lunes, 18 de noviembre de 2013

ESENCIA DE LA MÚSICA


ESENCIA DE LA MÚSICA
Ni revelación ni técnica de expresión
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
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La música es la expresión artística más universalmente inteligible en nuestro tiempo. No hay melómano que no haya sentido el brote de los más diversos sentimientos, hasta el de salir corriendo al escuchar una ingrata melodía musical. Por qué sucede esto. Qué es lo que nos conmueve. Qué contienen los sonidos de la música para que nos transporten. Cuál es la esencia de la música. Qué es lo bello musical. Por qué la música conoció tardíamente su etapa clásica, respecto a todas las demás artes. Las respuestas se han dividido en dos grandes frentes. ¿Existe un lenguaje musical o, por el contrario, es una semiología paralela al lenguaje mismo? ¿Es la música una expresión emotiva o más bien denotativa y connotativa? ¿Si su origen se remonta a la imitación de los sonidos de la naturaleza, entonces por qué es un arte tardío?

Enorme es el caudal de pensamiento filosófico que ha sido consagrado a la música. Así, a muchas de estas preguntas se ha dado respuesta desde dos grandes perspectivas. Por un lado, está el enfoque metafísico, que la considera como autorrevelación del Principio cósmico y que está por encima de todas las demás artes; y por el otro lado el enfoque como técnica expresiva, que identifica a la Música con sus técnicas.

Los pitagóricos estimaban a la música como una de las ciencias supremas, por medio de la cual se lograba la elevación hasta el orden divino de la armonía cósmica. Platón incluía a la música entre las ciencias propedéuticas más cercana a la dialéctica y la más filosófica. Plotino la consideró uno de los caminos para ascender a Dios. San Agustín habló del paso de la Música de la sensibilidad a la fase de la razón, donde se contempla la armonía divina. Dante también estimó altamente el carácter cósmico de la música. Schopenhauer y Hegel hablan de la esencia universal y eterna de la música y totalmente separable de los medios expresivos por los cuales se formula como fenómeno artístico. Schelling redujo lo bello a la identidad de los contrarios en el Absoluto. En Hegel lo bello es la manifestación de la Idea. En Schopenhauer se convierte en la objetivación de la Voluntad metafísica. Para Kierkegaard la música es expresión de la genialidad erótico-sensual y como tal es el arte de expresar los sentimientos. Nietzsche nunca se separó del todo del concepto romántico de la música y la consideró como la expresión del sentimiento situado más allá del bien y del mal. El pragmatista norteamericano Dewey también la considera como expresión del sentimiento. Y Croce la refuerza al estimarla junto a las demás artes como aquella que sabe escuchar la voz de lo Absoluto y que lo traduce al lenguaje sonoro del sentimiento.  

Esta conexión entre la música y el sentimiento y el misterio de una obra de arte que carece de asunto manifiesto, también fue subrayada por Bach, Beethoven Chopin, Schumann y Liszt. Bach decía: “Donde hay música devocional, la mano de Dios está siempre con su grata presencia”. Beethoven es también taxativo: “La música es una revelación mayor que toda la filosofía y sabiduría”. Liszt sostuvo: “La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor, sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso”. Mozart lo suscribe cuando afirma: “Dadme el mejor piano de Europa, pero con un auditorio que no quiere o no siente conmigo lo que ejecuto, y perderé todo el gusto por la ejecución”. El mismo Tchaikovski confiesa su dedicación a la música por una impresión emotiva: “Hasta entonces yo no conocía más que óperas italianas. Debo a “Don Juan” el haberme consagrado a la música. Esta música me sumergió en un éxtasis cuyas consecuencias fueron decisivas”. Todos estos pensadores y artistas tienen en común la separación de la Música como arte puro, de las técnicas con las cuales se realiza.
En la otra orilla se encuentran los partidarios de la segunda concepción fundamental de la música, como aquella que la identifica con sus técnicas. Esta identidad fue expresada por Aristóteles al reconocer las técnicas musicales como conjunto de técnicas expresivas (Pol., VIII, 7, 1341 b 30 ss.). Reaparece en el Renacimiento con Vincenzo Galilei que reconoce el carácter expresivo de las técnicas musicales (Dialogo della Musica antica e della moderna, 1581). Retorna en la Ilustración con el máximo exponente de la razón, Inmanuel Kant, quien la sitúa como la más baja de todas las formas artísticas y se vale de la noción de “bello juego de las sensaciones” para definir tanto la música como la pintura. Con ello expresa la moderna concepción sintáctica de la música. Además, Kant concibe la estética como la ciencia del juicio del gusto o de lo bello y lo sublime en el arte y en la naturaleza sin mediación conceptual. En realidad es Kant a quien le toca el honor de inaugurar la estética subjetiva, como producto de una vivencia, contemplación o proyección sentimental. La música si es contemplada como un bello juego de sensaciones es considerada como arte bello, o si es estimada como simple impresión sensible es considerada como arte placentero (Crítica del Juicio, parágrafo 51).

Pero fue Eduard Hanslick, Lo bello musical (1854), el que formuló más rigurosamente la concepción sintáctica de la música. Con él la interpretación subjetiva toma un sesgo sintáctico y semiótico, como estudio de los signos artísticos. Rompiendo con el concepto romántico de la música como expresión de sentimientos, sistematiza su expresión lógica. Lejos de considerar la música como una catarsis emotiva afirma ésta es una historia de formas denotativas y connotativas antes que emotivas. El objeto propio de la música no es el sentimiento, sino lo bello musical, el cual consiste únicamente en sonidos conectados artísticamente. Su elemento primario es la eufonía y su esencia es el ritmo. La teoría del sentimiento deja de lado el oír y toma en consideración solamente el sentir. Lo cual considera un error. Así, la música es técnica de realización artística de sonidos. Hanslick también diferencia el lenguaje común del lenguaje musical. Mientras en el primero, dice, el sonido es un signo, en el segundo el sonido es autónomo y tiene importancia por sí mismo. Este carácter, no obstante, no sería propio sólo de la música sino de todo lenguaje artístico (escultura, pintura, danza, arquitectura, poesía, teatro, oratoria).

Ya esta visión formal de la belleza musical había sido expresada por Ricardo Wagner: “Lo que la música expresa es eterno, infinito e ideal; no expresa la pasión….sino la pasión, el amor o el anhelo en sí mismos, y esto lo presenta en esa variedad ilimitada de móviles que es la característica exclusiva y propia de la música, ajena e inexpresable en cualquier otro lenguaje” (Gazette Musicale, n°56-58, 1841). Esto es tanto como decir que si la música tiene alguna significación, ésta es semántica y no sintomática. Así teóricos como Moritz Hauptmann (Die Natur der Harmonik und Metrik, 1853) y Moritz Carriére (Aesthetik, 1859) atribuyen a la música una significación lógica antes que emotiva, es decir no representa algo concreto pero permite captar mejor lo emotivo.

Esto dio motivo a otros teóricos como Moos, Heinrich y Gehring a exagerar el aspecto formal y a negar que la música tenga significados emotivos. Es como si rechazaran toda significación y semántica para la música. Precisamente el último intento más radical de liberar el lenguaje musical de la sintaxis tradicional es la llamada Música atonal. Esta lleva al extremo la música programática, o sea sin tema unitario. Schönberg, en su Teoría de la armonía, aplaude la emancipación de la disonancia, o sea, su equiparación con los sonidos consonantes. Si antes con Strauss, la música temática ya amenazaba con hacer oír las cucharas y tenederos, hoy con la música programática ya ni siquiera eso se oye. Se ha  llevado a tal extremo la disonancia que la tonalidad se revuelve en una serie de notas con conexiones complicadas. Alban Berg señaló que la renuncia a la tonalidad no implica la anarquía armónica, porque quedan los otros elementos esenciales de la música auténtica (Was ist Atonal, 1930). Habría que decirle a Berg que al sonido sin forma no se le puede reconocer como elemento auténtico.

La música programática en su búsqueda de liberarse de la sintaxis musical tradicional ha terminado por liberarse de la propia música, porque sus formas sintácticas ya no pueden ser reconocidas como tales. La música atonal es el mismo abstraccionismo que motiva a la pintura actual. Pero el arte no sólo es “forma significativa” sino que es eminentemente “forma bella”, y el arte sin belleza no es arte. Por tanto, la pretensión de prescindir de las formas establecidas y reconocidas como belleza de la armonía musical es en realidad expresión de una época que ha perdido sus contenidos y que se solaza en las meras formas vacías. El formalismo exagerado de las técnicas expresivas musicales en la música atonal es en realidad el agotamiento de la vía subjetiva de la interpretación de la esencia de la música. El atonalismo se refuta a sí mismo, por cuanto en su búsqueda de la emancipación de la disonancia disuelve la melodía y armonía musical. El logos de la música programática es nihilista, emerge del nominalismo y del empirismo cultural, desemboca en la desnudez de la nada y juega con los sonidos sin sentido alguno. Los defensores de la disonancia sólo hacen ruido sin sentido y sin lograr penetrar en la esencia de la música. La anarquía armónica actual es puro formalismo y funcionalismo de la significaciones auditivas, sin tener en cuenta que la autonomía del sonido despojada de la belleza sonora deja de ser música y se vuelve ruido. La música no es y nunca será la pura emancipación del sonido sin belleza armónica. Y esto nos devuelve a la ligazón de la Música con el Ser.  

Susanne Langer, Nueva clave de la filosofía (1954), también defiende la tesis de que el símbolo musical no es emocional sino lógico, y emprende una crítica lógica del lenguaje musical. Pero en muchos puntos se distancia del exagerado formalismo musical. La música sería una forma simbólica de cierta especie, en sentido estricto no es lenguaje porque carece de vocabulario, pero tiene similitud con el lenguaje. Los tonos no son palabras, la armonía no es gramática y el tema no es sintaxis. Para Langer no hay analogía entre música y lenguaje y distingue entre mensaje verbal y mensaje musical. Pues, la música carece de significado literal, a diferencia de los símbolos discursivos de la lógica, la música es un símbolo presentativo que presenta la experiencia emotiva. La música demuestra que se puede conocer algo sin nombrarlo, o lo que decía ya Kant, hay ideas sin concepto. La música comunica ideas sonoras que provocan sentimientos y que el lenguaje no puede expresar. La música es lo inexpresable para el lenguaje, es la expresión de lo inefable. A diferencia de las matemáticas, que es formal y traducible, los símbolos musicales son formales pero intraducibles. Para Langer la música es un simbolismo intraducible en conceptos, por eso no es lenguaje. No se puede apelar a la razón discursiva, sino a la razón presentativa, ella expresa lo inefable. Pues las formas del sentimiento son más congruentes con las formas musicales. Así, la música es semántica de hechos vitales. La música contiene una semántica y un significado. Y ésta refleja la forma del sentimiento. Su formalismo capta mejor lo afectivo. De ahí que el mensaje de la música no sea fijo sino variable e inagotable. La música es simbolismo, sin connotación establecida. Es una forma de connotar sin palabras, con sonidos armónicos que dan una significación abierta y libre. La música es un símbolo no consumado, de significación nunca acabada. Es forma significativa sin concepto. Justamente el poder de la música reside en su ambivalencia, en la armonía de los contrarios, sus formas significativas expresan la vida del sentimiento, condición que el lenguaje no posee. La música habita fuera de los linderos del pensamiento discursivo o conceptual. Permite concebir las cosas emotivamente antes que intelectualmente. Su significación es ley inefable de la experiencia vital. La emoción estética es el efecto y no la causa de la experiencia vital. Por último, para Langer en la música, al igual que en el mito, se mantiene unido el símbolo con lo simbolizado, y por eso constituye nuestro mito de la vida interior.

La música como la forma de contemplación de lo bello en sonidos nos remite a un manantial ontológico más integral, donde se hace necesario establecer una relación entre la música como manifestación o epifanía del ser y como técnica expresiva. Esto es, hace falta superar la desconexión tradicional entre el plano ontológico y el plano subjetivo. Por tanto, no se trata de reducir al mínimo el papel de lo metafísico ni de lo formal, lo cual en realidad recorta la esencia del fenómeno musical. De lo que se trata es de captarlo en toda su significación. Y para ello es necesario distinguir varias partes: fenomenología del proceso musical, análisis del símbolo musical, ontología regional de la musical, origen de la música, relación entre forma y contenido en el símbolo musical, estudio de la función del fenómeno musical y examen de su función en los procesos no musicales.
Debido a la enormidad de la tarea aquí sólo me limitaré a señalar que la música es testimonio que las cosas inaccesibles para la razón conceptual o discursiva, no lo son para la razón presentativa, intuitiva, o como quiera llamársele. Que mientras la razón discursiva es teórica, la razón presentativa es estética. Que en tiempos ancestrales la razón estética presentativa dio lugar a una forma de pensar que comienza viendo, no con los ojos del cuerpo sino con los ojos del alma. El arte, el rito, el mito son las formas arcaicas de un ver que inaugura lo que llamo la metafísica de la aletheia o de la visión del ser. En esta forma de pensar no predomina el concepto sino la captación del mundo a través de ideas sin concepto. Es una forma de pensar donde se conoce por intimidad, éxtasis, iniciación, metáfora, alegoría y mántica. Este modo de pensar ancestral sobrevive hasta nuestros días, y es indesarraigable. Por eso la música sigue canalizando en el presente nuestra sed de integración cósmica con el absoluto. Aun cuando las artes padecen en la actualidad de la plaga abstraccionista, todavía es el paliativo de una cotidianidad desespiritualizada y desorientada. Es la vía compensatoria hacia el anhelo místico y extático muy propio de la condición humana. Y por ello, la esencia de la música no solo tiene una significación semántica, sino también sintomática y ontológica-metafísica. La transrealidad del objeto musical hace que tenga independencia respecto a lo real. La música es una semántica del alma que va más allá del mero sentir. Y por eso su realidad avanza más allá de lo real. Tiene parentesco con el ser, porque se identifica con las fuerzas creadoras de la existencia, es expresión rítmica de la realidad que brota de una misteriosa fuente inagotable. Música es contemplación del ser a través del sonido armónico. Lleva en sí el anhelo de retorno al ser, el anhelo de absoluto, porque cierto estado del ser engendra la idea musical. Ontológicamente la música es revelación del ser en el apogeo de la armonía. En suma, es la forma analógica no conceptual más universalmente captada por el hombre.

Lima, Salamanca 18 de noviembre 2013

domingo, 17 de noviembre de 2013

ANETISMO Y CORRUPCIÓN


ANETISMO Y CORRUPCIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
                                         
 
La Escuela Académico Profesional de Filosofía Facultad de la Universidad Nacional Federico Villarreal me ha invitado, a través de la profesora y fraternal amiga Ruth Romero Huamaní, al Cuarto Foro de Filosofía Villarrealino a presentar algunas reflexiones sobre el grave tema de la “Ética y Corrupción”, con el fin de promover una filosofía para el desarrollo ético.

La corrupción en la sociedad posmoderna se ha institucionalizado hasta tal punto que ha sobrepasado el campo de la ética y es más bien un problema cultural-civilizacional. Lo más preocupante es que en ninguna etapa de la historia humana se han postulado tantos sistemas de ética posibles como en la actualidad. Aparte de la tradicional ética heterónoma de cariz religioso tenemos una multitud de éticas autónomas y no por ello el mundo actual es más ético, al contrario, es más anético.

Si seguimos el libro Los Lenguajes de la Ética del profesor sanmarquino Miguel Polo Santillán, podemos encontrar que tenemos las éticas analíticas (intuicionismo de Moore, lo indecible de Wittgenstein, emotivismo de Ayer, emotivismo de Stevenson, prescriptivismo de Hare), éticas axiológicas (material de los valores de Scheler, platonismo axiológico de N. Hartmann), éticas existencialistas (ontológica de Heidegger, de la libertad absoluta de Sartre), las éticas procedimentales (fundamentadora de Apel, del discurso de Habermas, de la justicia de Rawls), éticas sustancialistas (de la identidad de Taylor, de la vida buena de MacIntyre, de la justicia de Sandel y Walzer), ética de la alteridad (Levinas), ética de la responsabilidad (Jonas), ética débil (Vattimo), ética pragmática (Rorty) y, añadiríamos, la ética de la autognosis del propio Polo. Además, habría que mencionar que ya Foucault había excluido a las normas éticas universales y recordar la ética sin religión de Victoria Camps, quien sostiene que no creer en la salvación definitiva no es relativismo porque puede hallarse satisfacción en la práctica ética misma. O sea retrocede al antiguo dilema de ser bueno sin Dios, lo que lleva en la práctica a la autodivinización humana y al fortalecimiento del narcisismo moderno.

Es decir, el panorama ético contemporáneo es enorme y variado y, sin duda, ha enriquecido a la filosofía práctica, pero, a su vez, es reflejo del empobrecimiento ético-moral del hombre actual. No porque abunden más reflexiones éticas es que seamos más éticos y morales, por el contrario, abundan justamente porque somos menos éticos y más inmorales. Y el deterioro se deja sentir en el propio campo del pensamiento, el derecho, la economía, la legislación, la medicina, el diseño de las instituciones y en la vida cotidiana.

Para ilustrar lo dicho basta constatar, por ejemplo, que la actual crisis económica europea y norteamericana data del crash del 2008, esto es, de las famosas hipotecas subprime o préstamos insolventes que fueron producto de un fraude global montado por el sistema financiero internacional, hasta hoy no tiene sanción moral ni legal. Es decir, al consumismo desenfrenado le sigue la crisis ecológica y la crisis ética. La crisis ética se ha venido a sumar a la confluencia peligrosa de otras crisis decisivas (climática, familiar, energética, poblacional, alimenticia, etc.).

Lo asombroso es que la abundancia de sistemas éticos coincide con el suicidio ético de la humanidad, porque el darviniano “sálvese quien pueda” impone su dictado en medio de la extinción del trabajo y el aumento estrepitoso de la desigualdad social tras cuarenta años de neoliberalismo global. Los hombres sin Absoluto de la cultura posmoderna afrontan la crisis del mundo actual ampliando el voluntarismo permisivo, el individualismo anárquico y el hedonismo nihilista.

¿A qué obedece este deterioro de la vida moral y erosión de la vida ética? La sociedad cibernética ha creado seres egoístas, avaros y egotistas, reemplazando la gran promesa de satisfacer todos los deseos sociales de la sociedad industrial por la otra gran promesa de satisfacer todos los deseos a nivel individual. Su alternativa antropológica es crear el hombre sin capacidad crítica, consumismo extremo, sin memoria, aburrido, saturado, indiferente, evasivo y dependiente de las prótesis tecnológicas. Es decir, producir todo un contingente de cerebros descentrados cuyo alimento espiritual es andar sin rumbo esclavizado a los medios audiovisuales.

Pero si bien es cierto, que el deterioro de la vida moral y ética se expresa en una perversa estructura social, sin embargo, debemos rebasar el enfoque sociológico e ir más a la raíz para preguntarnos sobre la mentalidad que dio lugar a la sociedad presente. Hay que interrogarse sobre la forma de pensar que generó e hizo posible la actual sociedad anética. De poco servirá la agudeza de la crítica psicológica y social si no vamos hacia la mentalidad que sustenta la actual forma de vivir y sentir el mundo. Pues toda una Weltanschauung y Lebensanschauung le son propias a la sociedad del extremo individualismo de la cultura posmoderna. 

Y sin más ambages hay que decir que la nueva mentalidad que dio origen a la forma de pensar imperante en nuestro tiempo es el “empirismo”. La racionalidad científica de la actual civilización técnica es sólo su consecuencia y no su causa. Hoy el verdadero sanctasanctórum no es la verdad científica sino el empirismo, como aquel modo de pensar que inclusive acepta la existencia de las entidades inobservables siempre y cuando se den dentro de un horizonte inmanente y no trascendente. De aquí se deriva la hegemonía de la hermenéutica de lo finito. Este rechazo empirista de toda metafísica es el verdadera núcleo epistémico que rompe con la tradición mitocrático-metafórica arcaica, la tradición esencialista griega y la tradición personalista cristiana del Medioevo, y convierte lo fáctico en lo único válido negando las verdades inmutables, eternas y trascendentes.

De aquí, que el verdadero apóstol del credo empirista por el hecho concreto en la modernidad, no fue el científico sino el historiador. La ciencia misma quedó teñida de empirismo histórico. El realismo científico tomó el lugar del realismo metafísico. Pero el hecho no es una noción simple y está teñida de teoría. Esto hizo que la epistemología neopositivista de Schilck, Carnap y Neurath, tras las demoledoras críticas de Popper a la inducción, fuese superada por la epistemología histórica de Lakatos, Toulmin, Quine, Hanson, Putnam y Kuhn, hasta llegar a la crítica anti-epistemológica de la filosofía hermenéutica de Gadamer, Rorty, Ricoeur, Habermas y Apel, quienes proponen en vez de la epistemología a la misma hermenéutica, pues afirman que el método experimental no se aplica al ámbito histórico humano.  

No obstante, el problema central de la hermenéutica de la finitud no es solamente cómo mantenerse en la objetividad y eludir el relativismo admitiendo de que no hay una única interpretación válida, sino que convierte en hecho supremo al sujeto interpretante. La verdad como correspondencia es totalmente desplazada por la verdad como lenguaje. El hecho supremo es el tamiz lingüístico. En otras palabras, el lenguaje es el último dios en la hermenéutica de la finitud. No hay normas universales sólo modos de vida. El relativismo, así, es inevitable.

Nosotros somos los herederos del realismo de los hechos y los nuevos hechos son las interpretaciones, y toda interpretación es temporal, finita e histórica porque el hombre lo es. En una palabra, no se ha superado la adicción al “espíritu empírico”. La cosa es dato empírico y elaboración de sentido racional. De esta forma, las esencias se convirtieron en meros conceptos subjetivos y lo real fue lo fáctico decretado por mente del nuevo emperador: el hombre. Este deus in terris o diosecillo terrenal validó sólo los símbolos discursivos de la ciencia y la teoría e inauguró la metafísica moderna del percipi 

Pero la verdad es otra, porque todo pensar comienza viendo con los ojos del alma y no con los ojos del cuerpo. La cosa es dato del alma antes que dato empírico. Por eso el tejido de la significación de la cosa no es la ley natural y el hecho histórico, sino la ley espiritual y el hecho transhistórico. En otras palabras, sólo un pensar no objetivo, intuitivo y simbólico presentativo puede ir más allá del imperio de lo empírico.

Actualmente vivimos el divorcio profundo entre la inteligencia discursiva de la ciencia y la lógica, con la inteligencia no discursiva del arte, el mito, la religión y las humanidades.

Esto ha achatado el universo moral a dimensiones opresivas y dio rienda suelta a la crueldad del hombre. El hombre moderno carece de mito metafísico y necesita recuperar su anhelo armonioso de los absolutos (la naturaleza de los griegos, Dios del Medioevo, el Hombre de la modernidad y la Sociedad de la contemporaneidad). 

El empirismo ha empobrecido el contenido mental del hombre, lo cual lo lleva a la barbarie del anetismo. Para ser anético no se requiere ser un malvado practicante, basta asumir como ideal una libertad sin Justicia para contribuir al derrumbe moral del mundo. Y esta es la principal causa de la perturbación ética del mundo presente, convertido en un pandemónium por la indiferencia ante el deterioro de la vida mental y moral del hombre.

No hay duda que vivimos una nueva fase de salvajismo hipertecnológico, de una época finisecular sin razón, perturbada por una omnipotente razón discursiva que devora la realidad recortándola en nuestras mentes y corazones. Y como no hay retorno al pasado, es un error soñar con la vuelta a filosofías tradicionales y, más bien, hay que reconstruir la filosofía desde dentro para contrarrestar la actual orgía de pragmatismo a través de un nuevo momento dialéctico de la razón humana, donde lo discursivo vaya de la mano con lo intuitivo.

 

Lima, Salamanca 19 de Noviembre del 2013

miércoles, 13 de noviembre de 2013

NUEVA UTOPIA PARA LA CONVIVENCIA HUMANA


NUEVA UTOPÍA PARA LA CONVIVENCIA HUMANA

Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
(Conferencia pronunciada el 22 de Noviembre del 2013)

 
La Facultad de Educación y CCSS y el Departamento de Filosofía y Arte de la Universidad Nacional de Trujillo, que en los últimos tiempos ha tomado un vuelo tan notorio, me ha invitado, a través de la estudiante Clariza Huamaní Arotoma, Presidenta de la Comisión Organizadora, la estudiante Eyleen Nureña Alva, Coordinadora del Comité Académico, y el célebre filósofo trujillano, Dr. Víctor Baltodano Azabache, en el marco del Primer Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú a presentar algunas reflexiones sobre el “espinoso” tema de la “Convivencia Social”, con el fin de impulsar una filosofía para el desarrollo humano.

Y digo “espinoso” porque actualmente para nadie es un secreto y, al contrario, es una verdad de Perogrullo que la sociedad de mercado de hoy está diseñada para que el hombre no se conduzca por lo que es, sino por lo que acumula y tiene. Es indudable que actualmente la convivencia social está dañada a nivel planetario por el aumento inaudito de la desigualdad económica, la destrucción ambiental y la injusticia social. ¡Nunca, en ningún tiempo de la historia conocida por la humanidad, existió un puñado social tan reducido que concentre en tan pocas manos cerca del 90% de la riqueza mundial!

Estamos inmersos en un peligroso ciclo histórico de deterioro mundial de la convivencia social y humana. Se va imponiendo el proyecto luciferino de hacer funcionar a la humanidad con la utilidad intercambiable de la máquina. El hombre global de hoy no convive sino compite, y afila las garras tras la ambición, el poder y el placer. Tras cerca de 40 años del predominio de la utopía liberal el capitalismo global ha demostrado que sólo gestiona la crisis pero no la resuelve, su lógica sólo asegura la rentabilidad financiera del capital excedente, no pertenece a su lógica una teoría de la distribución de la ganancia y por ello no lleva al progreso social ni al desarrollo de la democracia.

Al contrario, la utopía liberal con su credo de que el desarrollo equivale a la expansión del mercado desató la más inaudita crisis global jamás conocida. Pues, la actual crisis mundial no sólo es económica y ecológica, sino, sobre todo, es humana. La irreflexiva pretensión de hacer funcionar al mundo como un mercado y una máquina ha puesto al hombre al borde de la barbarie. Su creencia que con la tecnología y la ciencia se consigue el desarrollo humano también sucumbe, pues no sólo se viene una incontrolable crisis de agua, alimentos y energía, sino que el predominio de la inteligencia artificial está generando la proliferación de los cerebros descentrados en la web, sin capacidad crítica ni poder de concentración. Pues la ciencia y la técnica también contienen posibilidades perversas y ominosas que llevan hacia la barbarie. Y cada vez queda más claro que sería un error buscar en la ciencia, la técnica, como en la educación, una solución a todos los problemas del presente.

De manera que el hombre convertido tan sólo en un valor de cambio pierde su dignidad y sentido de la vida, reduce su existencia al salario, al precio, a la despiadada competencia por el tener, remitiendo al olvido su autorrealización personal y vida espiritual. Se convierte en una cosa más entre las cosas. Su alienación se ha vuelto más profunda y tornó en cosificación. Es el triunfo prometeico del hombre anético, que conquista el mundo pero que se pierde a sí mismo.

En otras palabras, ¡Nunca como ahora, la convivencia social se ha encontrado en una encrucijada tan grave y tan amenazada por el grave problema de la deshumanización creciente y acelerada a nivel planetario!

El análisis sociológico de Ferdinand Tönnies (Comunidad y Sociedad, 1887) sostiene que la voluntad orgánica desarrolla la comunidad (Gemeinschaft), forma de vida antigua, donde prima el hombre natural, con lazos reales fundados en lazos de sangre, de localidad y creencia, donde el estatuto representa el derecho natural, pero su destino es evolucionar hacia la sociedad. Mientras la voluntad racional desarrolla la sociedad (Gesellschaft), de individuos abstractos, sin lazos reales, insertos en el mercado mundial, donde el único valor es el de cambio, ligado al beneficio económico, donde el contrato representa el derecho de la sociedad, en el cual el individuo deviene en persona y el tipo perfecto es el comerciante. En buena cuenta, Tönnies intenta mostrar la íntima trabazón entre racionalidad, sociedad y capitalismo. Tríada que Marx y gran parte del pensamiento socialista del siglo XX intentó desmontar infructuosamente.

La susodicha racionalidad del beneficio del capitalismo nos ha conducido a la barbarie y no menos bárbara se manifestó la racionalidad de la distribución bajo el fenecido socialismo real. Pero la pregunta que aquí nos asalta es que si pertenece a la esencia misma de la razón tal destino. Si es así acaso nos hace falta una nueva forma de pensar. Y si es necesaria una nueva forma de pensar qué condiciones históricas darán lugar a ella. Además, queda pendiente la interrogante si el alumbramiento de una nueva forma de pensar en una nueva fase histórica se hará de forma traumática o paulatina.

En la esencia de la razón coexisten dos órdenes: el discursivo, lógico y teórico-práctico, y el intuitivo, participativo y contemplativo. Este último alcanzó su mayor grado de desarrollo en las civilizaciones ancestrales o en la llamada mentalidad arcaica. Ve el cosmos como una totalidad viviente animada, donde el mundo fenoménico revela el destino. Emplea conceptos-imágenes, su comunicación es alegórica, poética, metafórica, simbólica, analógica y alegórica. Su forma conceptual es estética. Sus formas de sabiduría comprenden la mántica, la horoscopía, el mito, la magia, la profecía. El sentido de su sabiduría es oracular, escatológica, revelación, iniciación e intuición. Su esfera ontológica es onírica, pática y cósmica. El propósito de su saber simbólico es lo que la cosa “quiere decir”.  Su filosofía se resuelve en una teoría intuitiva del destino. Prestó grandes beneficios, fue la cuna de la humanidad y la gestora de los grandes maestros espirituales de la humanidad. Buda, Confucio, Lao Tsé, Zaratustra y Jesús pertenecen a este tipo de orden racional. Jaspers incluye a Sócrates, el padre del concepto, en este grupo al que llama el “tiempo eje”. Y el principal enemigo a este orden de racionalidad es la actual orgía de pragmatismo y tecnicismo que nos asola.

El otro orden racional, el llamado lógico-discursivo, basado en el principio de identidad y de no contradicción, ha sido el baluarte sobre el cual se ha edificado desde la modernidad la ciencia, la técnica y el pensamiento moderno. Está basado en conceptos puros de la lógica, su interpretación del cosmos es matemático-cuantitativo, su forma conceptual es lógica y experimental, su forma de sabiduría es objetiva, el sentido de su saber es el cálculo y la predicción, su esfera ontológica es el fenómeno opuesto a la cosa en sí, resuelve el ser en el aparecer o en lo fenoménico, el propósito de su saber es lo que la “cosa es” para alcanzar su dominio y control, y culmina en una filosofía que se resuelve en una teoría de las causas y efectos.

Y aun cuando la teoría de la relatividad y la teoría de los cuantas provocó la crisis de la concepción mecánico-materialista del universo, sin embargo el camino del paradigma matemático griego hacia la realidad sigue incólume. Esto ha conducido a que físicos de partículas y cosmólogos crean que estamos ad portas de una teoría final de todas las cosas, como símbolo de triunfo y superioridad del orden discursivo de la racionalidad objetivo-experimental. A pesar de ello, físicos tan eminentes como Roger Penrose (El camino a la realidad, 2006), ha manifestado sus dudas que tal meta se logre, basados en que si bien es cierto de que el camino matemático hacia la realidad nos ha servido de mucho no obstante no se ha encontrado todavía el verdadero camino hacia la realidad. En otras palabras, esto equivale a decir que el camino del pensamiento científico y del orden discursivo de la razón está lejos de penetrar en el corazón de lo real mismo.

Esta es una conclusión muy grave puesto que si el orden discursivo de la razón opera meramente a nivel de la capa fenoménica de lo real, entonces la inevitable consecuencia humana tenía que ser el olvido de su esencia y la deshumanización del hombre. Lo cual se ha traducido en el intento erróneo de tratar de solucionar todos los problemas humanos a través de la ciencia y de la técnica. El resultado final no ha sido la reconstrucción humana y social sino su destrucción. Con esto ha quedado nítidamente establecido que la ciencia no busca “verdades” ni “verosimilitudes” popperianas, sino que construye modelos ficticios para manipular la realidad con éxito relativo en el mundo material y humano.

En otras palabras, la axiomatización científica tiene que ver menos cono lo real y mucho más con la manipulación de lo real. En este punto el pensamiento científico y el orden discursivo de la razón estarían mostrando un pronunciado cariz ideológico, en la medida en que enfatiza la voluntad de poder a través del “control” ya sea natural o social. No es entonces casualidad lo señalado por los pensadores de la Escuela de Frankfurt, al subrayar que la razón instrumental suprime la individualidad sirviéndose de la ciencia y la tecnología.

En este punto hay que tener en cuenta las tres etapas de la civilización técnica señalado por Lewis Mumford (Técnica y civilización, 1934), esto es: su fase eotécnica (basada en el agua y la madera) que regularizó el tiempo con la invención del reloj (siglos X-XVI); su fase paleotécnica (basado en el carbón y el hierro), que incrementó la energía mecánica con la invención del telar mecánico y la locomotora (siglos XVII-XIX); y su fase neotécnica (basado en la electricidad y aleación) multiplicó la producción de bienes, contrajo el tiempo y el espacio, estandarizó la producción, el producto y al hombre.

Lo interesante aquí es que Mumford señala que la civilización técnica en su fase neotécnica se hizo posible que lo cuantitativo y mecánico sea más sensible a lo cualitativo, lo orgánico y teleológico. Volvió el respeto por el color, lo estético, las cantidades diminutas, lo invisible, lo ergonómico, la sensibilidad más fina, la comunicación instantánea, todo lo cual produce un cambio de valores. Con ello si la máquina fue antes enemiga de la vida hoy se vuelve la aliada de ella.

Con esto surge una pregunta desconcertante. ¿Se dirige el orden discursivo de la razón hacia la confluencia con el orden intuitivo de la racionalidad? Si fuese así estaríamos ante un cambio inaudito de consecuencias imprevisibles para el destino humano. ¿Acaso las corrientes intrahistóricas de la racionalidad humana van hacia una nueva Edad Media en el sentido de la apertura de un nuevo horizonte de espiritualidad y mística nunca antes visto? ¿Qué significaría que el orden teórico-pragmático de la razón sufra una síntesis con el orden participativo-espiritual de la racionalidad?

En la historia no hay retrocesos, hay avances, congelamientos o declives. En este sentido, lo más probable sea que ante el ocaso de la modernidad alumbre una nueva síntesis de la razón, que no nos lleve a una edad media oscurantista como la predicha por Nicolás Berdiaev, sino, por el contrario, será una nueva Edad Media llena de espiritualidad y mística donde ciencia y humanismo hayan depuesto su otrora antagonismo y se enlacen en un redivivo y más potente Renacimiento humano e histórico. Nos permite mantener el optimismo con respecto a una renovación análoga al renacimiento los caminos que va tomando la propia razón lógica frente a la razón participativa.

No hay duda de que el avance de tal derrotero significará derribar el actual orden político y financiero de los monopolios megacorporativos que se han adueñado del planeta, que se resisten a socializar los beneficios de la civilización técnica en su actual fase neotécnica, y que son el principal obstáculo para que se acelere la revolución mental y espiritual que tanto requiere la humanidad del presente. Si estos esfuerzos prosperan, entonces la época de las hazañas de la ciencia divorciada de la ética y del humanismo quedarán como cosa propia de una era oscura e infeliz, donde el hombre consumía su existencia en el tener olvidando su ser. Recién, entonces, emergerá un ambiente de inmarcesible concordia en las relaciones humanas y una auténtica convivencia social, donde la realización de los valores esté basada en la encarnación de las virtudes.

En una palabra, el camino de la reconstrucción de la convivencia social transita antes que por utopías políticas y económicas por una reconciliación de la razón humana consigo misma y con la realidad. Esa utopía epistémica es la utopía de la reconciliación del antiguo divorcio entre mito y razón, lo subjetivo y lo objetivo, lo espiritual y lo material, lo inmanente y lo trascendente, lo humano y lo divino. Será el triunfo de un nuevo principio de realidad, una nueva metafísica y una nueva ciencia, sobre la base de una nueva síntesis dialéctica en el seno mismo de la razón humana.

Muchas gracias

sábado, 2 de noviembre de 2013

ENIGMATICO COSMOS MOCHICA

EL ENIGMÁTICO COSMOS DE LOS MOCHES

ATISBANDO MÁS ALLÁ DE LA ARQUEOASTRONOMÍA EN TORNO

 AL TEMA COMPLEJO DE LA HUACA DE LA LUNA


Gustavo Flores Quelopana

Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

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Es indudable que todas las “huacas” y monumentos arqueológicos precolombinos del antiguo Perú fueron diseñados siguiendo alguna guía astronómica, y esto lo demuestra fehacientemente la moderna investigación arqueo-astronómica, pero también es poco dudoso que el fin perseguido fuese astrológico, mántico, escatológico, horoscópico, profético y participativo, y esto se deduce de las investigaciones sobre la naturaleza del pensar ancestral, mítico, simbólico, analógico, metafórico y alegórico. En otras palabras, se trata de una interpretación del cosmos donde prevalece la revelación del Destino.

El asunto comenzó en mí cuando al final del I Seminario Internacional de Educación los organizadores de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de Trujillo tuvieron la feliz idea de llevar a los ponentes y asistentes a una visita arqueológica a la Huaca de la Luna. Era la primera vez que subiría por sus empinadas rampas, y la verdad es que quedé más que deslumbrado cuando al término del recorrido se posaron nuestros ojos sobre el famoso Muro llamado del “tema complejo” de la Huaca de la Luna. 

Quizá quiso la Providencia que dicho efecto fuese preparado porque en el ómnibus tuve la fortuna de departir con una alumna de cuarto año oriunda del amazonense pueblo de Condorcanqui. Su nombre era Fabiola y sus apellidos, que mi memoria no retiene, eran tan exóticos como su lengua aborigen. Lo que más me impresionó de su relato es que gracias a los poderes curativos y proféticos del espíritu de una planta llamada “toé” ellos pudieron siempre hacer fracasar los planes de los incas por conquistarlos, y hasta hoy les sirve para curar, alejar del pueblo a las personas molestas y ver el futuro personal. Todo lo cual me retrajo a las investigaciones del filósofo rumano Mircea Eliade sobre el chamanismo como técnica arcaica de éxtasis, los estudios de Antun Tsamaraint sobre la experiencia chamánica en el pueblo Shuar de Ecuador, hasta el antropólogo suizo-canadiense Jeremy Narby y su famosa obra La Serpiente Cósmica (1998) con su idea de que los chamanes aztecas, shipibos-conibo, aborígenes australianos, antiguos egipcios, en sus visiones a través de la ingestión de la ayahuasca, el San Pedro, el toé, hacen descender la conciencia a nivel molecular y consiguen acceder a la información biomolecular de las esencias animadas o espíritus del cosmos que se despliegan como serpientes rodeando el mundo.

Después de todo tiene sentido que una interpretación del mundo basada en una concepción de la misma como totalidad viviente o animada se remitiese a dichas esencias o espíritus a través de plantas alucinógenas, para conseguir no por vía lógica sino estética la “visión” que les revelara la verdad. A esta estructura de la mentalidad arcaica le llamo “metafísica de la aletheia” o de la “visión”, basada no tanto en el concepto puro de la lógica sino en el concepto-imagen de la intuición, y que en mi parecer, todavía se prolonga en los presocráticos. Más adelante, específicamente desde Platón la filosofía griega se asentará en la “metafísica de las esencias”, donde el protagonismo corre a cargo del concepto puro de la lógica sobre el concepto imagen del filosofar poético alegórico ancestral. No obstante es necesario precisar que dicha metafísica de las esencias, especialmente en Platón y Plotino, no prescinde del mito porque considera que la imagen y el símbolo vislumbran lo que no logra expresar el concepto. Es por esto que no es correcta la idea que Aristóteles se encargó de difundir, repetida por los escolásticos y seguida por Santo Tomás de Aquino, sobre la duplicación platónica del mundo, puesto que la idea no estaba totalmente separada del mundo, más bien hay en Platón diversas modalidades de plenitud o fuerza del ser.

Y esta interpretación platónica de que el mundo sensible no está fuera ni separada del mundo de las ideas se congracia con la mentalidad arcaica que concibe a la totalidad viviente o animada. El Ser está en el mundo, no está separado del mundo como en Parménides, ni consiste en el puro devenir y multiplicidad fugaz como en Heráclito, sino que –como más tarde lo enfatizaría la ontología de lo concreto de Mauricio Blondel y la  metafísica de la aparición de Mariano Iberico- el ser tiene vocación de aparecer y el ser en sí no vive separado sino unido al fenómeno, que sin embargo no agota la verdad ni la manifestación del ser.

Yo creo que todas estas disquisiciones metafísico-ontológicas son necesarias para comprender el enigmático significado del Muro Complejo Moche, lleno de observaciones astronómicas pero también de símbolos oníricos, analógicos y simbólicos. Los mismos que son difíciles de entender y reactivos para una mentalidad como la nuestra asida de una lógica instrumental, utilitaria y pragmática, propia de una “metafísica del percipi”, del factum, de los hechos empíricos observables e inobservables pero todos ellos inmanentes. Nuestra mentalidad moderna es hija de la “metafísica de la visión” ancestral o mitocrática, de la “metafísica de las esencias” o logocrática de los griegos y de la “metafísica de la existencia” o personalista del cristianismo, pero ha tomado distancia de todas ellas y se basa en la más estricta objetividad señalada por la razón matemática y experimental. Lo cual ha desembocado en la sustitución del ser por el ente calculable y manipulable.

La confusión para el hombre moderno y contemporáneo se hace todavía más grande cuando asistimos al parto de una nueva metafísica salida de sus entrañas, a saber, la “metafísica de lo virtual” o de la máquina, con su lógica algorítmica, el imperio del código, de lo artificial, cuya ontología sin embargo es real, y reclama una urgente atención para que la humanidad no caiga en la robotización. Es por esto que en el desentrañar de una realidad ancestral necesitamos recorrer todos los caminos metafísicos de la humanidad para evitar el anacronismo de imponer nuestra propia mentalidad.

En este sentido la interpretación sostenida por Roberto Ochoa (El 11 de setiembre de los Moches/LaRepública.pe), basado en el libro “Cosmos Moche”, robustece la interpretación conocida de que el mundo terrenal creado por los mochicas trataba de reflejar el orden en el cielo. Y para ello se basa en una serie de cálculos que demuestran que en el 11 de setiembre del 750 ocurrió un hecho astronómico asombroso que sin duda generó en la cosmovisión moche una conmoción inusitada.

Si atendemos sólo al aspecto estelar del Muro Complejo Moche se observa la Luna en cuarto creciente coronada con una estrella, los cuales son eje de cuatro murales del tema complejo. El hallazgo de dos primeros muros en 1990 por Régulo Franco y Francisco Wiese dio lugar a los trabajos arqueológicos en Huaca El Brujo. Se terminó hallando la tumba y el ajuar funerario de una sacerdotisa tatuada, bautizada como  La Dama de Cao.

Los otros dos muros mejor conservados fueron desenterrados en la Huaca de la Luna por el equipo dirigido por Santiago Uceda y Ricardo Morales. En todos ellos los muros forman un ángulo de 90 grados y están ubicados en la borde de un enorme patio ceremonial engalanado con imágenes de ídolos mochicas, de danzantes tomados de la mano, y de guerreros que arrastran a prisioneros desnudos. Régulo Franco y Juan Vilela Puelles en su libro “El Brujo, El Mundo Mágico Religioso Mochica y el calendario Ceremonial”, sostienen la idea de que el Muro del Tema Complejo es un calendario ceremonial basado en un análisis de los ritos y ceremonias que figuran en su compleja estructura narrativa.

Ochoa toma en cuenta que Garrafa propuso que los símbolos astronómicos y terrenales componen una compleja cosmovisión centrada en la dualidad andina y en los cambios estacionales relacionados con marcadores astronómicos. Y que Sánchez establece una que los cuatro muros están relacionados con los equinoccios de setiembre y de marzo.

También propone que el muro mayor de la Huaca de la Luna registra el equinoccio de septiembre mientras que el muro menor registra el equinoccio de marzo. Y que en la Huaca de El Brujo sucede todo lo contrario. Es decir, los cuatro muros están íntimamente vinculados a las celebraciones del calendario anual mochica. Es precisamente en marzo y setiembre cuando en el cielo nocturno se dejan ver las constelaciones de Escorpio, Sagitario, Ophiucus y Serpens Caput. Lo singular de Ochoa es que con el programa Stellarium confirma la propuesta de Sánchez y establece la fecha que simboliza el misterioso Muro del tema Complejo: el 11 de setiembre del año 750 sucede el hecho extraordinario de que el cielo nocturno cercano al equinoccio de setiembre muestra las constelaciones de Escorpio y Serpens Caput coincidiendo bajo la cúpula estelar formada por la Vía láctea, terminando hacia la izquierda en la Cruz del Sur o la andina Chakana, lo que se refleja en el Muro Complejo a través del misterioso ser mitológico que tiene una prolongada soga unida a una Chakana. Pero además se dio por el 19 de setiembre la coincidencia de la Luna con los planetas Marte y Saturno. Todo lo cual tendría un asidero científico comprobable.

Pero en el Muro también se ve que la Luna en cuarto creciente no sólo acuna a un astro sino que está rodeada de otras estrellas.

Ochoa comprueba que no se trata de Las Pléyades dando vueltas en torno a la Luna en cuarto creciente, al comprobar en Stellarium que durante el equinoccio las Pléyades están pegadas a la constelación de Tauro y bastante alejadas del escenario correspondiente al Muro del Tema Complejo.

Según los cálculos arqueológicos realizados en Huaca El Brujo, el apogeo mochica corresponde a una etapa que va del año 100 al 750 de nuestra era. Ochoa marca el año 750DC y busca una Luna en cuarto creciente cercano al equinoccio de setiembre. Entonces encuentra la conjunción de cinco planetas con la Luna en cuarto creciente, bajo las constelaciones de Sagitario, Escorpio, Ophiucus y Sepens, y todo bajo el arco de la Vía Láctea.
La noche del 11 de setiembre del año 750 de nuestra era muestra la inusitada conjunción de los 5 planetas que se pueden ver a simple vista con la Luna en cuarto creciente, bajo las constelaciones de Sagitario, Escorpio, Ophiucus y Serpens. Y todo esto bajo el arco de la Vía Láctea.

Esa fecha, el 11 de setiembre del año 750, los mochicas y todos los pobladores del mundo andino vieron un fenómeno astronómico asombroso: La Luna en cuarto creciente bajo la cúpula de la Vía Láctea y rodeada por Escorpio, Sagitario, Ophiucus y Serpens Caput… pero con 5 planetas formando un “fila india”: Mercurio, Venus, Marte, Saturno y Júpiter.  Apreciar cinco planetas enfilados sobre el horizonte, coincidiendo con la Luna en cuarto creciente debió significar un hecho sumamente perturbador. Hecho que se repetirá el 11 de setiembre del 2040, es decir, 1290 años después del fin del esplendor de los moches.

El arqueólogo japonés Masato Sakai en su libro “Reyes, Estrellas y Cerros en Chimor”  piensa que los soberanos norteños se asumían como descendientes de las estrellas, hizo cálculos astronómicos realizados en Chan Chan y postuló que la construcción de los palacios en la urbe Chimú estuvieron vinculados a determinadas estrellas o planetas y a su ubicación con respecto a los cerros tutelares ubicados en los alrededores. Entre ellos el cerro Campana y el cerro Blanco, en cuya falda se erigió la Huaca de la Luna. Para Ochoa aquel 11-S del año 750 fueron 5 los planetas que rondaron el paso de la Luna en cuarto creciente durante el equinoccio de setiembre y son precisamente 5 los reyes (personajes con corona de oro, porra y/o bastón de mando) que aparecen en el Muro del Tema Complejo de la Huaca de la Luna.

Lo más probable es que los astrónomos del antiguo Perú, que supieron calcular eclipses, pronosticar el Fenómeno del Niño contemplando el brillo de las Pléyades, calcular los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas y le dieron una importancia poco común en civilizaciones antiguas a las sombras oscuras de la Vía Láctea, fueran también astrólogos, mánticos y clarividentes. ¿Qué representaba para su destino aquel 11-S del año 750 para los moches? ¿El muro señala una profecía sobre el Destino para los moches?

Ochoa especula medio en broma y medio en serio que el muro Moche nos advierte que el fin del mundo será el 11 de setiembre de 2040. Fecha no muy distante al 2030 que da las Naciones Unidas como fecha de una gran confluencia de crisis mundiales (climática, alimentaria, económica, política, hídrica, energética, sanitaria, poblacional, entre otras).

En suma, el sentido iniciático de la sabiduría oracular moche –como de todos los pueblos ancestrales de ayer y hoy- exige trascender los datos objetivos, en este caso de la observación astronómica, para alcanzar la revelación escatológica de carácter no tética y racional sino pática e intuitiva, relacionada con una esfera ontológica onírica, cósmica, propia de una vida superior divina y cósmica que revela nuestro destino. Mientras el pensamiento conceptual se interroga por lo que la cosa “es”, el pensamiento simbólico inquiere por lo que la cosa “quiere decir”, es decir, es intuición del Destino. El pensar ancestral o mitocrático es teoría del destino, es horoscopía, profecía, mito, poética, magia y mántica. Sus formas conceptuales no son lógicas sino estéticas, por eso ven el cosmos como una totalidad viviente y animada. Pero una totalidad que es accesible no sólo por los sentidos del cuerpo sino sobre todo por los sentidos del alma. El fenómeno se revela como Destino y éste es el espectar en el fluir temporal de una verdad intemporal y cósmica.

El sentido último del significado el Muro Complejo Moche en la Huaca de Luna sólo puede lograrse a través de una filosofía simbólica, participativa, comunicativa, oracular, iniciática, mántica, poética, onírica, metafórica y mágica. Se trata de un pensamiento escatológico que indaga sobre el final, dentro de un arcano metafísico que nos remite a una sintaxis cósmica, a un lenguaje del universo que retorna al yo a través del fenómeno.

Los sacerdotes y antiguos filósofos moches reflejaron en el Muro Complejo de la huaca de la Luna no sólo una inusitada capacidad de participación analógica en el cosmos, sino su anhelo, muy humano, de retorno al ser, su anhelo de absoluto. Y así desaparecieron del temporal horizonte de la historia. Los hijos de las estrellas cumplieron su destino: retornar espiritualmente a las estrellas…

Lima, Salamanca 02 de Noviembre 2013