martes, 12 de diciembre de 2017

FILOSOFIA COMO EXPERIENCIA EXISTENCIAL

FILOSOFIA COMO EXPERIENCIA EXISTENCIAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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I
La Universidad Nacional del Santa-Ancash, desde la tierra milenaria que vio nacer las sorprendentes culturas de Sechín y Chavín, nos ha lanzado el guante retador para que en el presente V Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú, la filosofía explique desde mi punto de vista un problema bastante serio. A saber, por qué la filosofía se  muestra enajenada con la vida, si es que lo está, por cuánto tiempo seguirá así y en todo caso si hay remedio ante tal situación angustiosa.

El hombre de la cultura pragmática actual por excelencia, percibe que la filosofía es un estorbo para vivir esta vida posmoderna sin grandes ideales, pero por otra parte experimenta en su condición humana que no se puede vivir sin filosofía. Nos emplaza para dar respuesta a la grave cuestión de si debemos dejar morir lentamente a la filosofía o si debemos justificar su existencia como experiencia existencial.

En el transcurso del Congreso y por la calidad de los filósofos invitados, no es difícil entrever que se darán tres clases de respuestas: la “conformacional” del filósofo trujillano Víctor Baltodano, la “perennialista” del filósofo chiclayano Francisco Reluz y la mía, de índole “mitocrática”.

Por mi parte, veo necesario reflexionar sobre cuatro aspectos previos: 1. ¿Qué es Filosofía?, 2. ¿Qué es Experiencia?, y 3. ¿Qué es Existencia? De este modo se tendrá el horizonte conceptual para respondar la interrogante: ¿Qué es Filosofía como experiencia existencial?

II
Entonces, qué es filosofía. Más de una vez se ha levantado la acusación contra la filosofía que ésta se ha tornado alambicada, ultracadémica y alejada de los problemas reales de la vida. Ante lo cual hay que decir dos cosas. Primero, que es cierto que la filosofía se alejó de la vida misma. Y segundo, que no es cierto que la filosofía ya no está en la vida.

Estas afirmaciones aparentemente contradictorias, como la vida misma, son fáciles de entender cuando advertimos que la filosofía como disciplina requiere de un arduo y prolongado trabajo de asimilación de la tradición, replanteamiento de problemas y búsquedas de respuestas con espíritu crítico. Esto es, que la filosofía como “actitud” exige una preparación especial que muchas veces termina extraviándose de la vida misma. Esto lo advertimos con claridad en la filosofía analítica y del lenguaje, la cual concluye reduciendo los problemas del mundo a cuestiones semánticas y de sentido linguistico, cuando no a meras creencias.

Más, existe también la filosofía como “aptitud”. La cual nunca estará ausente de la vida porque es parte de la condición humana. Todos los seres humanos se hacen preguntas filosóficas en alguna etapa de su vida, lo cual no los hace filósofos pero revela la presencia de la actitud filosófica en el hombre. Sócrates cuando búscaba la sabiduría en las calles y plazas de Atenas no sólo daba testimonio que la filosofía nació en las calles y en la vida, sino que mediante la mayéutica demostró que la filosofía como aptitud siempre está presente en la vida del hombre.

Pero aquí no es nuestra intención presentar la tesis que la filosofía como “actitud” nunca morirá porque pertenece a la condición humana –lo cual es cierto-, mientras que como aptitud está destinada a fenecer en la presente civilización materialista y pragmática –lo cual es pesimista-.

Lo que advierto es más bien una realidad más compleja que atañe a la esencia de la filosofía. Cuando Sócrates se deja llevar por el impulso a la verdad dentro de un no saber que sabe, cuando Buda recibe la iluminación bajo el árbol Bodhi para enseñar la liberación del dolor y el desapego, cuando Confucio se propone salvar a la humanidad mejorando al hombre y su comunidad, cuando Jesús vence la tentacion en el desierto y trasmite una vida penetrada de divinidad. Cuando vemos a todos estos grandes espíritus de huella inmarcesible en la historia, nos damos cuenta de varias cosas: 1. El núcleo de la filosofía no es racional, sino metafisico-existencial, 2. El impulso por la verdad no es primordialmente pensar sino ser, 3. No se enseña sólo un camino de conocimiento sino un camino de vivir y de salvación, 4. En su origen se da la unión entre filosofía y teología, 5. Se puede inhibir ante las cuestiones últimas del mundo pero no ante el Amor al prójimo, y 6. No rehúye la contradicción lógica y escapa a la interpretación racional, poque en última instancia la filosofía nunca será una forma de saber, sino que es primordialmente una forma de ser.

Por todas estas notas, sostengo que la filosofía tiene que ver con la condición humana o su existencia en sus dos modalidades (aptitud y actitud) en todas las etapas de su historia (prehistoria, protohistoria e historia). En otras palabras, la filosofía acompaña al hombre desde sus inicios paleolíticos (filosofía mitomórfica), neolíticos (filosofía mitocrática) y edad de los metales hasta el presente (filosofía logocrática). No entraré en detalles en cada uno de ellos, porque no viene a cuento en este momento. Pero sí dejaré apuntado que la filosofía resulta ser polimórfica y descentrada respecto a la razón. En una palabra, la filosofía tiene que ver con la existencia ante que con el pensar. Lo cual no es caer en ningún relativismo porque la existencia implica la presencia del Ser. 

A diferencia de muchos de los posmodernistas, relativistas y nihilistas, como Foucault donde todo es consenso por la incomensurabilidad de las convenciones comunitarias, Kuhn y sus paradigmas que son solo diferentes pero no mejores ni peores que otros, Rorty donde todo es puro juego idiomatico, Derrida donde toda realidad es un texty todos los textos son equivalentes; digo pues, que a diferencia de todas esas variantes filosóficas que niegan la naturaleza esencial de las cosas, que al final de cuentas termina en el repudio total de la filosofía, mi postura consiste en reconocer que la naturaleza polimórfica y descentrada de la filosofía es reconocer que la verdad esencial tiene una expresión epocal variable.


En otras palabras, porque lo ontológico (el Ser) es también axiológico (el Valor), estético (lo Bello) y epistémico (la Verdad), es posible hallar el sentido del mundo en la interioridad absoluta (el Ser), la interioridad dividida (la Existencia) y la exterioridad (la Realidad). Existencia Valor se corresponden, por el valor se penetra en la interioridad del ser. El valor es expresión en lo relativo de lo absoluto. Es decir, la mente no es creadora de la realidad -como dicen los posmodernistas con sensación neonietzscheana de poder  liberad-, pues, como lo subrayara Wittgenstein, una cosa son los hechos y otra los marcos de referencia. Karl-OttApel desde la fenomenología tambien había destacado que sin un marco de referencia trascendental no es posible ninguna discusión critica formal. O sea, mundo y mente se copertenecen.

III
Abordemos ahora el segundo aspecto: la definición de la “experiencia filosófica”. Cuando la esclava de Tales de Mileto se burlaba de él, porque siendo tan sabio en cosas lejanas se cayó en un pozo ante sus pies, da la impresión del alejamiento de la filosofía con cosas de este mundo. Pero aquí hay que advertir algo fundamental que tiene que ver con la experiencia filosófica.

Platón a esta experiencia la llamó episteme o conocimiento universal para diferenciarla de la doxa o conocimiento particular. Y relacionó la episteme con las Ideas o esencias que moran fuera de este mundo o en el topos uranus. Aristóteles lejos de negar las esencias las radicó en las cosas mismas. Con ello se separa de Platón aunque su eidético y teleológico Motor inmóvil sea puro platonismo.

En otras palabras, la experiencia filosófica en la Antiguedad y Edad Media significó aprehensión directa de lo inteligible, necesario, universal, inmutable y absoluto. Y en este sentido la filosofía se mostró como lo más apartado de esta vida empírica, pero no de la vida misma o verdad universal. Aunque aquí hay que precisar que con el cristianismo irrumpe la metafísica de la persona, el creatum ex nihilo y el Dios providente y encarnado que acaba con la separación de lo trascendente con lo inmanente. El agón griego es de ascensión y esfuerzo hacia lo Uno, en cambio el agón cristiano es de una deidad que viene al hombre. Pero esta nítida distinción entre lo empírico y lo inteligible es lo que caracteriza a la experiencia filosófica en la tradición greco-cristiana y en las corrientes espiritualistas de la modernidad.

Pero la modernidad en sí misma representa la negación de esta experiencia filosófica primordial. Hija del nominalismo medieval de Duns Scoto y Occam, encarna la gran ruptura con la metafísica esencialista tradicional. Al convertir lo fáctico en lo único válido y negar las verdades inmutables, eternas y trascendentes, fecundará todo tipo de ismos filosóficos del hombre sin verdad, sin fe ni razón.

En este contexto a la razón sustancial la reemplaza la razón funcional, instrumental, científico-tecnológica. La metafísica de la empiria moderna es en el fondo una sublevación y negación de todos los valores trascendentes. Como enfatizaba Max Scheler, la modernidad es la expresión de un resentimiento metafísico contra el mundo trascendente. Y, en consecuencia, la filosofía será reducida a un apéndice de la ciencia, la lógica o la gramática. El logos metafísico será desplazado por el logos técnico. La filosofía como saber de cosas verdaderas pierde su importancia porque se da por abolida la verdad. El relativismo, hedonismo y nihilismo campea, y en esa atmósfera la filosofía está condenada a desaparecer.

De modo que la experiencia filosófica de aprehensión directa de lo inteligible suprasensible en el Ser (filosofía natural), en el Saber (Verdad) y en el Amar (ética), devino en experiencia empírica de lo que el hombre decreta con su pensamiento y voluntad. En el Regnum hominis de la modernidad la filosofía sufre su más violenta degradación interna y externa. Se sustituye el ser por el evento, la verdad por la creencia y el bien por el consenso. Y así, el filósofo aparecerá ante un Lyotard como un simple narrador de cuentos. Ante la extinción del conocimiento y de la verdad la filosofía tenía que sufrir la ruptura de su existencia.

Si dentro del espiritualismo filosófico la filosofía se revela como una experiencia metafísica donde el hombre se inserta en la experiencia metafísica realista de la primacía del Ser sobre el conocer, en el nominalismo de las filosofías contemporáneas prima la subjetividad monádica sobre la realidad que se esfuma en puro concepto. De ahí que la acusación de Heidegger sobre que la metafísica griega desde Sócrates es el olvido del Ser, sea completamente errónea. Al contrario, la metafísica tradicional buscó el ser en sí (einai) más allá de toda esencia y no termina en un puro concepto trascendente. Eso por un lado, y por otro, fue la filosofía moderna la que con su metafísica de la empiria consagró el olvido del ser por el pensar.

En una palabra, la experiencia filosófica ha devenido en artificio de conceptos porque la propia existencia humana se ha empobrecido dentro del contexto nominalista de la cultura moderna. Hasta el propio concepto y experiencia de lo trascendente ha sufrido una secularización idolátrica. De este modo la experiencia filosófica se ha degradado por el efecto del predominio de la razón funcional –verdadero núcleo de la revolución científico-técnica- sobre la razón sustancial.

IV
Finalmente veamos el tercer término: Existencia. La Existencia es aquella realidad que guarda una relación especial con la sustancia, la esencia y la existencia. Por ello, se trata de una realidad inconfundible y que se diferencia de los demás entes reales. Es la única que se hace cuestión de sí misma. De ahí que resulte insuficiente tanto la definición de Aristóteles en el sentido de todo aquello que “subsiste”, como de los matemáticos que hablan de los números como un “modo de ser” o existir, donde se confunde el ser real con el ser ideal o con el ser irreal. La categoria de “existencia” –como fue enfatizada por la dirección existencialista- atañe a un tipo especial de ser real que atañe al hombre, y cuya característica esencial es la posibilidad, libertad y proyectividad.

Ahora bien, si la existencia es una categoria metafísica que tiene que ver con la realidad humana, nos preguntamos ¿Qué tiene que haber sucedido para que la “experiencia existencial” de la filosofía pierda sentido, significado, importancia y esté colapsando?

Por un lado, la filosofía se ha burocratizado, se ha desconectado de la vida. Los filósofos se han tornado en homus academicus que administran el saber de una sociedad alienada. En este sentido, han perdido contacto con la verdad, con el ser, con la realidad. De manera que devenidos en funcionarios de un sistema universitario mercantilizado no son capaces de romper el círculo vicioso de la vida alienada. No es que la universidad haya enajenado a la filosofía, es que la vida enajenada del regmun hominis de la modernidad enajenó a la filosofía y a la universidad. La universidad es una entidad nacida en el corazón del siglo XIII, en el pináculo de la síntesis tomista. La decadencia se inició después, cuando la civilización occidental fue perdiendo su pathos espiritual. Incluso hombres como Spinoza, Hume, Leibniz, entre otros no fueron profesores universitarios.

Todo indica que la secularización campeante y la cultura de la inmanencia de la civilización moderna fue la que empobreció la experiencia filosófica existencial. Signo evidente de esta decadencia es la nula existencia en la práctica de la libertad de cátedra en la universidad. Recuperar la experiencia filosófica existencial significa defender al hombre integral ante el hombre parcial por medio de una metafísica realista, espiritualista y de la persona.  Pero revertir la esencia nominalista de la modernidad implica desmontar la autodivinización humana y la susodicha autonomía de la razón. Se trata de desarrollar el ordo amoris para salvar el descarriamiento del ordo rationis, responsable de extraviar la experiencia existencial de la filosofía. Y para los latinoamericanos efectuar la experiencia de dicho rescate es hallar la universalidad de la filosofía desde nuestra propia particularidad.


V
Finalmente agradezco emocionado la medalla rectoral que se me concede por mi trayectoria filosófica. Muchas gracias.


Chimbote 5 de diciembre 2017