Prólogo
Llamo razón mística a la facultad de conocimiento por principios
preternaturales, o sea que excede las capacidades de la naturaleza humana. Y
denomino Crítica de la razón mística
a la investigación de la posibilidad y límites de dicho conocimiento.
El tema no está planteado
dentro de los marcos de una filosofía trascendental sino, más bien, dentro de
la necesidad de una hermenéutica remitizante. Es decir, dentro del programa
filosófico de recuperación del horizonte de lo trascendente.
No obstante, hay que
reconocer que la facultad de representar, tal como la dejó Kant, exige
esclarecer la relación de la Revelación con la filosofía pura. Esta tarea
desborda el propósito de la presente obra. Para Kant sentir a Dios como
existente dentro de nosotros implica juicio teleológico referido al sujeto, y
sentirlo fuera de nosotros es referido al juicio teleológico en su uso teórico.
En cambio, el éxtasis místico no es sentir a Dios ni dentro ni fuera de
nosotros, por el contrario, es sentirnos en Dios. Por tanto, muestro tema es
distinto.
Lo más desconcertante de
esta tarea es que debe afrontar el investigador la naturaleza inexpresable y
supralógica del éxtasis místico. En otros términos, se trata de una facultad de
conocer que no es provocada por el hombre, no es vertible a lenguaje y, por
tanto, no es comunicable. Y sin embargo, implica una forma única de
conocimiento.
Esto representa varios
desafíos de largo alcance. En primer lugar, va contra la doctrina generalmente
admitida que dice que lo real y la verdad tienen que ver siempre con el juicio
y el discurso. En segundo lugar, que lo inteligible implica lo expresable. Y en
tercer lugar, que lo inexpresable es sinónimo de lo ininteligible.
El presente ensayo responde
a tales problemas llegando a conclusiones precisamente opuestas y aplicables
específicamente al fenómeno místico. Las tesis a que se arriban en este libro
sostienen varias cosas, entre ellos: que los tres tipos de sentido lingüístico
(conceptual, emocional e intuitivo) son insuficientes para dar cuenta del
éxtasis místico; junto al universal intuitivo, al universal conceptual y al
universal emocional se da el universal místico; el universal místico trasciende
el moldeamiento lingüístico y es ejemplo paradigmático de sentido significativo incomunicable; y, en consecuencia, el éxtasis místico no busca proscribir la noción
de sujeto y predicado y las otras categorías enlazadas a la sintaxis, lo que
sucede es que está sobre esta forma lingüística de inteligibilidad. La
inteligibilidad supraidiomática de la mística muestra que hay condiciones más
fundamentales al de la coherencia y adecuación. Es Dios el que alimenta la
verdad del sujeto y no a la inversa.
Esta postura no es nueva, lo nuevo es su forma de
fundamentación, mediante una teoría realista del lenguaje y del símbolo. Muchos
filósofos, desde Pitágoras pasando por Platón y Plotino hasta llegar a Bergson
y Marcel, advirtieron que el lenguaje humano no alcanza la verdadera realidad.
La diferencia fundamental con ellos estriba en que aquí no lo disponemos a la
metafísica, la cual recurre legítimamente a un lenguaje metafórico y analógico
para describir los entes suprasensibles, sino que nos referimos exclusivamente
a la mística.
En este ensayo se diferencia nítidamente la inteligibilidad
idiomática de la ciencia, la inteligibilidad metaidiomática de la metafísica y
la inteligibilidad supraidiomática de la mística.
En la mística el problema no es cuán perfecta es la
estructura idiomática, sino, que el desarrollo idiomático no alcanza a expresar
la visión mística. De Dios se puede hablar simbólica y metafóricamente. Pero el
principio del simbolismo será válido en la teología más no en la mística. La
experiencia mística es cognoscitiva pero, al mismo tiempo, es irreductible a
todo discurso. Su inexpresabilidad representa la metáfora suprema y el símbolo
trascendental por excelencia. Esta intelección sin comunicación señala algo que
se presenta no como problema sino
como misterio, porque en el éxtasis
místico de lo que se participa es del ser de Dios.
El hombre moderno se concibe como un ser exclusivamente
histórico, viviendo en un universo desacralizado. Pero los fenómenos místicos
siguen ocurriendo indiferentes a las veleidades narcisistas del
antropocentrismo descreído. Esta recurrencia es altamente demostrativa porque señala
que no se trata de una obsesión in illo
tempore o una alucinación psicológica subjetiva, sino de un prodigio
ontológico del régimen existencial humano que testimonia la presencia del
sentido significativo de la inexpresable trascendencia de lo divino.
Gustavo Flores Quelopana
(Prólogo del libro “Crítica de la Razón Mística”,
IIPCIAL, Lima 2014)