KANT Y EL PROBLEMA DE LO ABSOLUTO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
La Crítica de
la Razón Pura había establecido el primer dualismo entre fenómeno y cosa en
sí; la Crítica de la Razón Práctica
superpone un segundo dualismo entre razón teórica y razón práctica, necesidad y
libertad. Ahora, con la Crítica del Juicio
agrava aún más el dualismo ya que la justificación del juicio teleológico no
puede evitar justificar un más allá sobrenatural de la Inteligencia
Arquetípica, o sea, Dios. El dualismo irreductible kantiano había llegado a su
máxima tensión, no pudiendo evitar las concepciones de lo absoluto en su
sistema y en la filosofía venidera del idealismo romántico.
Con razón escribe E. Cassirer que “La totalidad del
pensamiento kantiano se resume en las profundas consideraciones sobre la
posibilidad de una inteligencia arquetípica, es decir, Dios” (Kant, vida y doctrina, FCE, p. 332). El
problema había sido advertido también, y antes, por Hegel cuando escribió: “La
Crítica del Juicio tiene de notable que eleva en ella a la representación y aún
al pensamiento de la idea. Aquí relaciona lo universal del entendimiento con lo
particular de la intuición como fundamento distinto a la CRP y CRPr. El
principio de “finalidad interna” lo lleva hacia consideraciones muy profundas.
Aquí Kant despertó la conciencia de la energía interna absoluta de la razón” (Lógica, Hyspamérica, B. Aires 1985, vol.
I, LV, p. 98).
Pero también es cierto que cierto número de
investigadores han visto en la CJ lo contrario, nada de teología y de absoluto.
Así, Menzer, Mathieu, Martin, Marcusi y Dotto, coinciden en señalar que el
concepto kantiano de finalidad rompe con toda teología y concepto de
Providencia en la Naturaleza. Esta interpretación antiteológica e inmanentista –cercana
a los escritos precríticos de Kant sobre el origen del universo- desemboca en
una concepción de la naturaleza como estructura material autosostenida, presente
en la CJ y en Opus Postumum, y de ahí
a Schelling hay solamente un paso. Así, Takeda dice que en esta obra Kant
emplea la analogía como mecanismo teórico para explicar la naturaleza como si
fuera un inmenso ser vivo.
Y la verdad es que resulta muy distinto juzgar a
Kant por su letra y por su espíritu. Por su letra resulta un inmanentista
antiteológico, pero por su espíritu tiene la mirada clavada en lo sobrenatural
y divino. Esto crea confusiones a la hora de entender a Kant, quien por muchos
pasajes es ambiguo. Pero dicha ambigüedad no es sino aparente porque resulta de
una mente en perpetua indagación y búsqueda. Cuando se lee a Kant atendiendo
tanto su letra como espíritu se advierten marchas y contramarchas en su
pensamiento, cosa por lo demás muy natural en un creador. Así, la CJ que abre
una profunda brecha reflexiva sobre el Absoluto es escrita en 1790 e
inmediatamente después lo vemos polemizando contra Eberhard (1791) y Garve
(1793), que recuerdan la polémica que sostuvo con Feder en 1782, y se dedica a
elaborar una teoría sobre la religión, donde destaca La Religión dentro de los límites de la Pura Razón (1793),
preconizando una interpretación moral o sabeliana de las Escrituras, lo que lo
conduce a un conflicto con el gobierno prusiano en 1794. Todo esto lo lleva a
concluir su teoría del estado (La Paz Perpetua, 1795) y del Derecho (1797)
basado en la idea de la libertad, a defender la autonomía de la filosofía como
facultad ante los poderes del Estado (Pleito de las facultades, 1798); pero su
gran obra sobre el tránsito de la metafísica a la física no sería concluida.
En decir, el pensamiento kantiano mismo se debatía
en una tensión permanente. Y la base de dicha tensión era que la admisión que
la cosa en sí entrañaba: ir más allá
de lo fenoménico para pisar territorio de lo nouménico. La cosa en sí era
un boquete abierto hacia la metafísica
que el propio sistema del idealismo trascendental se negaba cerrarlo.
Pues bien, la CJ marcó con su teoría de lo sublime,
la hipótesis de la inteligencia arquetípica y la teleología inmanente, la
orientación de toda la filosofía precedente. Así, Kant es considerado como el
fundador de la estética moderna cuando hace que lo bello no sea inherente a
lasa cosas, sino que es el producto del interno sentido estético y a la vez
afirma que lo sublime eleva a la razón a lo infinito. El sentido teleológico,
por su parte, descubre en la naturaleza una totalidad organizada de formas de
vida, indagar su fin no es accesible para un entendimiento limitado por las
formas a priori del espacio y del tiempo. De manera que se impone la hipótesis
de una inteligencia arquetípica capaz de una intuición total y directa de la
realidad. El problema de lo Absoluto estaba planteado.
De manera que la CJ es el estudio de lo que hay de
a priori en el sentimiento tanto en el juicio estético como en el juicio
teleológico. Lo que caracteriza al juicio reflexivo es la finalidad; finalidad
objetiva en el juicio teleológico –que se refiere a lo orgánico- y finalidad
subjetiva en el juicio estético. Para Kant no son juicios de existencia ni
axiológicos sino juicios de valor.
Así, considera que en el juicio del gusto y el
juicio teleológico se da el libre juego de todas las facultades de la
conciencia. Conforme a esto el juicio teleológico culmina en la idea que sólo
la prueba ética de un Creador moral del mundo completa la prueba
físico-teleológica de un Creador inteligente.
En una palabra, la CJ prueba dos cosas: (1) lo
bellos solamente tiene relación con el sujeto contemplativo y no con el objeto
contemplado, y (2) la idea de una inteligencia arquetípica como creadora moral
del mundo que completa la prueba físico-teleológica del Creador inteligente.
Dios solamente por analogía es pensable.
Para Kant la prueba teórica de Dios sólo es capaz
de producir coacción y miedo, en cambio la prueba moral produce veneración al
estar basada en la libertad. Añade que la admiración por la belleza y la
emoción por los fines, tiene algo de semejante con el sentimiento religioso. Se
ratifica en que es necesario tener una teología para la religión, es decir,
para el uso moral o práctico. Hay conocimiento de Dios en sentido práctico. Y
por ello la gran finalidad del mundo obliga a pensar en la causa suprema para
ella. Profundizando dirá que Dios es impredicable y por eso no se le puede
conocer lo que sea en absoluto teóricamente, pero es pensable por analogía. Y
su gran conclusión será que es posible una ética teológica. Por el fin final
que presenta, la ética no puede existir sin teología. Además, afirma que la
libertad amplía la razón más allá de los límites teóricos de la naturaleza y da
esperanza en lo suprasensible.
Para finalizar se puede afirmar que si bien Kant
canonizó la subjetivización del arte, no hizo lo mismo con la naturaleza y lo
suprasensible. El sentido teleológico descubre
la hipótesis de una inteligencia capaz de una intuición total y directa
de la realidad. Precursa la razón absoluta de Hegel y deja planteado el
problema de lo Absoluto.
El derrotero de la filosofía moderna y posmoderna
ha desembocado en la negación de la verdad extrahumana y en la afirmación
protagórica que sólo hay voluntad de verdad. Esta hemorragia de subjetividad
que renuncia al ser y multiplica el para-mí no es de raíz kantiana sino
protagórica. Lo cual señala que la subsanación radica en salir de la ontología
dualista del origen humano de la nada y del ser, por la ontología monista del
primado del ser sobre el pensar.
Lima, Salamanca 14 de setiembre del 2014