sábado, 19 de diciembre de 2015

REALISMO METAFÍSICO DE JUAN ESPINOSA MEDRANO

FRAY JUAN DE ESPINOSA MEDRANO
Neotomismo literario
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía

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Juan de Espinoza Medrano –El Lunarejo- fue el primer filósofo americano en responder a la crisis nominalista, escéptica y relativista de la conciencia europea. Por ello su dimensión se agiganta al advertir cómo en la cuna de la modernidad se gesta la división entre razón y fe promovida por la aridez de la crítica nominalista.

Fue un notable predicador, erudito filósofo tomista providencialista y eximio literato culterano, exponente del elevado y sofisticado nivel intelectual de los criollos peruanos, que desmiente la calificación del periodo virreinal como un tiempo oscurantista y forma parte de la neoescolástica barroca reformista y liberadora. Su visión del poder virreinal estaba presidida por la crítica de las instituciones virreinales, procurando una reforma humanista-evangélica. Después del Inca Garcilaso es El Lunarejo otra cumbre del espíritu criollo que comparte la mirada providencialista de la conquista histórica y espiritual del Perú, con la diferencia que no cuestiona la legitimidad del gobierno español aunque busca eliminar los excesos y abusos de la dominación hispana. Pero su mayor mérito filosófico es atisbar con meridiana claridad que sin arremeter contra la falsa moda del nominalismo relativista no se podrá eliminar eficientemente los abusos inhumanos del dominio español.

Cusqueño (1629-1688), conocido con el sobrenombre de El Lunarejo. Llamado así por los lunares de su rostro y en vida fue ya toda una leyenda. Se dice que cuando el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, X Conde de Lemos, llegó al Cusco, uno de sus primeros actos fue asistir a una misa celebrada por "El Lunarejo". Enraizado en el imaginario popular, todavía en el siglo XIX se relataban entre las viejas familias cusqueñas, como lo recuerda Clorinda Matto de Turner, algunas de las anécdotas que protagonizara. La más conocida nos lo muestra predicando a templo repleto e interrumpiendo su sermón para pedir a la multitud: "Señores, den lugar a esa pobre india que es mi madre". Esto hizo pensar que era un criollo de linaje indígena, no obstante su biografía se mantiene en la impenetrable oscuridad. Se sabe que era un niño precoz. Poligloto era versado en latín, griego, hebreo y quechua. Antes de los dieciocho años escribía autos sacramentales y componía música sacra. El cura de su pueblo lo apoyó para estudiar en el Seminario San Antonio Abad del Cusco, a la que luego retornaría como profesor, y después se graduó en la Universidad de San Antonio Abad.

Se consigna como su primera obra "El rapto de Proserpina", drama que se dice que escribió con apenas quince años y que llegó a ser representado en Madrid y Nápoles. Como dramaturgo compuso "El amar su propia muerte" y el auto sacramental en quechua "El hijo pródigo". En latín, el tratado de lógica "Curso de filosofía tomística", y treinta de sus sermones, los más bellos que se han compuesto en el Perú, compilados póstumamente por sus admiradores y publicados en 1695 en Valladolid, bajo el título de "La novena maravilla". Esta obra es considerada como la cumbre de la cultura barroca peruana, donde los mitos clásicos de la antigüedad coexisten con la meditación teológica tomista para ofrecer un discurso evangelizador virreinal que evidencia la autonomía de la tradición literaria criolla en los Andes peruanos. Es un testimonio de la Edad de Oro de la prédica evangélica donde desde el púlpito confluyen literatura, teología, filosofía, pintura, exégesis bíblica y devoción religiosa.

Su "Apologético en favor de Luis Góngora", príncipe de los poetas líricos españoles, fue la obra que le aseguró un lugar en la posteridad. Es una apasionada defensa del gran poeta cordobés contra los ataques del portugués Manuel de Faría y Sousa. Dámaso Alonso subrayó que es un excepcional ejercicio de estilo y análisis de los versos gongorinos con ideas avanzadas para su época y próximas a las de la estilística del veinte. La calidad de su prosa es deslumbrante, musical, ingeniosa. Don Marcelino Menéndez Pelayo la califica de "perla caída en el muladar de la poética culterana". Sus grandes méritos académicos y literarios no lo llenaron de orgullo y vanidad y se desempeñó como humilde párroco en la iglesia de San Cristóbal, adonde acudían multitudes para oír sus elocuentes sermones. Durante sus últimos años integró el cabildo diocesano en la catedral del Cusco y dictó cátedra en el Seminario.

En su libro Philosophia thomistica aborda a Platón, Aristóteles, Porfirio, Tomás de Aquino, Cayetano y otros destacados científicos viejos y modernos. Esta obra no es célebre por varios motivos; primero, porque no fue objeto de traducciones del latín al castellano; segundo, porque visto como una mera repetición y defensa de la filosofía tomista; y tercero, porque su celebridad literaria opacó su fama como filósofo. Se ha afirmado que por defender la filosofía tomista el Lunarejo es un dogmático extremado, sectario intransigente que desprecia la ciencia, lo cual es una exageración ilustrada y una distorsión positivista. Uno de los pocos que han trabajado su pensamiento lógico-filosófico ha sido Walter Redmond. En principio el tomismo no es enemigo de la ciencia ni de la razón, por el contrario, es una filosofía armónica que parte de las cosas finitas para llegar racionalmente a Dios, es equilibrada en admitir la metafísica sin rechazar la ciencia, confía en la razón sin desconocer sus límites, pero no hiperboliza lo experimental, ni desemboca en un inmanentismo de la razón humana. Por lo demás, en el barroco la nueva ciencia no es enemiga de la metafísica ni de la religión y mal podían los neotomistas malquistarse con ella. En lo que el Lunarejo estará radicalmente en desacuerdo con la nueva ciencia, es con las tendencias que apuntan hacia la autonomía del regnum homini y en creer que la razón humana es fundamento de sí misma.

Espinosa Medrano habla de proteger a los pensadores de antaño de los “zorros modernos” y entonces emprende una celosa apología contra las rencorosas críticas de sus enemigos modernos. Lo que le desagrada de los moderni es que sus soluciones no son originales ni nuevas, sino rebuscamientos remozados de cosas antiguas. Estos pensadores modernos no son precisamente Descartes y Bacon, sino que son los nominalistas, como el cisterciense Juan Caramuel y los jesuitas Pedro Hurtado de Mendoza, Rodrigo de Arriaga y Francisco Oviedo. Con gran agudeza de pensamiento el Lunarejo reprocha al nominalismo –cuna del racionalismo moderno- el considerar la palabra y el concepto sin la realidad. No le pasó desapercibido que la sola atención a los procesos del pensamiento y del lenguaje, conducían al idealismo y fenomenalismo moderno. Desenmascarando al nominalismo jesuita iba directamente a la yugular del pensamiento de la modernidad. Es más, señaló certeramente que representaban el cuarto brote del nominalismo: el contingencialismo de Heráclito, el conceptualismo de Roscelino y el terminismo de Occam representaban los otros tres intentos fenecidos.
El oteo visionario de Espinosa Medrano es plenamente consciente que sólo el realismo metafísico permite superar la esterilidad metafísica del profundo error moderno de hacer prevalecer la esencia sobre la existencia y subsumir el ser al pensar. Como heredero de lo mejor del pensamiento clásico y cristiano se acogía al principio que el ser no implica que el conocer sea la causa de su existencia ni que lo epistemológico se antepone a lo ontológico. Esta trampa nominalista desemboca hacia la negación inevitable del ser y del valer. Elementos teóricos indispensables para una dominación colonial inhumana, brutal y despiadada sobre el indio y el negro. Con la Conquista la falta de certezas irrumpió en el alma indígena tras la hecatombe de su cultura, más desde fines del siglo diecisiete la falta de certezas irrumpe la crisis escéptica de la conciencia occidental y el primero en responderla desde tierras americanas es Espinosa Medrano.

Es decir, Espinosa no solamente rechaza el nominalismo por razones teológicas y filosóficas, sino también por razones humanistas y cristianas. De ahí parte también su ataque a la lógica terminista del nominalismo, a la cual calificó de “filosofía seca”; y esto es debido porque el Lunarejo –con su alma de humanista y artista- concebía a la lógica también como literatura y humanismo. Por ello se opuso a la eliminación de la modalidad en las proposiciones, como preconizaba su adversario Caramuel y que en tiempos modernos lo hizo Frege, aunque por fortuna la modalidad fue readmitido en la lógica gracias a la semántica especial de Saul Kripke y a la lógica modal del inglés C. I. Lewis. Recordemos que uno de los aportes centrales de la lógica modal, tanto temporalistas como epistémicas, es que demuestra que los conceptos de “necesidad” y “posibilidad” no son unívocos, sugiriendo la metáfora de distinguir entre la lógica de Dios y la lógica intuicionista. Y es que en el pensamiento medieval y escolástico en general, la multivocidad y la analogicidad son centrales en la reflexión metafísica y realista. En esta gran obra de Espinosa Medrano, Caramuel y su pretensión de sepultar las proposiciones modales de Aristóteles, son enterrados por nuestro filósofo criollo con gran elegancia, ingenio y solvencia intelectual. Como bien destaca Redmond al Lunarejo no le obsesiona ser “novedad”, pues su originalidad estriba en ser “perennialista”, y con ello demuestra que la tradición no es inmovilismo, sino movilidad constante en defensa de la verdad ante las falsas modas relativistas e ideas escépticas.

Su imparcialidad está fuera de dudas cuando a pesar de ser tomista dirige una nutrida crítica contra Aristóteles, defiende a Platón en cuanto a los entes abstractos, y reconoce que “ama y venera” a los seguidores nominalistas jesuitas de Duns Escoto. Su defensa de Platón es particularmente interesante y se basa en la convergencia de la doctrina tomista y escotista. Para Platón las “ideas” de las cosas o los universales están separadas de los singulares, para los aristotélicos el universal son las mismas cosas singulares. Para el Lunarejo los aristotélicos han abandonado a Aristóteles y tiene la genial intuición que la esencia aristotélica jamás pierde el fondo platónico. Juicio parecido al de W. Jaeger quien sostuvo que todo el sentido de la metafísica aristotélica sería elevarse desde la substancia singular concreta a la substancia incondicionada del Primer Motor inmóvil. Al respecto es necesario advertir que le asiste la razón a Espinosa por cuanto la única novedad aristotélica es aportar el género específico al concepto. Para Aristóteles el género es anterior y más conocido, y esto no es lógico sino metafísico, es el eidos platónico. En otras palabras, la esencia aristotélica jamás pierde el eidos platónico, porque la esencia es esencia no por ser universal, sino que es universal por ser esencia o eidos. De manera que la antigua ontología aristotélica no se queda sin tocar la esencia porque el concepto universal recoge lo esencial o la osuía de la cosa. De ahí que las categorías aristotélicas son formas de predicación pero también son formas del ser. Esto es, Aristóteles admite la correspondencia entre el pensar y el ser. Su lógica está ligada a la metafísica y en el juicio se asienta lo verdadero y lo falso. De tal forma que el nominalismo con su universal mental está basado en una tergiversación de Aristóteles. Por tanto, el aristotelismo platonizante de Espinosa se condice con la distinción real entre esencia y existencia del Doctor Angélico. Toda la interpretación aristotélica de Espinosa es tanto como decir que lo que queda de genuino del Corpus aristotélico sería la metafísica platónica –lo cual sería sostenido en el siglo veinte por J. Zürcher, Aristoteles. Werk und Geist, 1952-, el resto es deformación de Teofrasto. Por lo demás, en el Doctor Angélico también platonismo y aristotelismo son equivalentes, porque Aristóteles reduce la causa eficiente a la causa formal y toma del Pseudo-Dionisio que la causa es más excelente que el efecto, de modo que en Dios, causa suprema, está todo contenido. La argumentación de Espinosa se completa al afirmar que también para Duns Escoto la esencia está dada antes que la existencia puesto que está determinada desde la eternidad. Y en esto está en lo cierto, pues para el Doctor Sutil Dios crea y determina los universales o inteligibles, aunque lo auténticamente real no es sólo lo universal ni sólo lo individual sino que es la forma individual o hacceidad. En realidad, el nominalismo de Duns Escoto no es completo, todavía cree en la verdad objetiva y la busca, afirma la trascendencia de la substancia y la cualidad pero espacio y tiempo son subjetivizados, y esto último no es destacado por el Lunarejo.

Con esto ya se columbra como un pensador original y ratifica que no es justificable el menosprecio de Europa por la intelectualidad americana. Quizá lo que no pudo prever fue que la última llama del escepticismo pirrónico fructificará tanto al calor del matematismo científico, el empirismo reduccionista, el racionalismo ateo, el capitalismo usurero, el industrialismo y la revolución tecnológica. Pero eso no interesa. Lo escrito por Espinosa en su Curso de filosofía tomística es suficiente para afirmar que el espíritu antimetafísico y ateo de la modernidad se engendra en el vientre del nominalismo y el conceptualismo.

El Lunarejo atisba mucho más hondo que situaciones políticas coyunturales y por tanto resulta limitante verlo justificar el poder imperial español y la Edad Media. Al contrario, lo que busca es defender verdades perennes, que están más allá de formas políticas efímeras y que relucen a pesar de los claros y sombras momentáneos que descaminan la historia. Su apología de un aristotelismo platonizante significa que la verdad eterna está presente en la historia y debe ser defendida permanentemente.