ESENCIA Y FORMAS DEL NEOPAGANISMO
EN LA CULTURA POSMODERNA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
El acto de pensamiento con que se cree una cosa
no es el mismo con el que se conoce la creencia.
Descartes
La cultura posmoderna es el abandono de las verdades absolutas por el historicismo y el relativismo. Estas se dan la mano con el cientismo y la ideología liberal, las cuales persiguen con locura prosaica metas materiales y la felicidad del hombre en esta vida. La sentencia protagórica del homo mensura (el hombre es la medida de todas las cosas) vuelve a cobrar vigor. Del mundo medieval centrado en la trascendencia y la espiritualidad hemos pasado al mundo moderno sustentado en la inmanencia y la materialidad. Si las ideologías fueron durante el siglo veinte las vivas expresiones religiosas de la secularidad, hoy, en el siglo veintiuno, la cultura posmoderna de la vida divertida y sin heroísmo, el hedonismo y el cinismo, el presentismo y el pragmatismo, son la nueva divisa secular que preside el modo existenciario del hombre actual. La posmodernidad delinea una humanidad sin responsabilidad, rechaza lo universal, celebra lo efímero, y acepta lo contingente, lo eventual.
Dicha situación ya había sido entrevista por Augusto Compte (1798-1857), el padre del positivismo, al sostener que en la etapa final del período positivo el hombre abandonará la búsqueda de absolutos y únicamente se abocará a dominar las leyes de lo contingente. A la visión trascendente le sucedería la visión secularizada del mundo. Esto sería descrito magistralmente en el siglo veinte por Heidegger (1889-1976) como el fin de la metafísica, el olvido del ser y el triunfo del nihilismo. El eminente semiólogo italiano Umberto Eco también ha descrito este tránsito histórico de lo trascedente a lo inmanente en una famosa novela policial, situada en los Alpes italianos en 1327, muy leída en nuestro tiempo, "El nombre de la Rosa", donde su protagonista Guillermo de Baskerville trata de investigar las causas lógicas y empíricas de los crímenes que se suceden en el monasterio, método que rompía con las pautas medievales.
Pues bien, este nuevo ambiente cultural de fin de los absolutos ha provocado un revival del neopaganismo contemporáneo donde la espiritualidad es difusa, sincrética, mágica, y fantástica. El neopaganismo es una variopinta conglomeración de creencias politeístas, panteístas hinduístas, germanas, celtas, egipcias, griegas, romanas, y precolombinas, que lo único que tienen en común es su colisión con el fundamento trascendente del cristianismo. El movimiento neopagano actual está en incesante variación y vive en medio de un "cisma perpetuo", es por ello que no parecen muy numerosos pero la realidad es lo contrario, se halla muy extendido en los modernos centros urbanos y burgueses, lo contrario de lo que fue en sus comienzos históricos que se trataba de una masa campesina que profesaba la fe en los antiguos dioses.
Como es conocido en los primeros siglos del cristianismo la población urbana estaba conformada por cristianos o por partidarios de algunas de las escuelas filosóficas, en cambio hoy una gran masa de población urbana es neopagana en sus diversas variantes (politeísmas, mágicas, esotéricas, gnósticas, demonológicas, etc) y el sector poblacional minoritario, el campesino, sigue siendo cristiano. Por tanto, es necesario actualizar la tradicional concepción del paganismo dada por los primeros escritores cristianos al definirla como la expresión religiosa de griegos y romanos, para ofrecer una más acorde a los tiempos actuales, a saber, es la expresión religiosa de extensas capas de la secularizada población urbana moderna que revive la creencia en el politeísmo sobre la base del descontento en el Dios trascendente cristiano.
No es muy difícil comprender por qué ha sucedido esta secularización tan acelerada entre las masas urbano-burguesas de la modernidad occidental. El espíritu capitalista burgués es de un ascetismo intramundano tal que ha reducido el mundo a lo cuantitativo, a cifras. Ello lleva consigo hacia la idolatría del dinero, el lucro, el negocio y la utilidad. El individuo cedió al individualismo, su ethos es ser-en-el-mundo, su ontología es de la facticidad, su religión tenía que terminar aborreciendo los valores absolutos y trascendentes. La filosofía de eternalista se volvió temporalista, y la ética de virtudes y valores se tornó en procedimental (Apel, Habermas), débil (Vattimo) y pragmática (Rorty). La mammonificación de la vida fue vista claramente por Alexis de Tocqueville cuando visitó los Estados Unidos y al observar que sus ciudadanos todo lo "calculaban, pesaban y computaban" por doquier. El imperio supremo del dinero en la vida resultó ser tan significativa e intrigante para el filósofo George Simmel (1858-1918) que en su célebre libro "Filosofía del dinero" caracterizó su esencia como "la negación de todo valor".
Pero la nueva religiosidad burguesa encontró impulsó no sólo en el nuevo ethos del capitalismo, tan bien analizado por Max Weber (1864-1920) en su libro "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", donde el burgués calvinista contabiliza sus méritos como un rancio banquero, sino que también fue determinante el espíritu empirista de la ciencia moderna.
La ciencia y con ella la técnica moderna tienen como intención fundamental el dominio del ser a través de una razón calculadora y dominadora. Ella abre poderosamente el camino hacia el abandono del ser del ente y nuestro olvido del ser, según lo describe Heidegger. La ciencia es un pensar centrado en las diversas manifestaciones de los entes inmanentes más no del ser. No obstante, que el ser sea una sustancia trascendente no es algo que se deduzca de la ontología fundamental heideggeriana; al contrario, en su filosofía Ser, Verdad e Historia son interpretados temporalistamente. Personalmente Heidegger siempre prefirió callar en torno a Dios y permanecer ateo restringiendo su reflexión a la vida fáctica. Pero esto no es una opción sino más bien una vía elusiva que se condice con el espíritu de la modernidad secularista. De manera que el filósofo que mejor describió la estrechez óntico-ontológica de la ciencia fue quien no pudo o no quiso ir más allá de la facticidad inmanente, muy propio del espiritu moderno.
Otro aspecto que tienen en común las religiones paganas es su recurso a la magia y al chamanismo. Lo cual no nos debería llamar la atención puesto que si el racionalismo de la modernidad socavó los cimientos de las creencias religiosas, la reacción posmoderna trajo consigo no sólo el descrédito de la razón sino un renacimiento del pensamiento mágico ancestral. James Frazer (1854-1941) en su monumental obra "La Rama Dorada" señala que la magia es la religión primitiva que pretende ejercer un dominio sobre las fuerzas de la naturaleza por medio de ritos y conjuros, sin recurrir a ningún espíritu o divinidad. En el chamanismo sucede lo mismo pero se recurre también a espíritus y divinidades de la naturaleza. Mircea Eliade calificó al chamanismo como la "técnica de éxtasis arcaico" que recurre a plantas alucinónegas variadas.
Muy bien, pero si el pensamiento científico prosigue en su avance arrollador (otro ejemplo reciente sería el descubrimiento del bosón de Higgs) entonces por qué renace el pensamientro mágico. Para el antropólogo Bronislaw Malinowski (1884-1942) la magia tenía que sucumbir ante la independencia de la ciencia y la religión, pero esto no ha ocurrido. El retorno de los brujos, sectas destructivas, del esoterismo y de las ciencias ocultas (cartas astrales, espiritismo, teosofía, antroposofía, cartomancia, videncia, quiromancia, cábala, alquimia, etc) está en pleno florecimiento en la cultura posmoderna bajo el estigma de cifras millonarias en el comercio de amuletos, buenas venturas, carismas y todo tipo de mesanismos fanáticos. No hay duda que la sociedad posmoderna se ha convertido en sumidero de herejías inconsistentes, de doctrinas repugnantes, donde está incluido el deshumanizado capitalismo plutócrata y el arrogante cientismo empirista. Todo lo cual dibuja nítidamente la disgregación espiritual y moral de nuestro mundo.
En una palabra, la crítica racionalista, intelectualista. moralista e ilustrada de la modernidad al cristianismo ha sido reemplazada por el irracionalismo posmoderno que cree en lo increíble. Es como si la reprimida "sed de Dios" brotara de modo desordenada, espúrea e informe. El incomparable ensayista británico G. K. Chesterton (1874-1936), que tras pasar por el deísmo y la teosofía se convirtió al catolicismo como Graham Greene y Christopher Dawson, decía con su fino humor inglés: "Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean nada. Ahora creen en todo". Claro, su época fue de creer en demenciales dictadores hiperideologizados, en cambio hoy también tenemos en su lugar a los estupidizantes medios masivos de comunicación social.
En estos tiempos de fragmentación de la persona y de nihilismo sin tragedia la influencia de oriente con el reencarnacionismo y el karma hinduísta llena un vacío al ofrecer la ansiada unidad cósmica con el dios emanatista que también nos vuelve dioses. No muy distinto es la adhesión al taoísmo y confucianismo chino que promete devolver la armonía con el todo inmanente. Es muy significativo el momento cultural que vive la civilización occidental respecto a la negación del dualismo cartesiano alma-cuerpo y su sustitución por el monismo materialista de la mente como fenómeno neurobiológico y de la inmortalidad cultural, lo cual lo acerca muy íntimamente con los presupuestos inmanentes milenarios de la filosofía china.
Y es que en la actual sociedad dionisíaca posmoderna se cumple lo que el gran detractor de la razón y de la trascendencia predicó, nos referimos a F. Nietzsche, a saber: el rescate de lo dionisíaco, la euforia colectiva, la embriaguez de la terrenalidad, temporalidad, el desenfreno de los instintos, la adoración idolátrica y la promiscuidad sexual. La moralidad dionisíaca reclama una moral permisiva, del "todo vale", porque "no hay hechos sino interpretaciones". Esta ambiguedad malsana refleja una sociedad enferma y decadente.
Romper con lo trascendente no es un fenómeno nuevo, es más bien una constante histórica pero que encuentra esta vez en el poscristiano y neopagano occidente un terreno especialmente abonado por el cientismo y el capitalismo. En otras palabras, en ningún momento de la historia de la humanidad las herramientas espirituales con que cuenta el hombre han padecido tan honda crisis respecto a las materiales.
La misma fe cristiana se encuentra amenazada desde dentro no sólo por la escandalosa inconducta moral de sacerdotes pederastas y obispos simoníastas, sino que se requiere algo más profundo, y que ya fue entrevisto por las teologías de la praxis (teología procesal, de la liberación, de la encarnación, del mundo, etc), esto es, retornar urgentemente al Cristo evangélico, de los pobres y humildes, terrenal y encarnado. En otras palabras, es urgente una nueva imagen de Dios, menos trascendente y más inmanente, menos judaizante y más cristiana.
Y esto no es incurrir en las inconsistencias filosóficas y religiosas del panteísmo, porque no se cuestiona la dimensión trascendente de Dios, sino que solamente enfatiza lo terrenal del Cristo encarnado. Y sobre el panteísmo o doctrina según la cual Dios es inmanente al mundo sólo hay que ratificar que dicho enfoque termina negando la personalidad divina, no hay creación sino emanación espontánea sin fin determinado, y entiende el proceso del ser en sentido unívoco. El pensar unívoco es la esencia misma del panteísmo, donde se coloca en el mismo orden la existencia de Dios y la existencia todo los demás entes, en donde dios resulta siendo el proceso mismo del discurrir del mundo o de la naturaleza.
Por último, es notorio también que el renacimiento del gnosticismo no está inflamado de panteísmo. Al contrario, el gnosticismo es un tipo especial de religiosidad de carácter cíclico y egocéntrico, que implica una antropología, cosmología y soteriología que enfatiza la importancia de lo intemporal. Se traduce en el mito del alma desterrada y su salvación por el conocimiento. Su base es un dualismo que opera entre el alma divina y el cuerpo material. Busca superar el cambio y la multiplicidad. Este mito quedó tipificado en el orfismo (el cuerpo es el sepulcro del alma) y fue recogido por Platón, Pitágoras, Empédocles y Plotino. Es además un fenómenos general de la historia de las religiones y no sólo compete a ciertos gnósticos paganos heréticos, hay también gnosis cristianas ortodoxas (Orígenes, Clemente, etc). La teología doceta (que sostuvo que Cristo no encarnó realmente porque la materia era algo impuro) fue de carácter gnóstica. En suma, el espíritu gnóstico es una aspiración a trascender el tiempo por un esfuerzo de éxtasis personal. Rompe la continuidad platónica entre el tiempo y lo temporal, y se expresa en mitos que articulan el mundo trascendente y lo histórico.
En conclusión, la esencia y formas del neopaganismo posmoderno es una manifestación de la decadencia espiritual de la modernidad tardía o también llamada posmoderna.
En conclusión, la esencia y formas del neopaganismo posmoderno es una manifestación de la decadencia espiritual de la modernidad tardía o también llamada posmoderna. Esta posmodernidad tiene que ver con la época reaccionaria que vive la cultura burguesa. Durante su época revolucionaria la burguesía ilustrada y enciclopedista rompió el resquebrajado orden estamental e impuso un nuevo equilibrio espiritual basado en la ciencia y en la industria, en la época clásica la cultura burguesa mantuvo un equilibrio entre espíritu y técnica aun a la sombra de una creciente pauperización de las masas, durante la época revolucionaria el orden burgués se estremece surge un nuevo espíritu socialista que quiebra la tradición y resquebraja el absoluto burgués, pero en la actual época reaccionaria y de reflujo de un espíritu burgués sin absoluto se revive no lo más clásico sino lo más oscuro de tradición, esto es, la superstición, lo mágico, el paganismo, la hechicería y la brujería. Se ha llamado con justicia a esta etapa la del retorno de los brujos. Y esto explica por qué el hombre burgués actual no es clásico, ni romántico, sino nihilista e iconoclasta, irracionalista y crédulo en los absurdos más inverosímiles.
Lima, Salamanca 16 de Julio del 2012