sábado, 21 de abril de 2018

FILOSOFÍA PREHISTÓRICA (I)


FILOSOFÍA PREHISTÓRICA (I)
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía

INTRODUCCION


La filosofía prehistórica –que no es confundible con la filosofía primitiva- se encuentra bajo el imperio de lo numinoso, en el sentido de lo sagrado inmenso en lo inmanente. Y en torno a ello gira el drama de su vida especulativa en las diversas especies humanas, en su esfuerzo por dar sentido a su existencia y al mundo. Ahora bien, nuestra arrogancia como única especie humana sobreviviente y pensante va quedando paulatinamente atrás por cuatro motivos: (1) la confirmación que el hombre moderno lleva dentro de sí al extinto Neandertal, hubo hibridación; (2) modernas dataciones del arte prehistórico consignan a su antecesor como el primero en efectuar pintura mural; (3) la etnología actual admite en las sociedades primitivas de hoy a los poetas y pensadores; (4) el hombre moderno y posmoderno desencantado de sí, cavila que no fue el único ni el mejor ser pensante.

Si estos elementos son combinados con el principio de la universalidad de la filosofía en todas las culturas, que la filosofía es una necesidad existencial de la condición humana y que la razón antes de responder a cuestiones lógicas lo hace a cuestiones ontológicas –sentidos perceptual, emotivo, intuitivo, ético, estético, religioso, conceptual-, entonces arribamos a un nuevo cuadro de la filosofía donde ésta ha estado presente desde que comenzó el proceso de hominización.

La idea central del presente libro es que la filosofía prehistórica hasta el Paleolítico Superior fue una filosofía numinocrática, donde predomina la relación con lo extraordinario, sagrado y luminoso del existir. Dentro de la cual se distingue cuatro edades: pre-animista, animista, espiritualista y mitomórfica. Cada una de ellas se corresponde con una determinada especie humana (habilis, erectus, neandertal y moderno). Todo lo cual lleva hacia una reflexión metafilosófica de la filosofía misma, donde se la concibe como afín a todos los sentidos de la razón y como búsqueda de sentido ante el enigma del mundo. El homo sapiens sapiens no fue el único pensador ni filósofo en la historia de la humanidad, por lo cual el esfuerzo filosófico es parte inherente al ser racional en cualquiera de sus especies.

La filosofía como parte de la condición humana, en sus diferentes especies, completa el cuadro de su presencia a lo largo de la vida de la razón como sigue: filosofía numinocrática (paleolítico), filosofía mitomórfica (mesolítico-neolítico), filosofía mitocrática (Edad de los Metales) y filosofía conceptolátrica (desde Grecia en adelante).

PRIMER PERIODO
Edad de la metafísica numinocrática
pre-animista
(2,5 a 1,5 millones de años)

1
EL HOMO HABILIS

Resultado de imagen

El Homo habilis vive hace 2 millones de años y los más inteligentes dan muestras de haber pensado sobre el sentido de la vida y del mundo. Ellos son los primeros filósofos de la especie humana. La filosofía brota en ellos no sólo actitud sino también como aptitud. El Homo habilis pensaba y mucho. Sus respuestas no eran conceptuales ni complejas, pero implicaban ideas que concernían al sentido mismo de la vida. El ser un gran fabricante de herramientas es habituarse a tener el “ser a la mente”. El ente intramundano lo lleva avizorar el ente extramundano. Con él nace el ser ideal que proyectado sobre el mundo le permite un mejor dominio. No sólo pensó en la forma de tallar sus piedras, sino también qué significaba morir y vivir. El Homo habilis es el primer gran inventor, tallador lítico y el primer pensador.

Consigo brota el primer horizonte pre-animista. No sólo talló piedras para sobrevivir, sino que elaboró un pensamiento arcaico sobre el sentido del mundo. El Homo habilis con la invención de la industria de piedra opera un descubrimiento en tres niveles: la existencia, la verdad y lo bueno. En el orden de la razón su intelecto aprehende la importancia privilegiada de un determinado ente, a saber, la piedra cortante. En segundo término, su intelecto aprehende que conoce el ente.  Y en tercer lugar, aprehende lo que desea. Lo primero es la razón de ente, lo segundo la razón de verdadero y lo tercero la razón de lo bueno, en este caso ubicado en la cosa. Lo verdadero y lo bueno están en la realidad.

El espectáculo de indagar la presencia de la filosofía en la prehistoria no es apta y considerada descabellada por aquellos espíritus que acogen como evangelio indiscutible al etnocentrismo filosófico occidental.

Pero el hombre que no escucha este prejuicio y que reconoce que todas las culturas y el hombre de todos los tiempos se ha formulado preguntas filosóficas, siente como su infinita responsabilidad hacia la filosofía y hacia la misma humanidad hacer frente a la eterna alianza entre lo bajo y lo alto, entre el cielo y la tierra, entre los brutos y el hombre, entre el hombre y todos los hombres, entre los hombres y Dios.

El hombre desde los tiempos más inmemoriales ha sentido esa dulcísima eucaristía de unidad universal que es la filosofía. Está en su ser, es su ser, como sello indeleble de una criatura destinada a conocer y sujetar el mundo con su razón. Para conocer la universalidad de la filosofía es preciso cercar las huellas de la criatura filosofante en su proceso de humanización  y hominización.

La hominización no es repentina, sino gradual. Se calcula que la especie humana aparece hace 2,5 millones de años en África oriental, en el contexto de cambios climáticos ocurridos al final del Terciario. El comienzo de un enfriamiento que caracterizó a todo el Cuaternario, con periodos glaciales intercalados con fases de cerrados boscajes y áridas planicies. El paso del Plioceno Terciario al Pleistoceno Cuaternario será de frio glacial.

Pero las raíces de la especie humana se retrotraen más lejos y a un clima más cálido. Hace 70 millones de años aparecen los primates junto a los últimos dinosaurios. Luego, hace 35 millones de años aparece el Aegyptopithecus, una especie dotada de cola, mandíbulas poderosas y escasa capacidad cerebral, alrededor de los 30 centímetros cúbicos, aunque su morfología craneal muestra una tenue elevación frontal. En el Mioceno Inferior, hace  20 millones de años, el Aegyptopithecus es reemplazado por el Procónsul, un cuadrúpedo sin cola que vivía en el centro del continente africano. El procónsul da origen a los simios antropomorfos y a los homínidos. Con el Kenyapithecus se separan homínidos y pánidos.

En el Plioceno, hace 5 millones de años, por su comportamiento, condiciones anatómicas y sensoriales distintas a los simios, surgen dos géneros de homínidos: los australopitecos y el homo. Pero el único tipo de homínido conocido entre los 5 a 3 millones de años es el australopitecos de la especie afarensis. Luego surgirá el australopiteco robustus. Las huellas de su marcha bípeda fueron halladas por primera vez por la paleoantropóloga Mary Leakey en Tanzania. Se considera que el bipedismo mejoró el control visual, el mismo que fue la base para el aumento de la capacidad craneal y el surgimiento de nuevas funciones de la mano –fabricación de instrumentos-.

Pero no será con el homínido prehumano australopitecos sino con la aparición de las primeras formas humanas de los distintos representantes del Homo habilis, que se manifiesta la fuerte capacidad cerebral con la fabricación de instrumentos y la transformación del medio natural. El enfriamiento del Pleistoceno causará severas sequias en las sabanas africanas  y rigurosas glaciaciones en la cuarta parte de la superficie terrestre. 

No obstante, investigadores como Raymond Dart defienden la capacidad de los australopitecos de fabricar utillaje antes de la aparición de los humanos y, en consecuencia, deja en suspenso el comienzo del paleolítico inferior. Lo cual no desmiente que el Homo habilis sea el gran inventor de la industria lítica. Pero la paleoantropologia ha reservado la existencia de ideas trascedentes por su mayor especialización conceptual al hombre moderno, luego ha reconocido su extensión al homo sapiens neandertal. Lo ha hecho siguiendo el tradicional criterio empirista del método científico. Por lo tanto ha llegado hasta donde puede hacerlo.

Sin embargo, para la filosofía, que tradicionalmente no es empírica ni científica, cabe la pregunta en qué medida la industria lítica está relacionada con una incipiente vida espiritual. ¿Se preguntó el Homo habilis por el sentido de la vida y el significado del mundo? ¿Cuál fue el fundamento ontológico-existencial que le permitió al homínido humano proceder como humano? ¿Fue el alma intelectiva humana el principio vital que le permitió hace dos millones de años fabricar instrumentos destinados a transformar su medio natural?

Un cerebro grande no significa necesariamente mayor inteligencia. El cerebro del elefante como del cachalote es mucho más grande que el humano, sin embargo no crean instrumentos ni modifican su medio natural. No dan muestra de ir más allá de un alma sensitiva. Las aves son bípedas pero no piensan sino sensitivamente. Y abundan los animales que usan herramientas –nutrias, delfines, chimpancés, elefantes, buitres, pájaros carpinteros, cuervos y pulpos- pero no crean cultura. Por lo tanto, si no es el bipedismo, ni el mayor tamaño del cerebro, ni la capacidad de fabricar instrumentos lo que caracterizaría la condición humana qué lo es y la hace posible. ¿Será el alma intelectiva humana?
               
La acción voluntaria va precedida por el entendimiento, incluso la acción involuntaria y sus consecuencias azarosas son examinadas por el intelecto. El intelecto se inclina –aunque no siempre- por lo que es bueno. Las potencias superiores del alma humana –entendimiento, voluntad  y amor- se manifiestan en el devenir histórico-temporal y en un contexto práctico. Ónticamente lo humano constata su ser en un principio activo que se desdobla en tres potencias superiores que ontológicamente se explicitan en lo práctico contextual. Dicho principio intelectivo sólo se asemeja al que hallamos en el resto de las criaturas.

Pero la diferencia fundamental es que la forma con la que obra la inteligencia animal está individualizada por su propia naturaleza,  por ello, determinada a una sola posibilidad. En cambio, la forma de la inteligencia humana, en razón de su universalidad, es capaz de englobar una multitud de posibilidades. Es esto lo que posibilita considerar una teoría de la razón con diversos sentidos significativos y con diversos universales –perceptual, emocional, intuitivo, estético, ético, lógico, religioso y filosófico-.

En otras palabras, no existiría industria lítica posible sin la capacidad del alma intelectiva humana de englobar una multitud de posibilidades. Ello es posible porque el hombre es un ser contingente, tiene una naturaleza, tiene un cuerpo, pero su ser trasciende su cuerpo, su naturaleza, va mas allá. En la industria lítica se experimenta arcaicamente que el hombre es posibilidad,  proyecto. El hombre experimentará un más allá porque precisamente su ser está más allá de su ser natural. Por ello, no es la hominización la que explica su humanización, sino precisamente al revés. Es su humanidad la que explica su hominización. 

El Homo habilis con la invención de la industria de piedra opera un descubrimiento en tres niveles: la existencia, la verdad y lo bueno. En el orden de la razón su intelecto aprehende la importancia privilegiada de un determinado ente, a saber, la piedra cortante. En segundo término, su intelecto aprehende que conoce el ente.  Y en tercer lugar, aprehende lo que desea. Lo primero es la razón de ente, lo segundo la razón de verdadero y tercero la razón de lo bueno, en este caso ubicado en la cosa. Lo verdadero y lo bueno están en la realidad. El intelecto capta lo bueno bajo el aspecto de verdadero.  La voluntad aprehende la verdad bajo el aspecto de bien. La talla de piedra del Homo habilis es un verdadero laboratorio de la condición humana, donde se le aparece que la verdad y el bien se incluyen mutuamente. Es un bien que la piedra tallada permita descarnar las presas abandonadas por los carnívoros cazadores. Al parecer los humanos más antiguos tenían nula capacidad cazadora, y su fin principal era obtener carne mediante el carroñeo. Del acto de lanzar defensivamente una piedra hasta reparar que había piedras que cortan la piel, que las piedras cortantes son útiles para el carroñeo y que se podían fabricar, son pasos que exigen una labor intelectual enorme para el hombre arcaico.

En términos generales, el alma intelectiva humana con sus potencialidades de conocimiento, voluntad y amor, hace posible no limitarse a lo que se es por naturaleza sino ir más allá de ella. A su alcance están las posibilidades, el proyecto. Parte de ello es el fabricar herramientas desde hace por lo menos 2,8 millones de años, ayudando a la adaptación a nuevos ambientes y modificar la dieta alimentaria. Lo que demuestra que en el orden natural la naturaleza humana se inclina hacia el bien, y  en el orden metafísico el objeto del alma humana es el ser y lo verdadero, se inclina a la forma, el objeto de su voluntad es la finalidad y el objeto de su caridad es amar lo universal.

Por ello es que es posible afirmar que el hombre no tiene un alma junto a un cuerpo, sino que es un alma que tiene un cuerpo. La hominización demuestra la diversidad de apariencias externas del hombre, pero su humanización expone que su naturaleza metafísica esencial apenas ha variado.

El Homo habilis fue la primera especie capaz de fabricar herramientas de piedra desde hace 2, 5 millones de años hasta hace 1, 5 millón de años. Su industria lítica conocida como Olduvayense se caracteriza por los choppers o piedras trabajadas por una sola cara, los chopping tools trabajados por las dos caras y las lascas sin retocar. Eran fabricados con pocos golpes y para un uso inmediato. Pero si hay algo de fascinante y encantador en el Homo habilis no es el de poder imaginárnoslo sentados labrando sus lascas, sino anticipando la forma a la materia. He aquí la manifestación de su espíritu intelectivo, de lo que lo lleva a la humanidad.

El descubrimiento de un universal perceptual –probar el cortante-, intuitivo –seleccionar la piedra correcta- y lógico –tallar para cortar- sería lo característico del Homo habilis. Pero ser carroñero supone un distinción meridiana entre lo que está vivo y lo que no lo está, es decir lo muerto. Lo vivo y lo muerto son las dos categorías opuestas que necesita distinguir el carroñero Homo habilis. El poder que le ha conferido la piedra tallada sobre lo muerto para convertirla en medio de vida tuvo que haber labrado un ideario sobre el sentido de la vida y del mundo. El Homo habilis no era un autómata que descarnaba y deambulaba hacia su próximo carroñeo, sino que era un ser pensante. No sólo pensó en la forma de tallar sus piedras, sino también qué significaba morir y vivir.

No se han hallado manifestaciones de pensamiento simbólico ni enterramientos del Homo habilis, pero eso no significa que no hayan tenido una idea de la muerte y de la vida, o que no hayan homenajeado a sus muertos. Un canto, una danza, un dibujo sobre la arena, no dejan huellas, no son rastreables. Es improbable entonces que aquel humano antiguo que anduvo por más de 1 millón de años sobre la sabana africana inventado lascas y tallando piedras no haya elaborado alguna idea sobre el sentido de la existencia cuando lo que caracteriza al hombre es justamente eso, pensar.

El Homo habilis es el primer tallador lítico y el primer pensador. Y el más importante desafío para explicar es que no sólo talló piedras para sobrevivir, sino que elaboró un pensamiento arcaico sobre el sentido del mundo. Con sus piedras también trabajaron la madera, aunque no se han encontrado proyectiles de impacto. Construía cabañas pasajeras. Por tanto, inventaron los primeros cuchillos pero no la lanza. Pero que no se hayan encontrado vestigios de rituales de entierro no significa que carecieran de ellos. Puede ser el caso que justamente efectuar un canto y dejarlo a la intemperie haya sido el ritual típico de un carroñero. Un carroñero vive con intensidad la unidad entre la vida y la muerte, lo muerto nos permite vivir, no se debe interrumpir dicho ciclo, incluso el resto mortuorio de un Homo habilis debe ser dejado para que sirva de alimento de otro ser vivo, y asi continuará la vida.

Aquí hallamos cómo en la metafísica más arcaica de la humanidad la idea de la Vida debe imponerse en su lucha contra la muerte. Esta idea tan simple como complicada, a la vez, debió haber sido la primera elucubración metaempírica de la primera forma humana sobre el planeta. Pero en los primeros grupos humanos del Homo habilis se daría la primera noción de lo trascendente como lucha de la Vida y la Muerte. Por tanto, no vemos configurarse en el Homo habilis un mito sobre la Piedra, sino otro sobre un dualismo básico que gira en torno a la vida y la muerte. Ese sería el significado de dejar piedras talladas junto a osamentas.

El Homo habilis proporciona un ejemplo paradigmático para efectuar un análisis de la percepción. La percepción como algo que está entre el puro sentir y el puro pensar, se relaciona con una aprehensión directa de una situación objetiva donde todo se absorbe pero nada se conoce. La paleoantropologia científica al ceñirse a las evidencias empíricas nos ofrece una imagen estereotipada del Homo habilis, como mero ser perceptivo o un galeote del tallado pétreo, sin el más mínimo rastro de vida espiritual.

Pero si la percepción externa está mirando a la sensación la percepción interna esa mirando al pensar. Pero no mira directamente al pensar sino a través de la imaginación. La imaginación es la bisagra entre la percepción y el pensar. Y su resultado gnoseológico es el concepto-imagen, distinto al concepto lógico. Esto significa que las dos caras de la percepción están dirigidas a pensar el ser del ente intramundano que sale al encuentro no sólo como «ser a la mano» y «ser a la vista» –según la fraseología de la fenomenología de la percepción de Heidegger[1]- sino como «ser a la mente» y, en consecuencia, metaempírico y universal. Por la imaginación el Homo habilis tiene el «ser a la mente» de la piedra que requiere. Aquello no está en el mundo pero lo estará a través suyo.

O sea, no son dos sino tres, siendo la más importante la tercera, las determinaciones básicas categoriales del ente intramundano que va hacia lo extramundano. El Homo habilis efectúa una percepción externa cuando aprehende un objeto real -cortar con sus piedras la carne de carroña- esto es la percepción inmanente, pero efectúa una percepción categorial interna cuando aprehende un objeto ideal por la imaginación –descarnar la carroña da más vida-, eso es la percepción trascendente. Y ello es justamente posible porque el sujeto percipiente no es un descifrador de un mundo desordenado. Es decir, la importancia de la vida sobre la muerte para el Homo habilis es el fondo mismo de su mundo percibido.

Pero ese fondo de la Vida en lucha contra la muerte es percibido como algo numinoso, sagrado, misterioso. Lo numinoso definido por Rudolf Otto[2] como «experiencia no-racional y no-sensorial o el presentimiento cuyo centro principal e inmediato está fuera de la identidad» se presta de modo incomparable para describir la experiencia que tiene el Homo habilis de aquello invisible que debe continuar llamado Vida y Mundo.

Lo numinoso es la manifestación más arcaica de lo sagrado y por eso es aplicable a la experiencia del Homo habilis. La Vida será percibida como sagrada, no tiene que ver aun con religiones ni con dioses. Los cuerpos inánimes de la carroña ingerida se vuelven vida en ellos. No es que el Homo habilis tuviera la idea de lo trascendente, sino que aquello previo que configura la idea de lo trascendente es lo numinoso en lo inmanente.

Esta idea de lo numinoso como lo sagrado fue muy provechosa tanto para Paul Tillich, Mircea Eliade y María Zambrano. La salvedad aquí, en un horizonte mental de hace 2 millones de años, es que todavía no hay distinción entre un dios personal y un dios suprapersonal, ni entre lo sagrado y lo profano, ni lo sagrado y lo divino. Simplemente se percibe el mundo en una extraña mezcla entre lo que es inmanente y lo que es trascendente, en una realidad que se presenta como numinosa. No es una concepción animista, donde ya se tiene claro la presencia de un alma o un principio vital en todos los seres, objetos y fenómenos. Es más bien un presentimiento pre-animista de orden metafísico, donde lo numinoso se extiende misterioso sobre mundo entero.

Por ello, para el Homo habilis el mundo no es inmanente, tampoco trascendente, es más bien extraño y misterioso. De entre todas las cosas extrañas le concita mayor atención la Vida. Acostumbrado a lidiar con la muerte, habituado a carroñear para sobrevivir, no puede dejar de pensar por aquello que ve cotidianamente, le parece a la vez asombroso e inexplicable, a saber, la vida. Lo vivo se mueve, respira, anda, busca alimento, procrea y se muere.

El fabricar herramientas ha mejorado su modus vivendi. Ahora marcha por las sabanas africanas con más seguridad que antes. No ha dejado de ser carroñero, cuenta con cuchillos pero no con armas arrojadizas ni proyectiles, pero se ha convertido en el mejor de los carroñeros. Muestra de ello es el volumen de su cerebro. Mientras que un australopitecos tenía un cerebro de aproximadamente unos 450 cm³, el de un Homo habilis era de 770 cm³. Eso le da una ventaja comparativa apreciable.

Ciertamente, los últimos australopitecos, como el australopitecos garhi y el australopitecos sediba, muestran discutidos indicios de industria proto-lítica, pero su extinción definitiva les sobrevino hace 2 millones de años. Aparentemente este consumidor de frutos, semillas, raíces y cortezas no resistió el retroceso del bosque, ni el cambio climático. La aridificación progresiva que sufrió África en el paso del Plioceno al Pleistoceno entre 4 a 3 millones de años, debió haber sido un poderoso factor de su desaparición. Fue el homínido que se extinguió por ser exclusivamente vegetariano.

Un gran inventor –fabrica utensilios, inventa la choza, utiliza las cuevas como vivienda, practica la caza menor, el proto-lenguaje- como el Homo habilis se impuso a través de sus herramientas que eran fruto de su pensamiento. El Homo habilis prácticamente coincide con el inicio de la era del pleistoceno. El avance de los glaciares en una cuarta parte del planeta y el reemplazo de las sabanas por los prados templados. Es el momento en que aparecen los humanos modernos u Homo sapiens en África. La criatura racional dotada de un alma intelectiva se abre camino poderosamente. Su conciencia pre-animista percibe el mundo como numinoso.

Es muy probable que él mismo se percibiera como el ser que inventa herramientas, porque se han hallado utensilios junto a sus osamentas. Sus piedras talladas toscamente por una cara o por las dos indican una elaboración mental sistemática donde la forma se anticipa a la materia. Echa por tierra la novísima paleoantropologia secularista[3] la conciencia del homo habilis, como nómade carroñero  cazador ocasional que inventa herramientas, o sea que ve formas no presentes en la naturaleza, pero por su pensamiento y acción las hará presentes, que califica la conciencia existencial del hombre paleolítico como horizontal, inmanente, paradójico, unido al todo antes que a la parte.

Al respecto hay que decir, en primer lugar, que se requiere una paleofilosofía presidida por una hermenéutica metafísica. La misma que despojada de prejuicios racionalistas, cientificistas, secularizantes y antirreligiosos, sea capaz de penetrar en lo sui géneris de la filosofía y de la condición humana. Segundo, que no se puede hablar en general de la conciencia del hombre del paleolítico sin abarcar formas de conciencia tan disímiles como las del Homo habilis, Homo erectus, Homo sapiens Neandertal y Homo sapiens sapiens. Todas ellas tienen sus matices que las diferencian por más similitudes que contengan. En tercer lugar, identificar lo paleolítico con lo inmanente sin ninguna clase de trascendencia aparece demasiado forzado, racionalista y secularizado.

El Homo habilis percibe lo numinoso pero el mismo no es todavía configurado como el gran Espíritu en la naturaleza, no vive aun en una atmósfera animista sino pre-animista. De ahí que el instrumentalizar la comprensión del paleolítico para justificar la edificación de una religión sin trascendencia no tiene sentido por ser pseudocientífico e ideológico. Hacer una caracterización general de la conciencia del hombre del paleolítico es necesario y valioso, pero se debe tomar en cuenta sus distintos niveles de pensamiento. No tiene sentido sumarse a la patología posmoderna con su aversión contra lo universal y general, pues la certeza así como suele destruir también puede liberar.

De modo que las generalizaciones sobre el hombre primitivo deben dejar bien claro estos matices. Y entre las generalizaciones en boga se suele confundir el hombre primiivo de las sociedades paleolíticas que sobreviven en el mundo actual con el hombre prehistórico en su proceso de hominización. Entre ambos hay similitudes, pero las diferencias son lo más importante.

Diferencia que suele desaparecer en las siguientes caracterizaciones de la conciencia arcaica: omnivalencia-Johns Briggs, estado de atención amplia-Joanna Field, presencia del mundo-Walter Omg, atención universal-Ortega y Gasset, conciencia paradójica-Morris Berman, percepción simultánea-Tony Hiss, experiencia oceánica-Freud, sabiduría simbolica primitiva-Jung, satori-Zen, conciencia de lo permanente-Paul Radin[4].

Pero una cosa es hablar del estado de conciencia y otra es tratar sobre su filosofía. Lo primero es casi enteramente psicológico, lo segundo es búsqueda de sentido no necesariamente conceptual, pero al menos sí ideatorio como en el proceso creativo del arte. El Homo habilis como especie vive casi 2 millones de años y los más inteligentes, que no eran los más fuertes ni impulsivos, dan muestras de haber pensado sobre el sentido de la vida y del mundo. Ellos eran los primeros filósofos de la especie humana y del Homo habilis. El Homo habilis pensaba y mucho.

Sus respuestas no eran conceptuales ni complejas, pero implicaban ideas que concernían al sentido mismo de la vida. Debía hacerlo y tenía mucho tiempo para pensar. El espectáculo del mundo y la odisea de su propia existencia lo llevaban a ello. Fabricar es descubrir un mundo de posibilidades pero también de fragilidades. Algo había cambiado y ese algo era que ahora lo sabía. El ser un gran fabricante de herramientas es habituarse a tener el “ser a la mente”. El ente intramundano lo lleva hacia el desarrollo del ente extramundano. El ser ideal proyectado le permite dominar mejor el mundo. Descubre lo importante del ser extramundano determinante para imponerse sobre el ser intramundano.

Su conciencia no se disuelve en una “experiencia oceánica” ni en una “conciencia paradójica”. Por el contrario, su universal perceptual lo conduce al libre juego ideatorio de la imaginación en un pensar no meramente utilitario, sino vitalista. Esto es, su conciencia perceptual establece una distinción entre sujeto y objeto de índole no sensitivo, sino pre-objetivo, donde la cosa no es sólo herramienta sino portador de lo numinoso.

De manera que la filosofía del Homo habilis puede ser comprendida en periodos y tendencias. Periodo autónomo de clanes familiares y el periodo tribal de coexistencia, aproximadamente por 500 mil años, con el Homo erectus. En ambos periodos la filosofía se manifestó tanto como cosmovisión y como filosofía. Como filosofía no se trató de un pensar conceptual, sino perceptual-imaginativo. Aquí se manifiesta no sólo el principio de universalidad de la filosofía, sino también el polimorfismo intrínseco de la razón. Si la filosofía no es exclusividad de los pueblos históricos y menos de Occidente, sino que abarca también al hombre prehistórico, entonces no cabe más que admitir la versatilidad de la razón humana para filosofar sobre los misterios de la vida y del mundo no sólo con el concepto puro de la lógica –desde Grecia- sino además con el concepto imagen de la mentalidad prehistórica.

El filosofar del Homo habilis tuvo su principal rasgo característico en el vitalismo de lo numinoso seguido de una indudable orientación final de carácter tribal. Ello, en primer lugar, hace que el Homo habilis comienza a filosofar partiendo de la vida. Se trata de una vida inserta en un mundo numinoso. De ahí que no distingue aun entre lo inmanente y lo trascendente. Su tendencia vitalista es metafísica pero no realista ni idealista, positiva o teológica, no hay referencia a un Gran Espíritu ni a un Dios.

Su metafísica pre-animista no es conceptual, aunque sí racional porque el intelecto también se maneja con universales no conceptuales. Sus preocupaciones pre-animistas se refieren a lo numinoso que está en él y en el mundo. Ello no se vierte en una preocupación cosmológica ni antropológica.

El Homo habilis no es un ser ontológico como el griego y medieval, ni epistemológico como el moderno. El Homo habilis es un ser vital asido por lo numinoso. Antes de la concepción de la vida eterna fue primero la idea de lo numinoso, la misma que se convierte en un medio de evolución racional y ética de la conciencia. Antes de concebir la plenitud de la vida en el otro mundo, ésta se mezclaba con éste mundo. Los fantasmas y las almas todavía no son vistos como habitantes de un trasmundo sino de este mundo numinoso.

La humanidad por más de 1 millón de años a través del Homo habilis protagoniza una aventura intelectual numinocrática. Lo numinocrático es la forma de filosofar más arcaica de filosofar y responder a los misterios de la vida y del mundo. Su herramienta mental es el concepto-imagen de la percepción e imaginación.

En obras anteriores llamo a esta filosofía prehistórica bajo el imperio de sensible, la filosofía empiriocrática o mitomórfica[5]. La primera rectificación sería que no opera bajo el imperio de lo sensible sino de lo perceptual imaginativo. Es lo perceptual imaginativo lo que conduce hacia lo metasensible en la Edad de Piedra, operación gnoseológica subyacente en la magia. Y como observa Frazer, es más antigua que la religión, ese producto cultural refinado que exige una capacidad apreciable de abstracción, o en otros términos el hombre primitivo filosofa mágicamente y que lo llevará en el paleolítico final a pensar por primera vez en la idea del alma (Neandertal).

El prehistórico filosofar empiriocrático mitomórfico es la forma primigenia que lleva a pensar lo metasensible. Pero su primera etapa con el Homo habilis es numinocrática.  La imaginación vincula lo sensible con las ideas y se genera el concepto-imagen. El concepto-imagen es el instrumento espiritual por excelencia del hombre prehistórico para pensar y ahondar su hominización-humanizante. Aristóteles coloca a la imaginación entre la sensación y el pensamiento (De Anima III, 3). Kant lo sigue y enfatiza que en la estética hay ideas sin concepto. Es decir, el hombre para pensar no requiere del concepto, bastan las ideas. Es lo que Xavier Zubiri llama la “inteligencia sintiente”. 

Ese vuelco hacia las imágenes que son producto de la imaginación y que es realizado por el intelecto es el primer paso del conocer intelectual con el Homo habilis. Filosofar por imágenes fue lo característico del filosofar mitomórfico del hombre del paleolítico.

Pensar por imágenes es anterior a pensar con símbolos. Lo numinoso es eso justamente, una imagen más al alcance de un símbolo que de un concepto lógico. Los dibujos de las cuevas prehistóricas de Altamira y Lascaux, por ejemplo, son captación primaria del mundo, poseen un contenido ideal, es interno a la cosa misma, y su verdad es determinada por fines y valores. Pero lo mismo sucede con las piedras talladas del Homo habilis. Lo cual habla de lo eterno en el hombre y la naturaleza, y contienen una metafísica espiritualista.

En una palabra, expresan la metafísica natural del espíritu humano, una filosofía perennis que contiene la idea de sustancia, Ser, Valor, causa eficiente, causa final, confianza en el concepto-imagen. O sea, no hay primacía del sentido lógico sobre los demás sentidos.

La capacidad humana para pasar de un sistema lógico a otro ha estado presente en él desde el principio, es parte del alma intelectiva. Lo cual planea un problema lógico. Cuál es lógica del hombre prehistórico. El pensar del hombre del paleolítico puede suprimir el principio de no contradicción, pero no puede permitir que todas sus tesis sean contradictorias.

Por ello el hecho que su lógica heterodoxa incluya axiomas y reglas de inferencia, es una poderosa señal que indica que preparan el camino hacia la lógica clásica. Por más que una lógica heterodoxa paraconsistente –que carece de los principios de no contradicción y tercio excluso- guiara su pensamiento, su necesidad de convivir y sobrevivir lo llevó a manejar simultáneamente junto a una lógica de primera especie –alolinguística y anómica- otra lógica de segunda especie –Thética polivalente finita e infinita como Athética deóntica normativa-.

Es decir, sin la lógica heterodoxa del hombre del paleolítico no tendríamos la muy posterior lógica clásica. La gran variación de la melodía de la razón es uno de los enigmas más recónditos de la existencia humana. Pero señala el carácter antrópico de la realidad y la creación misma, como si estuviera diseñada para que el hombre pudiera penetrar en ella, conocerla, dominarla y respetarla.

Lo fundamental es que el proceso de hominización enseña que el sistema de la razón no depende exclusivamente del sentido lógico, como piensan los epistemólogos logicistas, sino que actúa en conjunción con otros sentidos –perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético religioso, conceptual-. No sólo existe el universal lógico sino también el universal perceptual, intuitivo, emocional, estético, ético y religioso.

Si estos sentidos significativos no hubiesen existido simplemente el proceso de hominización hubiera sido imposible. El sentido lógico no es el único tipo de sentido. De ahí que  las condiciones suficientes de logicidad no son las condiciones ontológicas necesarias de la razón. La revolución copernicana consiste aquí en que son las condiciones ontológicas necesarias de la razón las que hacen posible los diversos sentidos de la razón, incluido el lógico.

Es bueno pulverizar la idea de que las grandes preguntas filosóficas que afectan al ser humano sólo comienzan con la escritura y el pensar conceptual-abstracto. Esta confusión conceptolátrica no entiende que el hombre de todos los tiempos, incluido el prehistórico, siempre estuvo asediado en su existencia y pensamiento por las preguntas límite del misterio del mundo. Por ende, el pensamiento humano no necesita llegar a la fase del concepto lógico para afrontar las preguntas últimas sobre el sentido del universo. Pues el pensamiento-imagen y el simbólico también lo hacen. La filosofía es una necesidad existencial. Y las necesidades existenciales son de carácter espiritual y no biológico, teórico, psíquico o social.

21 Abril 2018



[1] En el parágrafo 18 de Ser y Tiempo, se halla la insuficiente distinción heideggeriana entre ser-a-la-mano y ser-a-la-vista como distinciones categoriales en el estudio de la mundanidad del mundo.
[2] Cfr. Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, fue publicado inicialmente en 1917.
[3] El caso erróneo del historiador de la cultura Morris Berman es particularmente significativo en su libro Historia de la conciencia. De la paradoja al complejo de autoridad sagrada (2006). Su trilogía sobre la evolución de la conciencia humana niega que la experiencia existencial del hombre del paleolítico sea trascendente y lo asume como inmanente y secular. Pero no se percata que su propósito de justificar para el futuro una civilización sin religión pertenece al ideal moderno secularista del Regnum hominis.
[4] Paul Radin en su libro El hombre primitivo como filósofo (Buenos Aires, Eudeba) haya legítimo la dimensión filosófica y poética junto a la existencia de filósofos y pensadores en las sociedades primitivas. Pero una cosa son las sociedades primitivas que todavía sobreviven en el mundo actual y otra cosa es la filosofía del hombre prehistórico en su proceso de hominización.
[5] Me refiero en especial a mi obra inmediatamente anterior Filosofia como necesidad existencial, Lima 2018.