EL ALMA VISTA BÍBLICAMENTE
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Ayer
por la tarde en el Cenáculo Teológico “Ruthé” –apodado así por el nombre de la
calle del distrito de Magdalena que lleva ese nombre- tuve el honor de asistir
a una polémica entre mis amigos el historiador y biblicista Sebastián Ponce de
León y el católico carismático Jorge Chávez Feijoó sobre el tema de la
existencia del alma desde el punto de vista bíblico. Ambos muy versados en el
conocimiento bíblico y cada uno con un estilo diferente –profesoral Sebastián y
coloquial Jorge- esgrimieron diferentes argumentos contrapuestos durante noventa
minutos en una interesante polémica que durante muchos años no se daba en el
seno de dicho cenáculo.
Como
suele suceder en las polémicas no se llega a conclusiones unánimes pero se
exhibieron todo el arsenal discursivo desde cada postura interpretativa. Si
hiciéramos una apretada síntesis de sus posiciones se tendría que decir que
Sebastián niega la existencia del alma pre y post-mortem, mientras Jorge admite
la existencia de la inmortalidad del alma y su diferencia con el espíritu, y
todo ello dicho apoyándose cada uno en citas bíblicas.
Estas
posiciones no son nuevas, aunque la de Sebastián exhibe mayor audacia arquitectónica.
Como se sabe existen tres grandes tendencias interpretativas sobre el alma: 1. El
alma es inmortal, 2. El alma existe pero se aniquila tras la muerte, y 3. El alma
no existe ni antes ni después de la muerte, lo que existe es solamente el
cuerpo.
La
primera es común al acervo religioso tradicional, a la filosofía griega, al
gnosticismo y a la tradición del cristianismo, cada una con sus obvias
diferencias. La segunda es la postura llamada “aniquilacionista” de los
Testigos de Jehová y de los Adventistas del Séptimo Día. Y la tercera es la
interpretación “naturalista” que no sólo es sostenida por materialistas y cientificistas,
sino que, como vemos con Sebastián, tiene una versión teológica.
El
naturalismo teológico de Sebastián arguye que no existe en la Biblia nada
semejante a la afirmación de que el “alma es inmortal” y que a lo sumo se hace
referencia a un vago principio de vida que anima al cuerpo. Por lo demás,
sostiene, que en el idioma arameo no existe la palabra “alma”. La Biblia
no dice que tengamos un alma. La palabra hebrea “Nefesch” es la persona misma
y no el alma. La posición contraria de Jorge, apoyada en
numerosos textos bíblicos, menciona la palabra “alma” incluso en labios de
Jesús, y en consecuencia, concluye, es consistente pensar que tal entidad
existe y que es inmortal.
El
intercambio dialéctico de citas e interpretaciones fue sumamente interesante y
ardoroso, como pocas veces se ha visto, ante lo cual para los presentes dejó
apenas unos minutos para verter algunas reflexiones. Aquí presento las mías.
Existe
fundamento bíblico para argumentar la existencia del alma inmortal y la
dualidad con el cuerpo en la connotación: “Duermen” (Daniel 12:2, Pablo Tsl.
4:13-16) y “Soplo” (Gn. 2:7). Efectivamente, la Sagrada Escritura hace alusión
a las almas con la palabra “duermen”, pero si el cuerpo se destruye con la
muerte entonces no es el cuerpo el que duerme sino algo inmaterial que
subsiste, a ese algo se le llama “alma”. Acto seguido, el Génesis relata que
Dios crea al hombre de barro y le insufla vida con un “soplo”. Ahora bien, si
bastara el “barro” entonces seríamos meramente “cuerpo”, pero si hubo un “soplo”
eso quiere decir que algo diferente entró al cuerpo para darle animación, ese
algo inmaterial es la vida o el alma.
En
otras palabras, en esta mínima citación bíblica se encuentra el basamento para
sostener la doctrina de la inmortalidad del alma y la dualidad con el cuerpo.
Por tanto, no es cierto que sea una creencia solamente platónica injertada al
cristianismo como sostienen las huestes evangélicas. Y tampoco es acertado
atribuir a Dios la inmortalidad citando a 1 Timoteo 1:17 –como hacen los
Testigos de Jehová y Adventistas-.
Al
respecto hay que decir, que la inmortalidad del alma no es una gran cosa, pues
el destino del alma no es ser inmortal, sino volver a unirse al cuerpo para ser
juzgado como persona –como lo destaca enfáticamente Santo Tomás de Aquino-. El
alma es espíritu –y no algo diferente a éste como cree Jorge-, posee razón,
voluntad e inmortalidad, pero su destino final es volver a unirse al cuerpo
como persona.
Esta
confusión entre “alma” y “vida eterna” se deja advertir en Sebastián cuando
interpreta el episodio de la tentación en el Paraíso. Pues al alma no le
corresponde la vida sino la inmortalidad. La vida eterna no es una
característica del alma, sino que es una gracia concedida por Dios. Y parecido
galimatías se da con Jorge cuando éste sobrepone al “alma” el “espíritu”. Pues
la inmortalidad del alma no tiene que ver con los que son salvos por recibir el
nuevo espíritu.
En
síntesis, dicha polémica fue interesante para escuchar un naturalismo teológico
(Sebastián), subrayar que la inmortalidad del alma y el dualismo con el cuerpo
tiene sustento bíblico y destacar que la inmortalidad no es el destino del
alma.
Lima,
22 de abril 2015