PENSAR Y OPERAR
Un breve comentario sobre
el libro “Lógica General”
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
I
El
distinguido y apreciado profesor sanmarquino Luis Piscoya Hermoza publicó hace
algunos años (1ra. Edición 1997 y 2da. Edición 2001) el valioso texto
pedagógico de nivel universitario intitulado Lógica General. La intención principal del texto es derribar la
creencia común de que la lógica es algo ya hecho y por el contrario constituye
un conjunto plural de sistemas lógicos o lenguajes lógicos no siempre
equivalentes entre sí.
Otras
conclusiones generales y no menos importantes son: que la lógica no establece
la verdad sino que la transmite, lo fundamental son los conceptos y no la
formalización, de premisas falsas se pueden obtener conclusiones verdaderas, la
verdad de la conclusión no asegura la verdad de las premisas, mejora el
razonamiento cotidiano y el razonamiento científico y, finalmente, no puede ser
sustituida por la retórica porque no busca convencer sino probar un saber
verdadero en filosofía y en ciencia.
En
una palabra una cosa es pensar y otra cosa es operar o calcular. No obstante,
su texto está dedicado especialmente a la lógica proposicional, esto es, no a
la lógica general sino a la lógica formal.
II
Veamos
nuestro último aserto con alguna perspectiva histórica. La Lógica puede
subdividirse en dos partes: lógica general (metodología y epistemología) o
examen de los procedimientos de adquisición de los conocimientos científicos,
así como de los principios, leyes generales y teorías; y lógica formal (determinación
del valor del razonamiento) la cual atiende especialmente su forma y no a su
contenido.
Como
se sabe la lógica formal surge con Aristóteles y junto a éste la escolástica se
orientó al análisis del raciocinio verbal. Este error fue percibido por los
estoicos, Descartes y otros sabios. Sin embargo, su principal contribución fue
la de crear el primer formalismo lógico, a saber, el silogismo.
Un
segundo giro acontece cuando se deja de creer en que el pensamiento puede
asimilarse al lenguaje. Entonces se abre paso dentro de la lógica formal la
lógica simbólica o logística, que insurge con Raimundo Lulio y Leibniz le lleva
a un nuevo nivel como álgebra de las operaciones del pensamiento.
En
el camino se despeja el aporte de la lógica simbólica o de la llamada lógica
científica consistente en llevar a un nuevo nivel el formalismo lógico o sea
más allá del silogismo. Recién en la segunda mitad del siglo XIX fue
comprendido el aporte leibniziano por Segner, Lambert, Richeri y Holland. Más
la fundación efectiva de un álgebra del pensamiento es logrado por Morgan
(1806-1876) y Boole (1815-1864). Es decir, se libera a la lógica formal de la magia
y tiranía de las palabras en la que todavía está inmersa la lógica aristotélica
y, por consiguiente, constituye una superación de la perennidad de la misma.
Gran parte de sus continuadores como Jevons, Peirce, Mac Coll, Venn, Frege,
Peano, Schroeder, Couturat y Russell, no logran escapar del todo de la llamada
metafísica implícita en el lenguaje.
De
este modo la lógica simbólica proclama que el lenguaje es inutilizable para la
lógica, y en este desarrollo han participado más matemáticos y físicos que
filósofos. Entre los investigadores se puede citar a los colaboradores de
Hilbert (Beymann, von Neumann, Bernays, Ackermann), la Escuela de Viena
(Wittgenstein, Reichenbach, Carnap, Dubislav, Ph. Franck), la Escuela polonesa
(Chwistek, Tarski, Lukasiewicz), los intuicionistas (Browner, Heyting), los
lógicos americanos (C. I. Lewis, Morris Church, Quine), y diversos sabios (Frankel,
Ramsay, Weyl, Gentzen, Herbrand, Goedel, Bourbaki, Gonseth). Entre los
filósofos encontramos a Brentano, Peirce, Russell, Koyré y Blanché.
En
una palabra, la tarea de la lógica científica –que concede un lugar muy
especial a la lógica de conjuntos- fue la de librar al pensamiento de la
tiranía metafísica de las palabras. William James lo decía de una manera muy
simpática: “La palabra perro no
muerde”.
III
Como
ya dijimos la intención del libro de Piscoya es pedagógica y no polémica, no
obstante se pueden apreciar determinadas orientaciones. Su texto trata sobre todo
de: (1) la lógica proposicional aristotélica, y (2) destaca brevemente la
sofisticación del cálculo de la lógica matemática.
Con
lo primero no queremos decir que se limita a la lógica proposicional y descuida
la lógica de conjuntos, la deducción natural, la simplificación del lenguaje
proposicional, las bases lógicas de la inteligencia artificial, los diagramas
de Venn y la inducción clásica, sino que el peso de su exposición recae en una
lógica proposicional ajustada con los aportes de la nueva lógica.
Con
lo segundo se pierde de vista la discusión de que si lógica común empezó con la
sustitución de signos no verbales, la lógica simbólica va más allá y agrega
signos a los elementos no significativos, convirtiendo el pensar discursivo en cálculo.
Lo cual demostraría que la lógica tiene que ver más con el pensar correcto que con el pensar
verdadero. La verdad sería lo extralógico.
Además,
la búsqueda del simbolismo exacto se basa en la incomprensión de que el
lenguaje natural o artificial por más imperfecto que sea siempre es el único
medio para el razonamiento e inferencia real.
En
una palabra el destacado profesor Piscoya no cuestiona el ideal de la logística
de sustituir los razonamientos por el simple cálculo. Con esto no se advierte
que se trata de un proyecto erróneo e irrealizable porque busca ser
completamente independiente del lenguaje y que se aviene con el decurso
formalista y nominalista de la decadencia humanista en la hipertecnologizada civilización
occidental.
Por
lo demás, el cálculo opera pero no dice nada. El cálculo no puede reemplazar al
pensamiento pero el hombre sí puede capitular de pensar para dejarle la tarea
de calcular a las máquinas. La humanidad decadente se forja en la fragua del
cálculo tecnológico-cibernético. Y esta no es apreciación fútilmente
tecnofóbica, porque la máquina no solamente contiene posibilidades perversas.
En
realidad el cálculo no puede sustituir al pensar, porque éste si es real ya
está impregnado del medio idiomático. En otras palabras, la definición verbal de
los signos es insustituible, pues el signo lógico presupone el sentido
idiomático.
La
lógica científica o simbólica aspira a una inteligibilidad no idiomática o
libre del sortilegio metafísico de las palabras, lo cual puede ser legítimo a
nivel de la nueva formalización de la lógica simbólica, pero resulta completamente
ilegítima cuando pretende su primacía sobre la inteligibilidad idiomática de la
ciencia, la inteligibilidad no-idiomática del arte, la inteligibilidad
metaidiomática de la religión y la metafísica, y la inteligibilidad
supraidiomática de la mística. Y por ello es comprensible que la lógica nos
diga cómo debemos pensar pero no qué debemos pensar.
Coda
Final
De
este modo, el profesor Piscoya pierde de vista la distinción entre pensar y
operar y con ello alimenta la ilusión de que la logística es no sólo un
instrumento de precisión sino también un método de conocimiento. Ya Leibniz que
en un principio propuso el cálculo logístico luego lo desaprobó, porque se dio
cuenta que el cálculo lógico no es cálculo de realidades.
En
realidad, el nominalismo lógico se enfrenta al grave problema de si opera
solamente con ficciones y el neonominalismo posmoderno responde
culturológicamente al desvirtuamiento y parálisis del sentido humano. Si la
lógica solamente es formal entonces es manipulación de fórmulas sin
consideración de su sentido, y si es moral del pensamiento entonces no puede
ser nominalista.
El
mérito de la lógica formal simbólica es que vuelve a poner sobre el tapete la
realidad del principio de la separabilidad
entre lenguaje y conocimiento. Pero este principio acontece antes que con
la lógica simbólica con la lógica de la mística. En la mística está dado el
sentido supralógico significativo de lo inexpresable. Pues el conocimiento
tiene que ver con lo real antes que con lo comunicable y menos aun con lo
formalizable. Esto fue ya visto por Platón (Carta VII), Plotino, Bergson y
Marcel. Pero si con la mística el principio
de la separabilidad entre lenguaje y conocimiento ingresa a un campo
supralógico, en cambio con la lógica simbólica tiene una lectura estrictamente
lógica no proposicional.
Ambos,
mística y simbolismo formal, expresan los extremos del conocimiento humano y
ratifican que no es cierto que lo que no puede expresarse en palabras no es
verdadero ni falso. En otras palabras, ni el pensamiento está moldeado sobre la
realidad, ni existe un vínculo inseparable entre pensamiento y realidad.
Mientras
el nominalismo formalista cuestiona la capacidad de las palabras para conocer
la realidad, hay que ratificar junto al principio
de separabilidad entre lenguaje y conocimiento el principio de que lo inexpresable puede ser verdadero. Esto
obviamente desafía la doctrina del juicio universalmente admitida pero tampoco
significa un reduccionismo hacia la racionalidad solamente creencial de
Mosterín y Villoro.
Encaminarse
hacia la superación del neonominalismo nihilista no sólo significa eludir los
reduccionismos de la lógica formal simbólico-matemática, sino también evitar la
separabilidad completa entre lenguaje y conocimiento.
Sin
intención de llevar más lejos la discusión, arribo a la conclusión que el mayor
mérito del libro del profesor Piscoya estriba en recordarnos que pensar no es calcular. Pues si la lógica
es un conjunto diversificado de sistemas lógicos, entonces se tratan de
distintas maneras de calcular operaciones del pensamiento, pero los cuales no
agotan la proteica riqueza del pensar y conocer humano. En último término, la
razón humana no se restringe a lo conceptual, discursivo o calculable, sino que
tiene que ver con lo existencial y el ser.
Lima,
Salamanca 18 de Julio 2015