LA NUEVA RACIONALIDAD
EN CÉSAR
VALLEJO
La poesía
es el ámbito
de la
meditación preliminar del ser.
Mariano
Iberico
Por
veintitrés siglos el hombre occidental guió su acción y pensamiento por el
paradigma ático de la razón, una razón intelectualista, individualista y
voluntarista que se impuso a la fuerza en tierras americanas hace cinco siglos.
Más
con Vallejo irrumpe con volcánica hondura poética un nuevo paradigma humano:
ante el racionalismo cartesiano, el pasionismo latinoamericano, el paradigma de
la emoción y de la solidaridad humana. Paradigma nuevo al que también podríamos
llamar la axiomática del corazón y que se condice con su americanismo genuino,
espontáneo, orgánico, quechua, y cuyas notas esenciales son el amor, la
solidaridad y la cooperación.
Lo
esencial de la poética vallejiana reside en que entrevé y expresa una nueva
racionalidad humana opuesta a la racionalidad materialista, explotadora y del
beneficio del mundo capitalista globalizado actual.
En
este sentido Vallejo es el heraldo de un mundo más humano, donde los valores
espirituales son la primera necesidad vital y el deleite superior del hombre.
A
Vallejo no hay que juzgarlo solamente por su estatura estética, desprendiéndolo
de su estatura política. A Vallejo hay que juzgarlo de manera sintética, total
e íntegra. Su arte síntesis no sólo es hija del poeta sino también son hijas
del ideólogo y del hombre de principios revolucionarios y democráticos.
En
pensar emotivo de Vallejo cala más hondamente que el pensar racional de
Occidente, es el hombre pasional que une el corazón a la idea. Podemos decir
que su postura nos retrotrae a la lógica del corazón de Pascal, San Pablo y
Jesús.
Su
poesía tiene el soplo de Dios pero sobre todo su poesía da en el centro del
hombre porque percibe el sino de la vida, la muerte y la eternidad.
Espíritus
guiadores como Juan Larrea, Xavier Abril, Gerardo Diego, Luis Monguio y José
Castañon han insistido en que lo revolucionario en nuestro insigne vate no son
sus palabras, ni metáforas, sino que es el hombre mismo y su sensibilidad.
Podemos
decir que hay hombres que son más grandes o más pequeños que sus obras pero
encontramos en Vallejo que hombre y obra dan la misma talla y se dan la mano en
su grandeza.
No
obstante, sus palabras y metáforas tienen la virtud de ser no sólo un azote
místico sino que nombra las cosas por su nombre, con una transparencia
mortífera que debería ruborizar la jerigonza intraducible de nuestros actuales
poetas vanguardistas. De lo contrario escuchemos al poeta en Fallo
Personal perteneciente a su poemario Poemas Humanos:
Considerando
en frío, imparcialmente
Que
el hombre es triste, tose y, sin
embargo,
Se
complace en su pecho colorado;
Que
lo único que hace es componerse
De
días;
Que
es lóbrego, mamífero y se peina.
Y
es que Vallejo ha descubierto que las palabras más corrientes del uso común son
capaces de sacudir nuestra alma cuando están transidas de la lucidez humanísima
del sufrimiento y compasión por los demás, cuando está atravesado de pecho a
espalda por ese afán de solidaridad humana.
Vallejo
es un poeta que no canta al oído, a la vista o al tacto, no es estentóreo ni
rimbombante como Chocano, ni etéreo como Eguren, sino que canta al alma, pero
no lo hace para comunicar un sentimiento confortador, más, al contrario,
transmite un sentimiento perturbador, algo doloroso que nadie quiere oír y se
prefiere ignorar.
El
español José María Valverde decía desde su óptica occidental: “No se ha visto
poesía que use menos ideas que la de Vallejo”. No obstante, podemos parafrasear
diciendo que no hemos visto poesía cuya urdiembre se realice bajo la emoción
básica de la solidaridad con el hombre y con todo lo viviente. Con tan excelsos
y nobles sentimientos nuestro lírico es un poeta no sólo social, sino, más
profundamente, un poeta existencial y vital.
Por
ello, en la nueva racionalidad que nos expone la obra de Vallejo brilla una
emoción sui géneris, que está más de la raza y de las clases sociales. Su
mensaje desborda el racismo de la república aristocrática, cualquier socialismo
indoamericano, el comunismo indígena, los movimientos milenaristas autóctonos,
la reforma universitaria, la conquista de las ocho horas, la ciencia y el
racionalismo occidental. Su estro no mora ni en la región utópica ni en la
comarca ucrónica, sino que está anclada en una forma de conciencia superior
accesible no sólo al hombre corriente y a todas las formas de conciencia
social, sino a todas las formas de vida. Su universalismo es ontológico y
metafísico precisamente porque ve en la prosaica mota existente la presencia
ignota y misteriosa de lo infinito y divino.
Vallejo
no aspira a señalar un nuevo decurso civilizatorio, aunque resulte nuevo frente
al deshumanizante régimen del dinero, el placer y el poder, sino que aspira a
algo muy remoto, a saber, a que prime el valor perenne de la justicia y amor
divino plasmado en todo lo existente.
Es
la emoción sui géneris de una humanidad en ciernes y que dejaría en el pasado
un régimen donde el hombre ha sido el lobo del hombre. Sería la instancia
superior de atalayar en la realidad de la impúber y nonata civilización de la
solidaridad universal con el hombre, con la naturaleza y con el ser.
La
poeisis vallejiana opera a nivel de los instintos, crea una necesidad
instintiva por un mundo mejor, sin brutalidad, estupidez, ni temor, implica una
nueva realidad estética donde la sociedad se manifieste como una obra de arte.
Por
ello, el mensaje esencial de nuestro vate es subversivo no sólo porque supo
conjugar en el arte la revolución temática con la revolución técnica, sino
porque detrás de su sufrimiento y tristeza brota poderosamente una ideología de
la vida, que supone la liberación del individuo del poder de la polis, el
Estado, la naturaleza y los falsos dioses del poder, la riqueza y el placer.
Sí,
en Vallejo no hay duda de Dios, como sí la hay en Martín Adán. Este último se
siente un náufrago sin Dios pero a pesar de su nada siente la necesidad de
creer y que Dios existe. Es un alma atormentada por el racionalismo moderno y
blasfemo para que Dios voltee su rostro hacia él. En cambio Vallejo no naufraga
en la nada pero siente la necesidad de increpar a Dios. Es un alma rebelada
contra el racionalismo moderno y habla con Dios como un Job buscando
respuestas.
Sí,
en nuestro perínclito Vallejo no hay duda de Dios, lo que sí hay es una
enérgica afirmación del hombre a la felicidad, un humanismo acendrado que no
disuelve a la divinidad en el absurdo de la creación.
¡Dios
mío, si tu hubieras sido hombre
Hoy
supieras ser Dios;
Pero
tú, siempre bien,
No
sientes nada de tu creación.
Y
el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Un
sentimiento de abandono divino le penetra hasta el tuétano pero jamás duda de
la existencia de Dios. Puede llegar, incluso, a la acusación de un Dios frío,
egoísta e indiferente, tan trascendente y lejano que es insensible a su
creación pero esto lo dice desde la dimensión de la desesperación del dolor
humano. No buscamos una excusa a su increpación aunque sí una explicación.
En
nuestra civilización cosificada y alienada, en una era sin Dios, la muerte es
convertida en un hecho natural y la filosofía que se segrega de esta concepción
convierte la idea de la muerte en una necesidad biológica. Pero en Vallejo
encontramos todo lo contrario, aquí no se da por supuesto que la muerte
pertenezca a la esencia de la vida humana, sino que por el contrario y
sublevándose contra esta ideología naturalista y materialista, su arte
justifica la vida ante la muerte a través de la compasión y la solidaridad. Lo
ilustramos con un fragmento de su poema Masa:
Al fin de la
batalla
Y muerto el
combatiente
Vino hacia él un
hombre
Y le dijo: “¡no
mueras; te amo tanto!”
Pero el cadáver,
¡ay! siguió muriendo
Entonces, todos
los hombres de la tierra
Le rodearon, les
vio el cadáver triste, emocionado
Incorporóse
lentamente,
Abrazó al primer
hombre y echóse a andar
En
Vallejo la insubordinación ante la muerte es insubordinación ante el Estado, la
naturaleza e incluso el propio Dios. Pero su rebelión ante Dios no es ateísmo
expreso, incluso puede llegar a un colindante deísmo o un teísmo de un
monoteísmo estricto. Estamos ante una conciencia religiosa compleja,
cuestionadora y rebelde por la incomprensión del dolor en la existencia del
mundo. Vallejo por momentos parece aspirar a una existencia sin trascendencia
propio del ateísmo marxista, pero está siempre lejos del mórbido rechazo de lo
religioso propio del ateísmo racionalista y del ateísmo existencialista. Quizá
en muchos pasajes se encuentre próximo al ateísmo ético con su propuesta de un
ideal moral bastante elevado, salvo que no apunta hacia un nihilismo que niega
todo valor. Más aún, se encuentra muy lejos del ateísmo práctico del creyente
mediocre que acepta la existencia de Dios pero su conducta farisea es sórdida,
materialista y supersticiosa.
En
suma, en Vallejo no hay asunción de alguna variedad de ateísmo. Carece de ideal
ateo, nihilista y práctico-materialista. Por el contrario, lo que hay es
desesperación de fe y sed de justicia de Dios. Como poeta se insubordina ante
la hemorragia de racionalidad y egocentrismo de la modernidad, reconoce la
importancia de la afectividad y ve desde ahí la importancia de lo religioso. En
Vallejo el hombre es un ser con vocación de trascendencia.
Al
respecto, aquí es interesante observar la relación del ateísmo con la
afectividad: uno lo suprime (marxismo), otro lo racionaliza (racionalismo
ateo), estotro lo rechaza (existencialismo ateo), aquel lo sublima (ateísmo
ético) y un último lo ritualiza (ateísmo práctico). Es como si el fracaso
humanista de la civilización moderna para aceptar lo absoluto trascendente y
poner en su lugar una explosión de egos inmanentes ha mellado lo afectivo y el
sentido de lo divino.
En
este contexto Vallejo reacciona con su arraigado sentido estético en un sentido
antimoderno pero revolucionario, lo metaempírico, inefable, trascendente
reclama en su lírica un espacio junto a lo inmanente. Con acierto se ha
señalado (Mirko Lauer, 2003) que si en Europa la vanguardia poética se mantuvo
en contacto con la vanguardia científica, pensó futuros imaginarios y reflejó
la modernidad establecida, en cambio en el Perú fue un sentimiento por lo
nuevo, lo tecnológico interesa como símbolo de fuerza, es presentista y sólo
fueron mensajeros de una modernización sin modernidad. La vanguardia poética
latinoamericana de las dos primeras décadas del siglo veinte sintió las
máquinas como algo exótico y foráneo. Mientras que en Hidalgo y Parra del Riego
hay entusiasmo por el avión y el cine, en Martín Adán hay desconfianza y en
César Vallejo hay desdén. Vallejo vive en Europa pero no se deja seducir por
las máquinas, el maquinismo y la maquinaria social los asume kantianamente como
medio para un fin humano y no como fin en sí mismo. En Vallejo no prima la
máquina sino el alma humana.
De
esta forma con Vallejo se disuelve el aspecto siniestro de la cultura
occidental, que convierte la filosofía en un aprender a morir y el nihilismo,
para reafirmar por el contrario que el mundo no es sólo un descenso hacia la
nada sino también un ascenso, un aprender a vivir en solidaridad y con valores.
Esa
ideología de la muerte sigue actualmente cabalgando sobre los hombros de la
racionalidad occidental posmoderna. Y así la muerte, el castigo, el sufrimiento
que la sociedad impone a los individuos son justificados en nombre del “todo
vale” que garantiza el progreso de la civilización globalizada. No es vano
recordar que en su nombre se cometieron y se siguen cometiendo las más grandes
atrocidades de nuestra era.
En
cambio la lógica vallejiana en vez de reblandecerse en la indiferencia
disolvente del valor, preconiza amor y solidaridad con todos los humanos y lo
viviente. La realización de semejante ideal y esperanza es posible porque la
vida aparece como redención de la muerte y no al revés. Ya Luis Alberto Sánchez había destacado que
la nueva estética vallejiana quebranta toda lógica.
Quisiera ser feliz de buena gana…
Pues quisiera en sustancia ser dichoso…
Son
dos versos del poema “Esperanza Feliz” de los Poemas Humanos. Y es que la
felicidad es el valor cultural que brota de la obra de nuestro vate, en
contrapartida con su vida que le hizo conocer la miseria más miserable, hacerlo
vivir como un exiliado, que por lo inestable del sustento periodístico tenía
que recurrir a la ayuda económica permanente de sus amigos y al erario de su
esposa, rondado siempre por la pobreza, la desesperación , la fatiga y la
enfermedad.
En
realidad, Vallejo canta a la felicidad venidera del hombre desde la infelicidad
presente y personal. Y no se trata de un escapismo mental –como lo ensayado en Escalas
y Fabla- sino del artista que reestructura a nuestra civilización
deshumanizada.
¡Amado sea el que tiene hambre o sed,
Pero no tiene hambre con que saciar toda su sed,
Ni sed con que saciar todas sus hambres!
(Traspié entre dos estrellas)
Un
poeta no muere, porque su pathos permanece inmarcesible a las horas del tiempo
y mora en lo intemporal. Por ello, nuestro vate telúrico y magnético de acento
patético y humanísimo sigue vivo entre nosotros. Pero además está vivo porque
su estro se identifica con el dolor humano que se agiganta con el mundo
neoliberal globalizado, donde los individuos pretenden ser felices en medio de
una escandalosa miseria e injusticia que se ensaña con las mayorías. ¿No es
acaso el mundo actual un mundo despiadado e inhumano que prefiere olvidar al
incómodo Vallejo?, o mejor, ¿no es esta cultura hipócrita e insensible llena de
dobleces la que prefiere quedarse con la prédica vallejiana separándolo de la
sensibilidad revolucionaria del artista?
En
realidad muy flaco favor se le hace a la vida y obra de Vallejo si nos
limitamos a regodearnos con sus versos, olvidando al hombre de carne y hueso,
al paria, al niño dolorido, la madre desatendida, el anciano abandonado, al
padre sin trabajo y a la juventud desesperanzada, egoísta y frívola, que él con
tanta profundidad sintió, departió y vivió. Lo más antivallejiano que podemos
hacer es quedarnos con su gramática personal e intransferible, su prosodia, su
ortografía y su semántica. En cambio lo más vallejiano equivale a recoger su
verbo lleno de caridad, revolucionario y humanísimo que insufló su arte y su
vida. Al leerlo es inevitable que resuene el Evangelio cuando dice: “Apartaos
de mí hijos del demonio, porque cuando tuve sed no me diste de beber, cuando
tuve hambre no me diste de comer y cuando tuve frío no me abrigaste”. La poderosa
vena evangélica de Vallejo estremece a cada instante con sus versos.
En
síntesis, el nuevo paradigma humano de Vallejo es el de la solidaridad humana,
categoría por lo demás básica, cristiana y urgente en el actual proceso de
globalización darvinista, donde los ricos se hacen más opulentos y los pobres
más miserables. Vallejo nos exhorta hacia una globalización de la solidaridad y
el amor, donde en un nuevo estilo de vida los hombres no busquen el poder, la
riqueza y el placer, sino la caridad, la cooperación y la justicia.
Lima, Salamanca 29 de Julio del 2015