de la conciencia humanística.

No es que la humanidad sea estúpida a partir de la modernidad, sino que desde ella se ha agudizado el proceso de estupidización humana. Y ello se ha producido desde el abandono del idealismo objetivo, la negación de la metafísica realista y su paso al idealismo subjetivo con su negación del Ser que funda todo ser. Empirismo, racionalismo, criticismo, iluminismo, materialismo, naturalismo, positivismo, fenomenología, existencialismo ateo, positivismo lógico, filosofía analítica, estructuralismo, postestructuralismo y postmodernismo representan la agudización de esta crisis de la razón que clausuró la trascendencia, entronizó la inmanencia y ahondó la voluntad de poder del inmanentismo. La sustitución de la verdadera trascendencia por el Yo pienso alentó no sólo el ateísmo y el escepticismo sino también la estupidez del hombre.

El diosecillo terrestre que divorció a la propia razón de su reconocimiento de las verdades suprarracionales, fue la piedra de toque para repotenciar lo estúpido en el hombre. El resultado de la absolutización de la razón humana fue el ahondamiento mismo de la estupidez del hombre. ¿Cómo fue esto posible? Por el camino de colocar lo infinito en lo finito. Camino que por razones cosmológicas está explícitamente expuesto en Bruno, cuando distingue entre “infinito-infinito” que no padece ni sufre y el “infinito-finito” que actúa y padece. Al romper con la imposibilidad aristotélica del infinito actual y coincidir con el infinitismo de los presocráticos abre uno de los conceptos claves de la ciencia moderna y trata de la infinitud de lo finito. En otras palabras, el drama del agravamiento de la estupidez humana tiene relación con el pensamiento moderno que asume una razón que no se abre a la fe y a lo sobrenatural. Aquí no se trata de suscribir la opinión de Donoso Cortés, según el cual sólo un retorno a la fe puede salvar a la civilización actual. No. Un pensamiento finalista no tiene obstáculo en reconocer que los retornos son antihistóricos y anacrónicos.

Sencillamente la estupidez humana hay que combatirla, a pesar que se vaya incrementando con el avance de la civilización misma. Pero en una palabra, la civilización que coloca lo infinito en lo finito decreta la profundización del proceso de estupidización. Lo irónico es que se trate de la civilización de la exploración espacial, la conquista del átomo y la edificación de la inteligencia artificial con el cibermundo. De Descartes a Vattimo han sido quinientos años de errores y de abandono de los fundamentos metafísicos. El hombre prometeico ha conquistado la materia pero extravió el espíritu. La consecuencia inevitable sería el amenazante incremento de la estupidización del hombre.

¿Pero cómo sería el mundo sin los estúpidos? Los racionalistas a ultranza creen que mucho mejor. Por lo menos no habría las desastrosas guerras. Para los irracionalistas sería tremendamente aburrido hasta el límite de la desesperación y la locura. Al menos nos causan risa y provocan diversión. Pero si no nos apartamos del justo medio aristotélico se debería aceptar su existencia como tolerable y hasta necesaria. Y sin necesidad de ser superlativo puede aceptarse que viene a ser casi como una de las fuerzas fundamentales de la historia. Casi como el reposo indispensable a las tareas serias de la razón. O mejor, casi como un vacacionar momentáneo de la misma razón. Lo peligroso es que torne lo transitorio en permanente y allí se estaría ante una etapa final de la historia. ¿Es acaso esto posible? Lo evidente es que lo estúpido no parece ser como una adolescencia fugaz de la razón, de lo contrario hubiese desaparecido hace mucho tiempo. Más, lo estúpido no parece tener una relación indesligable con las crisis de crecimiento ni con las crisis de decrepitud de la razón. Pues en ambas brilla por su presencia.

Es innegable que hay causas histórico-sociológicas que pueden incentivar o disminuir la estupidez humana. Y en esto no discreparía la visión secularizada, racionalista e ilustrada del hombre como homo sapiens, criatura en evolución, criatura decadente y hasta el venidero superhombre. Pero ni lo histórico-sociológico, ni la mera estructura de la razón explican todo el fenómeno de lo estúpido. De esta forma tiene que ver su existencia con algo más profundo que las meras coyunturas históricas. Tiene que hundir sus raíces en algo transhistórico y metafísico. Por eso es necesario y valioso ahondar en la visión teológico-metafísica del problema. ¿Tendrá que ver con la propia estructura del espíritu humano? Veamos. Si las facultades primordiales del espíritu son el entendimiento, la voluntad y el sentimiento, y si la estupidez pertenece a un estado del espíritu, entonces debería estar presente en sus tres principales potestades. Y al parecer lo está. Lo está en el entendimiento por la ignorancia, la estrechez mental y la vesania. En la voluntad por la abulia, la arrogancia y la intemperancia. Y en el sentimiento por la frialdad, el orgullo y la promiscuidad.

Pero eso no es un mero atisbo psicológico-antropológico del problema de la estupidez. Pues, la antropología filosófica judeo cristiana añade un elemento teológico y providencialista, a saber, el mito del Edén. Dios creó a nuestros primeros padres en estado de gracia. Allí la maligna serpiente no tienta directamente al primer hombre Adán, sino que lo hace indirectamente a través de su bella y agradable compañera Eva. Es la primera mujer la que se deja tentar por el demonio, desobedece la orden divina y seduce a Adán. Esto es, la estúpida ignorancia e ingenuidad de Eva junto a la estúpida confianza de Adán arrastra consigo el misterio del pecado de desobediencia y soberbia con la repercusión cósmica del primer pecado del género humano, que creyeron en la mentira del demonio que serían como dioses. El desastre remolcó consigo a toda la naturaleza humana. Desde entonces se revuelca en la estupidez. No siendo un pecado personal el pecado original se trasmite por naturaleza humana. Su realidad es dogma de fe y se lava con el sacramento del bautismo. Por el bautismo renacemos. El poder del diablo se mantiene como tentador y enemigo, pero actúa con permiso de Dios sobre el hombre no caído y el hombre caído.

Para San Agustín esta vida de la gracia recuperada por el bautismo necesita respirar por medio de la oración. La oración sería la respiración del alma. Al perderse la gracia se sufrió daño en la vida sobrenatural y en la vida natural. El más grande efecto fue su separación con Dios. Pero sería Dios el que elegiría el momento para restablecer la unidad con la Redención de Jesucristo. La Redención es histórica y pertenece a la plenitud de los tiempos. Dios prepara a María sin pecado original y la preserva sin pecado personal. La misión de Cristo fue restablecer la unidad perdida entre la raza humana y Dios por el pecado de Adán. Abrió nuevamente el cielo para el hombre. Pero su rescate para la vida eterna no eximió a la humanidad de la lucha permanente contra el pecado. Se ingresa a una nueva guerra en el que se desarrolla la orientación correcta de nuestras energías contra el pecado. Pues la gracia no es totalitaria y respeta la libertad humana. La gracia santificante no destruye la voluntad sino que la une libremente a Dios. La humanidad no es simple espectadora de su redención. Al contrario, su sufrimiento en unión con Cristo es corredentor.

El resultado es la expulsión del Paraíso y el ingreso a la dimensión cósmica del pecado original. Toda la creación se trastoca por una mala acción moral. Lo que indica algo más que la metafísica de la identidad platónica entre el Bien y el Ser, y que se refiere a la cristiana superioridad del Bien sobre el Ser. O sea, metafísicamente en el orden finito el Ser es porque participa del Bien. Sólo en Dios infinito, creador y providente ambos se identifican, en las criaturas la correspondencia es por participacion. En suma, las consecuencias funestas del pecado original no solo lo fueron para la raza humana sino para toda la creación. Esto quiere decir que siendo la presencia de Dios en nosotros de carácter ontológico, el hombre incurre en la estupidez desde el pecado de la soberbia. Pero esta íntima conexión entre estupidez y pecado no está presente desde la Creación, sólo desde la Caída hasta la Redención y de ésta hasta el Juicio. O sea, estúpida no fue la Creación sino la actuación de un ser racional que desobedeció la prueba divina para alcanzar la vida eterna. Si antes de la Caída Adán era inmortal e incorruptible, después de la Caída fue mortal y corruptible. Sólo luego del Juicio Final recuperará su estado inmortal, incorruptible y redimido.

Lo que muestra que el hombre es un animal racional pero insuficiente en sí mismo. Su estupidez –que ingresa desde el pecado de la soberbia- afecta no sólo su razón sino también su voluntad y sentimiento. Todo el espíritu humano queda afectado por la profunda estupidez del pecado de la soberbia. La soberbia es en el fondo un olvido y negación de su condición de criatura. Es la necia aspiración de convertir lo finito en lo infinito, negar su distancia y diferencia metafísica. No comprender el carácter preparatorio de esta vida dentro del misterio del sufrimiento es otro signo de la estupidez humana. ¿Pero acaso el hombre tendrá alguna vez el panorama completo de la realidad? Lo tendrá en la otra vida, cuando reciba la virtud sobrenatural de la fe y el don del entendimiento. Pues nuestro intelecto y nuestra voluntad están dañados, por eso nuestra respuesta a la gracia es siempre imperfecta. Pecamos y somos estúpidos porque nuestra voluntad está enferma y se complace en el Yo individual. Por eso el Diablo es regocijo del Yo en el Yo. En esta vida el peligro de pecar y ser estúpido es permanente. Pues la gracia no elimina la guerra contra el pecado, sino que la intensifica.

En el Final de los Tiempos se acrecentará peligrosamente la estupidez humana en la apostasía general, pero también sobreabundará la gracia desarrollando junto a los hábitos naturales los hábitos sobrenaturales. Así, el hombre es un ser capaz de ser llenado por Dios (capax Dei). Pues en esta vida el hombre no puede eludir del todo la estupidez pero sí puede hacer lo sensato, esto es, entrenar el cuerpo para el bien del alma y orientar las propias energías contra el pecado. Pero en la otra vida la mente capacitada por la fe vuelve lo complejo en simple y ve que lo único importante es la relación del alma con Dios. Es decir, no obedecer las leyes de la realidad nos quebranta a nosotros mismos en la estupidez y el pecado.

En síntesis, existe una cuádruple raíz en dos niveles de la razón estúpida. A saber: a nivel empírico tenemos la raíz histórico-sociológica y la raíz antropológico-lógica. Y a nivel transhistórico-metafísico hallamos una raíz teológico-providencialista y otra raíz metafísico-ontológica. En el primer nivel se advierten factores históricos (época de auge y de decadencia), sociales (políticas de opresión social y descuido educacional), antropológicos (idiosincrasia, carácter) y lógicos (mentalidad mágica, mítica o deductiva).

En el segundo nivel se aprecia el factor teológico (plan providencial divino) y el metafísico (contraste y relación de lo finito y lo infinito). La comprensión de esta cuádruple raíz exige la consideración tanto de los elementos inmanentes como de los trascendentes. Siendo éstos últimos los que dan el sentido decisivo a los primeros es posible sostener que siendo la presencia de Dios en nosotros de carácter ontológico, el hombre incurre en la estupidez desde el pecado de la soberbia. Y seguirá siendo el tábano del hombre desde la Caída hasta el Final de los Tiempos.

De modo que la idea griega del hombre como mens, ratio o logos, con poder y fuerza sobre sus instintos y sensibilidad, queda con un poder explicatorio limitado sobre la estupidez humana. El panlogismo hegeliano que proclama que la razón domina el mundo y la historia,  donde todo lo irracional, como las pasiones y los instintos, quedan disimulados como las “astucias de la idea”,  siervos del Logos que el filósofo ebrio de Dios lo repiensa en el divino proceso dialéctico de la historia, queda refutado por el carácter contingente de la historia y el derrotero cruento del soberano intelecto. Pero el espíritu narcotizante de la estúpida soberbia humana expresada en el idealismo subjetivo tiene otra expresión en los materialismos de Marx, Freud y Darwin. El inmanentismo compartido por los tres forma parte del Regnum hominis de la modernidad. Y no menos infecunda es la ideología del superhombre para explicar la estupidez imperante y venidera. El cibermundo que promete mayor eficacia humana amenaza a su creador con su propio exterminio a manos de la máquina. Corolario mayor de la estupidez humana. Por ello, la comprensión cabal de lo estúpido no puede prescindir de la dimensión teológico-metafísica.


19 de Octubre del 2017