FRAY JUAN DE ESPINOSA MEDRANO
Neotomismo literario
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Juan de Espinoza Medrano –El Lunarejo- fue
el primer filósofo americano en responder a la crisis nominalista, escéptica y
relativista de la conciencia europea. Por ello su dimensión se agiganta al
advertir cómo en la cuna de la modernidad se gesta la división entre razón y fe
promovida por la aridez de la crítica nominalista.
Fue un notable predicador, erudito filósofo
tomista providencialista y eximio literato culterano, exponente del elevado y
sofisticado nivel intelectual de los criollos peruanos, que desmiente la
calificación del periodo virreinal como un tiempo oscurantista y forma parte de
la neoescolástica barroca reformista y liberadora. Su visión del poder
virreinal estaba presidida por la crítica de las instituciones virreinales,
procurando una reforma humanista-evangélica. Después del Inca Garcilaso es El
Lunarejo otra cumbre del espíritu criollo que comparte la mirada
providencialista de la conquista histórica y espiritual del Perú, con la
diferencia que no cuestiona la legitimidad del gobierno español aunque busca
eliminar los excesos y abusos de la dominación hispana. Pero su mayor mérito
filosófico es atisbar con meridiana claridad que sin arremeter contra la falsa
moda del nominalismo relativista no se podrá eliminar eficientemente los abusos
inhumanos del dominio español.
Cusqueño
(1629-1688), conocido con el sobrenombre de El Lunarejo. Llamado así por los
lunares de su rostro y en vida fue ya toda una leyenda. Se dice que cuando el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, X Conde de Lemos, llegó
al Cusco, uno de sus primeros actos fue asistir a
una misa celebrada por "El Lunarejo". Enraizado en el imaginario
popular, todavía en el siglo XIX se relataban entre las viejas familias cusqueñas, como lo recuerda Clorinda
Matto de Turner, algunas de las anécdotas que protagonizara. La más
conocida nos lo muestra predicando a templo repleto e interrumpiendo su sermón
para pedir a la multitud: "Señores, den lugar a esa pobre india que es
mi madre". Esto hizo pensar que era un criollo de linaje indígena, no
obstante su biografía se mantiene en la impenetrable oscuridad. Se sabe que era
un niño precoz. Poligloto era versado en latín, griego, hebreo y quechua. Antes de los
dieciocho años escribía autos sacramentales y componía música sacra. El cura de
su pueblo lo apoyó para estudiar en el Seminario
San Antonio Abad del
Cusco, a la que luego retornaría como profesor, y después se graduó en la Universidad
de San Antonio Abad.
Se consigna
como su primera obra "El rapto de Proserpina", drama que se dice que
escribió con apenas quince años y que llegó a ser representado en Madrid y Nápoles. Como
dramaturgo compuso "El amar
su propia muerte" y el auto sacramental en quechua "El hijo
pródigo". En latín, el tratado de lógica "Curso de filosofía
tomística", y treinta de sus sermones, los más bellos que se han compuesto
en el Perú, compilados
póstumamente por sus admiradores y publicados en 1695 en Valladolid, bajo el título de "La
novena maravilla". Esta obra es considerada como la cumbre de la cultura
barroca peruana, donde los mitos clásicos de la antigüedad coexisten con la
meditación teológica tomista para ofrecer un discurso evangelizador virreinal
que evidencia la autonomía de la tradición literaria criolla en los Andes
peruanos. Es un testimonio de la Edad de Oro de la prédica evangélica donde
desde el púlpito confluyen literatura, teología, filosofía, pintura, exégesis
bíblica y devoción religiosa.
Su
"Apologético en favor de Luis
Góngora", príncipe de los poetas líricos
españoles, fue la obra que le aseguró un lugar en la posteridad. Es una
apasionada defensa del gran poeta cordobés contra los ataques del portugués Manuel de Faría y Sousa. Dámaso Alonso subrayó
que es un excepcional ejercicio de estilo y análisis de los versos gongorinos
con ideas avanzadas para su época y próximas a las de la estilística del veinte. La calidad de su prosa es
deslumbrante, musical, ingeniosa. Don Marcelino
Menéndez Pelayo la
califica de "perla caída en el muladar de la poética
culterana". Sus grandes méritos académicos y literarios no lo llenaron
de orgullo y vanidad y se desempeñó como humilde párroco en la iglesia de San
Cristóbal, adonde acudían multitudes para oír sus elocuentes sermones. Durante
sus últimos años integró el cabildo diocesano en la catedral del Cusco y dictó
cátedra en el Seminario.
En su libro Philosophia thomistica aborda a Platón,
Aristóteles, Porfirio, Tomás de Aquino, Cayetano y otros destacados científicos
viejos y modernos. Esta obra no es célebre por varios motivos; primero, porque
no fue objeto de traducciones del latín al castellano; segundo, porque visto
como una mera repetición y defensa de la filosofía tomista; y tercero, porque su
celebridad literaria opacó su fama como filósofo. Se ha afirmado que por
defender la filosofía tomista el Lunarejo es un dogmático extremado, sectario
intransigente que desprecia la ciencia, lo cual es una exageración ilustrada y
una distorsión positivista. Uno de los pocos que han trabajado su pensamiento lógico-filosófico
ha sido Walter Redmond. En principio el tomismo no es enemigo de la ciencia ni
de la razón, por el contrario, es una filosofía armónica que parte de las cosas
finitas para llegar racionalmente a Dios, es equilibrada en admitir la
metafísica sin rechazar la ciencia, confía en la razón sin desconocer sus
límites, pero no hiperboliza lo experimental, ni desemboca en un inmanentismo
de la razón humana. Por lo demás, en el barroco la nueva ciencia no es enemiga
de la metafísica ni de la religión y mal podían los neotomistas malquistarse
con ella. En lo que el Lunarejo estará radicalmente en desacuerdo con la nueva
ciencia, es con las tendencias que apuntan hacia la autonomía del regnum homini y en creer que la razón
humana es fundamento de sí misma.
Espinosa Medrano
habla de proteger a los pensadores de antaño de los “zorros modernos” y
entonces emprende una celosa apología contra las rencorosas críticas de sus
enemigos modernos. Lo que le desagrada de los moderni es que sus soluciones no son originales ni nuevas, sino
rebuscamientos remozados de cosas antiguas. Estos pensadores modernos no son
precisamente Descartes y Bacon, sino que son los nominalistas, como el cisterciense
Juan Caramuel y los jesuitas Pedro Hurtado de Mendoza, Rodrigo de Arriaga y
Francisco Oviedo. Con gran agudeza de pensamiento el Lunarejo reprocha al
nominalismo –cuna del racionalismo moderno- el considerar la palabra y el
concepto sin la realidad. No le pasó desapercibido que la sola atención a los
procesos del pensamiento y del lenguaje, conducían al idealismo y fenomenalismo
moderno. Desenmascarando al nominalismo jesuita iba directamente a la yugular
del pensamiento de la modernidad. Es más, señaló certeramente que representaban
el cuarto brote del nominalismo: el contingencialismo de Heráclito, el conceptualismo
de Roscelino y el terminismo de Occam representaban los otros tres intentos
fenecidos.
El oteo
visionario de Espinosa Medrano es plenamente consciente que sólo el realismo
metafísico permite superar la esterilidad metafísica del profundo error moderno
de hacer prevalecer la esencia sobre la existencia y subsumir el ser al pensar.
Como heredero de lo mejor del pensamiento clásico y cristiano se acogía al
principio que el ser no implica que el conocer sea la causa de su existencia ni
que lo epistemológico se antepone a lo ontológico. Esta trampa nominalista
desemboca hacia la negación inevitable del ser y del valer. Elementos teóricos indispensables
para una dominación colonial inhumana, brutal y despiadada sobre el indio y el
negro. Con la Conquista la falta de certezas irrumpió en el alma indígena tras
la hecatombe de su cultura, más desde fines del siglo diecisiete la falta de
certezas irrumpe la crisis escéptica de la conciencia occidental y el primero
en responderla desde tierras americanas es Espinosa Medrano.
Es decir,
Espinosa no solamente rechaza el nominalismo por razones teológicas y
filosóficas, sino también por razones humanistas y cristianas. De ahí parte
también su ataque a la lógica terminista del nominalismo, a la cual calificó de
“filosofía seca”; y esto es debido porque el Lunarejo –con su alma de humanista
y artista- concebía a la lógica también como literatura y humanismo. Por ello
se opuso a la eliminación de la modalidad en las proposiciones, como
preconizaba su adversario Caramuel y que en tiempos modernos lo hizo Frege,
aunque por fortuna la modalidad fue readmitido en la lógica gracias a la semántica
especial de Saul Kripke y a la lógica modal del inglés C. I. Lewis. Recordemos
que uno de los aportes centrales de la lógica modal, tanto temporalistas como
epistémicas, es que demuestra que los conceptos de “necesidad” y “posibilidad”
no son unívocos, sugiriendo la metáfora de distinguir entre la lógica de Dios y
la lógica intuicionista. Y es que en el pensamiento medieval y escolástico en
general, la multivocidad y la analogicidad son centrales en la reflexión
metafísica y realista. En esta gran obra de Espinosa Medrano, Caramuel y su
pretensión de sepultar las proposiciones modales de Aristóteles, son enterrados
por nuestro filósofo criollo con gran elegancia, ingenio y solvencia
intelectual. Como bien destaca Redmond al Lunarejo no le obsesiona ser “novedad”,
pues su originalidad estriba en ser “perennialista”, y con ello demuestra que
la tradición no es inmovilismo, sino movilidad constante en defensa de la
verdad ante las falsas modas relativistas e ideas escépticas.
Su
imparcialidad está fuera de dudas cuando a pesar de ser tomista dirige una nutrida
crítica contra Aristóteles, defiende a Platón en cuanto a los entes abstractos,
y reconoce que “ama y venera” a los seguidores nominalistas jesuitas de Duns
Escoto. Su defensa de Platón es particularmente interesante y se basa en la
convergencia de la doctrina tomista y escotista. Para Platón las “ideas” de las
cosas o los universales están separadas de los singulares, para los
aristotélicos el universal son las mismas cosas singulares. Para el Lunarejo
los aristotélicos han abandonado a Aristóteles y tiene la genial intuición que
la esencia aristotélica jamás pierde el fondo platónico. Juicio parecido al de
W. Jaeger quien sostuvo que todo el sentido de la metafísica aristotélica sería
elevarse desde la substancia singular concreta a la substancia incondicionada
del Primer Motor inmóvil. Al respecto es necesario advertir que le asiste la razón
a Espinosa por cuanto la única novedad aristotélica es aportar el género específico
al concepto. Para Aristóteles el género es anterior y más conocido, y esto no
es lógico sino metafísico, es el eidos platónico. En otras palabras, la esencia
aristotélica jamás pierde el eidos platónico, porque la esencia es esencia no
por ser universal, sino que es universal por ser esencia o eidos. De manera que
la antigua ontología aristotélica no se queda sin tocar la esencia porque el
concepto universal recoge lo esencial o la osuía
de la cosa. De ahí que las categorías aristotélicas son formas de predicación
pero también son formas del ser. Esto es, Aristóteles admite la correspondencia
entre el pensar y el ser. Su lógica está ligada a la metafísica y en el juicio
se asienta lo verdadero y lo falso. De tal forma que el nominalismo con su
universal mental está basado en una tergiversación de Aristóteles. Por tanto,
el aristotelismo platonizante de Espinosa se condice con la distinción real
entre esencia y existencia del Doctor Angélico. Toda la interpretación
aristotélica de Espinosa es tanto como decir que lo que queda de genuino del
Corpus aristotélico sería la metafísica platónica –lo cual sería sostenido en
el siglo veinte por J. Zürcher, Aristoteles.
Werk und Geist, 1952-, el resto es deformación de Teofrasto. Por lo demás,
en el Doctor Angélico también platonismo y aristotelismo son equivalentes,
porque Aristóteles reduce la causa eficiente a la causa formal y toma del
Pseudo-Dionisio que la causa es más excelente que el efecto, de modo que en
Dios, causa suprema, está todo contenido. La argumentación de Espinosa se
completa al afirmar que también para Duns Escoto la esencia está dada antes que
la existencia puesto que está determinada desde la eternidad. Y en esto está en
lo cierto, pues para el Doctor Sutil Dios crea y determina los universales o
inteligibles, aunque lo auténticamente real no es sólo lo universal ni sólo lo
individual sino que es la forma individual o hacceidad. En realidad, el nominalismo de Duns Escoto no es
completo, todavía cree en la verdad objetiva y la busca, afirma la
trascendencia de la substancia y la cualidad pero espacio y tiempo son
subjetivizados, y esto último no es destacado por el Lunarejo.
Con esto ya se columbra como un pensador original y
ratifica que no es justificable el menosprecio de Europa por la intelectualidad
americana. Quizá lo que no pudo prever fue que la última llama del escepticismo
pirrónico fructificará tanto al calor del matematismo científico, el empirismo
reduccionista, el racionalismo ateo, el capitalismo usurero, el industrialismo
y la revolución tecnológica. Pero eso no interesa. Lo escrito por Espinosa en
su Curso de filosofía tomística es
suficiente para afirmar que el espíritu antimetafísico y ateo de la modernidad
se engendra en el vientre del nominalismo y el conceptualismo.
El Lunarejo
atisba mucho más hondo que situaciones políticas coyunturales y por tanto
resulta limitante verlo justificar el poder imperial español y la Edad Media.
Al contrario, lo que busca es defender verdades perennes, que están más allá de
formas políticas efímeras y que relucen a pesar de los claros y sombras
momentáneos que descaminan la historia. Su apología de un aristotelismo
platonizante significa que la verdad eterna está presente en la historia y debe
ser defendida permanentemente.