PENSANDO EL FILOSOFAR
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
El pensamiento no es más que un relámpago entre dos noches,
pero este relámpago es todo.
Henri Poincaré
Cuando el pensamiento piensa la filosofía misma descubre en su autonomía su íntima ligazón con la religión y con la ciencia. Religión en sentido no dogmático y ciencia en sentido no empírico, sino en el sentido del ahondamiento en la esencia misma de la realidad. De modo que la pretensión científica y religiosa de la filosofía no proviene de territorio ajeno, sino de su propia esencia. Al reducirse lo religioso a lo dogmático y la ciencia a lo experimental, entonces se ha creído desde la modernidad que la filosofía ha recuperado su autonomía al ser pensada fuera del territorio de la fe y de la ciencia. Pero no es así, al contrario, se ha visto empobrecida al divorciarse de las exigencias de la fe y de la ciencia.
En este contexto es comprensible que pensadores como Nietzsche y Heidegger se desliguen de toda exigencia externa al filosofar mismo tratando de alcanzar la plena autonomía filosófica, pero lo que en el intento demuestran sin querer es la necesidad de reevaluar la filosofía, la fe y la ciencia para alcanzan su sentido prístino no divorciado del filosofar.
El pensamiento moderno puede ser resumido como el proceso de total confrontación de la filosofía y la ciencia con la religión, por lograr su plena autonomía respecto de la fe. Lo cual ha enriquecido el camino experimental de la ciencia y ha deslumbrado con sus artilugios tecnológicos, pero esto no significa que el sentido total de cientificidad tenga que restringirse a lo experimental y excluir a las humanidades, incluida a la religión. La filosofía, por su parte, ha recorrido un camino triforme, por un lado, una corriente reclama su total sometimiento al criterio de la ciencia; por otro lado, no han faltado aquellos que piden para la filosofía una nueva fundamentación científica, apartada tanto del naturalismo como del historicismo, y, por último, otra interpretación exige acentuar su tendencia independiente concentrándose en la pregunta metafísica válida por el ser del ente.
Esta última postura representada por Heidegger, pretende justificarse aludiendo que la época cristiana distorsionó el desarrollo autónomo que la filosofía había tenido en la cultura antigua, al ser distorsionada por exigencias que provienen del territorio de la fe. En consecuencia, se plantea lo que se ha llamado “la tentación helénica”, o sea reasumir la continuidad de la filosofía griega sin las desviaciones implantadas por el cristianismo. En este sentido el pensamiento heideggeriano comparte con la modernidad la reafirmación de la autonomía de la filosofía respecto de la religión, y en esta forma es cartesiano e ilustrado. Reclama que su independencia frente al predominio de las posiciones religiosas no debe ser confundida con el laicismo de las corrientes liberales de la filosofía francesa del siglo XVII y XVIII, porque lo suyo es fundar otro punto de partida y no por relación a la instancia religiosa.
La “tentación helénica” del filosofar, volviendo a sus orígenes griegos con la justificación de evitar las distorsiones impuestas por la religión y recuperar la autonomía del pensar filosófico, suele no reparar que Platón y Aristóteles son los fundadores de la teología natural, que busca pensar a Dios con el auxilio solamente de la razón. El monoteísmo en ambos solamente rozó el teísmo. Lo cual no quiere decir que la metafísica de las esencias (las Ideas no son conceptos) nazca de una preocupación teológica, que quiere dar cuenta de la existencia de Dios, sino que nace del problema del devenir, de la pluralidad y de la verdad. La filosofía griega postula las esencias, con el conceptualismo socrático, la teoría de las ideas platónica y el realismo aristotélico, para comprender el devenir y salvar el mundo de la no verdad, lo cual no excluye meditar sobre el problema de Dios. La impugnación de la metafísica de las esencias (las Ideas son conceptos) también estuvo presente con el relativismo heracliteano, el escepticismo sofístico y la epojé de los escépticos del helenismo.
En otras palabras, la filosofía griega demuestra que la meditación sobre Dios y lo religioso no compromete la autonomía del pensar filosófico mismo, lo cual confirma que dicha temática no proviene de territorio ajeno sino que pertenece a su propia esencia. Por ende, Dios en la metafísica de las esencias platónico-aristotélica es la cumbre de la búsqueda de la verdad por el pensar natural.
Ahora bien, sólo desde Filón de Alejandría, Plotino y San Agustín dicha metafísica de las esencias se vuelve metafísica teológica (Ideas como formas eternas) al desarrollarse como metafísica de las formas eternas. La Patrística conservó el criterio platónico del ser como ser verdadero. Dicha metafísica teológica experimentará la oposición entre Platón y Aristóteles con la escolástica. El espíritu de la escolástica se desarrolla sobre la base de la autoridad pero también de la razón. Tuvo una estricta objetividad y exactitud lógica, aunque demasiado repetitivo, poco crítico y poco sentido histórico. Además, dio pie a desfiguraciones de la metafísica al oscurecer la relación de las ideas con los fenómenos y al hacer ver al ser verdadero como una especie de trasmundo. Ello desembocaría en un realismo que dio lugar a un empirismo que cobraría vuelo en la filosofía moderna. En realidad, la filosofía medieval concluiría sustituyendo el criterio del Ser como ser auténtico y verdadero por el ser en general (Escoto y Occam). Lo que viene después con el Renacimiento y la Modernidad es la dilución del concepto eidético del ser.
En una palabra, la filosofía griega y la filosofía medieval demostraron que no hay incompatibilidad entre la filosofía y la religión. Pues al defender por igual la concepción eidética del ser señalaron que las Ideas son realidades eternas en Dios. Es decir, el Ser es el ser verdadero, el cual es un concepto selectivo que no incluye todo lo que existe en general, no incluye al ente, no se trata de una metafísica que confunde el ser con los entes.
Pero Heidegger insiste contrafácticamente en la incompatibilidad entre filosofía y religión en su famoso curso Introducción a la metafísica dictado en 1935 y publicado en 1952. Es más, allí afirma que sólo la fe que se expone a la incredulidad accede al pensamiento. Esa es la verdadera fe para él, no la entregada al fanatismo o a la comodidad. Sólo la fe angustiada está acorde con la incertidumbre de la esencia humana y dicha inseguridad coincide con la raíz misma del pensamiento. Por eso cree que la filosofía es superior a la religión porque toca el fondo inquisitivo de la condición humana.
Esta contraposición entre filosofía y cristianismo, o en general, con la religión, omite la raíz religiosa del pensar mismo, porque pensar es religarse con la manifestación del ser y de su unidad con él. El pensar puede tomar distancia de cualquier dogmática religiosa, pero no puede separarse de su religación con la realidad del ser. Esta religación entre pensamiento y ser es una manifestación de la naturaleza religiosa de todo el cosmos; religación que parte de lo inanimado hasta elevarse a Dios. En otras palabras, el fondo inquisitivo de la condición humana demuestra que filosofía y religión están unidas desde el principio, que pensar es un acto tan religioso como el orar, y que el aspecto dogmático de la religión no paraliza el pensar, sino que lo guía en medio de la incertidumbre de la existencia.
Y esta profunda unidad entre pensar y fe fue vista nítidamente con el “concepto selectivo del ser” por la metafísica de las esencias platónico-aristotélica, pero no quiere ser observada por la “tentación helénica” que distorsiona la misma historia del pensamiento occidental. Tanto es así, que la explicación del ente como ens creatum por parte del cristianismo lejos de representar el abandono del ser del ente, porque supuestamente ello hace que el ser se retire del ente y convierte a éste en producto del entre supremo, religa el ser supremo con los seres individualizados. Así, pensar un ente supremo no hace que la dignidad del mundo de los entes no quede menoscabada sino, por el contrario, enaltecida. De manera que la idea cristiana de la creación no tiene nada de “forma popular y vulgar de la metafísica platónica”, como sostienen Nietzsche y Heidegger. Más bien, lo vulgar es pensar dicha creación en términos de causa y efecto, sin tener en cuenta que no hablamos de un principio impersonal, sino de una Persona con inteligencia, voluntad y amor.
Heidegger rechazó siempre el intento de algunos filósofos católicos de asimilar el ser a Dios, y con ello rechazaba también el Uno de Platón y el Primer Motor de Aristóteles. Esto significa no sólo una inversión completa del pensamiento cristiano sino también griego.
Cuando Heidegger habla del “nuevo Dios” avizorado en el fondo del extremo nihilismo, está pensando en el destino de Occidente, desde donde el cristianismo será visto como un breve instante en la inmensa e insondable historia del ser. Esta será la última fase de la metafísica con un develamiento del ser del ser. En su interpretación esto quiere decir que al develamiento del ser del ente, por el poder de la técnica, le seguirá el develamiento del ser del ser hacia nuevas transformaciones del ser y del ente. Creía que la devastación del mundo por las dos guerras mundiales sería acompañada por la pérdida de vigencia del ser de la metafísica y el Dios del cristianismo, porque se trataban de formas de verdad que se habían agotado y al hacerlo han abierto una nueva verdad y una nueva historia donde se juega la verdad del ser.
Pero en realidad, Heidegger sólo tenía razón en parte porque si bien Dios no es el ser, es más bien la causa del ser de todas las cosas y no puede ser subsumido bajo el ser categorial y por eso Dios es el principio de todos los modos de ser, sin embargo, lo que Dios es no podemos saberlo y cuando se predica algo de él no afirmamos positivamente nada que positivamente se pueda afirmar de la sustancia divina. Y esto es justamente lo que afirma la doctrina de Tomás de Aquino. Ambos filósofos rechazan que Dios sea el ser, pero Heidegger no avanza hacia la vía analógica para predicar de Dios. Esto en realidad, pone en desventaja a la indagación heideggeriana respecto a la tomista, porque mientras el primero se aboca a desentrañar el ser el segundo va más allá, hacia la causa del ser.
Cuando Heidegger habla del “nuevo Dios” avizorado en el fondo del extremo nihilismo, está pensando en el destino de Occidente, desde donde el cristianismo será visto como un breve instante en la inmensa e insondable historia del ser. Esta será la última fase de la metafísica con un develamiento del ser del ser. En su interpretación esto quiere decir que al develamiento del ser del ente, por el poder de la técnica, le seguirá el develamiento del ser del ser hacia nuevas transformaciones del ser y del ente. Creía que la devastación del mundo por las dos guerras mundiales sería acompañada por la pérdida de vigencia del ser de la metafísica y el Dios del cristianismo, porque se trataban de formas de verdad que se habían agotado y al hacerlo han abierto una nueva verdad y una nueva historia donde se juega la verdad del ser.
La declinación de la metafísica y la pleamar del nihilismo son vaticinios heideggerianos pero que ya eran vistas desde la modernidad. En realidad, la metafísica nunca olvidó el ser como sostiene Heidegger, sino que fue el racionalismo y más precisamente el empirismo de la filosofía moderna las que en realidad son responsables del olvido del ser, porque al convertir lo fáctico en lo único válido y negar la realidad de las verdades inmutables, eternas y trascendentes, lo único que hizo fue diluir la concepción eidética del ser, sustituyendo el concepto selectivo del Ser como ser verdadero por el ser en general que incluye todo ente, y reemplazando la esencia por el concepto.
Es decir, el pensamiento que abandona el ser del ente no es la metafísica griega ni la metafísica cristiana, sino el que verdaderamente confunde el ser con los entes y retira el ser del ente es la filosofía empirista de la modernidad. Para Heidegger “la metafísica, en cuanto metafísica, es nihilismo propio”, porque dice que se caracteriza por el abandono del ser del ente. En cambio, para nosotros el nihilismo es la vocación misma de la filosofía moderna y no de la metafísica misma. Es la modernidad la que divorcia profundamente a la filosofía respecto de la religión y no la esencia misma de la filosofía.
Son dos cosas distintas: una es que el pensar filosófico no está divorciado del pensar religioso, y el otro es que el abandono nihilista del ser del ente no es protagonizado por la metafísica sino por el pensar empirista de la modernidad. Pues la vocación de la esencia misma del pensar filosófico es descubrir su íntima trabazón con la religión, porque pensar es religarse con la manifestación del ser y su unidad con él. Y la vocación de la metafísica occidental ha sido pensar el concepto selectivo del Ser como ser verdadero.
Lima, Salamanca 20 de Agosto 2012