FILOSOFÍA COMO CÁLIZ
UNITIVO DEL SABER
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
(Resumen de la intervención en la Facultad de
Humanidades/18 de noviembre 2016)
A Lily Montenegro por su angustia filosófica
Y a Ximena Goretty por su saber sincero
La Filosofía es el cáliz unitivo de la comunión de los saberes. Pero desde la modernidad y bajo el influjo del empirismo y del positivismo, la unidad del saber humano se ha ido desgajando en una multiplicidad de especialidades inconexas que han desembocado en la barbarización del saber. Es por ello que la interdisciplinariedad de la Filosofía para el desarrollo integral de la persona humana es imposible de emprender si antes no se toma conciencia de la profunda necesidad de reestructurar las bases metafísicas de nuestro tiempo basado en la eliminación del horizonte ontológico-epistémico de la trascendencia. Sin superar el inmanentismo mefistofélico que reduce al hombre a mero hominismo naturalista no es posible devolver el humanismo a la persona humana, la cual es parte del reino del espíritu (Dios, ángeles y hombre).
En este IV Congreso Regional de Filosofía del Norte
que nos acoge la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (USAT) en la
ciudad de Chiclayo-Lambayeque, bajo el acápite de la “Interdisciplinariedad de la
Filosofía para el desarrollo integral de la persona”, expreso mi profunda
sospecha de la interdisciplinariedad de
la filosofía no es expresión de un desarrollo auspiciador del saber sino que es
síntoma de una profunda enfermedad de nuestro tiempo, a saber la
disgregación del saber.
Debo confesar que la noche anterior de mi ponencia
sufrí la interrupción del sueño debido a que mi espíritu no conciliaba la
efectiva realidad de la interdisciplinariedad de la filosofía como algo
positivo. Con escepticismo guardaba el tema no llegando a resolver lo que
sospechaba como una enfermedad de nuestro tiempo. Hasta que unas palabras de mi
amigo Raúl Pastor, que hablaba antes que yo, -la palabra era “comunión”-
estalló en mi mente para dar una respuesta provisional a la cuestión que me
acechaba.
Efectivamente, lejos de su carácter celebrativo la
interdisciplinariedad de la filosofía es en el fondo consecuencia de la pérdida
del sentido unitivo del saber y un eco epistémico de la disolución de la fe.
Para ilustrar esta idea con alguna claridad meridiana debo expresar que sirve
de mucho concebir la filosofía como el
cáliz unitivo de la comunión del saber humano.
Y este cáliz unitivo de la comunión del saber
humano se dio tanto en la forma occidental griega como en la forma
oriental-americana del filosofar.
Me explico. La filosofía en Grecia fue la cuna de
muchas disciplinas científicas. Incluso la matemática estaba subsumida en
Pitágoras y en Platón a la filosofía, mucho antes que con Arquímedes se
desligara de las preocupaciones filosóficas. Cuando la filosofía aparece en
Grecia sólo la acompañan el arte y la religión. Y aun más, cuando la filosofía
griega desde Jenófanes y Parménides rompe lanzas con la religión lo hace con la
religión politeísta pero no con el sentido unitivo de la religión en cuanto
tal.
Es así que el eleatismo abre camino al monismo
filosófico. La cual sirve de base a las especulaciones metafísicas sobre el
primer principio ordenador de Platón y Aristóteles como padres de la teología
natural. Pero incluso, a pesar del carácter crítico de la filosofía griega
frente a la religión politeísta, no deja de reflexionar sobre los presupuestos
metafísicos de la divinidad y las bases fundamentales del arte.
Este carácter unitivo del filosofar también está
presente en la filosofía ancestral de Mesopotamia, India, China y América
Precolombina. Aquí no hay aquel enfrentamiento crítico con la religión, sino
una profunda reflexión por los fundamentos de la existencia y del universo desde
posiciones místico-míticas.
Esto quiere decir que si Grecia reflexiona
filosóficamente desde la hegemonía del principio del concepto lógico de
identidad, en cambio en el mundo ancestral se filosofa desde la hegemonía del
concepto simbólico de la armonía de los contrarios. Pero en ambos casos se trata
de auténtica filosofía.
Si esto es justo y cierto entonces estamos ante una
serie de hechos incontrovertibles. Primero, Grecia
no es la medida de toda filosofía posible. Segundo, la historia demuestra
la existencia fáctica del principio de la
universalidad de la filosofía. Tercero, dicho principio permite deducir la multivocidad de la filosofía y su no
univocidad. Cuarto, la estructura de
la razón humana se compone de la dualidad dialéctica del logos de la ratio y el
logos del mytho. Quinto, el hombre filosofía no sólo bajo la hegemonía del
logos de la ratio sino también bajo el logos
del mytho. Sexto, el filosofar bajo el logos de la ratio es eminentemente identitario mientras el filosofar
del logos del mytho es predominantemente de armonía
de los opuestos. Séptimo, si el hombre ancestral también filosofó ello
significa que la filosofía, como la arte y la religión, son manifestaciones de la condición humana.
Bajo estas aseveraciones nos preguntamos si el desarrollo
del saber humano significa de por sí la pérdida del sentido unitivo del saber o
al contrario su conservación.
La pregunta es compleja y su respuesta aun más.
Porque el paso del filosofar mitocrático o unido a la razón mítica al filosofar
logocrático o unido a la razón lógica, representa de por sí una revolución
teórico-espiritual dentro de la estructura dialéctica de la razón misma.
No obstante, dicho paso no representa la quiebra
del esquema metafísico fundamental que mantiene la presencia de la dimensión de
lo trascendente. Lo cual de alguna manera garantiza la unidad del saber expresada
en la filosofía epocal griega y ancestral. Incluso la enseñanza en la Edad
Media de las artes liberales heredado de la antigüedad clásica conserva la
presencia hegemónica de la dimensión trascendente.
En realidad, mundo ancestral, mundo griego y mundo
medieval están unidos por el denominador común de la presencia simultánea del horizonte
metafísico de la inmanencia y de la trascendencia. Y esto es lo que conserva el
sentido de la filosofía como cáliz unitivo de la comunión del saber humano.
Lo dicho no equivale a negar las sutiles
diferencias metafísicas entre lo ancestral, lo griego y lo medieval. De ninguna
manera. La filosofía ancestral es simbólica, se plasma en una teoría del
destino y su metafísica está presidida por la experiencia de la aletheia o
develamiento del ser. La filosofía griega es lógico-racional, se plasma en una
teoría de la verdad y su metafísica está presidida por la experiencia de la
esencia. Y la filosofía cristiana culmina en una unidad entre razón y fe, se
plasma en un saber de salvación y su metafísica está presidida por la
experiencia de la persona o de la existencia.
Todo lo cual no significa que en el seno de las
tres grandes expresiones civilizacionales de la filosofía no hayan existido
corrientes divergentes (el materialismo charvaka en la antigua India; el
materialismo de Mozi en la antigua China; atomistas, sofistas, cínicos en
Grecia; nominalismo en Edad Media). Pero estas son ilustraciones no sólo de la
naturaleza dicotómica de la propia razón humana sino de la propia realidad.
Entonces la pregunta que cae por su propio peso es:
¿cuándo acontece el más dramático
desgarramiento de la unidad del saber? De alguna forma esta interrogante fue
respondida por Paul Hazard en su explicación de la crisis de la conciencia
europea. Al margen de lo cronológico considero que el acierto fundamental de su
estudio estriba en señalar que dicha crisis se caracteriza por el hundimiento
del fundamento absoluto de la razón humana.
Efectivamente. Desde entonces la razón se vuelve autónoma,
celebrada por la Ilustración y lanzada a principio cósmico-espiritual en Hegel.
De esto al diosecillo terrestre o deus in
terris que pulula en la modernidad solamente hay un pequeño paso. La disolución
de la fe y la erección de una sociedad postmetafísica del hombre sin absolutos
aceleró la desintegración de la unidad de los saberes, el vaciamiento del cáliz
filosófico de la comunión de los saberes, la diáspora de las disciplinas, el
nihilismo epistémico y la destrucción de las bases de toda ontología fuerte. En
realidad, los primeros mentores (Hume, Compte y Marx) de esta desintegración –ya
advertida nítidamente por Vico y Leibniz- quedan modestos ante la avalancha contemporánea
de postestructuralistas y posmodernos. Los cuales decretando la muerte del
hombre, la verdad y de los valores abren las puertas a la desintegración
absoluta del saber y la instrumentalización completa de la filosofía como mera
bisagra narrativa entre los diversos saberes.
Este triunfo actual de la interdisciplinariedad
oculta este derrotero metafísico-espiritual y cultural. Por ello mismo, no lo
celebro y lo miro con profunda sospecha de lo que se trata es de una profunda
enfermedad espiritual.
Lo que tenemos actualmente es la barbarización del
saber y la trivialización de la filosofía. Y ante hecho no es posible restablecer
el sentido unitivo del cáliz filosófico. Solamente en la comunión del cáliz
filosófico puede encaminarse el saber humano a una jerarquización ordenada.
Pero bajo el espíritu del empirismo y del cientificismo positivista que niegan
el horizonte de la trascendencia ello es imposible.
Esto significa que las bases metafísicas de la
misma civilización actual deben ser reformuladas por la propia filosofía. En la
hora presente donde predomina el bárbaro civilizado, el hombre anético, el
especialista estrecho, el ateo práctico y el creyente gélido, se hace necesario
más que nunca ir a la raíz del problema mismo de la interdisciplinariedad para
reconocer que en medio de un horizonte cultural relativista, historicista,
nihilista y empirista no es posible la interdisciplinariedad misma si antes no
se procede a rescatar el horizonte de la trascendencia en medio de la
inmanencia.
Lima, Salamanca 20 de noviembre del 2016