KANT Y LA METAFÍSICA DE LO INMANENTE
Gustavo
Flores Quelopana
Sociedad
Peruana de Filosofía
Tres son los pilares sobre los
que descansa el edificio de la filosofía crítica: la doctrina de la idealidad del espacio-tiempo, (no son innatos, ni
conceptos, ni entes receptáculos, sino una facultad de nuestra sensibilidad
para tener intuiciones), la deducción de
las categorías (la mente a través de la actividad sintética de las
categorías produce conocimiento empírico) y la doctrina de la cosa en sí (concepto límite e indispensable en la
organización de la experiencia, incognoscible en el terreno teórico pero que
pensarlo resulta valioso en el terreno práctico moral).
Por estas bases, la filosofía
crítica no es una metafísica de lo suprasensible sino una metafísica de la
experiencia, que restringe la ontología al ente experimentable por el hombre.
Es, como diría Heidegger, un pensar óntico y no ontológico. Y si lo
experimentable es solamente el objeto científico, entonces lo moral, lo
estético, político, etcétera, no será sinónimo de conocimiento empírico, porque
la experiencia es una estructura formal constituida por principios invariables.
En otras palabras, la filosofía
crítica concluye siendo no una metafísica de lo trascendente, sino una
metafísica de lo inmanente, donde lo ontológico queda limitado a lo
experimentado por el hombre.
Así, Kant en el capítulo de la
Estética en la Crítica de la Razón Pura
(CRP), define la estética como análisis de la capacidad intuitiva sensible o
ciencia de lo aprehensible de modo puramente intuitivo. En la Crítica del Juicio (CJ) lo vincula con
el análisis de lo bello y lo sublime en la Naturaleza y el arte o ciencia de lo
que agrada o desagrada, sobre la base de la mera intuición sin mediación
conceptual. En la Crítica de la Razón
Práctica (CRPr) la doctrina elemental carece de una estética y empieza de frente
con una Analítica, porque parte considerando la moralidad como un hecho posible
por la libertad, que realiza la síntesis de la buena voluntad con la idea de
legislación universal. Es decir, la libertad no depende de las condiciones de
la intuición sensible sino que es autonomía de la voluntad que se da a sí misma
la ley moral.
De este modo, si la CRP demuestra
que no se puede afirmar nada de lo en sí,
la CRPr establece la realidad de lo noumenal
mediante la libertad que basta para sostener la moralidad. La CJ tampoco afirma
que se pueda decir nada de lo en sí pero admite intuiciones sin mediación
conceptual con su teoría de lo sublime, la hipótesis de la inteligencia
arquetípica y la teleología inmanente. Lo bello no es inherente a las cosas,
sino el producto del sentido estético. Así, Kant canonizó la subjetivización
inmanente del arte. No obstante, considera que lo sublime eleva la razón al
infinito. El sentido teleológico descubre, por su parte, una totalidad organizada
de formas de vida, más, indagar su fin no es accesible para un entendimiento
limitado por las formas a priori del espacio y el tiempo.
De manera que la ambigüedad de
Kant en la consideración de la realidad de lo noumenal no transgrede su
principio crítico que hace que la experiencia sea sinónimo de conocimiento
empírico y con ello se mantiene dentro de la metafísica de lo inmanente o lo
ontológico experimentable por el hombre.
Si la obra crítica de Kant no es una metafísica de lo suprasensible sino
una metafísica de la experiencia, o sea una ontología restringida al fenómeno o
al ente u hecho experimentable por el hombre, esto significa que busca hasta
las últimas consecuencias evitar las fantasías especulativas de la llamada
metafísica dogmática y, frente a ella, reafirmar el uso empírico del
conocimiento.
La filosofía crítica de Kant constituye
una ontología sin metafísica, porque no es una metafísica sino una ciencia de
la razón que juzga a priori, pero sí es una ontología al referirse a los
objetos que pueden ser dados a los sentidos. Por tanto, no es una filosofía que
concierne a lo suprasensible, que es la meta de la metafísica trascendente.
Incluso el término mismo “suprasensible” tiene dos lecturas. Una que concierne
a los entes trascendentes de la metafísica dogmática, y otra que atañe a los
enlaces no empíricos y a priori de la razón pura.
Todas estas conclusiones pueden
extraerse de los trabajos clásicos de Kuno Fischer, Hermann Cohen, Alois Riehl,
Benno Erdmann, Bruno Bauch, Ernest Cassirer, Richard Kroner, Norman Kemp Smith,
H. J. Paton. Pero sobre la base de los estudios de Nicolai Hartmann, Heinz
Heimsoeth, Max Wundt, Roberto Torreti, Herman Vleeschauwer, G. Lebrun, L. W.
Beck, Lucien Goldmann, Martín Heidegger y Manuel García Morente, se abrió el
camino a la consideración de Kant como ontólogo.
Ahora nos toca a nosotros precisar
que tratase de una ontología que se condice con una metafísica de lo inmanente y, por tanto, no es cierto lo que afirma
Kant en 1783 cuando dice: “La Crítica no es en absoluto una metafísica”. No lo
será en el sentido de una metafísica de lo trascendente, pero sí lo es desde
una metafísica de lo inmanente y subjetivo a priori. Lo más cierto es que Kant
mismo no se daba cuenta de que estaba haciendo metafísica de lo inmanente,
entendida como estudio de la condición subjetiva a priori de la razón pura. Y
esto se trasluce en sus aseveraciones de 1791: “La meta de la metafísica es lo
suprasensible”, “La ontología no concierne a lo suprasensible, es sólo el
pórtico de la metafísica”.
De este modo se entiende que el
tema primordial de la CRP no es una teoría general del conocimiento sino la
posibilidad de la metafísica[1], el deseo de sacarla del mero tanteo y del juego
entre puros conceptos. El conocimiento empírico no tiene que ver con la
metafísica sino el conocimiento a priori. Así, la posibilidad de la metafísica
es el examen de la posibilidad de la razón pura.
Desde Aristóteles la metafísica
es ontología y teología a la vez. De ahí que Heidegger hable de pensar
onto-teológico. Y termina con Wolff incluyendo a la cosmología y la neumática,
así como sometiéndose al análisis matemático. Wolff confunde en su sistema el
orden lógico con el orden real, lo cual Kant rechaza. Crusius, por su parte, se
opone a convertir la existencia en un
predicado de orden lógico y define la metafísica como un conocimiento
apriórico, lo que Kant recogerá. Kant nunca fue wolffiano ortodoxo y su
progresiva separación entre lo lógico y lo real socavó las bases de la
filosofía wolffiana.
Kant no buscaba liquidar a la
metafísica sino restaurarla, pero ya en aquel periodo romántico reconocía la
necesidad de una investigación que la preceda y le dé seguridad. Lo que desempeñó
un papel crucial y le permitió encontrar a la philosophia prima que legitime y preceda a la metafísica, fue la
nueva concepción del espacio y del tiempo, como intuiciones puras de la
sensibilidad. Lo cual le permitirá distinguir la posibilidad lógica de una cosa
con su posibilidad real y diferenciar a la Sensibilidad del Entendimiento.
La filosofía trascendental de la
CRP no trata, por consiguiente, de las cosas sino de nuestra facultad de
conocer. Es una gnoseología que funda la metafísica de lo inmanente en que el
conocimiento sólo puede conocer a priori lo real o dado a la sensibilidad. Así,
la ontología kantiana tiene una fuerte influencia del empirismo y se restringe
al ente en cuanto ente, al ente que puede presentarse al hombre. O mejor dicho,
en la exégesis kantiana de la ontología a priori de la razón pura falta precisamente
lo que busca: la ontología real, y se queda solamente en la condición formal
del mismo.
No está demás señalar que la
ontología formal kantiana es el precedente más importante del análisis
existencial de la finitud del hombre por parte de Heidegger, en quien el Tiempo también es sólo el fundamento
formal y no real del ser. No es casual que en la famosa polémica de Davos (1929)
entre Heidegger y Cassirer, éste último rechace la interpretación heideggeriana
que reduce todas las facultades del conocimiento a la imaginación trascendental,
quedando solo la temporalidad del Dasein.
A Cassirer le parece que tal reducción hace desaparecer la distinción entre
fenómeno y nóumeno, ya que todos los seres pertenecen a la misma dimensión del
tiempo y la finitud. El dualismo kantiano, según Cassirer, no involucra una
oposición metafísica entre dos reinos del ser, sino entre el ser y el deber
desde un único reino de la realidad empírica.
Efectivamente, Cassirer está en
lo cierto cuando hace hincapié en que Kant se mueve en el único reino de la
realidad empírica. Es por tanto un metafísico de la realidad inmanente. Así, el
uso teórico de la razón pura en la CRP hace posible conocer el mundo natural
ordenado según leyes; el uso práctico en la CRPr nos revela la ley moral, la
libertad, el imperativo categórico y el mundo inteligible; y el uso estético y
teleológico en la CJ reconcilia el mundo natural
y el mundo inteligible. Pero a través
de todos los usos de la razón pura ninguna de las ideas de la Razón (Dios,
mundo y alma) dejan de ser de carácter regulativo
y no constitutivo, y fruto de la
imaginación, pues ninguna experiencia les da contenido empírico.
Ahora se entiende por qué la CRP
fue recibida como una revolución del pensamiento que puso fin al intento de
filosofar sobre lo sobrenatural. La doctrina del espacio-tiempo de 1770
reaparece en la CRP con fundamento trascendental. Para Leibnitz las cosas
preceden al espacio y para Newton el espacio precede a las cosas. Kant se
inclina primero por Leibnitz (1765) y luego por Newton (1768) pero terminará
rompiendo con ambas concepciones (1781). La gran luz del año 1769 sería: el
distingo entre sensibilidad y entendimiento, y la tesis de la idealidad del espacio y el tiempo (que
resuelve las antinomias o conflictos de la razón consigo misma). Si la
inteligencia humana podría intuir entonces crearía el objeto del conocimiento
como Dios, alma y mundo, de ahí la distinción entre uso lógico y uso real. La
percepción revela la existencia de las cosas pero no como son en sí. Un
carácter puramente metafísico está desligado de toda condición subjetiva humana.
Esto representa el rechazo de las
mismas verdades de razón del racionalismo, tanto medieval como moderno, y todo
lo que sobrepasa el entendimiento empírico según reglas a priori, incluso lo
que se pueda afirmar por vía analógica, no trasciende el uso lógico del entendimiento.
La filosofía crítica implementa, en buena cuenta, una restricción trascendental
a priori tanto al racionalismo como al empirismo. De este modo, la prueba
ontológica de san Anselmo sobre la existencia de Dios no rebasa nunca el uso lógico para constituir un uso real de la razón, y la prueba
cosmológica de santo Tomás de Aquino no suministra ninguna prueba de realidad
metafísica porque la categoría de causalidad solamente pertenece al mundo
fenoménico y no al nouménico. Y cuando analiza el argumento teleológico rechaza
tanto al mecanicismo como el panteísmo de Spinoza para inclinarse por el teísmo
como intento superior de explicación, pero no como conocimiento sino como fe.
Por eso dice en la CJ: “Dios y el
alma tienen realidad objetiva pero sólo en sentido práctico”, “la fe es
completamente moral, es el sentido moral de pensar de la razón cuando admite
aquello que es inaccesible e indemostrable al conocimiento teórico. La fe es
confianza en la promesa de la ley moral”, “Por el camino de los conceptos de la
naturaleza no es posible demostrar a Dios ni a la inmortalidad”, y por último, “la
idea de Libertad es el único concepto suprasensible que demuestra su realidad
objetiva en la naturaleza”, “el concepto de libertad da esperanza en lo
suprasensible y amplía la razón más allá de los límites teóricos”, por eso “el
argumento moral de la existencia de Dios completa la prueba físico-teleológica”.
Lo cual ratifica que el ser y el
deber conforman el único reino de la realidad empírica de la cual el hombre
puede tener conocimiento teórico, lo demás, incluida la metafísica, es
solamente dominio de la fe. Berdiaev dijo en una ocasión que Kant había
establecido la existencia de dos clases de realidad –fenoménica y nouménica-
con razones empíricas y sin presuposiciones religiosas. Pero para Kant la razón
teórica no puede percibir la verdadera realidad (ding an sich), sino que tiene conocimiento sólo del mundo
fenoménico. La realidad verdadera es incognoscible y para Kant al hombre le
está reservado solamente el conocimiento de la fenoménica realidad empírica. En
consecuencia, la reconstrucción crítica del kantismo ha llevado a considerar a
la metafísica dogmática como ilusión trascendental y a la religión como
moralidad. Lo primero se llama criticismo o metafísica de lo inmanente y lo
segundo es pelagianismo. Y todo esto se mantiene aun cuando en su última obra
inacabada llega casi a decir que el hombre puede conocer a Dios intuitivamente,
lo cual no le impidió mantener su desconfianza ante el misticismo.
De esta forma, la imposibilidad
de demostrar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma –antinomias de la
razón- condujo a Kant a la revolucionaria tesis de la idealidad del espacio y
el tiempo, como formas del sentido externo e interno. La conciencia humana no
puede conocer científicamente lo suprasensible (uso dogmático teórico) pero
siente la necesidad de pensarlas (uso dogmático práctico). La razón pura
separada de lo sensible no es conocimiento, de lo inteligible no hay intuición
sólo conocimiento simbólico, abstracto.
Ahora bien, la Deducción
trascendental demuestra que el conocimiento empírico es producto de la
espontaneidad de la mente, la cual a través de las categorías hace que los
conceptos aparecidos en la intuición sean reconocidos como tales. Formalmente
las cosas dependen de la mente pero materialmente no. El objeto no es el ente
subsistente por sí mismo, sino lo que se sabe en la representación (lo múltiple
unificado por la actividad sintética de las categorías). El objeto puro (objekt) es construido por el sujeto en
el ámbito trascendental de lo a priori, lo cual es impuesto como forma que porta el ser de las cosas. Como
lo explica Sixto García (Introducción a
la filosofía de Kant, Lima 1981), el objekt es la unidad sintética
determinada por principios trascendentales, con lo cual el hombre impone su código
conceptual a la realidad y construye la realidad misma a partir de una metafísica de la forma que hace posible
el objeto empírico. Así se demuestra la posibilidad de una ontología dentro de
los límites de la experiencia.
La Deducción trascendental es
oscura y su misión es demostrar que la razón nunca se refiere a objetos
suprasensibles. Por eso su metafísica de la forma está en función de una metafísica
de la realidad inmanente. La versión de 1787 enfatiza más la función del
entendimiento, sin el cual no habría naturaleza. Y los conceptos primordiales
del entendimiento son: categorías, conceptos de reflexión, ideas trascendentales,
conceptos de finalidad, estéticos morales, etcétera.
La metafísica de la experiencia, no como doctrina del ente en cuanto
ente sino como el ente en cuanto experimentable por el hombre, es fundamentado
a partir de la deducción de las categorías. La primera parte de la Metafísica
es la Ontología, como sistema de conceptos y principios que conciernen a los
objetos de la experiencia, tal como es expuesta en la Analítica de los
Principios.
Para Cohen la teoría de la
experiencia en Kant es una teoría de la experiencia científica, para Bird es
una filosofía de la experiencia ordinaria, para Torreti es una teoría de la
experiencia humana en su estructura formal. Es cierto que la teoría kantiana de
la experiencia no va hacia lo trascendente sino hacia lo trascendental, pero
resulta limitado e insatisfactorio solamente dar un significado lógico a la
teoría de la experiencia crítica. Para Kant la sensación revela la existencia,
por ello las categorías enlazan las representaciones del pensamiento con los
datos sensoriales. Los principios trascendentales del entendimiento tienen
valor constitutivo y los principios
trascendentales del juicio tienen valor regulativo
(orientan la organización de la experiencia).
Justamente por ello la
experiencia humana no solamente abarca el conocimiento empírico, sino también
lo pensable, (Kant dirá en la CJ que “Dios es pensable por analogía”). Es decir,
incluye lo que el filósofo de Königsberg considera como sentimiento moral, religioso
y estético. Esto es, la teoría de la
experiencia kantiana es teoría de la experiencia humana pero no sólo en la
estructura formal del conocimiento empírico, sino también del saber
metaempírico (religioso, moral, estético, teleológico). Pues la libertad no sólo es para Kant un concepto
suprasensible sino también una realidad objetiva suprasensible, aunque la única
en la Naturaleza, pues Dios y la inmortalidad no son considerados por él
como conceptos suprasensibles con realidad objetiva en la naturaleza.
La tercera columna del edificio
criticista es la Cosa en sí. Heidegger en su libro La pregunta por la cosa. La doctrina kantiana de los principios
trascendentales (1935-36), afirma que la pregunta kantiana por la cosa
equivale a la pregunta por el hombre. En su esfuerzo por determinar la “cosidad”
de la cosa, piensa que es preciso comprender al hombre como el que salta
siempre por encima de las cosas, pero ante cosas que se le ofrecen y que lo
retrotraen por detrás de sí mismo. Pero para Kant la cosa en sí es objeto
trascendental o nóumeno, es una idea indispensable en la organización de la
experiencia, que resulta incognoscible
en el terreno teórico, aunque pensarlo resulta valioso en su uso práctico
moral.
Las cosas en sí son los entes
independientes del conocimiento y con ello se suscita un grave problema. Por un
lado sostiene que las cosas en sí son fundamento de los fenómenos y afectan la
mente, pero por otro lado dice que no conocemos a priori ni a posteriori nada
que no sea fenoménico. Declarar posible una existencia fenoménica para luego
decir que no podemos justificarla con nada es
totalmente ambiguo y contradictorio. La interpretación idealista
(Jacobi, Maimon, Beck, Fichte, Vleeschauwer, Lehmann) intentó eliminar la cosa
en sí (representación de la propia actividad, conocimiento integral de los
fenómenos, fundamento de la afección como objeto fenoménico), mientras que la
solución realista intentó reafirmarla (Schultz, Riehl, Adickes, N. Hartmann,
Torreti). Para Torreti nada sabe Kant de las cosa en sí salvo que no hay una
para cada cosa.
Fenómeno es el objeto empírico
posibilitado por la mente, que enlaza el concepto con la intuición; la cosa en
sí es el objeto trascendental que piensa un objeto no sensible sustraído a la
síntesis espacio temporal categorial. Para Kant resulta útil y necesario concebir la representación
abstracta de un objeto indeterminado o cosa en sí.
En la refutación al idealismo
dogmático Kant es ambiguo, pues afirma que el fundamento del fenómeno es el
proceso sintético de la mente y luego dice que es la cosa en sí; concede
existencia a la materia y luego afirma que es fenómeno; dice que el fenómeno no
agota la cosa pero luego dice que la cosa no es nada sin la sensibilidad; que
existe algo independiente y luego que no subsiste. El concepto crítico
distingue entre nóumeno positivo
(objetos imposibles como cosas pensadas con categorías puras) y nóumeno negativo (objeto de intuición no
sensible), el cual es un concepto límite de la sensibilidad, necesario y no
arbitrario, e insiste en la afección en la mente.
Ciertamente que la doctrina del
proceso de la autoafección que produce la intuición sensible interna es oscura,
y ello no se disuelve cuando en su crítica a la psicología racional distingue
entre ser y aparecer, pues al final admite que “sólo me conozco como fenómeno y
no como soy”. En la crítica a la cosmología racional admite un mundo fenoménico
traspasado por la indeterminación que da lugar a la acción libre. Incluso Dios
es admitido como idea indispensable en la organización de la experiencia. Pero
el acceso a lo suprasensible está dado no por la metafísica dogmática sino por
la metafísica moral, de las tres ideas puras (Dios, inmortalidad y libertad)
sólo la libertad demuestra su realidad objetiva (espontaneidad de la mente).
Así el hombre es a la vez un ser fenoménico e inteligible, donde lo
trascendente en lo teórico es inmanente en la práctica, no hay fe teórica sino
práctica en lo suprasensible, y las categorías sirven en su uso práctico pensar
lo suprasensible pero no para conocerlo.
En conclusión, la ambigüedad de
la filosofía crítica, expresada en el distingo entre fenómeno y cosa en sí, no
mitiga su metafísica de la inmanencia, por el contrario la reafirma, puesto que
al final lo fundamental será el conocimiento del ente fenoménico y solamente
subsistirá como postulado accesorio el ente nouménico. El refugio de lo
suprasensible en el ámbito de lo práctico y su destierro del ámbito de lo
teórico es parte del proceso nominalista del pensar de la modernidad en su
avance de la metafísica de lo inmanente, del cual no se excluye Kant, y que
impide asumir como evidencia primaria la presencia
de las cosas que son, lo
ontológico determinando lo epistemológico u óntico. La filosofía crítica es un
paso decisivo hacia la metafísica de la inmanencia por cuanto en ella el pensar
rebasa el ser, aun cuando en el terreno práctico todavía el ser rebasa el
pensar.
Lima, Salamanca 12 de
Octubre 2014